19

Blake permaneció sentado bajo el ojo de la pistola del hombre naranja durante media hora. Hacia el final del vuelo, hubo un breve momento de vértigo mientras el avión espacial giraba sobre su eje. Poco después, se restableció la sensación de peso cuando el Krestel comenzó a desacelerar.

El acicalado hombrecillo pelirrojo no se inmutó en ningún momento. Se apoyó cómodamente en el borde de la puerta de la cabina del piloto cuando el avión se puso de cola, confiando en que los ordenadores del avión se encargarían de los detalles, y sin dejar de apuntar a Blake. No había respondido a ninguna de las preguntas de éste, no había hecho ningún movimiento para acercarse a Blake o para alejarse de él, apenas había sonreído levemente cuando Blake se quejó de que tenía la vejiga llena y que necesitaba desesperadamente ir a la cabeza del avión. No le había dado a Blake ni la más mínima oportunidad de escapar a la mirada vacía de la pistola.

Una señal sonó en la cabina del pequeño avión.

—Es hora de ponerse el traje espacial —dijo animado el hombre naranja—. Encontrará el suyo en el armario que hay junto a la cámara de aire.

—¿Por qué debo ponerme un traje espacial? —preguntó Blake con aspereza.

—Porque le dispararé si no lo hace.

Blake le creyó. Aun así, lo intentó otra vez.

—¿Por qué quiere que me ponga el traje espacial?

—Lo sabrá en seguida, si decide ponérselo usted mismo. Aunque admito que me sería usted casi igualmente útil si estuviera muerto…, si me pidiera que le matara ahora y le metiera después dentro del traje.

Blake soltó el aliento.

—¿Para qué ahorrarle la molestia, si de todos modos me va a matar?

—¡Mi querido señor Redfield! Su muerte no es en modo alguno inevitable; de lo contrario, no habría estado aquí sentado, muerto de aburrimiento, contemplándole todo este tiempo. —Esbozó una sonrisa casi encantadora—. ¿Le he motivado bastante?

Blake no dijo nada, pero se aflojó el arnés con cuidado. Mientras el hombre naranja le observaba, Blake fue al armario donde estaba el traje, lo abrió, y empezó a colocarse el traje que colgaba allí dentro.

—¿Tengo tiempo para prerrespirar? —preguntó Blake.

El traje estaba preparado sólo para oxígeno, no para la presión del aire completa que había sido corriente en Marte. A menos que Blake purgara de su sangre el nitrógeno disuelto —proceso que requería horas— el gas produciría burbujas en su sangre debido a la baja presión del oxígeno del traje, causándole dolor en las articulaciones.

—No sea bobo, pero no importa —comentó el hombre naranja—. No tendrá tiempo de que le duelan las articulaciones. Unos minutos después de que usted y yo hayamos cruzado la puerta, los dos sabremos si vivirá o morirá.

—Es una idea reconfortante —murmuró Blake.

—Lamento confesar que su consuelo, aunque me concierne en lo abstracto, es una consideración que palidece al compararla con los objetivos más importantes por los que debe ser sacrificada.

Al no ir armado, a Blake no se le ocurrió ninguna respuesta a esa barroca expresión de sentimiento, así que se puso el traje espacial. Poco después, sonó otra campanilla.

—Espere —dijo el hombre naranja—. Estamos a punto de volver a la ingravidez.

El rugido de los motores del Krestel cesó unos segundos después. Blake y su capturador volvían a estar a la deriva. Como antes, el arma no vaciló apenas.

—Cierre su casco —ordenó el hombre naranja—. Ahora, a la cámara de aire. En seguida; y cierre la escotilla detrás de usted.

Blake hizo lo que se le ordenaba. Si se le había ocurrido atascar las escotillas, el hombre naranja fue demasiado rápido para él: se acercó volando y cerró la puerta rápidamente detrás de él.

Antes de que Blake pudiera agarrar la barandilla de seguridad, la escotilla exterior, accionada desde dentro, se abrió de golpe. El aire que había en la cámara salió en una ráfaga y Blake fue impulsado al espacio, girando y jadeando para respirar. Miró desesperadamente a su alrededor, tratando de orientarse.

