16

Cuando el chip saltó del ordenador, Sparta se lo metió en el bolsillo. Contempló la pistola de tiro al blanco de Prott, que aún permanecía en su escondrijo. La descripción exacta que había efectuado Prott, confirmaba la evidencia de los sentidos de Sparta, la evidencia que ella no había querido aceptar: el hombre naranja. El hombrecillo naranja, nervioso, pulcro y mortal.

Y ahora ella podía clasificar aquella presencia débil y amenazadora, separarla incluso del penetrante olor a sangre que se percibía en el aire. Era el olor de aquel hombre, y para Sparta era primordial, indeleble y amenazador como el olor de un animal feroz para el hombre de las cavernas.

Años atrás, Sparta, incapacitada porque su memoria activa había sido destruida deliberadamente, era paciente de un sanatorio de Colorado. El hombre naranja había ido hasta allí para matarla. Un médico murió intentando salvarla. Tres años antes de aquello había visto al hombre naranja con sus padres, en Manhattan; era la última vez que recordaba a sus padres vivos. Pero su subconsciente le decía que había más cosas guardadas en su memoria, aunque no podía recordarlas.

El hombre naranja. Según el chip de Prott, Sparta sabía lo que debía haber ocurrido la noche en que Morland y Chin fueron asesinados. Demostrarlo sería más difícil.

Marcó un número en el teléfono de encima del escritorio.

—Póngame con el teniente Polanyi. Con su casa, si es necesario. Soy la inspectora Troy; asunto oficial urgente.

Sparta acompañó a un Polanyi soñoliento y a dos de los patrulleros locales, durante la investigación, en la oficina de Prott, reconstruyendo los hechos con ellos. Se inclinaron y examinaron el cuerpo del infortunado director del hotel; después, mientras uno de ellos fotografiaba el cuerpo muerto desde todos los ángulos posibles, los otros se pusieron a su alrededor.

Ella les mostró el compartimiento secreto que contenía la pistola —bastaron unos segundos en la terminal del ordenador para establecer que el arma estaba, realmente, registrada a nombre de Prott—, pero no mencionó el chip que había encontrado con el arma. Sentía un extraño disgusto por las mentiras claras; por eso, sin decirlo, dejó que el teniente creyera que Prott le había transmitido sus sospechas antes de la cita para cenar juntos.

—¿Usted se ha creído esta historia? —Polanyi no tuvo reparos en ocultar su escepticismo—. ¿Alguien más vio a ese hombre naranja?

—Todavía no lo sé, teniente —respondió Sparta con frialdad—. No he interrogado al encargado del bar del «Salón Phoenix», ni a ninguno de los demás testigos potenciales. Creo que usted y sus colegas son lo suficientemente competentes como para ocuparse de eso.

—Si otra persona efectuó los disparos, ¿cómo es que él estaba en posesión del arma asesina?

—Me habría enterado de ello si él hubiera acudido a nuestra cita, estoy segura. Entretanto, está claro que Prott no se disparó. Ni con esta pistola ni con ninguna otra arma.

El rechoncho teniente aceptó este punto, con acritud, y no dijo nada.

—¿El puerto de lanzadoras, teniente? —sugirió Sparta con voz tranquila—. ¿Las terminales de camiones? ¿No sería buena idea buscar a un hombre que responda a esa descripción antes de que desaparezca?

—No somos estúpidos, inspectora. Todas las salidas de Labyrinth City han estado vigiladas constantemente desde la noche de los asesinatos. En particular, hemos vigilado el tráfico que sale del planeta. Si ese hombre naranja al que alude ha asesinado a Prott, le garantizo que no se irá de Marte.

Y ella tendría que contentarse con esto, por el momento. Había ocasiones en que lo único que uno podía hacer era esperar; esperar y responder a las preguntas de la burocracia.

La burocracia tenía montones de preguntas que hacer. Transcurrieron horas antes de que Sparta se desplomara, exhausta, sobre la cama del hotel.

Por la mañana.

Medio dormida aún, Sparta buscó a tientas el intercomunicador que sonaba.

—Aquí Ellen Troy. ¿Quién llama?

