13

Una luz de aviso, amarilla, se encendió en el interior del casco de Khalid, indicándole que sus baterías se estaban agotando, pero él no la vio. Había dormido durante la mitad de la noche, agotado, mientras el viento frío le enviaba ráfagas de arena para cubrirle como con una manta.

El cansancio había vencido a Khalid, y éste se había acurrucado en el refugio que le proporcionaba una empinada duna. Sabía, aunque había sucumbido al sueño, que arriesgaba la última de sus preciadas reservas, pero a la larga, el hombre necesita tanto el descanso como el aire, para vivir.

Lo último que hizo fue asegurarse de que se tumbaba de cara al Este, para que la luz del sol le despertara.

Cuando salió, el sol era pequeño, bajo en el Este, y ascendió rápido. La superficie ondulada de la arena frente al veloz camión marciano era suave y sensual como un quimono de seda amarilla, con pliegues tan altos como las colinas. Desde antes del amanecer, el camión de Lydia había estado corriendo a través de este campo de dunas, la mayor extensión de dunas que Blake jamás hubiera visto o imaginado.

Había huellas de orugas en la arena, que subían y bajaban las pendientes; era como un palimpsesto, pues aun siendo débiles, eran visibles en la luz oblicua. Sólo el insistente paso de vehículos podía haber vencido al viento que todo lo borraba.

A dieciséis horas de camino, al otro lado de las interminables dunas se hallaba el campamento de la cañería. Conducirían todo el día y buena parte de la noche, y llegarían allí cuando las estrellas fueran brillantes y las lunas danzaran en el firmamento.

Lydia miraba la carretera con los ojos entrecerrados. Con el sol bajo, cada pequeña ondulación era una línea de brillo y sombra. Hacía mucho rato que había reanudado su silencio taciturno.

Los ojos de Blake estaban fijos en el horizonte, y no en la carretera, y fue el primero en ver la aparición.

—Dios mío, ¿ves aquello? —susurró.

Ella redujo la velocidad y miró hacia donde él apuntaba.

Era una figura humana; un hombre, a juzgar por su tamaño y forma, que avanzaba pesadamente delante de ellos, a lo lejos, sin darse cuenta de su presencia. Se le veía débil e iba encorvado como una marioneta oscura, dirigiéndose con paso doloroso hacia Dios sabía adonde.

Blake y Lydia cerraron sus trajes y Lydia hizo el vacío en la cabina. Puso el camión a toda velocidad. Ya antes de situarse al lado de la figura, supo de quién se trataba. Conocía aquella postura y aquel modo de andar.

Lydia detuvo el camión al lado del hombre. Él, desvaído y quemado, levantó la vista hacia Blake.

Blake también le miró.

—¡Khalid!

Khalid debió de oírle a través de su intercomunicador, pero se encontraba demasiado aturdido o con la garganta demasiado seca para responder. Sólo le miró fijamente.

Lydia abrió la puerta, bajó de la cabina y echó a correr. Blake saltó a tierra para ir con ella.

—La luz de la batería indica que le quedan unas dos horas de carga —explicó Lydia a Blake.

—Dios mío, ha tenido suerte.

Levantaron el frágil y deshidratado cuerpo por encima de las orugas, y lo metieron en la cabina. Un minuto más tarde, Lydia volvió a cerrar herméticamente la cabina, y a presurizarla. Mientras Blake sostenía a Khalid, ella le quitó el casco.

Khalid había fijado su mirada en Blake.

—Khalid, ¿me reconoces?

—Blake —dijo Khalid, en un susurro tan débil, que casi pareció una exhalación. Luego, cerró los ojos y ladeó la cabeza.

—Necesita agua —dijo Lydia.

Cogió el tubo de emergencia del tablero de instrumentos. Lo acercó a los labios de Khalid.

Khalid farfulló y se ahogó, y luego comenzó a chupar con avidez. El agua le goteaba por la barbilla.

Cuando por fin soltó el tubo, Blake le preguntó:

—¿Qué ha ocurrido?