Vio la enorme medialuna de Marte, que llenaba casi todo el firmamento. Vio una enorme roca negra, arrugada, estriada y llena de cráteres, que tenía que ser Fobos. Detrás de sí vio la silueta del delgado dardo del avión marciano ejecutivo de la empresa «Abastecimiento de Agua Noble», que él acababa de abandonar de un modo tan precipitado, la cubierta plateada reflejando el brillante sol amarillo y el rojo planeta Marte.

Y vio una larga nave blanca, un carguero, a unos cinco kilómetros de distancia, pero avanzando lentamente en dirección a él impulsada por cohetes de maniobra.

Deseó poseerlos aquellos cohetes de maniobra. Sin ellos, probablemente moriría, y pronto: la válvula de presión de su traje ya se encontraba en la reserva de emergencia. Calculó que, con la presión que tenía en los tanques, le quedaban cinco minutos de vida a lo sumo.

La escotilla exterior del Krestel se cerró firmemente.

Sparta se había dirigido cautelosamente hacia el norte, atenta al cielo y los canales de datos que el Doradus utilizaba para seguir la pista a sus misiles de búsqueda y destrucción. Una vez notó una llamarada en el horizonte occidental, siendo su espectro el de un misil que había explotado, y Sparta supuso que el exasperado oficial de control de fuego había visto una sombra humanoide; o, más probablemente, un ordenador anulado había dejado que dos misiles chocaran entre sí.

Sólo una vez vio un misil que iba a la deriva en lo alto. Manteniéndose totalmente inmóvil, con los sistemas de su traje espacial parados, confiaba en ser indetectable. Y sólo en una ocasión el propio Doradus apareció a la vista. Sparta permaneció paralizada entre dos rocas hasta que la nave se hundió de nuevo bajo el horizonte; sus señales de radio se hicieron más débiles. Sparta pensó que el comandante tenía que estar desesperado, para registrar el paisaje de la negra luna de forma tan aleatoria. Pero la posición de la nave ya no era la principal preocupación de Sparta…

… pues había alcanzado su meta. En el borde iluminado por el sol del Stickney se alzaban las brillantes cúpulas de aluminio de la Base de Fobos, intactas desde hacía medio siglo. Intactas y en perfecto estado.

Sparta necesitaba enviar un mensaje más lejos de lo que el intercomunicador del traje espacial podía transmitir. Lo que necesitaba era un amplificador y una gran antena.

En la torre de radio de la base de Fobos aún había un reflector montado, dirigido hacia un lugar en el cielo donde la Tierra había estado medio siglo atrás. Sparta subió sin esfuerzo a la alta torre y giró el reflector para situarlo en dirección al más cercano de los satélites de comunicaciones sincrónicas que orbitaban Marte. Cualquier cosa que se aproximara a la línea de visión serviría. El antiguo rayo del reflector no era tan riguroso.

Bajó rebotando hasta la cabaña que había en la base de la torre. Abrió de un empujón la escotilla y entró en el edificio vacío y mal ventilado.

Cerró la escotilla tras de sí y encendió la lámpara del casco. Vio el interior exactamente tal como los exploradores soviéticos y americanos lo habían dejado; o, al menos, como los administradores del monumento querían que los visitantes creyeran que lo habían dejado.

Habían sacado la basura. Un par de cafeteras manchadas estaban conectadas a la mesa. Había talonarios, asegurados a la mesa con «Velcro», siempre eficaz, aún legible lo escrito a bolígrafo. Un gran mapa de Marte, cubierto con plástico, estaba clavado a la pared.

Pero ahí estaba lo que Sparta buscaba: una radio en un estado excelente, montada sobre el banco. Sparta comprobó el medidor de potencia y vio que, después de medio siglo, multitud de electrones aún pululaban a través de sus capacitores superconductivos. Sparta estaba preparada para sacrificar parte de la potencia del traje, si tenía que hacerlo, pero al parecer no sería necesario.

El equipo de herramientas de la Mars Cricket le proporcionó lo que necesitaba para improvisar unos conectores y poder establecer conexión entre el intercomunicador del traje y el antiguo amplificador. Vaciló un momento antes de enviar su mensaje. Una vez iniciada la radioemisión, ella sería tan visible para el Doradus como éste lo había sido para ella; más aún, pues su mensaje sería recogido por los satélites de comunicación y reemitido, y, para oírla, el Doradus ni siquiera tendría que estar en la línea de mira.

