Los canales hechos en el metal eran diferentes, pero todos tenían la misma altura, anchura y profundidad. Iban en línea recta. Había tres docenas de clases diferentes, pero se repetían en diversas secuencias hasta que el número total, grabadas en el metal, era de más de mil…
Sparta se dio cuenta de que se distraía, e hizo un esfuerzo por concentrarse. A menos de un metro delante de ella, unos focos situados en lo alto centraban sus rayos en la reluciente placa marciana, que descansaba sobre un cojín de terciopelo bajo una cúpula de cristal xantiano cortado con láser, y resplandecía como si nunca la hubieran tocado.
Sparta y el teniente Polanyi estaban de pie en la habitación vacía. Los miembros de la delegación oficial que había devuelto la reliquia a su altar, todos ellos dignatarios locales —el alcalde había cogido una nave rápida de línea, desde la conferencia de jefes para presidir el acontecimiento—, habían bebido, por fin, la última botella de champán y se dirigían cada uno a su casa.
—En cuanto hayamos salido de aquí, podemos conectar las alarmas.
Ella asintió con la cabeza.
—Lamento el retraso, teniente. Con la exaltación, no me había parado a mirarla. Qué extraña reliquia.
—Es cierto. No se puede arañar, pero algo la rompió una vez. Debió de ser un buen golpe.
Sparta miró al joven oficial de la Junta Espacial.
—¿Qué sabe usted de su tradición?
—La «tradición» la elaboran principalmente las agencias de viajes, creo. —Estaba tan aburrido como parecía; recitó los datos que conocía como si leyera una ficha—. Nadie ha descubierto jamás de dónde procede; de algún lugar cerca del polo norte, es lo único que se sabe. El hombre que la encontró la ocultó, y no contó a nadie las circunstancias de su descubrimiento; se halló entre sus efectos personales después de su muerte. Hubo rumores de multitud de objetos extraños, pero en diez años no se ha encontrado nada más. Los folletos lo llaman el «Alma de Marte». Un nombre poético para una placa rota.
Sparta contemplaba la superficie grabada de la placa.
—¿De veras cree que procede de Marte? —preguntó—. ¿Cree que la hicieron en Marte?
—Yo no soy experto en estas materias, inspectora.
Polanyi no se molestaba en disimular su impaciencia.
—No creo que sea de aquí —dijo Sparta.
—¿No? ¿Qué le hace pensar eso?
—Sólo es una sensación —dijo ella—. Bueno, gracias por complacerme. Conectemos las alarmas, así podrá irse a casa.
Una algarabía sin sintecordios autodestructores procedente del sistema de sonido, mantenía el nivel de ruido requerido en el «Aparca tu dolor». Las roncas conversaciones a gritos cesaron en torno a los cuatro recién llegados, que levantaron las viseras de sus trajes y se abrieron paso entre la multitud.
—No te preocupes. Conmigo estás a salvo.
Yevgeny Rostov pasó el brazo por encima de los hombros de Sparta y la apretó contra sí. Detrás, Blake y Lydia Zeromski, muy juntos, les seguían los pasos.
Yevgeny miraba a los otros clientes mientras se dirigía hacia la barra.
—No todos los policías son utensilios de los imperialistas-capitalistas —gritó—. Esta valiente mujer devolvió la placa marciana. Aquí todos somos camaradas.
Los que estaban en la barra miraron con curiosidad a Sparta durante largos segundos; Blake también recibió su parte de miradas extrañas, pero para entonces ya estaba acostumbrado al lugar. Poco a poco, todo el mundo fue perdiendo interés y reanudó sus conversaciones gritándose por encima del ruido de la música.
—Así, Mike, no eres un soplón, después de todo. ¡Otro policía! —Los cuatro nuevos amigos llegaron a la barra de acero inoxidable—. Te invito a cerveza, de todos modos.
Yevgeny soltó a Sparta y dio una palmada a Blake en el hombro, tan fuerte que lo hizo tambalear.
El encargado de la barra no se molestó en preguntar a nadie lo que quería; sirvió para todos lo que Yevgeny siempre bebía. Cuatro espumosas jarras de cerveza negra y amarga aparecieron sobre la barra.
—Lydia, brindemos para que esta gente se marche de nuestro planeta lo antes posible.
Sparta levantó su jarra con cautela. Blake se mostró un poco más entusiasta.
—Gracias, camarada —gritó—. Por la próxima lanzadera que salga de aquí.
Las cuatro jarras chocaron con tanta fuerza que se derramó un poco de espuma.
—Pero hazme un favor, Yevgeny —aulló Blake—. No pienses en mí como en un policía. Sólo soy un aficionado.
