Fobos se deslizaba a través de las estrellas, y Deimos era una brillante chispa distante cuando Blake dejó su cubículo del refugio.
El parque móvil de la empresa «Abastecimiento de Agua Noble» se hallaba a medio kilómetro de distancia a través de oscuros callejones barridos por el viento. Blake avanzó veloz entre las sombras, hasta que llegó al complejo del puerto de lanzaderas. Su objetivo de esta noche estaba de cara al desierto.
A cincuenta metros, un grupo de tanques de hidrógeno líquido sobresalían en la arena como huevos de avestruz medio enterrados. Blake corrió por la arena hasta llegar a su sombra. Agazapado en la oscuridad, miró con cuidado hacia el patio de aparcamiento vallado e iluminado. Ese día ya había examinado el parque móvil, pero decidió no dejarse ver en el patio hasta el momento.
Al aire libre, en Marte, no había que preocuparse por si le pillaban a uno: quizá podría haber algún guardia por allí pero no perros. Vallas eslabonadas, focos, cámaras remotas, tal vez sensores de presión y detectores de movimiento…, a lo sumo, los sistemas de seguridad serían primitivos. Y si las estaciones de mercancías se asaltaban con la frecuencia que indica el rumor que había oído en el «Aparca», ni siquiera los guardias estarían muy alerta. Alguien de dentro era anfitrión de los ladrones.
Los vehículos del patio estaban alineados detrás de una doble fila de vallas. Una hilera de enormes camiones marcianos, achatados como escarabajos. «Rovers» y tractores de servicio público apiñados en torno a los camiones, como si buscaran protección contra el viento. Los vehículos que Blake buscaba, los de transporte de personal, estaban aparcados juntos, a la sombra de un edificio que parecía un hangar de aprovisionamiento de combustible; parecían vehículos blindados, de transporte de personal militar —cajas de acero sobre cadenas—, aunque en este planeta no existía la guerra. Declarada, al menos.
Blake se agazapó al socaire del tanque de hidrógeno líquido y reflexionó. Vehículos blindados de transporte de personal. Tres. Podría inutilizarlos uno a uno, pero eso le llevaría casi toda la noche, y si se descubría que los tres tenían defectos mecánicos al mismo tiempo, se levantarían sospechas.
Sería mejor un accidente que los destruyera a todos de una vez. Y algunos otros vehículos al mismo tiempo, y quizá también algunas piezas de maquinaria. Blake trató de sofocar la incipiente emoción que sentía: adoraba hacer explotar cosas, aunque sabía que no debía hacerlo. De manera que sólo lo hacía cuando tenía una buena excusa.
Levantó la vista hacia el tanque de hidrógeno líquido. Había un gran símbolo corporativo de la empresa «Abastecimiento de Agua Noble», pintado a un costado. Un poco más lejos se encontraban algunos tanques más pequeños, que requerían menos presurización: oxígeno líquido, obtenido disociando eléctricamente hielo de agua extraído por la empresa, abastecían de combustible a las grandes turbinas de gas que propulsaban los camiones marcianos. Hidrógeno más oxígeno. Muy eficiente. Muy energético.
Las tuberías que salían de los enormes tanques se extendían sobre pilones por encima de la arena, desnudas para facilitar el mantenimiento, y lo bastante elevadas como para formar un puente sobre el tráfico del patio. A un par de metros del suelo, los pilones estaban recubiertos con alambre en acordeón, afilado como una hoja de afeitar, para que nadie trepara por ellos. Con cierto esfuerzo, Blake habría podido arrancar el alambre, pero su ojo experto ya había localizado una manera más fácil de penetrar en el patio.
Blake se deslizó unos veinte metros por la arena, hasta un saliente de la valla eslabonada. Se detuvo en un cono de sombra, protegido de dos focos situados en ángulo por un transformador colocado torpemente. ¿Torpe o expertamente? Blake estuvo a punto de echarse a reír cuando vio el cuadrado de valla de alambre que tenía ante sí, cortado y empalmado con frecuencia. Otros habían estado allí antes que él. Los grandes ladrones —por no hablar de los ladrones de cada día, incluso los ladrones de empresa— piensan de forma similar.