No obstante, el molesto carguero tardaría un tiempo en dar la vuelta a la luna para ir hacia Sparta. Incluso sus misiles de búsqueda y destrucción tardarían preciosos segundos en llegar al objetivo. Sparta podía pedir ayuda y aún tendría tiempo para escapar.

—Junta de Control Espacial de la Estación de Marte, es una emergencia Código Rojo. Preciso ayuda inmediata. Repito: oficial con problemas en la Base de Fobos. Preciso todas las unidades que puedan prestar su ayuda. Junta de Control Espacial de la Estación de Marte. Esto es una emergencia de Código Rojo…

La voz que sonó en sus oídos sobresaltó a Sparta.

—Inspectora Troy, aquí el teniente Fisher, de la Junta de Control Espacial de la Estación de Marte. Estamos aquí para ayudarla. Indique su posición, por favor.

—Después —dijo ella—. ¿Dónde está usted?

—Control de posición, aproximadamente sobre el punto de sub-Marte.

—¿Ve el Doradus?

—Cuando veníamos, el Doradus iba a máxima potencia para colocarse en la órbita externa. No responden a las llamadas.

—Ordene confiscar el Doradus, prioridad triple-A.

—¡Procedo, inspectora!

—Nos veremos en la Base de Fobos. Quiero que venga solo.

—Repítalo.

—Quiero un oficial en la superficie, teniente. Sólo uno.

—Haremos lo que dice, inspectora…

Sparta apagó bruscamente la radio y salió de la cabaña, cerrando la escotilla tras de sí. Bajó como un pájaro planeador por las suaves y negras paredes interiores del Stickney, aterrizando en el borde de un cráter más pequeño, más joven, que había en el fondo. Penetró en el hoyo de protección provisional, giró, y fijó su ojo macrozoom en la estructura que acababa de abandonar.

Quizá el Doradus realmente huía, manteniendo las comunicaciones cerradas. Desde su posición, Sparta no lo veía. Quizá la Junta de Control Espacial realmente iba a rescatarla, en la persona del tal teniente Fisher. Pero Sparta conocía al personal de la Estación de Marte. Sí, había un tal Fisher, pero era un oficinista.

Esperó a ver si acudía a su cita en la Base de Fobos, un hombre o un misil.

Blake había estado girando, impotente, durante cuatro minutos cuando la escotilla del Krestel se abrió y salió una figura con traje espacial. El hombre naranja vestía un traje de alta presión con una unidad de maniobras completa. Llevaba algo que Blake no reconoció, pero parecía un arma. El hombre se colocó en dirección al borde de Fobos y salió lanzado. La escotilla se cerró automáticamente detrás de él.

El indicador de oxígeno de Blake mostraba la luz roja de «vacío».

El sol se hallaba detrás de la figura con traje espacial cuando éste pasó por encima del borde del Stickney, con los reactores de maniobra a plena potencia, y aterrizó en el cobertizo de la radio en la Base de Fobos. Sparta observó cómo Fisher aterrizaba expertamente fuera del cobertizo, abría la escotilla y desaparecía en su interior. Unos segundos más tarde, la escotilla se abrió y reapareció el hombre.

Se encontraba a medio kilómetro, pero para los ojos de Sparta era como si estuviera a medio metro. No podía verle la cara a través de la visera reflectante, pero sabía que no era miembro de la Junta Espacial. Llevaba un rifle de láser.

—Troy, ¿o debería llamarte Linda?, estoy seguro de que puedes verme. Y sé que tienes la placa. Si me la entregas ahora, es posible que aún tenga tiempo de salvar la vida de Blake Redfield.

La voz resonó en el interior del casco de Sparta, pero ésta no dijo nada. Que el hombre naranja se acercara a ella.

—¿Cuánto tiempo puedes esperar, Linda? Mis tanques de oxígeno están llenos. Tú llevas horas aquí. Al final te encontraré, cuando estés muerta; así que, ¿por qué no te rindes ahora y salvas a Blake? El pobre tipo está en el espacio, a la deriva, sin equipo de maniobra, sin un amigo a la vista, sin presión en sus tanques…

Que se acercara a ella…

—Ah, entiendo…, crees que quizás esto no es más que una hábil ficción. Pero ¿recuerdas? Tú misma has pedido que la empresa de Noble pusiera su avión marciano ejecutivo a disposición del señor Redfield. Tenías que haber preguntado quién era el piloto, aunque el nombre no te habría dicho nada. Por supuesto, me ha alegrado complacerte. Creo que ahora puedes ver al Krestel, si estás más o menos donde sospecho. Debería elevarse por el Este.

