12

—Todo lo que recuerda de esa noche es cierto —dijo el comandante—, excepto que no era ella quien estaba en el helicóptero.

—¿Era una suplente? ¿Una actriz? —preguntó Blake.

—Nadie.

—¿Qué me dice del tipo que me atacó?

—Éste era real.

Estaban paseando por el bosque, y los distantes acantilados en la parte alejada del Hudson apenas eran visibles a través de los árboles. A su alrededor, el otoño resplandecía.

Llegaron al borde del bosque. La mansión quedaba a su izquierda, al otro lado de un ancho césped trasero que ya se volvía marrón por la proximidad del invierno. La ventana de Ellen y la ventana de la despensa que Blake había roto en su intento de huida eran visibles en la cercana torre; una todavía tenía masilla fresca a su alrededor y en la otra el nuevo emplomado del vidrio de color era brillante como el peltre.

—Íbamos a cogerle en la habitación de ella; no pensábamos en después. Casi logró escapar. Atravesó esa ventana, subió al helicóptero. Sorpresa absoluta. Si el tipo que estaba en el «Snark» no hubiera tenido la inyección preparada, habría podido hacernos fracasar.

—Ellen me tendió la mano, me ayudó a subir. ¿Dice que ese recuerdo es falso? ¿Pueden hacer eso?

—Con el sujeto adecuado, sí.

Siguieron andando hacia la casa. Al cabo de un momento, Blake preguntó:

—¿Pueden borrar mi… chip? ¿Devolverme la verdad?

—Me temo que no. —El comandante se rio, tan sólo una expulsión brusca del aliento—. Si quiere, podríamos darle nuestra versión de lo que usted podría recordar si no le hubiéramos tocado. Sería igual de falso.

—No importa.

—Plantea cuestiones interesantes, ¿verdad?

—Por ejemplo, ¿cómo sabré mañana que realmente hemos mantenido esta pequeña conversación? —preguntó Blake.

—También otras.

—Por ejemplo, ¿por qué, si todo esto es cierto, se molesta en explicármelo? Antes, sólo querían quitarme de en medio.

—Usted es peligroso. —El comandante señaló hacia la casa con la cabeza. Un grueso plástico cubría el porche chamuscado; en las ruinas del garaje había más andamios—. Y eso fue antes de que se enterara usted de lo de la Salamandra.

La carcajada de Blake fue amarga.

—¿Qué importa? Ustedes pueden reescribir la última semana de mi vida… borrar todo ese alboroto.

—Antes de que usted supiera algo de nosotros, justificábamos el engaño. Una mentira temporal, dijimos… y Ellen podría contarle la verdad más tarde.

—¿Ella está metida en esto?

—No habría accedido, Redfield; usted la conoce y lo sabe. No se lo pedimos. Después, cuando oyó nuestras razones, actuó.

Blake meneó la cabeza en gesto airado.

—No sé cómo deciden dónde trazar la línea. Hacen de Dios.

—No somos Dios. No podríamos reescribir la última semana de su vida si quisiéramos hacerlo. Una hora o dos, en todo caso. Si se intenta más, suceden cosas malas.

—¿Cómo saben que suceden cosas malas?

—Nosotros no inventamos esta técnica, Redfield —replicó con aspereza—. Lo hicieron ellos.

—Ustedes la utilizan. Tienen los resultados de sus experimentos.

—Lo que ha preguntado antes. —El comandante pasó por alto la acusación, nulo contendere—. La memoria humana no está en un chip. Está distribuida en muchas partes del cerebro. Tendría que hablar de ello con los de neurología, es demasiado complicado para mí.

—Claro —dijo Blake.

—Entiendo la parte práctica. Es más fácil borrar algo que alguien oyó o leyó que algo que vio suceder. Más difícil aún es borrar algo que implica el cuerpo. —El comandante le miró—. Usted parece meter su cuerpo en casi todo lo que aprende, Redfield. —Sonó casi como un cumplido.

—Eso no agota sus opciones, comandante.

—No le reprocho que piense eso, Redfield, pero nos gustaría creer que nosotros somos los buenos. Así que no matamos a otros buenos. No retenemos a sus amigos y parientes como rehenes. Sólo hay dos opciones para nosotros.

—¿Cuáles son?

—Bueno, podríamos tener su palabra de honor de que no nos traicionará.

Blake fue pillado por sorpresa. Tras un momento meneó la cabeza. Si me torturaran…

—No podría darla. Si ellos me cogieran, o volvieran a utilizar esas drogas conmigo… O si se apoderaran de Ellen, o de mis padres…

—Bien. Veo que se conoce a sí mismo. —El comandante asintió—. De todos modos, aceptaríamos su palabra.