—Blake —sus dedos agarraron débilmente el pecho de Blake—, Linda está ahí.

—¿Linda? ¿Te refieres a…?

—Sí. Sabotearon el avión. Esto…

Revolvió con los dedos en el bolsillo del muslo, y Blake le ayudó a abrir la solapa. Khalid sacó una bola de acero que parecía quemada y descolorida.

—¿Qué es?

—No lo sé. Ha inutilizado la instalación electrónica. Ella está allí.

—¿A qué distancia?

Khalid hizo una pausa antes de responder.

—Dos días a pie. Tal vez cien kilómetros, ciento veinte a lo sumo. Al Sudeste. Te guiaré.

—¿Y el faro de emergencia? —preguntó Lydia.

—Inútil —susurró Khalid.

—Lydia…

—Allí, da lo mismo un día que una semana —dijo Lydia.

—¡No puedes negarte a ayudar!

—No me niego a ayudar —replicó ella, enojada—. Avisaré para que la busquen. Entretanto, el campamento puede enviar grupos de búsqueda.

—Diles que nos busquen a nosotros —dijo Blake—. Tenemos mucho combustible. Podemos desengachar los remolques y hacer un buen tiempo. Aunque no lleguemos primero, podemos estrechar la búsqueda.

Lydia examinó a Blake desde el otro lado del cuerpo de Khalid, quien se había recostado en el asiento que quedaba entre ellos dos, y cerrado los ojos.

—Este hombre no está fuera de peligro —dijo—. ¿Quién es esta Linda? ¿Es más importante que él? ¿Quién es para ti?

—No se llama así —dijo Blake, incómodo—. Se llama Ellen Troy. Es inspectora de la Junta Espacial. Está a cargo de la investigación de los asesinatos.

—Sí… Ellen —susurró Khalid—. Le ocurrió algo…

—¿Por qué estaba contigo? —preguntó Lydia.

Él la miró.

—Porque ella creía que los había cometido yo.

Lydia apretó los labios, pero luego, algún nudo de resistencia interna se deshizo. Miró a Blake.

—¿Cómo la encontraremos?

Khalid volvió a buscar en el bolsillo, y sacó su astrolabio miniatura.

—Dios nos guiará.

Intentó sonreír débilmente.

—Su guía inercial ya no funciona, pero con…, las transformaciones de las coordenadas adecuadas…, sigue siendo un astrolabio.

Sparta había seguido al viento durante toda la noche. Fobos se deslizaba hacia el Este mientras el sol ascendía para encontrarse con él. La luna marciana, baja y rápida, se cruzaba con el Sol más a menudo que la compañera de la Tierra, más grande y más distante, pero raramente había nadie en la estrecha trayectoria de sombra de Fobos, al otro lado de la superficie del planeta, para observar el tránsito.

Mientras Sparta elevaba el avión marciano en la atmósfera cada vez más cálida de la mañana, veía la sombra de Fobos pasando hacia el Norte, una oblicua columna de oscuridad en el cielo reluciente. En el ondulado plano del campo de dunas, abajo, la burbuja de sombra de veintisiete kilómetros de largo se arrastraba hacia el Este como una gigantesca ameba negra.

Pronto, Sparta estuvo al sur y al oeste de la sombra de la luna en movimiento. En ningún momento vio la mancha microscópica en las dunas que era el camión marciano, y los ocupantes del camión no vieron el avión que transportaba a la mujer a la que ellos esperaban rescatar.

Durante todo el día, Lydia condujo rápida y fácilmente a través de las dunas sin caminos, dirigiendo el tractor hacia donde Khalid había especificado, a través de un sinuoso sendero que evitaba las cimas más agudas pero, donde no había más alternativa, hundíase sin vacilar en las faldas en sombras. Desprovisto de sus remolques cargados, el gran tractor era un vehículo ágil para circular por las dunas.

Khalid, recuperado gracias al agua, la comida y el aire limpio, dormía en el compartimiento dormitorio. Lydia no le oyó hasta casi el anochecer. De repente, Khalid asomó la cabeza por las cortinas de encaje y le pidió que detuviera el camión.