—Soy Blake, Ellen.

—¿Blake? ¿Esta línea es segura?

—No utilizo la clave, pero no importa. Mi tapadera se ha descubierto. —Bajó la voz y dijo en un susurro—: Me alegro de oírte.

—Y yo de oírte a ti.

Blake estaba de pie en un gran cobertizo de acero mirando, a través del grueso cristal de una ventana, hacia una pista sucia y tosca que recientemente había sido nivelada y cubierta con endurecedor de polímeros. En la plataforma, la tripulación de tierra, con trajes presurizados, llenaba de combustible un avión espacial plateado, el Kestrel. Tenía las alas desplegadas y caídas; de las grandes boquillas que bombeaban hidrógeno y oxígeno líquidos a sus tanques impulsores, salía vapor.

—¿Cuándo has llegado?

La voz de Sparta llegó al pequeño altavoz del intercomunicador de campo.

—Hemos entrado hace unas tres horas, en plena oscuridad. Ahora hay luz. Estoy en la pista de aterrizaje tratando de conseguir que alguien me lleve. Tienen a Khalid en la clínica, bajo observación, pero está en buena forma. ¿Y tú?

—Llegué ayer. Si hubiera sabido que podía ponerme en contacto contigo…

—Ningún problema. Nos enteramos de que estabas bien. Fue un vuelo largo.

—Tuve suerte. ¿Cómo te descubrieron?

—Lydia Zeromski casi me hizo confesar. —Se apartó de la ventana y del hombre que le miraba con curiosidad desde detrás del mostrador del cobertizo de operaciones—. Al parecer, yo no era el primer Mycroft; alguien de la Junta Espacial utilizó esta identidad anteriormente, para jugar sucio con el Gremio de Trabajadores de Fontanería.

—Eso es una violación de la política de la Junta Espacial.

Blake sonrió.

—En ese caso, quiero verte despellejar a alguien por ello. Por ahora, limítate a sacarme de aquí.

—¿No te gusta el alojamiento?

Blake pudo percibir a través de la voz, la sonrisa de Sparta.

—Lejos de mí la intención de quejarme. —Miró a su alrededor, las paredes de acero pintadas en un tono verde hospital y blanco, los gráficos y montones de hojas de fax amarillentas que colgaban de unos clavos—. El campamento está un poco bajo en Taittinger, por lo demás es un lugar encantador, parecido al Archipiélago Gulag. Sólo le falta el decorado de nieve siberiana.

—Entonces, ¿qué te retiene?

—Estoy seguro de que los matones de por aquí estarían encantados de no volver a verme, por eso no hay problema. Y Lydia, ahora, es mi compañera. Decidió no dejar mis huesos al viento, y me llevará cuando se marche, dentro de un par de días. Pero no hay nada hasta entonces.

—¿Y el Proyecto de Formación de Tierra? ¿No van a recoger a Khalid?

—Khalid dice que quiere quedarse unos días. Enviarán un avión marciano para que lo recoja la semana próxima. Los aviones marcianos, después de tu experiencia… Bueno, de todos modos, yo esperaba ir en el avión espacial de Noble.

—Conoces a Noble. ¿Puedes llegar hasta él?

—Lamentablemente, ha sido imposible ponerse en contacto con mi viejo amigo, durante los últimos meses. A los chicos de aquí, los del campo, les he contado la verdad, que estoy ayudando en las importantísimas investigaciones de la importantísima inspectora Ellen Troy de la Junta de Control Espacial (lo cual, incluso sin el aval de Jack Noble, me convierte a mí mismo en algo importante), y que preciso transporte inmediato hasta Labyrinth City.

—¿Qué han dicho ellos?

Blake miró a los dos personajes peludos de detrás del mostrador; la mujer tenía un aspecto menos amistoso que el hombre.

—Digamos que…, la historia les ha divertido. Han dicho algo referente al coste del hidrógeno líquido. Quizá si tú me respaldaras…

—Lo haré. Ahora necesito hablar contigo de otra cosa. Conecto el canal de mando.

—Me taparé los oídos.

El intercomunicador crujió y se sintonizó de nuevo.

