La luna era como un gran barco que surcaba los fríos y ondulantes mares de las nubes de octubre. Algo perseguía a la luna. Él la oyó venir mucho antes de verla, una cosa negra con alas que batían la noche…
Esto no era un sueño. Blake abrió un ojo y vio una silueta negra que se deslizaba en silencio por el firmamento, pasando por delante de su ventana.
Apartó la sábana, bajó de la cama y se tumbó en el suelo.
No sabía cuánto rato había dormido —la luz de la luna que se reflejaba en la alfombra sugería que era más de medianoche—, pero sabía qué era lo que estaba fuera: un «Snark», un helicóptero de asalto, con las hélices y las turbinas conectadas en modalidad susurro, que se posaba suavemente en el amplio césped que había bajo la ventana de Blake.
¿Uno de los nuestros o uno de los suyos? Pero ¿quiénes eran ellos? ¿Quiénes éramos nosotros?
¿Y en qué bando estaba Blake? Permaneció tumbado y rodó por la alfombra iluminada por la luna hasta el armario. Dentro se vistió lo más de prisa que pudo; se puso unos pantalones oscuros de polilona, un jersey de lana y unas zapatillas deportivas, y se echó una cazadora de lona, todo ello de color negro, con muchos bolsillos, sobre los hombros.
Después de escapar de Marte, cuando acompañaron a Blake a esta habitación, había encontrado todas sus cosas ya limpias, planchadas y colgadas o guardadas en cajones. Muy considerados con la tropa. Sólo faltaban sus juguetes, sus herramientas para trabajar con cables, sus artículos de circuitos integrados, los trozos de plástico que guardaba.
No se lo reprochaba; aquel material era peligroso. Y de todos modos, en los días que estaba allí había conseguido reponerlo casi todo. Era impresionante la cantidad de productos químicos mortales y destructivos que se precisaban para mantener incluso el apartamento-estudio más corriente, y mucho más una gran finca. Por ejemplo, aquel grueso césped verde sobre el que el «Snark» se acababa de posar; esa clase de exuberante crecimiento no se conseguía sin generosas aplicaciones de nitrógeno y fósforo. En el cobertizo del jardinero, había productos altamente explosivos. En varios lugares había también circuitos eléctricos, escondidos en extraños rincones de la finca, en mecanismos de vigilancia y alarma raramente utilizados.
Blake sabía dónde se hallaban las cámaras. Sabía dónde estaban colocadas en su habitación y en la de Ellen, e incluso dónde estaban situadas en el bosque, entre los árboles. Ellen quería fingir que no conocía algunas de éstas; eso a él no le importaba. Entretanto, desarmaba todo lo que creía que las cámaras no podían verle desmontar; robaba lo que sus anfitriones no echarían de menos y lo guardaba donde esperaba que no pudieran encontrarlo.
Detrás de unas tiras sueltas de molduras, en la parte inferior de los estantes, sacó los frutos de sus exploraciones y préstamos. Pasó un largo minuto montando piezas dispares antes de metérselas en los bolsillos. Por fin, cogió un rollo de cinta adhesiva de la percha donde tenía colgadas un puñado de corbatas de punto y se envolvió las manos con ella.
Se quedó de pie junto a la puerta del armario y aguzó el oído. Apenas podía oír los dos rotores del «Snark» que estaba en el césped. Abrió la puerta del armario y fue directo hacia la ventana, pues sabía que las cámaras ahora estarían sobre él, aunque antes había logrado esquivarlas. Atisbó por la ventana.
Tres pisos más abajo, los rotores del helicóptero susurraban en armonía en el límite de lo audible; los motores del «Snark» no estaban apagados, lo que significaba que estaba preparado para despegar inmediatamente.
Oyó un rasguño metálico y un chasquido en la puerta de su habitación…
Blake saltó sobre el alféizar. Se escurrió de lado a través de la ventana y quedó colgando por los dedos hasta que la punta de sus zapatos de goma encontraron un hueco profundo en la rústica albañilería. Se metió la mano derecha en el bolsillo y saco un pequeño paquete, que dejó debajo del marco de la ventana, antes de empezar a avanzar por la fachada de la mansión.
