Quinta parte
EL JUEGO DEL ESCONDITE

17

La superficie de la luna Fobos se declara zona restringida por la autoridad de la Junta de Control Espacial. Los grupos no autorizados que aterricen en Fobos serán arrestados.

El anuncio se repitió automáticamente en el canal consultivo de navegación, un canal escuchado automáticamente por todas las naves en el espacio de Marte.

Este mensaje se alternaba con otro: Mars Cricket a la unidad de la Estación de Marte, Junta de Control Espacial: oficial requiere ayuda inmediata en la Base de Fobos. Código Amarillo.

El comandante del Doradus llegó al puente menos de un minuto después de la primera recepción. Se sentó en el asiento de mando, detrás del piloto y el ingeniero, alisándose el espeso cabello gris a los lados de su cabeza patricia. Tenía un aire de distinción inusual en un capitán de un carguero espacial, y su tripulación, impecable con sus uniformes blancos, parecía más la tripulación de un yate privado.

El comandante escuchó la transmisión.

—La has interferido, ¿verdad?

—Sí, señor. Hemos establecido contramedidas electrónicas después de la primera transmisión. Creemos que hemos logrado interceptar al menos la segunda parte de la última, la petición de ayuda. Hemos enviado un misil «MCE»[1] para sustituir los códigos transpondedores de la nave de origen.

—¿No detectarán el misil?

—No creemos que la nave de origen tenga el equipo necesario para detectar los «MCE».

—¿Cuál es la nave de origen?

—La Mars Cricket; es una lanzadera planetaria, señor.

—¿Alguna respuesta de la Estación de Marte?

—Ninguna indicación de haber recibido el mensaje, señor.

—¿La trayectoria de la lanzadera?

—Ahora se está acercando a Fobos. El ordenador sigue su trayectoria de regreso a Labyrinth City.

—Ha salido de Marte.

—Sí, señor. El efecto «Doppler» indica que, con el rumbo actual, se reunirá con Fobos aproximadamente dentro de treinta minutos.

—¿Nuestra hora estimada de llegada?

—Señor, hemos estado siguiendo nuestro plan de vuelo original. Nuestra órbita elíptica sin motores…

—Sí, sí…

—… sitúa nuestro acercamiento a Fobos en poco menos de dos horas.

—Abandone el plan. Siga una trayectoria con motores hacia Fobos. Si el control de tráfico le presiona, diga que creíamos que habíamos solucionado los problemas de nuestro motor, pero que estábamos equivocados. ¿Cuál es la mejor estimación?

El piloto tecleó brevemente el teclado del ordenador de navegación. La respuesta apareció al instante.

—Con aceleración y desaceleración continuas, cuarenta y nueve minutos, señor.

—Ejecute el programa.

—Sí, señor.

—El control de fuego tiene que armar dos torpedos.

Sparta se hallaba sola en la lanzadera requisada, calculando su propia trayectoria de vuelo de gran potencia, directamente a partir de las lecturas de los instrumentos, más de prisa de lo que los ordenadores de la nave podían hacerlo por ella. A través de las estrechas ventanas de cuarzo de la lanzadera ya se veía la negra roca llena de cráteres que era Fobos.

También requería su atención la señal luminosa del Doradus, que brillaba en la pantalla plana de navegación, aunque en la línea de visión, desde la perspectiva de Sparta, el carguero estaba bajo el horizonte de Marte. La Estación de Marte acababa de hundirse en el horizonte opuesto, pero los satélites de navegación seguían vigilando el espacio de Marte y a todos los objetos que se encontraban en él, y automáticamente retransmitían los datos posicionales a todas las naves, a través del control de tráfico de la Estación de Marte.

Para llevar a cabo esta tarea, el control de tráfico necesitaba cooperación en forma de rayos, del transpondedor; o, sin esta cooperación, precisaba un blanco suficientemente grande para que el radar lo viera. La lanzadera Mars Cricket y el carguero Doradus eran demasiado grandes para no ser detectados, aun sin transpondedores.