—¿Me escuchas, Blake?

—Esto debe estar atravesando tres satélites, por lo menos…

—¿Me recibes?

—La transmisión va a saltos, pero te oigo.

—Está bien.

—¿Qué has averiguado?

—Todavía no puedo demostrarlo —respondió ella—, pero creo que los asesinatos de Morland y Chin están resueltos. Khalid y Lydia no tuvieron nada que ver con ello.

—Muy astuta, Ellen. Eso ya lo había adivinado yo solo.

Ella no hizo caso de su sarcasmo.

—Dewdney Morland tenía intención de robar la placa marciana, con un cómplice. Morland tenía que parecer la víctima de un atacante anónimo; probablemente esperaba ser drogado. Pero, en lugar de ello, su cómplice le mató. —Sparta recitó brevemente el contenido del chip de Prott, su identificación y persecución del hombre naranja—. Prott no mencionó que oyera disparos, sólo la alarma. Por eso corrió al vestíbulo, y allí encontró el cuerpo de Morland, y después el de Chin.

—¿Crees que Chin estaba muerto antes de que Prott oyera la alarma?

Blake miró hacia el mostrador de recepción. Hablando en voz baja.

—Sí. Chin debió de sospechar algo y llegó antes de que tuviera lugar el encuentro.

—¿Crees que Morland mató a Chin? —preguntó Blake en un susurro.

—Sí. Era un flamante tirador certero. Y cuando llegó el hombre naranja, se encontró con un asesinato de más entre manos, y un arma asesina no deseada de la que deshacerse. Morland debió de decirle que el arma era de Prott…

—¿Sabía ese tipo que Prott le estaba siguiendo?

—No lo sé, y no importa. Debió de decirle a Morland que se sentara frente a la vitrina de la placa marciana, como si aún estuviera examinándola. Probablemente dijo que le dejaría inconsciente dándole un golpe con el arma de Prott. Pero cuando Morland se inclinó sobre la placa, le mató.

—Cogió la placa…

—Lo cual disparó la alarma…

—Y dejó el arma de Prott junto a la puerta, como prueba. ¿Sabe que Prott la recogió unos segundos más tarde?

—No lo creo —dijo Sparta—. Creo que se quedó por aquí un par de días, esperando que acusaran a Prott de los asesinatos. Cuando se dio cuenta de que esa parte del esquema había fallado, que los patrulleros locales no habían encontrado un arma asesina, era ya demasiado tarde: tú y yo ya estábamos camino de Marte.

—Tú estabas camino de Marte. Nadie sabía nada de mí —dijo Blake—. Y si estás en lo cierto, ese tipo sabe quién es realmente la inspectora Ellen Troy.

—Desde entonces se ha estado ocultando en Marte.

—Esperando una oportunidad para matarte. Él puso esa bomba de impulso en el avión de Khalid.

—Estoy segura de ello. Cuando eso fracasó, decidió matar a Prott antes de que pudiera contarme nada acerca de él. Esa vez tuvo éxito.

—No del todo. Ahora sabes quién es.

—Pero no dónde está.

—Será mejor que vigiles hasta que yo regrese.

Blake percibió la sonrisa de Sparta.

—¿Quieres decir que necesito toda la ayuda que pueda conseguir?

—Me refería…

—Lo sé, Blake.

—Una pregunta sin responder…

—¿Qué hizo con la placa?

—Exacto —dijo Blake—. ¿Tú qué opinas?

—Probablemente aún se encuentra en Marte. —Su voz reveló sus dudas—. Dicen que la vigilancia en las salidas del planeta ha sido estricta.

—Por lo menos, es una buena conjetura. El tipo aún está aquí después de dos semanas; se habría marchado hace tiempo si no estuviera esperando una oportunidad para sacar la placa del… —le falló la voz.

—¿Qué ocurre? —preguntó Sparta.

—Sólo que…, acabo de acordarme de una conversación que oí sin querer en un bar del puerto de lanzaderas —dijo en un susurro—. Unas mujeres hablaban del mercado negro, cosas robadas de los depósitos de almacenaje…

—¿De qué se trataba?