El brillante dardo de un avión marciano realmente había aparecido ante su vista por encima del borde oriental del cráter. Cuando Sparta miró más de cerca, vio un diminuto punto blanco suspendido a su lado, casi perdido en el negro fondo estrellado.

—Blake y yo nos hemos entendido bastante bien durante nuestro vuelo. Te aseguro que está suspirando porque yo vuelva.

—Aquí estoy —dijo Sparta.

Se irguió lentamente, manteniendo las botas en contacto con el suelo. La parte inferior de su cuerpo quedaba protegido por el borde del pequeño cráter. Que el hombre naranja se acercara…

—Ah…, muéstrame la placa, querida.

—En cuanto la tengas, me matarás.

—Me temo que tienes razón. Lamento profundamente no haberlo conseguido antes.

—¿Por qué he de creer que salvarás a Blake?

—Porque no mato por diversión, Linda. Le salvaré si puedo. Pero no puedo garantizarte que no sea demasiado tarde.

Muy despacio, Sparta se metió la mano en el bolsillo del muslo y sacó la placa. Su lisa superficie brilló bajo el fuerte sol, una estrella reluciente que contrastaba con las laderas negras del Stickney.

—Gracias, querida.

El hombre levantó rápido el rifle y apuntó. Su dedo enguantado apretó el gatillo cuando…

… una lanza de luz le atravesó.

Con precisión mortal, Sparta había dirigido el reflejo de la placa directamente hacia los ojos del hombre. Le vio retroceder y alejarse girando. Aunque el sol filtrado no era lo bastante brillante para cegarle a través de la visera —únicamente durante unos instantes— su visión debía de estar llena de resplandores en movimiento.

Sparta detestaba lo que hizo a continuación, pues habría arriesgado su vida antes que matar a otra persona; pero no tenía derecho a sacrificar a Blake por sus ideales desesperados. Levantó la escopeta y apuntó al hombre con exactitud inhumana. La explosión la hizo caer hacia atrás contra la pared del cráter. La bala se dirigió veloz hacia su objetivo, sin resistencia y con una desviación insignificante.

Pero el hombre había sido rápido. Se había alejado del doloroso brillo del espejo dando un salto y echándose en tierra. La ráfaga de Sparta hizo un agujero desigual en el aluminio de la cabaña de radio de la Base de Fobos, detrás de donde había estado el casco del hombre. Cuando Sparta hubo recuperado el equilibrio y preparado el arma otra vez, él se hallaba fuera del alcance de su vista.

Su intercomunicador aún le llegaba.

—Un buen intento, Linda. Tú y yo podríamos efectuar una interesante competición. Pero no somos las únicas personas implicadas en esto.

Ante los ojos de Blake bailaban unas manchas negras. La dolorosa presión para abrir la boca y aspirar aire se hacía insoportable. Sabía que si hacía eso, no habría aire para respirar. También sabía —aunque tuvo que realizar un esfuerzo extremo para persuadirse a sí mismo de esta verdad— que el oxígeno disuelto en la sangre perdura muchos minutos después de que el cerebro registre el hecho de que uno se está asfixiando.

El moderno traje espacial es el resultado de más de un siglo de desarrollo, y una de las primeras mejoras fue el perfeccionamiento del equipo intercambiable de mantenimiento de la vida. A diferencia de los trajes espaciales de los años mil novecientos ochenta y los noventa, los tanques de los trajes presurizados y los trajes para el espacio profundo podían cambiarse fácilmente en el vacío.

El tanque de Blake estaba vacío, así que se lo había quitado.

Blake contuvo el aliento mientras giraba lentamente en el espacio. Se dejó girar una vez, después otra, contando con toda la precisión posible:

—Uno, mil, dos, mil, tres, mil…

Si le faltaba el oxígeno, el cálculo no le serviría de nada, pero por el momento, aún confiaba en su razón. Se sentía eufórico.

Cuando estaba de espaldas al avión marciano, arrojó el paquete con todas sus fuerzas. Tenía una masa de una fracción de la de él y el resto del traje juntos, y se alejó con rapidez. Blake avanzó hacia atrás más despacio… pero de modo inevitable.

Sonrió. El bueno de Isaac Newton.