La luz de la luna era moteada y se movía constantemente, con lo que se producían unas irregularidades en la pared que no podían haber estado mejor diseñadas para ocultarle de la vigilancia visual ordinaria.
La habitación de Ellen se hallaba lejos, pero él había estudiado la ruta durante días. Había pensado, incluso antes de llegar a este lugar, que tal vez quisieran salir de él con prisas, y no a través de la puerta principal.
Dio la vuelta a la esquina de la casa antes de que el inevitable destello blanco y el estallido quebraran la noche. Alguien había asomado la cabeza por su ventana para mirar.
El fósforo produce una luz brillante. Simultáneamente, oyó el grito del hombre. No había suficiente carga para mutilarle, pero el material quemaba mucho y Blake no se sorprendería de que quienquiera que hubiera pisado la trampa explosiva necesitara un injerto de piel. Sólo sintió una leve punzada de culpabilidad. Ellos tenían que haber sabido que no debían entrar en su habitación en mitad de la noche sin llamar a la puerta.
Se encendieron luces en todo el recinto; el reflejo de la luna quedó oscurecido por un resplandor cien veces más brillante. La casa se vio cruzada por haces luminosos como el cielo nocturno de Londres durante los bombardeos. Blake se preparó para el fuego antiaéreo.
Pero al parecer aún le quedaban unos segundos. Movió al mismo tiempo sus manos cubiertas de cinta adhesiva y los pies calzados con zapatos de goma, lo más rápidamente posible, hasta que encontró la ventana salediza de la habitación de Ellen. Estaba cerrada con pestillo.
No había tiempo para sutilezas. Tenía la mano izquierda y las puntas de los pies firmemente alojadas en las grietas de la obra de albañilería; con la mano derecha dio un puñetazo en el cristal, rasguñándose el puño, por encima de la cinta adhesiva.
Cuando sacaba el cristal, se le ocurrió por primera vez que sucedía algo sospechoso. Muy sospechoso. No sonaron alarmas. Ni sirenas ni timbres. Todas las luces exteriores estaban encendidas, pero los cláxones no habían sonado. Ni siquiera el de la ventana.
—Ellen, soy yo —dijo, lo bastante alto para despertarla—. No hagas nada drástico.
Se introdujo a través de la ventana, un poco más ancha que la de su habitación, y aterrizó agazapado en el suelo.
Ni timbres ni sirenas, y el helicóptero no se había elevado, Un «Snark» tenía capacidad por sí mismo de encontrar a un tipo que trepa por una pared y dispararle. Entonces, no querían matarle. Quizás esperaban que Ellen no se despertara.
Demasiado tarde para ello. Gracias a la blanca luz que penetraba por las ventanas, era evidente que su cama se hallaba vacía. Caliente, con las sábanas hechas un ovillo donde ella había estado durmiendo hasta unos minutos antes, pero vacía.
La puerta estaba entreabierta. ¿Se la habían llevado, o ella les había oído —Blake sabía que podía oír cosas que los demás no podían— y había escapado? ¿Había ido a rescatarle a él?
Se agazapó y asomó la cabeza por la puerta.
Una serie de balas de goma procedentes de una arma con silenciador golpearon el suelo y la jamba de la puerta, lo bastante duras como para agujerear la madera. Volvió a entrar rodando en la habitación de Ellen, rebuscó en el bolsillo…
—Salga de ahí, señor Redfield, no vamos a hacerle daño.
… y lanzó otro pequeño paquete al pasillo.
Esta vez el destello y el estallido fueron instantáneos, y él cruzó la puerta casi con tanta rapidez como el destello. De ninguna manera iban a atraparle dentro de la habitación.
Rodó por la alfombra ardiente, se incorporó y pasó por encima de la barandilla de la escalera, haciendo caso omiso de las llamas que se adhirieron a la parte trasera de su chaqueta, Saltó medio piso hasta el rellano de abajo, volviendo a rodar cuando cayó, rodando escaleras abajo hecho un ovillo para apagar las llamas.
Llegó al corredor y se puso en pie, un poco mareado pero ileso.