Sparta se echó a reír.
—Tú lo has dicho. Noche de aficionado en Marte.
—¿Haces volar parques móviles por «afición»? —gritó Lydia, lo bastante fuerte para que se oyera por encima de los sintecordios.
Los ojos de Blake se dilataron con inocencia.
—¿Hacer volar qué? —pronunció sin voz.
—Lo olvidaba —le gritó Lydia, mirando a Sparta—. No deberíamos hablar de ello donde pueda haber alguien escuchando.
—¡Lo apoyo! —dijo Blake a gritos también—. Por el 776 del Gremio de Trabajadores de Fontanería: ¡qué viva y que prospere!
Fue aclamado con vítores de todos los que se encontraban a un metro de distancia; media docena más o menos, los únicos que podían oírle.
Sus compañeros sonrieron y menearon la cabeza. Sparta olisqueó la cerveza negra y rehusó beberla. Blake hundió la cara en la espuma y se le formaron bigotes, pero lo único que pretendía era tomar un sorbo. Entretanto, Yevgeny tragaba el contenido de su jarra; luego, la dejó sobre la barra de acero dando un golpe, y levantó cuatro dedos con gesto imperioso.
—No lo hagas —gritó Blake—. No para mí.
—¿Qué es para ti? Cuando vuelva a ser tu turno, ya te lo diré.
—Yevgeny, una pregunta antes de que salgamos de aquí…
—¿Qué quieres saber, amigo mío?
—Después de tantos años de estar en Marte, ¿por qué aún tienes ese acento tan horrible? Quiero decir, ¿ayuda eso a tu credibilidad entre los camaradas o algo así?
Yevgeny retrocedió un poco, ofendido…
… y cuando se inclinó y levantó la cabeza hacia la de Blake, había fuego en sus ojos y tenía alzadas las espesas cejas.
—Vaya, ¿qué podría haberte motivado a difamarme respecto a mi perspicacia, señor Redfield? —El volumen de su voz estaba calculado para que no llegara más allá de los oídos de Blake—. ¿Suponías que era algún suplantador furtivo como tú?
—Viejo zorro —Blake prorrumpió en carcajadas—. Lo hiciste.
—¿Lo hice? —Alzó las cejas aún más.
—Decir la verdad. Y sin utilizar ningún artículo.
—¿Artículo? —Yevgeny se irguió y bramó—. ¿Qué es un artículo?
Sparta y Blake iban encogidos para protegerse del viento, caminando por las calles arenosas del puerto de lanzaderas.
—¿Tu casa o la mía? —preguntó él—. ¿O supongo demasiado?
—¿Qué te parece tu cubículo del refugio? Un hotel de lujo es muy aburrido.
—Conociéndote, sé que lo dices en serio.
—No te preocupes —dijo ella—. No…
En ese instante, Ellen jadeó y se desplomó contra Blake, agarrándose a él con los dos brazos como si la hubieran herido en el corazón.
Blake la sujetó.
—¡Ellen! ¿Qué te pasa? ¡Ellen!
Ellen quedó inerte en brazos de Blake y se desmayó; él la depositó lentamente sobre la arena. Ella le miraba fijamente a través del cristal del casco, pero su boca abierta no emitía ningún sonido.
Ella podría ser la mejor de nosotros.
Se resiste a nuestra autoridad.
Las luces sobre la mesa de operaciones estaban dispuestas en círculo, como las pantallas de vídeo sin imágenes del «Aparca tu dolor», como los focos que rodeaban la placa marciana.
El olor fétido a cebolla amenazaba con asfixiarla. Su ojo mental involuntariamente expuso los compuestos de azufre mientras el círculo de luz, sobre ella, comenzaba a girar en una espiral dorada.
Blake se encontraba con ella. Ellen había estado suficientemente consciente como para insistir en ello antes de permitir que la operaran. Le situaron a la izquierda de ella, donde podría sostenerle la mano entre las suyas.
William, es una niña.
Mientras la oscuridad se cerraba en torno a ella, aferró la mano de Blake cada vez con más fuerza, agarrándose a ella para no caerse.
Resistirse a nosotros es resistirse al Conocimiento.
Empezó a deslizarse hacia abajo. Empezó a caer por la espiral.
Soltó la mano de Blake. A su alrededor pululaban unas formas en el torbellino.
Las formas eran signos. Los signos, eran los signos de la placa. Los signos tenían significado.
El significado apareció ante ella. Ella intentó gritar, avisar con un grito.