Pero Sparta sabía que, dos semanas atrás, un objeto había aterrizado en Fobos sin ser detectado. Los penetradores no eran lo bastante grandes para ser vistos en un radar de campo amplio, y se anunciaban sólo si estaban programados para ello.

Los penetradores —más formalmente, cohetes penetrómetros de combustible sólido—, estaban hechos para ser lanzados desde un vehículo en órbita o un avión marciano hacia Marte, no hacia el espacio. Sólo una porción muy pequeña del planeta seco había sido visitado por seres humanos. En la enorme extensión restante, los penetrómetros servían como estaciones de observación operadas por control remoto para las regiones en las que los exploradores todavía no habían puesto los pies.

Las secciones de carga útil de los cohetes, blindadas y en forma de flecha, estaban construidas de tal manera que soportaran la colisión con la sólida roca sin destruir los instrumentos que contenían. Las secciones de cola, provistas de finas aletas como plumas de flecha, se desprendían cuando las cabezas chocaban contra la roca; la cola permanecía en la superficie, y de ella salía un cable, mientras la cabeza se hundía en la tierra, y desplegaba una antena de radio para enviar telemetría a receptores remotos. El transmisor comunicaba datos sísmicos y geológicos procedentes de los instrumentos soterrados.

Si se extraían los instrumentos científicos de un penetrador, se tenía una cavidad de tamaño suficiente para contener la placa marciana. Lanzando el penetrador al aire, se tenía energía suficiente para alcanzar la órbita de Fobos.

La materia carbonosa desmenuzable de aquella luna habría tragado fácilmente la cabeza del cohete, al chocar ésta con ella. Programando la sección de cola para enviar una señal codificada, se podía localizar sin problemas el tesoro escondido.

La placa marciana había sido sacada de Marte la misma noche en que fue robada. Ningún radar, ni ningún ordenador de navegación habían notado siquiera su paso. Desde entonces, la placa estaba esperando en Fobos a que el Doradus la recogiera.

El Doradus había esperado a que la Estación de Marte y Fobos, en sus órbitas próximas pero no iguales alrededor de Marte, hubieran viajado hasta casi lados opuestos del planeta. Cuando al fin los dos cuerpos se hubieran situado en las posiciones relativas correctas, un oportuno fallo del motor, durante el lanzamiento, permitiría al Doradus acercarse de manera tranquila y absolutamente inocente, a la pequeña luna.

Nadie notaría que un grupo abandonaba el Doradus para efectuar una visita rápida a la superficie de Fobos. Nadie sospecharía cuando, poco después de que el grupo hubiera regresado a la nave, el problema de control del motor del carguero se hubiera solucionado, y éste saliera disparado hacia los asteroides.

Sparta se inclinó sobre la consola de mando del Mars Cricket y accionó algunos interruptores. Los cohetes del sistema de maniobra de la lanzadera se encendieron como morteros. En el exterior, las estrellas empezaron a girar mientras el aparato alado rotaba sobre su eje vertical. Otra explosión de fuego de mortero, y las estrellas dejaron de girar.

Accionó los disparadores del motor principal y empujó lentamente el acelerador. En cuestión de segundos, el peso de Sparta pasó de la nada a seis veces más de lo normal, aplastándola en el asiento de aceleración. La Mars Cricket estaba sobre la cola, desacelerando rápidamente para igualar la órbita de Fobos.

Unos minutos más, y dejaría el aparato vacío en el espacio. No había recibido respuesta a su petición de ayuda a la Estación de Marte. Recordó la queja de Blake respecto a la tapadera demasiado gastada, y se preguntó si realmente era víctima de la incompetencia. ¿La habrían traicionado? Ella sabía, por experiencia, que el Espíritu Libre podía penetrar en cualquier agencia gubernamental que deseara.

Pero a Sparta no le preocupaba seriamente su propia seguridad; su declaración pública, designando a Fobos área restringida y anunciando la presencia de la Junta Espacial en la pequeña luna, debería detener al Doradus. Lo único que ella tenía que hacer era aterrizar primero en Fobos, e iniciar la búsqueda de la placa.