Blake se metió la mano en el bolsillo de su traje presurizado y extrajo su «equipo de herramientas». La improvisación era su estilo de vida, y en sus viajes por el puerto de lanzaderas había acumulado un práctico juego de herramientas sólo manteniendo los ojos abiertos y los dedos ágiles.
Utilizó un sensor de inducción que había rescatado de la orfandad, para asegurarse de que no pasaba corriente a través del alambre remendado; luego volvió a abrir rápidamente la valla con un par de alicates que le habían prestado hacía mucho tiempo. Cruzó la valla exterior en un santiamén y, casi con la misma velocidad, la interior.
En el patio, el polvo amarillo que el viento arrastraba, relucía bajo los focos que no habrían podido proporcionar mejor cobijo a los intrusos si los hubieran diseñado con este fin; vías de sombra negra conectaban la masa de un vehículo con la de otro.
Como había previsto, había sensores de presión distribuidos por todo el patio, pero su situación era evidente y su sensibilidad, necesariamente baja; unos puñados de polvo y piedras arrojados compensaron los temblores que producían las pisadas de Blake. Era como bailar a cámara lenta a través de un campo de minas, con todas las minas en la superficie.
Los detectores de movimiento contaban con láseres y se dispararían si el brillo del rayo reflejado variaba de la posición de referencia. Para los propósitos de Blake, muchos de los rayos estaban obstruidos por los camiones aparcados sin cuidado, o por envases vacíos de combustible y otras piezas de equipamiento. Blake avanzó con cautela entre los gigantes de metal del patío, sin apartarse de las grandes orugas de los camiones marcianos.
Estaba a punto de cruzar entre dos «Rovers», cuando vio un filamento de rayo rojo colocado de tal manera que le pillaría; lo descubrió gracias a una mota de polvo, a medio metro de distancia.
El rayo que no estaba obstruido apuntaba directamente a la noche, más allá de la valla. Blake miró su punto focal; un puntito rojo iba y venía según los eslabones de la valla eran movidos hacia delante o hacia atrás por el viento. Blake se sacó del bolsillo una llave de boca tubular con recubrimiento de níquel, reluciente, y la insertó con cautela en la trayectoria del rayo; estaba preparado para correr. No sonó ninguna alarma; con gran cuidado torció la llave, reflejando el rayo en otra parte de la valla. Fijándose en los detectores de movimiento, rodeó el rayo, haciéndolo girar al mismo tiempo. Cuando hubo pasado, retiró su falso reflector.
Tampoco sonó ninguna alarma. Blake soltó el aliento lentamente.
Muy fácil.
Las pantallas de vídeo de la central de guardia, estaban colocadas en semicírculo alrededor del escritorio del jefe de seguridad. La imagen de cada pantalla mostraba, con un lento barrido, un sector diferente del desierto patio de estacionamiento.
—¿Todavía nada?
Yevgeny Rostov se encontraba de pie detrás del jefe de seguridad, sus fornidos brazos cruzados sobre el pecho, un gesto ceñudo en su rostro melancólico.
—Puedes verlo igual que yo, Yev. El cuadro de mandos está todo verde, y en las pantallas no aparece nada.
—Hay tantos agujeros en seguridad, que podría entrar y salir de nuevo sin que nunca lo supieras.
El jefe de seguridad se recostó cómodamente en su silla ergonómica. El tamaño del extremo posterior sugería cuánto tiempo pasaba allí.
—No vale la pena lanzarnos insultos perdidos.
—Perdidos, no. Infundados —gruñó Rostov—. Sin base. Sin fundamento. Hablamos inglés, ¿no?
—Sí, infundados, y además, si hiciera tan mal mi trabajo, la empresa ya me habría despedido.