Blake sintió cierta resistencia en su interior y miró al hombre con nuevo respeto.

—¿Cuál es su otra opción?

—Reclutarle.

—Ya me negué.

—No a la Junta Espacial… Salamandra.

—No puedo ser uno de ustedes.

Habían llegado a lo que quedaba del porche. El comandante se paró en el primer escalón.

—¿Por qué no?

—En realidad usted fue uno de los prophetae en otro tiempo, ¿verdad?

El comandante se quedó mirándole fijamente. Hizo una seña afirmativa, lentamente.

—Todos ustedes lo eran, todos esos jóvenes rapados —dijo Blake.

—Eso es.

—Yo nunca lo fui. Nunca creí en esa tontería, ese asunto del salvador extraterrestre. Sólo lo fingía.

—Haremos una excepción en su caso —dijo el comandante con voz ronca.

—No se arrepentirá —dijo Blake.

El comandante, mirándole con ojos de basilisco, no se movió; apenas parecía respirar. Luego, se relajó.

—Está bien. Antes de que le envíe de nuevo a la ciudad —dijo—, quiero presentarle a alguien.

J. Q. R. Forster, profesor de xenopaleontología y xenoarqueología en el «King’s College» de Londres, estaba absorto en un volumen encuadernado en cuero de un estante de los clásicos del siglo XIX cuando Blake y el comandante entraron en la biblioteca. Forster era un tipo de complexión menuda y ojos brillantes, cuya expresión inmediatamente recordó a Blake a un terrier excitado. Cuando el comandante hizo las presentaciones, Forster avanzó unos pasos y estrechó la mano a Blake.

—Mi querido Redfield, permítame que le felicite por el trabajo de primera clase que usted y la inspectora Troy efectuaron al recuperar la placa marciana. Es espléndido volver a tenerla a salvo en el lugar que le corresponde.

—Gracias, señor. Ellen hablaba de usted a menudo. —Blake vaciló—. Oh, disculpe que diga esto, pero es usted mucho más joven de lo que esperaba.

En verdad, Forster no aparentaba más de treinta y cinco años, en lugar de los más de cincuenta que tenía.

—Si sigo teniendo frecuentes roces con la muerte que precisen visitar al cirujano plástico, pronto seré un muchacho como usted —dijo—. Me dijeron que me habían remplazado el setenta por ciento de la piel.

—Lo siento —dijo Blake, turbado.

Había olvidado el asunto de la bomba del Espíritu Libre, la explosión y el incendio provocado con intención de matar a Forster y destruir el trabajo de toda su vida.

Forster tosió.

—En realidad no era necesario, por supuesto…

—¿Cómo?

—Al fin y al cabo, he estudiado esa cosa durante tantos años, que podría sentarme ante una terminal y volver a crearla de memoria.

—¿Se refiere a la placa marciana?

El comandante cerró las puertas de la biblioteca.

—El señor Redfield no ha sido informado, profesor.

Forster miró a Blake con suspicacia.

—¿Se considera estudioso de la Cultura X, Redfield?

—En absoluto —respondió él, sorprendido.

—¿No es la persona de la que me habló? —preguntó Forster al comandante, alzando una gruesa ceja.

—El trabajo de Redfield está relacionado con el suyo, profesor. Creo que después de que hayamos hablado verá con claridad en qué se relacionan.

Blake miró al comandante. Justo antes de que les enviara a Sparta y a él a Marte para encontrar la placa desaparecida, el comandante se había referido al encargo diciendo que estaba relacionado con «un asunto arqueológico». Como si no hubiera sabido por qué alguien estaría interesado.

—Entonces, ¿empezamos? —dijo Forster, ansioso.

El comandante señaló las sillas tapizadas en cuero y bien mullidas de la biblioteca. Después de mover algunos muebles, se dieron cuenta de que habían trasladado sus asientos a los rincones de un triángulo equilátero invisible, de cara al interior.

—Si no le importa empezar, profesor… —invitó el comandante.

—Estoy ansioso.

—Pediré que nos traigan té, y algo más fuerte para usted —dijo, captando la mirada de Forster.

Tecleó en su unidad de muñeca. Ésta tintineó suavemente como confirmación.

Forster había sacado un proyector plano de hologramas del bolsillo interior de su chaqueta de tweed; lo colocó sobre la mesita auxiliar que estaba a su lado y tecleó una orden. Varias docenas de formas esculturales aparecieron en el aire sobre la unidad, aparentemente bastante sólidas, como si estuvieran fundidas en metal.