Sparta habría capturado el Doradus y arrestado a la tripulación, si hubiera tenido alguna prueba. Pero sólo se trataba de intuición. Más adelante, la Junta Espacial podría poner al Doradus bajo vigilancia permanente.

Lo importante era localizar la placa. Sparta no tenía ninguna duda acerca de que, si la tripulación del Doradus conseguía la placa antes que ella, el precioso objeto estaría demasiado bien escondido cuando el carguero llegara a su destino, como para que ninguna inspección de aduana, por muy rigurosa que fuera, pudiese descubrirla.

Lo peor era que si la tripulación del Doradus se resignaba a perder la placa para siempre, una vez estuviera bajo aceleración podrían, simplemente, lanzarla en una trayectoria aleatoria que, tarde o temprano, la arrastraría al espacio interestelar.

El rugido de los motores principales del Mars Cricket calló de pronto, dejándole a Sparta los oídos zumbando. Fuera de las ventanas de cuarzo, la superficie de Fobos ocupaba todo el campo visual, y había eclipsado a todas las estrellas. Introdujo en el ordenador instrucciones para el mantenimiento en órbita, y bajó a la cámara de aire de la tripulación.

En el interior de la pequeña cámara, Sparta precintó su casco y cerró la escotilla tras de sí, haciendo girar la rueda para que quedara hermética. Las luces de aviso pasaron del verde al amarillo. Sparta oprimió los botones y las bombas comenzaron a succionar el aire de la cámara.

Su traje era de alta presión, con juntas mecánicas que no se endurecían bajo la presión atmosférica del aire; estaba hecho para trabajos de emergencia, cuando no había tiempo para el largo período de prerespiración necesarios para purgar el nitrógeno de la corriente sanguínea. Los tanques de aire comprimido de Sparta estaban llenos; los indicadores del traje mostraban que podría sobrevivir seis horas sobre la superficie de Fobos. Su equipo de maniobra estaba totalmente cargado de gas.

En la pared de la cámara había una bolsa de malla fina que contenía herramientas para emergencias: llaves inglesas con neutralizador de retroceso, cinta, parches adhesivos, gel sellante, alambres, conectores, un soldador de láser con una batería de alimentación. Sparta sacó el equipo de herramientas, y esperó a que las bombas se pararan.

Se encendió el letrero de advertencia rojo: PELIGRO. VACÍO. Sparta levantó el cierre de seguridad de la rueda de la escotilla exterior, la hizo girar y empujó la gruesa puerta redonda. Medio kilómetro más abajo se extendía un mar negro de polvo y cráteres. Sparta puso las botas en el borde de la escotilla y saltó. Cuando se encontró lejos del Mars Cricket, utilizó los propulsores de maniobra del traje para descender lentamente hacia Fobos.

Avanzó con cautela por el estrecho canal de vacío, escuchando por el intercomunicador de pequeño alcance cómo el Mars Cricket seguía emitiendo automáticamente su vídeo, y su llamada pidiendo ayuda a todas las naves y satélites del espacio cercano. La lanzadera era su intercomunicador con la Estación de Marte; mientras estuviera en la línea de visión de Sparta, el canal del traje podría retransmitir a los satélites que orbitaban Marte.

¿Por qué la Estación de Marte no había respondido al mensaje «oficial necesita ayuda»? Sparta empezaba a preguntarse cuán útil le sería el intercomunicador a través de la lanzadera, en caso de necesitarlo.

Las botas de Sparta tocaron suavemente la superficie polvorienta de Fobos, y ella pudo notar el crujido del polvo bombardeado por los meteoritos. Cabeza arriba, comprobó su posición. La única luz era el resplandor ocre de Marte, que destacaba en el horizonte cercano y llenaba una tercera parte del firmamento; el Sol se hallaba bajo en el horizonte. Pero la luz de Marte era suficiente para los objetivos de Sparta, y le permitía ver muy bien. Permaneció de pie en el centro de una planicie irregular de unos dos kilómetros de ancho, rodeada por grupos de colinas bajas por encima de las cuales Sparta podía saltar fácilmente si lo deseaba. Las colinas, de hecho, eran bordes de cráteres. El más alto de ellos, recortada su silueta sobre Marte, era el borde del Stickney, donde las estructuras de la Base de Fobos se conservaban mejor que las tumbas de los exploradores perdidos en el hielo del Ártico.