Yevgeny emitió un ruido gutural, como un motor al que le cuesta ponerse en marcha.
—De todos modos, ¿qué te hace estar tan seguro de que este tipo aparecerá esta noche? Anoche no lo hizo.
—Jamás en su vida ha cogido una llave inglesa…, o sea que no creo que quiera ir a la cañería, donde tendría que trabajar. Esta noche es su última oportunidad, o no tendrá excusa.
—¿Por qué no podría decir, simplemente, que está enfermo o algo así?
—¿Y traer una nota de mamá? No seas estúpido. Te digo que ese hombre es un profesional.
Yevgeny se alejó y miró a través de la ventana de cristal de la torre de guardia, hacia el patio vacío.
Ahora, Blake se encontraba bajo el puente principal de la tubería, protegido precariamente por un puntal de acero. Las cañerías de los grandes tanques de almacenaje estaban dirigidas hacia el hangar de aprovisionamiento de combustible, donde se cargaban los envases portátiles. Una cámara de vídeo, montada en la esquina del hangar del combustible, se movía lentamente dirigiendo la lente hacia él. Se refugió en la sombra de la oruga gigante de un camión marciano, hasta que la cámara hubo explorado el lugar donde él se encontraba. Blake observó que el cable de alimentación coaxial que bajaba desde la cámara por el lateral del hangar, oscilaba rítmicamente bajo la brisa constante golpeando de modo inaudible contra los ladrillos de cristal bruto de la pared.
Aquel cable suelto, ahora…, sin duda parecía que estaba gastado y a punto de romperse…, y si se rompiera suficientemente arriba, el viento podría arrastrarlo hasta una gran válvula de derivación que había dentro de aquella caja de cables de al lado del hangar del combustible. Y si esa válvula de derivación tuviera una fuga interna y diera la lamentable casualidad de que contenía una mezcla explosiva de hidrógeno y oxígeno…
Cuando la cámara miraba hacia el otro lado, Blake cruzó unos metros sin protección, hasta llegar al refugio que le proporcionaba el hangar del combustible. Entonces, descubrió una ventaja más: la terminal de comunicaciones externas, a través de la cual pasaban los cables de la cámara, también contenía la circuitería de conexiones de los sensores de presión. Con tres cortes con las tenacillas y un rápido empalme inmediato, desarmó los detectores. Nuevamente se preparó para correr…
… pero no fue necesario; lo había conectado bien a la primera.
Dejó funcionando las cámaras de vídeo.
La puerta del hangar no presurizado giró fácilmente sobre sus goznes. Blake penetró en una semioscuridad verde, iluminada por el reflejo de los focos. Éstos estaban dirigidos hacia fuera, hacia el patio.
Las derivaciones y las válvulas estaban dispuestas en baterías contra la pared: grandes tuberías de acero, una maraña de tubos como una orgía de pulpos.
En Marte, el hidrógeno líquido y el oxígeno líquido permanecen líquidos sólo cuando están contenidos, o sea que, para los fines de Blake, los fluidos tendrían que mezclarse en el interior de las tuberías. Sus conocimientos recién adquiridos acerca de la red de fontanería municipal de la estación espacial no incluían los manojos de tuberías de combustible, pero la extrapolación era fácil mediante simple inspección visual. Y algunas de las llaves de paso estaban pintadas de rojo.
Necesitó casi toda su fuerza para hacer girar las llaves rojas; estas válvulas en concreto no eran tocadas a menudo. Luego, las volvió a dejar como las había encontrado.
Nuevamente fuera, esperando a la sombra de la puerta a que la cámara mirara hacia el otro lado…, se arrastró sobre el estómago hasta la alambrada que rodeaba la válvula principal de derivación. Más trabajo con los alambres, pues ninguno de los ladrones que habían pasado por allí antes que él —y pasaban con frecuencia—, había tenido razón alguna para atravesar esta valla. Una vez dentro, hizo girar una llave de paso hacia un lado, otra hacia el otro…, éstas giraban con mucha más facilidad. Obtuvo resultados rápidos. Apoyando el casco contra la tubería, oyó el siseo de los gases que se mezclaban.