—Es la hora de rezar —les dijo.

Lydia, notablemente fresca y alerta, o quizá sólo por efecto de la cafeína —ya estaba preparando un nuevo depósito bajo la consola—, observó desde la cabina cómo Khalid se alejaba cincuenta metros entre las dunas, extendía un cuadrado de tela de polifibra ligera sobre la arena, y se arrodillaba para postrarse en la dirección aproximada de una Meca invisible. El viento levantaba la tela alrededor de sus rodillas y le arrojaba oleadas de polvo a la espalda encorvada.

—¿Cómo puedes aguantar? —preguntó Blake, ronco.

Legañoso y entumecido, Blake se despertó al otro lado de la cabina, en un arnés, donde había descabezado un sueño. Miró a través de la burbuja de plástico hacia Khalid, que seguía inclinado sobre la arena.

—Si alguno de vosotros pudiera conducir, yo no tendría que aguantar. Mientras, el cambio de rutina me mantiene despierta. —Señaló con la cabeza hacia Khalid—. Al parecer, se toma muy en serio su religión.

—Siempre lo ha hecho, desde que le conozco.

—¿Hace mucho tiempo?

—Teníamos nueve años.

—Parece que le caes bien —dijo ella.

—Él me cae bien a mí —dijo Blake.

—Entonces, ¿cómo es que esta amiga mutua cree que es un asesino?

—Ella espera que no sea cierto. Yo también.

—Tal vez no conozca a Khalid tan bien como vosotros dos, pero hace ya algunos años que le veo por aquí, y no puedo imaginarme al muy serio doctor Sayeed matando a nadie. No a sangre fría, al menos.

—Yo tampoco. Pero, como tú dices, es un hombre religioso. Y la religión puede adoptar formas extrañas. Y hacer que la gente haga cosas extrañas.

—Si lo hizo, ¿por qué ahora intenta salvarle la vida?

Blake meditó antes de decir:

—Ya veremos si está viva.

—¿Quieres un poco de café?

—Gracias. —Cogió la humeante taza que ella le ofrecía—. ¿Quién crees tú que les mató, Lydia?

—Lo preguntas de una manera que parece que no crees que me interese mucho saberlo. Bueno, sí me interesa.

—Te has mostrado muy fría.

—¿Sí? —Le miró por encima del jarro de café—. Contigo, quizá. —Khalid había respondido por Blake, y Lydia había tenido tiempo de pensar en lo que aquello significaba. Tomó unos sorbos de café antes de empezar a hablar.

—Dare y yo vinimos aquí con el primer grupo de regulares, las primeras personas que realmente se instalaron aquí. Ninguno de los exploradores y científicos que habían venido antes que nosotros había permanecido más de unos meses. Éramos unos brutos, como casi todos los demás; trabajamos en pozos de prospección en todas las regiones de hielo permanente, ayudamos a elaborar el mapa hidrológico de Marte. Y ayudamos a construir Lab City.

«Maldecíamos y peleábamos y nos emborrachábamos mucho, los primeros años. Todo el mundo lo hacía. Así que Dare y yo tardamos un tiempo en darnos cuenta de que estábamos enamorados. No hay muchas parejas entre veteranos. Solía haber muchos más hombres que mujeres, y muchas mujeres se liaban con algún tipo que no les gustaba demasiado, sólo para mantener alejados a otros muchos que no les gustaban en absoluto. Cuando, más adelante, vino más gente, la mayoría de las primeras parejas rompió. Algunas mujeres descubrieron que preferían la libertad».

—¿Marte no tiene nativos?

—En el último recuento, había veintitrés niños nacidos en Marte —respondió Lydia—. No es precisamente una explosión demográfica, y ¿cuánto tiempo ha pasado? ¿Diez años? No digo que no haya buenos matrimonios, buenas parejas, sino que son raros. Pero también lo son los celos.