—Supongo que los dos ya conocen mi descubrimiento de que las tablas de Venus constituyen un hallazgo lingüístico y filológico más espectacular que la propia piedra de Rosetta —dijo Forster brillantemente. Su falta de modestia era tan transparente que Blake la encontró casi encantadora—. Las tablas no sólo estaban dispuestas de manera que revelaban deliberadamente los sonidos asociados con cada uno de los signos que se ven aquí (los cuales, por cierto, he ordenado por la frecuencia con que aparecen), sino que los textos, más de una docena diferentes, fueron escritos fonéticamente en los lenguajes de la Edad del Bronce de la Tierra. Además, fueron equiparados a sus traducciones al lenguaje de la Cultura X. —Forster se aclaró la garganta con exageración—. Así, de una sola vez, pudimos obtener no sólo una muestra considerable del lenguaje de la Cultura X, escrito y fonético, sino también, como beneficio inesperado, textos de muestra de varias lenguas perdidas de la Tierra que nunca habían sido descifradas. Trágicamente, todas las copias de estas tablas fueron destruidas aquella terrible noche.

—¿Pero las tablas de Venus originales todavía existen? —preguntó Blake.

—Sí, enterradas donde las dejamos en la superficie, y sin duda tengo intención de regresar para excavarlas… —Forster vaciló— algún día, cuando los fondos necesarios puedan ser recaudados. Pero entretanto, he hecho un descubrimiento aún más apremiante. —Sus brillantes ojos y labios fruncidos expresaban una curiosa mezcla de emociones. El muchachito que había en él ansiaba las muestras de aprobación; el profesor, las pedía—. ¡He traducido la placa marciana!

—Enhorabuena —dijo Blake, tratando de parecer sincero.

En su terreno, las traducciones supuestas de manuscritos antiguos intraducibles eran casi tan corrientes como los planos para las máquinas del movimiento perpetuo en la oficina de patentes.

—Si son pacientes conmigo un momento… —dijo el profesor, manipulando la unidad holográfica.

Bajo los signos esculturales que flotaban en el aire aparecieron otros signos, letras romanas y señales lingüísticas normalizadas en todo el mundo.

—Éstos son los sonidos de los signos.

Tocó el teclado, y los signos, aparejados con sus equivalentes fonéticos, resplandecieron brevemente uno tras otro mientras el locutor emitía fonemas incorpóreos:

—KH… WH… AH… SH…

Cuando la máquina hubo acabado la lista, Forster dijo:

—La placa marciana contiene muchos signos iguales, ninguno de ellos prestado de lenguas humanas, por supuesto, y carece sólo de los tres que aparecen con menos frecuencia en las tablas de Venus. —Miró a Blake—. Como la había memorizado, pude reconstruirla durante el período en que faltó y todos los registros de su existencia habían sido destruidos. Tumbado en la cama en la clínica de Puerto Hesperus (me divertía pensando, ya que no podía hacer nada más) establecí que en contraste con las tablas de Venus, que como he dicho son traducciones de textos de la antigua Tierra, la placa marciana sólo hace una referencia muy ligera a la Tierra. Una Tierra demasiado joven para tener criaturas evolucionadas que emitieran sonidos intencionados, y mucho menos lenguajes hablados.

Manipuló la unidad y apareció una imagen a tamaño completo de la placa marciana, flotando sobre los otros signos y señales como un fragmento de un espejo roto.

—¿Le parece una interpretación exacta, señor Redfield? Está hecha de memoria.

—Debo decir que no podría señalar la diferencia.

Forster se lo tomó como un cumplido.

—Como se podría adivinar mirándola, la placa en realidad no es una placa. No es más que un fragmento de un documento mucho más largo, desaparecido en su mayor parte. Esto es lo que dice.

El locutor empezó a emitir una serie interrumpida de siseos, estallidos y chasquidos al leer las líneas incompletas de la placa en la voz que Forster había reconstruido para los extraterrestres de antaño que habían grabado la placa de metal.

Blake procuró parecer fascinado. Lanzó una mirada al comandante, cuyo semblante pétreo no manifestaba nada.

Cuando cesaron los siseos, Forster dijo:

—Aquí está en inglés.