Volvió a cruzar el agujero de la valla y examinó el cable coaxial de la cámara de vídeo, que estaba suelto. En la baja gravedad fue sencillo ascender la tosca pared hasta el tejado, manteniéndose por debajo del ángulo de depresión de la cámara.
No quería que el cable hiciera estallar su bomba mientras él se encontraba pegado al edificio de al lado. Esto significaba que tenía que cortar unos cuantos hilos de cable, para que se gastara en el tiempo que él tardaría en escapar pero en menos tiempo del que tardaría en aparecer alguien como respuesta a la avería.
Este corte tenía que ser preciso. Blake utilizó su cuchillo negro. Tres hebras de cable relucieron en la noche.
Entonces, Blake medio resbaló y medio cayó por la pared del hangar. NO fue un descenso elegante, pero ahora conocía el terreno, sabía dónde tenía que agacharse y saltar. Cualquier cámara de seguridad medianamente decente habría presenciado su extraño ballet entre las sombras de los vehículos.
Una sola luz roja se iluminó en el tablero.
—¡Aquí está! —gritó Yevgeny—. ¿Dónde está ese sector? Envía guardias allí ahora mismo.
—Cálmate, Yev, ya se están preparando. Ese tipo todavía no está dentro, le falta mucho. Le cogeremos cuando esté subiendo por la valla.
En las pantallas de vídeo, las figuras de dos guardias armados corrían, con los pasos asombrosamente largos de la poca gravedad, hacia el saliente de la valla perimétrica.
—Habría podido decirte que intentaría entrar por allí —dijo el director de seguridad.
—¿Sí? ¿Cómo habrías podido decírmelo? —rugió Yevgeny.
—Oh, instinto, supongo que lo llamarías. —El hombre gordo se recostó en la silla y sonrió—. Sí, instinto. Más mis años de exper…
Uno de los monitores de vídeo se apagó en ese momento y, simultáneamente, el cielo nocturno, fuera de las ventanas, se volvió de un brillante naranja blanco. El jefe de seguridad se encontraba tan relajado que cuando intentó enderezarse, su movimiento súbito le hizo caerse de la silla. Yevgeny corrió a coger la bolsa de su traje presurizado mientras las ventanas dobles se combaban hacia dentro.
La onda de choque y el temblor, estuvieron a punto de romper el cierre de presión pero resistió. Igual que las ventanas, afortunadamente para el jefe de seguridad y Yevgeny Rostov.
Una brillante bola naranja se elevó como un farolillo japonés en el cielo nocturno, por encima del patio de aparcamiento. Un surtidor de llamas blancas emergió después, una antorcha firme que ardía con más luz que el incendio que en una ocasión iluminó los campos de petróleo de Texas.
Blake estaba sentado al abrigo de uno de los grandes tanques de hidrógeno que vaciaba su contenido para alimentar el espectáculo.
Un buen espectáculo. Muy bueno. Blake no pudo evitar sonreír.
Las sirenas son inútiles en la atmósfera de Marte, la llamada pasó a través de los intercomunicadores y los circuitos de alarma.
Ninguno de los huéspedes del «Hotel Interplanetario» de Marte podía oír las alarmas o ver la exhibición, que resultaba invisible desde el hotel, o sea que el incidente no molestó a ninguno de ellos…, excepto a uno.
Sparta despertó, escuchando…
Oyó la frenética canción en los cables, el temblor de las pisadas y el rumor de las orugas de los vehículos. Oyó voces a través de las paredes: Un accidente en el puerto de lanzaderas, un gran incendio, algo ha explotado…
La joven gimió. Ese Blake…
Maldita sea, si iba a destrozar otra vez el vecindario, esta vez estaría solo. Esta vez, ella no iba a mover un dedo para protegerle de la ley.