Sparta se dirigió hacia la base y descubrió que su primer paso la elevaba en el vacío. Recordó haber oído una historia, mucho tiempo atrás, acerca de un hombre que, por accidente, había salido de Fobos dando un salto. En realidad eso no era posible —aunque sí lo habría sido en Deimos—, ya que la velocidad de escape aquí era aún mayor de lo que podía alcanzar una persona con taje especial, corriendo. Pero si no iba con cuidado, muy fácilmente podría encontrarse a una altura desde la que tardaría horas en regresar a la superficie, riesgo que no podía permitirse correr. Disponía de una cantidad limitada de gas de maniobra, y se proponía conservarlo. Hasta que llegaran refuerzos, tenía que pensar en la posibilidad de que el Doradus no hiciera caso de su aviso. Sparta no tenía intención de exponerse en el espacio.

Dando tres largos saltos, Sparta, rápidamente, llegó al Stickney. Se estabilizó en el borde del profundo cráter y se volvió para mirar la Mars Cricket, que colgaba cabeza abajo en el espacio, brillando sus achaparradas alas a la luz de Marte, en contraste con las estrellas blanquecinas.

Mientras miraba, un chorro de luz partió en dos el negro firmamento, y tocó la lanzadera. Al instante, una bola de resplandor estalló con tanto brillo que Sparta apenas tuvo tiempo de echarse hacia atrás por encima del borde del Stickney. Los polarizadores automáticos de la placa frontal le salvaron los ojos, pero el paisaje quedó sembrado de restos procedentes de la explosión. Fragmentos de metal rebotaron en el borde donde Sparta había estado antes; a una velocidad superior a la de escape, se precipitaron al espacio.

En el punto cero bajo la Mars Cricket, Sparta habría quedado despedazada. Esta vez, su buena suerte sólo había sido eso.

La tripulación del Doradus era demasiado disciplinada para lanzar gritos de entusiasmo, a menos que el comandante indicara que era oportuno hacerlo; no obstante, se oyeron murmullos de entusiasmo en el puente.

Cuando el oficial de control de fuego confirmó que la Mars Cricket había sido destruida, el comandante mantuvo una calma juiciosa. Con suerte, la entrometida oficial de la Junta Espacial todavía se encontraría a bordo en el momento de la explosión.

Lamentablemente, no podía confiar en ello.

Las comunicaciones no indicaban que el control de tráfico de la Estación de Marte hubiera detectado el disparo del torpedo. Los satélites que rodeaban Marte no habían sido diseñados para detectar armas ni para la guerra. Pero el comandante tampoco podía confiar en ello.

Las falsas señales de un «MCE» radioguiado estaban siendo enviadas para persuadir al control de tráfico de que la lanzadera aún existía; el señuelo había seguido al torpedo letal hacia la lanzadera condenada a muerte, y había comenzado a emitir una imitación del código del transponedor de la Mars Cricket, y una signatura de radar característica, mientras se alejaba lentamente de Fobos. ¿Cuánto tiempo transcurriría hasta que alguien decidiera cuestionarse la extraña trayectoria de la lanzadera requisada? ¿Qué había dicho ya la oficial de la Junta Espacial que la había requisado, a la gente de tierra? Éstas eran preguntas sumamente preocupantes.

Detrás de su máscara patricia, el comandante del Doradus era un hombre asustado.

Desde el momento en que había oído por primera vez la orden prohibiendo el aterrizaje en Fobos, había tenido que resistir la fuerte tentación de obedecerla. El aviso no hacía mención de la placa marciana; ¿por qué iba a arriesgarse a que descubrieran su nave? Habría sido sencillo atenerse a la falsa historia del fallo del motor, regresar a la Estación de Marte para «repararlo», y esperar a otro día para recuperar la placa.