Esta vez la voz no tenía sexo y era insinuante, la voz corriente del ordenador general del siglo XXI:

lugar en ZH-GO-ZH-AH 134 de WH-AH-SS-CH 9…

en un mundo de sal de EN-WE-SS 9436…

fueron designados para venir humilde y pacíficamente a hacer…

líder. Bajo la orilla de la oscura sal ellos… mil estadios de este lugar ellos…

lugares de poder y sus lugares de producción y…

Estudio y sus lugares de descanso. Las generaciones posteriores…

en toda la sal y tierra de este mundo, y…

de WH-AH-SS-CH realizaron el trabajo asignado a…

los designados trabajan en esto, el primero del…

de EN-WE-SS-9436-7815. Su mayor…

TH-IN-THA. Fluyeron carros como un río desde el Este…

grandes campamentos. Los designados honraban…

logros. Las criaturas se multiplicaron…

y diversidad. En sus muchas clases…

recogidos juntos. Al mismo tiempo otros designados…

segundo y tercer mundos de sal. Luego, por fin…

AH-SS-CH 1095, todos los que eran…

mundos de sal para esperar la señal del éxito…

los mensajeros que residen en las nubes estaban vivos…

gran mundo. Los que cabalgaban en los carros dejaron esta inscripción…

su gran trabajo. Esperan el despertar…

de esperar en el gran mundo…

Entonces, todo irá bien.

Blake escuchó estos fragmentos de extraña habla con creciente estupefacción, hasta que las palabras finales le despertaron de su trance.

—¿Todo irá bien? —preguntó impulsivamente.

—Los términos no traducidos son nombres propios, por supuesto, posiblemente nombres de individuos, sin duda los nombres de estrellas y planetas, incluidos, estoy seguro, la Tierra, Venus, Marte y el Sol —explicó Forster—. Y, por supuesto, los términos de la Edad del Bronce: carros, estadios, etcétera, fueron los equivalentes más próximos a los textos de Venus que pudimos dar a las palabras originales de la placa. Su significado es fácil de adivinar.

—¿Decía de verdad «Todo irá bien»? —repitió Blake.

Pero Forster siguió explicándose alegremente:

—Trenes o coches, quizás incluso naves de alguna clase, pero no barcos; había palabras perfectamente buenas para eso, y millas o kilómetros, alguna unidad de medida. Cosas así.

Blake reaccionó lo suficiente para darse cuenta de que el comandante le señalaba con la mirada. «Forster no lo sabe».

—«Mundo de sal» no es un término de la Edad del Bronce, ¿verdad? —observó el comandante con frialdad, invitando a Forster a proseguir.

—No, pero es evidente que querían decir «mundo oceánico». Las sales disueltas quizá les interesaban tanto como el agua. Por la razón que fuera. Histórica, tal vez. —Forster había previsto la pregunta—. Piense que nosotros llamamos galaxias a las galaxias. Si se tuviera que traducir esa palabra sin el contexto necesario, uno se podría preguntar por la etimología de un término como «láctea».

—En especial si uno no fuera mamífero —dijo Blake.

—Hum, sí.

—¿Y el «gran mundo»? —intervino el comandante.

—Es Júpiter —dijo Forster triunfante.

Blake lo volvió a intentar.

—Su traducción dice que la última frase es «Entonces, todo irá bien».

—Sí.

Forster miró a Blake con el ceño fruncido, curioso.

—«Todo irá bien» es uno de los lemas de la gente que robó la placa marciana —dijo Blake—. La misma gente que intentó matarle a usted.

Forster miró al comandante y empezó a comprender.

—Ah, por eso quería que conociera al señor Redfield.

—Sí, porque quería que Redfield le conociera a usted.

No era una contradicción, exactamente, y como el té llegó en aquel momento, junto con una botella de «Laphroaig», bebida favorita de Forster, el comandante se ahorró la molestia de explicarse con más detalle.

—¿Recuerda los mapas de las estrellas que vi en la Sociedad de los Atanasios?

Anochecía. Blake y el comandante caminaban por el césped hacia el helicóptero blanco de la Junta Espacial que les había llevado a Granite Lodge.

—¿Se refiere a los que robó del Louvre?

—Había otros; ellos los tenían. Lo que tenían en común era una alineación planetaria determinada.

El comandante alzó una ceja.

—Las alineaciones comunes corresponden a una fecha —dijo Blake.

—¿Ah, sí?

—Parece corresponder a la cita programada de la Kon-Tiki con Júpiter.

—¿Y qué deduce de ello?

—¿Ya sabe que algo va a ocurrir en Júpiter? —preguntó Blake, curioso.

—Eso nos enseñaron, a los prophetae.

—¿Qué hay entre usted y Forster?

—Él tiene un esquema de investigación; yo le ofrecí mover los resortes que pudiera. Basta de preguntas, Redfield, estoy a punto de estrecharle la mano por última vez… a menos que usted me diga otra cosa.

—¿Dónde está Ellen ahora? —preguntó Blake.

—Le juro que desearía saberlo —respondió el comandante.

—Está bien —dijo Blake con voz suave—. Estoy con ustedes.