—Alguien robó un montón de cohetes sonda, penetradores. No lograban imaginarse por qué alguien querría penetradores.

—¿Cohetes de combustible sólido?

—No conozco las especificaciones, pero si los cohetes fueran suficientemente grandes…

—La velocidad de escape de Marte sólo es de…

—… quizás uno de ellos podría haber puesto esa placa en órbita.

—Ayer, Prott vio al hombre naranja en el puerto de lanzaderas —dijo Sparta—. Vuelve aquí lo antes posible. Requisaré el avión ejecutivo de Noble.

—Me haces sentir muy importante.

Sparta se echó a reír.

—Tengo que mantenerte lejos de los problemas. No quiero que vayas a ninguna parte sin mí.

En la habitación del hotel, Sparta cortó la comunicación, y marcó el número del encargado de la pista de aterrizaje del campamento, en un canal abierto. Con la otra mano sacaba ropa del armario y la arrojaba sobre la cama.

—¿Es el campamento de la empresa «Noble, Abastecimiento de Agua»? Aquí la inspectora Ellen Troy, de la Junta de Patrullas Espaciales. Asunto oficial…

Se aseguró de que Blake consiguiera plaza para volver. Se vistió rápidamente, y luego llamó al teniente Polanyi.

—¿Algún progreso?

El teniente de la Junta Espacial no pareció contento de tener noticias de Sparta.

—Afirmativo. El encargado de barra confirma que estuvo en el «Salón Phoenix» un hombre que encaja con la descripción que usted nos dio, pelirrojo, de baja estatura, vestido con ropa cara, la noche de los asesinatos. Pero no estaba registrado en el hotel ni en ningún otro sitio que nosotros conozcamos. Nadie recuerda haberle visto antes, y nadie le ha visto desde entonces.

—¿Y las medidas de seguridad?

—Nosotros y la patrulla local hemos apostado gente en el puerto de lanzaderas y las terminales de camiones, desde que se descubrieron los asesinatos, inspectora, como ya le dije. Se ha dado la alarma vía satélite contra el tráfico no programado desde la superficie. Nada ha salido del planeta, y nada ha salido de la Estación de Marte desde ayer por la tarde. —Polanyi se traicionó—. Con una excepción…

—¿Qué excepción?

—Bueno, no existe conexión posible, inspectora. El carguero Doradus fue lanzado ayer por la mañana, pero aún se encuentra en el espacio de Marte.

—¿En el espacio de Marte? —Esta observación le trajo un vago recuerdo—. ¿Qué ocurrió?

—Tuvieron una desconexión prematura del motor principal, durante el lanzamiento. Indicaron que fue debido a un fallo técnico del ordenador, y que probablemente pueden arreglarlo a bordo. Lo único de lo que tenían que preocuparse era de no chocar con Fobos.

Durante una invisiblemente breve fracción de segundo, el rostro de Sparta se convirtió en una máscara neutra. Lo que le martilleaba en la memoria salió a la superficie; era una observación efectuada por el capitán Walsh, cuando se encontraban en el cúter de la Junta Espacial que les había llevado a ella y a Blake a la Estación de Marte: … Habríamos podido dejarle en Fobos y recogerle en la siguiente órbita… Se me acaba de ocurrir. Fobos parece estar bastante bien en este acercamiento

Pero Sparta no le escuchaba. Interrumpió la explicación de Polanyi.

—Teniente, necesito una nave que pueda ponerme en órbita. Inmediatamente.

—¿Cómo dice?

—Una lanzadera, un avión espacial, lo que sea. Cualquier cosa que esté en la pista. Consígamelo. Utilice su autoridad. Quiero subir a él en cuanto llegue al puerto espacial.

—Inspectora, yo…

—No hay tiempo para explicaciones. Esto es una prioridad «triple-A», teniente Polanyi. Una orden directa que la Central de la Tierra tiene que confirmar. Primero hágalo y después consiga la confirmación. Hágalo ahora mismo.

Desconectó el intercomunicador y cogió su traje presurizado.

Sabía dónde se encontraba la placa marciana, y quería llegar a ella antes de que lo hiciera el Doradus.