Porque el Doradus no era lo que parecía. Tenía las líneas de un típico carguero atómico, con un módulo delantero para la tripulación, y compartimientos de carga separados de los tanques de combustible de popa y de los motores, mediante un largo botalón central, pero estas torpes líneas ocultaban su auténtico poder. Sus grandes tanques de combustible estaban segmentados, y acarreaban combustible para dos sistemas separados de propulsión: sus motores atómicos eran complementados por una antorcha de fusión comparable a las que propulsaban los cúters de la Junta Espacial. Escondidos en los compartimientos de carga había no sólo «MCE» teledirigidos y señuelos «EW», sino también torpedos ultrarrápidos y «BYD» lentos, misiles de búsqueda y destrucción.

No era para esta sencilla misión a Fobos para la que el feo Doradus había sido armado en secreto con suficientes armas y dispositivos electrónicos para destruir un cúter de la Junta Espacial, o toda una estación, y el comandante, sin duda, podría argumentar, ante los que le habían equipado y enviado allí, que el riesgo de poner en peligro esa otra misión, más importante, era demasiado grande.

Pero el comandante sabía lo que significaba en realidad el aviso de navegación. La investigadora de la Junta Espacial —se llamaba Troy, le habían dado una ficha suya—, seguramente había deducido la verdad.

Mucho peor que revelar los secretos del Doradus, mucho peor que caer en manos de la Junta Espacial, sería caer en manos de sus colegas…, si no lograba utilizar todos los medios a su alcance para recuperar la placa marciana. Ningún artefacto del sistema solar era más preciado para los prophetae, o más próximo a un objeto de culto por parte de éstos.

El Doradus sería un devorador invencible de cúters armados y de estaciones espaciales, cuando llegara el día milenario, pero ¿qué haría esa nave formidable contra una mujer sobre una roca? De todos los aparatos de transporte inventados hasta entonces, un carguero espacial era, sin duda, el menos maniobrable.

El Doradus podía descender directamente hasta el borde del cráter, investigar la superficie de Fobos con sensores ópticos e infrarrojos y radares, y erradicar cualquier cosa que se moviera. Pero esa tal Troy podía dar media docena de vueltas en aquel pequeño mundo, mientras la tripulación persuadía al Doradus de que diera una.

Una nave espacial acelera a lo largo de su eje mayor, y cualquier desviación importante de la línea recta, exige girar la nave utilizando los chorros de control de posición o, en caso de emergencia, los giroscopios de protección, de manera que los motores principales pueda explotar en distinta dirección. Un carguero típico, como el que pretendía ser el Doradus, tiene una masa de varios miles de toneladas, lo que no le permite ser rápido. Además, en lo que se refiere a maniobrabilidad, no es la masa sino el momento de inercia lo que más importa, y como un carguero es un objeto largo y pesado, su momento de inercia es colosal.

En ninguna circunstancia el motor principal de un carguero es demasiado potente para maniobras pequeñas; para traslaciones orbitales menores —como dar vueltas en espiral alrededor de un asteroide o una luna pequeña—, se utilizan los pequeños cohetes del sistema de maniobra. Pero trasladar el Doradus a través de unos grados de arco, aunque fueran pocos, sólo con los cohetes de maniobra requería varios minutos.

En situaciones corrientes, estas desventajas no son graves; al menos no para un carguero que espera la cooperación del objeto con el que tiene que reunirse. Tampoco para una nave de guerra disfrazada que intenta atacar a sus enemigos o, si fracasa, destruirlos a miles de kilómetros de distancia, tal como había hecho el Doradus con la Mars Cricket.

Pero que el objetivo se moviera en círculos de diez kilómetros de radio, iba contra las reglas y el comandante del Doradus se sentía furioso. Troy estaba allí abajo, lo presentía. Y no jugaba limpio.