—Nos unió lo mismo: la idea de que había determinismo, pero que no era real —dijo Farmer—. Nos intrigaba la noción de que todos los sistemas deterministas clásicos que habíamos estudiado producían azar. Nos sentimos obligados a comprender la razón de aquel fenómeno.
»Sólo se percibe la fuerza de esa clase de revelación cuando se ha sufrido durante seis o siete años el lavado de cerebro de un programa típico de física. Se nos enseña que hay modelos clásicos en que las condiciones iniciales determinan todo, y que hay también modelos de mecánica cuántica en que las cosas están determinadas, pero, en ellos, debemos enfrentarnos con la cortapisa de cuánta información inicial podemos reunir. No lineal es una expresión que sólo encontrábamos al final del libro de texto. El estudiante de física seguía un curso de matemáticas y la ultimísima lección se refería a ecuaciones no lineales. Por lo general, se pasaban por alto, y, si no se omitían, se contentaban con reducirlas a ecuaciones lineales, de modo tal que se obtenían las soluciones aproximadas. Era un ejercicio de frustración.
»Carecíamos del concepto de la importante diferencia que la no linealidad introduce en un modelo. Emocionaba la idea de que una ecuación brincara de allá para acá de forma aparentemente sujeta al azar. Y nos preguntábamos: “¿De dónde sale este movimiento fortuito? No lo encuentro en las ecuaciones”. Parecía algo gratuito o algo brotado de la nada.
Crutchfield dijo:
—Fue advertir que existe todo un ámbito de la experiencia física que no encaja en el marco corriente. ¿Por qué no formaba parte de lo que nos enseñaban? Teníamos la ocasión de inspeccionar el mundo inmediato, uno tan cósmico que maravillaba y también la de entender algo.
Les encantaba —y desconcertaba a sus profesores— abordar cuestiones sobre el determinismo, la naturaleza de la inteligencia y el sentido de la evolución biológica.
—El lazo que nos unía era una visión de largo alcance —explicó Packard—. Nos asombraba que, avanzando algo más en el parámetro espacial, en los sistemas regulares, que la física clásica ha analizado hasta el agotamiento, se halla algo a lo que no podía aplicarse aquella mole colosal de análisis.
»Hace mucho, muchísimo tiempo, pudo descubrirse el fenómeno del caos. Pero no ocurrió, en parte porque la enorme masa de investigaciones sobre la dinámica del movimiento regular no condujo en esa dirección. Mas ahí está, si se mira bien. Debíamos permitir que nos guiase lo físico, las observaciones, para comprobar qué clase de imagen teórica desarrollaríamos. A la larga, interpretamos la investigación de la dinámica complicada como punto de partida que tal vez nos llevase a la comprensión de dinámicas sumamente complejas.
Farmer expuso:
—Desde el punto de vista filosófico, se me antojó que era un medio operativo de definir el libre albedrío, uno que permitía conciliar éste con el determinismo. El sistema es determinista, pero no se puede decir qué hará a continuación. Al propio tiempo, siempre sentí que los problemas trascendentales del mundo tenían que ver con la organización, tanto de la vida como de la inteligencia. Pero ¿cómo se estudiaba eso? Lo que hacían los biólogos parecía muy apropiado y específico; los químicos no lo hacían, desde luego; los matemáticos no soñaban en hacerlo, y era algo que los físicos jamás hacían. He pensado siempre que la aparición espontánea de la autoorganización debía formar parte de la física. Teníamos una moneda con sus dos caras. Aquí había orden, en el que brotaba el azar, y allí, un paso más adelante, había azar, en el que el orden subyacía.