—¿Los celos son raros? No es ésa la impresión que yo tengo. Los tipos del «Aparca» parecían dispuestos a cortarme la cabeza si miraba a alguna mujer.

—Tú no eres de los nuestros —dijo Lydia, simplemente—. Los extraños tienen que mirar por dónde pisan. Y lo mismo ocurre con las mujeres. Además, todos nosotros creíamos que eras un soplón.

—¿Todos vosotros?

—Todos los del «Aparca» pensaban que causarías problemas, aun cuando no estaban seguros de qué clase. Tampoco nos equivocamos.

—No estoy admitiendo nada. —Señaló con la cabeza hacia Khalid, quien se había puesto de pie y se dirigía hacia la cabina—. Al menos, no delante de un testigo.

Lydia sonrió.

—Yo tampoco lo haría. No te pagan lo suficiente para cubrir el daño que hiciste.

La voz de Khalid sonó a través de los intercomunicadores del traje.

—Parece que tenéis una conversación animada, a pesar de ser tan tarde.

Esperó fuera del camión mientras Lydia bombeaba el aire.

—Hablábamos de una explosión que hubo en el depósito de combustible del parque móvil, hace un par de días —dijo Lydia—. Destruyó algunos vehículos.

—¿Ah, sí?

Blake veía a Khalid fuera de la cabina, mirándole con malicia a través de la placa frontal de su casco. Blake se aclaró la garganta.

—Al parecer, existe la extraña idea de que yo tuve algo que ver con ello.

La puerta de la cabina se abrió en el lado de Blake, y Khalid subió al vehículo pasando con cuidado por delante de aquél.

Al instalarse en el arnés, Khalid sonrió, reluciente la blanca dentadura en el rostro oscuro.

—¿Te acuerdas, Blake, de lo que nos divertimos aquel verano en Arizona, manchándonos la cara con betún para zapatos y haciendo estallar cosas?

—No aburramos a Lydia con historias de nuestra época de escolares, amigo —dijo Blake.

—No me aburre en absoluto —dijo ella.

—Te daremos los detalles horribles, más tarde.

Dentro de su cascó, Blake había enrojecido de vergüenza.

Los tres se quedaron sin saber qué decir. Lydia puso en marcha las grandes turbinas y los motores de las orugas. El camión empezó a rodar.

Khalid tosió y dijo:

—No pretendía interrumpir…

—Sí, por favor, Lydia, termina lo que estabas diciendo —dijo Blake—. Referente a lo que ocurrió…

Cuando Blake volvió a quedarse callado, Khalid le miró con aire interrogativo.

—… la noche en que robaron la placa.

Lydia miró a Khalid.

—Decía que Dare y yo estábamos enamorados. Eso era bastante evidente para todo el mundo, ¿verdad, Khalid?

Él asintió con la cabeza, juiciosamente.

Pero ella captó su reticencia, su vacilación.

—Está bien. Quizá no era tan evidente. La verdad es que yo siempre le amé más de lo que él me amaba a mí —dijo—. Él era un tipo independiente, una persona solitaria, y yo le conocía lo suficiente como para saber que lo único que podía hacer era poner un parche donde le dolía. —Calló, para elegir sus palabras—. Yo me resignaba a que él no me necesitara. Pero en la última semana, más o menos, antes de…, de que le asesinaran…, fue distinto. Él empezó a evitar a todo el mundo. Siempre estaba nervioso. Yo me lo tomé como algo personal. Porque me sentía insegura, supongo. Sea como fuere, sabía que él se quedaba a trabajar hasta muy tarde (lo había hecho cada noche desde que apareció ese Morland), así que fui a verle al trabajo. Supongo que tenía la estúpida idea de que iba a darle un ultimátum. Como si alguno de los dos pudiera elegir…

Esta vez permaneció en silencio durante un lapso más largo de tiempo. Entretanto, la presión del aire de cabina volvía a ser la normal de la Tierra. Lydia abrió la placa frontal de su casco, y los hombres hicieron lo mismo. Como no reanudaba su historia, Blake, finalmente, rompió el silencio.

—¿Qué ocurrió?