Cuando alcanzó el Krestel, estaba medio vuelto hacia él. En la superficie aerodinámica del avión no había nada donde agarrarse, pero cogió el borde que sobresalía del ala oscilante y se aferró a él para conservar la vida. La manivela de la cámara de aire estaba muy cerca de su mano, pero ahora todo aquello empezaba a parecer divertido. Blake dejó escapar una risita. Deseaba no sentirse tan bien. Eso significaba que iba a morir pronto.

Se soltó y flotó hacia la manivela. La aferró. ¿Y ahora qué?

La hizo girar. La escotilla se abrió con tanta fuerza que Blake estalló en un paroxismo de risa. De alguna manera, una correa de su manga quedó prendida en la manivela. Eso le salvó la vida; al abrirse, la escotilla le habría empujado lejos de Fobos.

Penetró en la cámara de aire y golpeó, como ebrio, los botones de la pared. La escotilla se cerró tras él. La cámara se llenó de aire.

Pero no le llegó al interior del traje. El mundo se había estrechado hasta convertirse en un diminuto punto de luz antes de acordarse de abrir su casco.

—Llamando al piloto del Krestel. Aquí Blake Redfield llamando al piloto del avión marciano de la «Noble». Te estoy hablando a ti, pero todas las naves que están en el espacio de Marte oyen lo que te digo. Todo el mundo en ese carguero oye lo que te digo. Todos los de Control de Tráfico de la Estación de Marte oyen lo que te digo. Estoy sentado en el asiento de la izquierda de tu avión, Red, y será mejor que esperes que alguien venga a sacarte de esa roca, porque yo no voy a permitirte volver a entrar.

Sparta reconoció su voz antes de que emitiera la primera frase.

—Blake, escúchame. Blake, soy Ellen. Escúchame.

—¡Ellen!

—Emprende una acción evasiva inmediatamente. Eres un objetivo. Emprende acción evasiva inmediatamente. ¿Me oyes? ¿Me entiendes? Debes…

Sparta vio los cohetes del avión marciano estallar en una llamarada azul. Blake había comprendido lo suficiente como para actuar de acuerdo con la advertencia. Sparta esperó, angustiada, mientras el Krestel giraba en el firmamento…, esperando el torpedo del Doradus.

En los últimos segundos, el propio Doradus había aparecido en el Este, al alcance del Krestel.

Un estallido de interferencias en la comunicación le llegó a través del intercomunicador. Y, en ese momento, vio al hombre naranja que surgía de su escondrijo y echaba a correr: corrió a lo largo del borde norte del Stickney con pasos asombrosos, uno, dos, tres…, cien metros, doscientos de un salto, y luego se estiró como un saltador de longitud, se encumbró fuera de la superficie de la luna. Los reactores de gas de su equipo de maniobra resoplaron y aumentaron la fuerza de despegue. La figura blanca se empequeñeció en dirección al Doradus.

Sparta no lo perdió de vista. La explosión de la escopeta, no estorbada por la atmósfera, no desviada por la fuerte gravedad, le habría detenido en cualquier punto de su trayectoria. Eso se habría repetido una y otra vez; quizá sólo una bala sólida habría hecho impacto en su casco. Eso habría bastado.

Sparta bajó el arma.

Casi antes de que la escotilla de la cámara de aire del Doradus se hubiera cerrado detrás de él, hubo una repentina explosión de los chorros de dirección y la nave pirata salió disparada. En cuestión de segundos el Doradus se empequeñeció en dirección al sol, por fin libre de Fobos. Sparta se preguntó si el comandante de la nave se alegraba de abandonar, aunque fuera derrotado, aquel miserable pedazo de roca que, de forma tan irritante, le había impedido hacerse con lo que debiera haber sido una presa fácil.

Entretanto, el Krestel giraba como un trompo.

—Blake, intenta controlar esa cosa y sitúala de manera que yo pueda subir a bordo.

—Lo estoy intentando, Ellen. Lo estoy intentando.

Una voz femenina intervino por el canal del intercomunicador del traje.

—Inspectora Troy. Inspectora Troy. Aquí la inspectora Sharansky. Junta de Control Espacial. Respondemos a su petición de ayuda. Por favor, informe. Inspectora Troy…

—Aquí Troy.

—¿Troy? ¿Es usted?

—Soy yo, Sharansky, tengo que decirle una cosa.

—Adelante, por favor.

—Muy bien calculado.