Nadie le perseguía. Enséñales a adoptar ese tono superior. Señor Redfield.
Tuvo una inspiración. Quizás el «Snark» todavía se encontraba en el césped; quizá no se había movido desde que había aterrizado. Quizá no había nadie en él. Quizá todos estaban dentro persiguiéndoles a Ellen y a él, porque quizá pensaban que iba a ser fácil.
Tal vez él les enseñaría lo equivocados que estaban.
Echó a correr por el pasillo y de una patada abrió una puerta y entró en una habitación, una especie de despensa que daba a uno de los grandes vestíbulos de recepción de la mansión. Blake sabía que adondequiera que fuera las cámaras podían seguirle, así que no perdió el tiempo escondiéndose. Dio un puñetazo con el puño ya arañado en la cara de un caballero ataviado con una reluciente armadura —reluciente por la luz de los focos exteriores— y empezó a golpear, utilizando el antebrazo para retirar la emplomadura, hasta que hizo un agujero grande en la ventana de vidrios de colores, suficientemente grande para pasar a través de él.
Se hallaba lo bastante cerca del suelo para arriesgarse a saltar. Flexionó las rodillas y los tobillos para amortiguar el golpe. Se dejó caer desde el alféizar de piedra.
Cayó al césped, rodó y se puso en pie de un salto; no se había hecho daño con la caída de cinco metros. El «Snark» se hallaba allí mismo, a veinte metros, y sus rotores seguían susurrando. Cuando tuviera el control de aquella máquina formidable, podría hacer frente a un ejército. Luego, encontraría rápidamente a Ellen y saldrían de allí…
Corrió, sin molestarse en esconderse. No iban a dispararle; habían tenido oportunidad de hacerlo, y habían utilizado balas de goma. Si alguien subía por la puerta abierta del helicóptero en aquel momento, Blake decidiría qué tenía que hacer. ¿Precipitarse? ¿Correr? ¿Levantar las manos rindiéndose?
Se agazapó bajo las hélices.
Apareció una cara blanca, enmarcada en la oscuridad de la puerta abierta. Ellen. Ella le hizo señas.
El corazón de Blake le dio un vuelco.
—¡Lo has conseguido!
¡Ya se había apoderado del aparato! Cuando corrió hacia delante ella le tendió la mano. Su mano, delgada, fuerte y blanca…, su rostro, un pálido óvalo blanco enmarcado en el rubio cabello corto… el resto de su cuerpo iba cubierto de lona negra y era casi invisible en la oscuridad; lo único que Blake vio de ella fue una mano y un rostro sin cuerpo.
Le cogió la mano cuando subía al aparato, notando su apretón firme y familiar a través de la cinta adhesiva. Ella tiró de él para ayudarle a subir, pero al hacerlo, se giró y él se tambaleó, perdió el equilibrio y casi antes de darse cuenta se encontraba tumbado de espaldas sobre el suelo de metal. Un hombre apareció en la oscuridad detrás de ella. Blake intentó incorporarse, pero en la otra mano, oculta hasta entonces, Ellen sostenía una pistola hipodérmica. Ya había disparado su carga paralizante en la base del cráneo de Blake.
—Ellen…
Su boca perdió la capacidad de articular palabras. Su visión pareció reducirse mirando el rostro de Ellen, sus labios que se movían.
El rostro de la muchacha no reflejaba simpatía, ni amor; sólo mostraba una rígida sonrisa blanca en la que sus dientes relucían como colmillos y su lengua era húmeda y roja como hígado fresco.
—Estás empezando a estorbar, Blake. Estaremos un tiempo sin verte.
Ella se irguió. El hombre que estaba detrás de ella se adelantó e incorporó a Blake; lo arrastró hasta un asiento de lona y lo ató con fuerza. Blake no podía sentir nada excepto frío en los dedos de las manos y los pies. No pudo reaccionar para impedir que los expertos dedos del hombre le registraran todos los bolsillos, sus otros escondrijos, y encontrara todo lo que había podido esconder.
Ellen ni siquiera se había quedado para verlo. La última vez que la había visto era una forma en sombras que bajaba del helicóptero de un ágil salto.