—Dare no quiso hablar. Se disculpó por la manera en que se había comportado, dijo que hablaría conmigo más tarde, pero que en aquel momento no podía. Pasaba algo con el otro tipo, Morland. Me habló como si pasara algo con ese tipo. Sea lo que fuere, prácticamente me echó.

—¿Y tú te fuiste?

—Claro, ¿qué iba a hacer? Me cerré el traje y salí al exterior. Estuve un rato dando vueltas por los alrededores del Ayuntamiento, pero no pude ver a Dare dentro.

Miró a Khalid y estuvo a punto de decir algo, pero cambió de idea. ¿Sabía él que le había visto aquella noche, en aquel momento?

Lydia suspiró.

—Bueno, me encaminé al puerto y bebí mucha cerveza en el «Aparca». Hacía una media hora que me encontraba allí, cuando alguien me dio la noticia.

—¿Recuerdas qué tenía Dare Chin contra Morland?

—No. No me lo dijo. —Miró hacia las dunas iluminadas por el sol poniente—. Será mejor que me concentre en conducir.

Blake asintió con la cabeza. Las turbinas aumentaron otra octava su tono, y el camión dio un salto hacia delante.

Khalid se volvió hacia Blake con aire pensativo.

—¿Sabes alguna cosa de ese tal Morland?

—Nada, sólo el resumen oficial. Ni siquiera sé qué aspecto tenía.

—Era una persona desagradable. Arrogante e insincero. Le gustaba la vida de la buena sociedad. Un gran bebedor.

—¿No hablas con prejuicios, Khalid?

—Me conoces bien. No tengo ninguna objeción que hacer al uso moderado del alcohol, aunque yo no lo beba. Sin embargo, Morland era adicto. Y algo más, amigo mío…

—¿Sí?

—No estoy convencido de que Morland fuera realmente el experto en la Cultura X que pretendiera ser. Interpretaba su papel con gran brillantez… De hecho, exageraba un poco.

—¿Su papel?

—El papel de un típico xenoarqueólogo preocupado por la preservación de los tesoros naturales de Marte. No obstante, cuando yo hacía referencia a algún hallazgo específico, algo que no tenía relación directa con la placa marciana, sus respuestas eran vagas.

—¿Crees que no era xenoarqueólogo?

—Era arqueólogo, pero su interés por la Cultura X era superficial. O, al menos, eso me parecía a mí.

—Quizá se trataba de un interés nuevo para él.

—Quizá —dijo Khalid—. ¿Sabes qué fue lo que le mató?

—Claro, es de dominio público, ¿no? Le dispararon.

—¿Con qué?

—Con una pistola de tiro al blanco, una veintidós.

—¿Sabías que Morland se jactaba de ser un excelente tirador de pistola?

—Interesante. ¿Lo sabe Ellen?

—Nuestra conversación fue interrumpida… —Khalid hizo una pausa y cambió repentinamente de tema—. ¿A qué distancia estamos de la zona a la que nos dirigimos? —preguntó a Lydia.

—Por la posición estimada que nos has dado, faltan aún cincuenta kilómetros —respondió ella—. Puedes verlo en las pantallas.

—Ya hace dos días que está allí —dijo Blake.

—No le habrá pasado nada, Blake —dijo Khalid.

—Ojalá yo fuera tan optimista como tú.

—Si ha recobrado el conocimiento, estará bien.

Tal vez, realmente estaba bien. Pero ellos no lo sabrían.

A la luz de la luna, Blake y Khalid permanecieron de pie en la depresión formada entre los dos conos de la lava. El viento había sido ligero durante todo el día. Las huellas de Sparta, y las señales donde habían estado las alas y el fuselaje, todavía eran visibles en la ceniza espolvoreada de polvo.

—Es una persona ingeniosa —dijo Khalid.

—Y afortunada también —añadió Blake.

—Estoy segura de que se pondrá a salvo.

Evitaron mirarse mientras regresaban pesadamente al tractor. Lydia había dejado las turbinas en funcionamiento.