Pero cuando la oscuridad se cerró sobre ella, sólo quedó una imagen, una imagen de nubes arremolinadas, rojas, amarillas y blancas, hirviendo en una vorágine inmensa, capaz de engullir un planeta. Entonces ella se abandonó y cayó en ellas interminablemente…
Los médicos no permitieron a Blake ver lo que estaba pasando; protegieron su supuesta aprensión con una cortina de tela que ocultaba el cuerpo de Sparta desde el cuello hasta los pies.
La incisión fue incruenta y rápida; el escalpelo microtómico paralizaba los bordes de la herida al cortar la piel, el músculo y la membrana. Sparta yacía con un corte que iba del esternón al ombligo.
—¿Qué demonios es esto? —murmuró enojado el cirujano joven, apagada su voz bajo su traje estéril. Captó la mirada nerviosa de su ayudante hacia Blake. Gruñó y dijo—: Biopsia. Quiero saber lo que es antes de cerrar.
Siguiendo sus severas ordenes, abrieron a Sparta y la mantuvieron abierta con grapas; el médico introdujo el escalpelo, tijeras y pinzas. Extrajo todo el tejido resbaladizo y plateado que pudo, trabajando con rápida precisión alrededor de los vasos sanguíneos y órganos.
Dejaba los pedazos de material que extraía, sobre una bandeja.
Cuando el cirujano había sacado la última pizca accesible de debajo del diafragma, el técnico ya había regresado con un análisis espectrométrico con láser, y un gráfico generado por ordenador: la sustancia era un polímero conductor de cadena larga de una clase que ni el técnico ni el cirujano habían visto antes.
—Está bien, será mejor que cerremos. Por ahora, quiero que esta mujer quede bajo vigilancia intensiva hasta que sepamos lo que hace con esto el comité de investigación.
Los instrumentos curativos pasaron por encima de la herida, juntando los vasos sanguíneos y nervios separados, cerrando la piel, untando la carne con factores de crecimiento que borrarían todas las señales de la herida en cuestión de semanas.
Caminando Blake al lado de la camilla, sin soltar la mano inerte de Sparta, salieron del quirófano. El cirujano y sus ayudantes se asearon y salieron poco después.
En la oscuridad de la galería que daba al quirófano, un hombre había estado mirando hacia abajo a través del cristal. Unos ojos azules brillaban en su rostro ennegrecido por el sol, y su cabello gris era sumamente corto. Llevaba el uniforme azul de un comandante pleno de la Junta de Patrullas Espaciales; no lucia muchos galones sobre el bolsillo del pecho, pero los que llevaba testimoniaban un valor supremo y una habilidad mortal.
El comandante se volvió a un oficial que se encontraba un poco más atrás, en las sombras.
—Apodérese de ese informe, y luego borre la memoria de la máquina. Esta información no irá a ningún comité de hospital.
Su voz era dura, de la textura de las olas al batir en una playa rocosa.
—¿Y los que la han operado, señor?
—Explíqueselo, Sharansky.
—Ya sabe cómo son los cirujanos, señor. En especial los jóvenes.
Sí, lo sabía. Los cirujanos como aquel brillante tipo habían salvado su vida en más de una ocasión. Lo único que querían a cambio era que les adoraran.
—Primero trate de explicárselo. Si no lo entienden…
No terminó la frase.
Sharansky dejó que el silencio durara varios segundos antes de decir:
—Comprendido, señor.
—Bien. Si tiene que llegar tan lejos, vigile la dosis —gruñó él—. No quiero que se olviden de lo que saben hacer tan bien.
—Sí, señor. ¿Y la inspectora Troy, señor?
—La sacaremos de aquí esta noche.
—¿Y el señor Redfield?
El comandante suspiró.
—Sharansky, si no me cayera tan bien su primo Proboda, la arrestaría por esa estúpida acción. Vik quizá es un héroe estúpido, pero usted es sencillamente estúpida.
—¡Señor! ¿Estúpida es la palabra adecuada? Tal vez calculé mal…
—Tonterías. No le gustaba ese tipo y no le gustan los sindicatos. Tenía tres tarjetas de identidad en el bolsillo, y le dio a él la única que usted sabía que le causaría problemas.
Ella se irguió, tensa.
—Lo hice para distraer la atención, señor, de la investigación de la inspectora Troy.
—La próxima mentira será la última en este servicio, Sharansky.
Ella no respondió. Al cabo de un rato, dijo:
—Comprendido, señor.
—Bien. —Por un momento, la obsequió con una mirada gélida—. Los humanos son graciosos, Sharansky, necesitan cosas graciosas —dijo; y luego, bruscamente, se volvió—. Ella es un ser humano, a pesar de lo que intentaron hacerle. Y sea lo que sea lo que usted o yo pensemos de ese tal Redfield, en estos momentos ella lo necesita.