Finaliza una era

En 1979, el grupo completo asistió al segundo congreso sobre el caos de la New York Academy of Sciences, en aquella ocasión como participantes. La especialidad florecía de modo espectacular. El congreso de 1977 había sido el de Lorenz y a él habían acudido docenas de especialistas. El de dos años más tarde fue el de Feigenbaum, y los científicos se presentaron a centenares. Si, en 1977, había buscado tímidamente, y en vano, un mecanógrafo que pusiera en limpio un artículo para introducirlo por debajo de las puertas, el «colectivo de los sistemas dinámicos» se había convertido en algo así como una máquina impresora, que redactaba artículos con celeridad y los firmaba como colaboración de todos sus componentes.

El grupo, sin embargo, como era de esperar, no estaría siempre unido. A medida que se aproximaba más al mundo de la ciencia verdadera, se acercaba asimismo a su separación. Hubo un día en que Bernardo Huberman telefoneó. Buscaba a Rob Shaw y encontró a Crutchfield. Necesitaba un colaborador para escribir un artículo, escueto y sencillo, sobre el caos. Crutchfield, el miembro más joven del colectivo, pensando que se le consideraba un mero «peón», concedía ya que, al menos en un aspecto, la facultad de Santa Cruz no se había equivocado: cada estudiante sería juzgado, con el tiempo, según su valor individual. Además, Huberman poseía en física un refinamiento de que ellos carecían, y en particular sacaba más provecho que ellos de un trabajo determinado. Tenía dudas, pues había visto su laboratorio —«Todo era muy vago, ¿entiende?: sofás y sacos de habichuelas, como si la máquina del tiempo le transportara a uno de vuelta a los hippies y la década de 1960»—; pero necesitaba un ordenador analógico, y, de hecho, Crutchfield se las arregló para tener en marcha, durante horas, su programa de investigación. El colectivo era cuestión difícil, sin embargo.

—Todos quieren entrar en esto —dijo Crutchfield.

Huberman se negó en redondo.

—Y no es por el mérito, sino por si hay fallos. Imaginemos que el artículo sale mal. ¿Echaremos la culpa a un grupo? Yo no formo parte de él —repuso.

Para un buen trabajo, quería un solo asociado.

El resultado fue el que Huberman había esperado: el primer artículo sobre el caos que se publicó en la revista principal de los Estados Unidos, Physical Review Letters, en la que aparecían los últimos avances de la física. En términos de política científica, fue algo muy apreciable.

—No era nada extraordinario para nosotros —explicó Crutchfield—; pero Bernardo supo que provocaría sensación.

También señaló la incorporación del grupo al mundo real. Farmer se encolerizó, porque interpretó la defección de Crutchfield como un atentado al espíritu colectivo.

No obstante, Crutchfield no fue el único en salirse del grupo. Poco después, el propio Farmer y Packard colaboraban con físicos y matemáticos consolidados: Huberman, Swinney y Yorke. Las ideas de Santa Cruz se transformaron en parte firme de la estructura del estudio moderno de los sistemas dinámicos. Cuando un físico disponía de una masa de datos cuya dimensión o entropía quería investigar, las definiciones apropiadas y las técnicas de trabajo bien podían ser las creadas durante los años de remiendos de clavijas de conexión del ordenador analógico Systron-Donner, y los de observación del osciloscopio. Los climatólogos discutían si el caos de la atmósfera terrestre y los océanos tenía dimensiones infinitas, como aceptaban los especialistas en la dinámica tradicional, o si obedecía a un atractor extraño hipodimensional. Los economistas, que analizaban los datos bursátiles, intentaban hallar atractores de dimensión 3,7 o 5,3. El sistema sería tanto más simple cuanto menor fuese la dimensión. Habían de clasificarse y comprenderse muchas peculiaridades matemáticas. La dimensión fractal, la de Hausdorff, la de Lyapunov, la de la información… Farmer y Yorke fueron quienes mejor explicaron las sutilezas de las medidas de un sistema caótico. La dimensión de un atractor era «el primer nivel de conocimiento necesario para caracterizar sus propiedades», el rasgo distintivo que proporcionaba «la cantidad de información requerida para especificar la situación de un punto en el atractor con precisión determinada». Los métodos de los estudiantes de Santa Cruz y de sus colaboradores de más edad ligaron aquellas ideas a otras medidas importantes de los sistemas: el grado de decadencia de la predecibilidad, la proporción del flujo informativo y la tendencia a crear mezcla. En ocasiones, los científicos que empleaban aquellos métodos se encontraban de pronto trazando diagramas de los datos, dibujando cajitas y contando el número de puntos informativos. Aquellas técnicas, de aspecto tan elemental, situaron por primera vez los sistemas caóticos en el ámbito de la comprensión científica.

Mientras tanto, tras haber aprendido a hallar atractores extraños en banderas flameantes y velocímetros inestables, los científicos tuvieron por norma buscar síntomas de caos determinista en toda la bibliografía física asequible. Error inexplicado, fluctuaciones sorprendentes, regularidad junto a irregularidad, etc., se abultaron en los artículos de experimentadores que habían trabajado con aceleradores de partículas, lásers, conexiones de Josephson y cuanto se quiera imaginar. Los estudiosos del caos se hicieron cargo de aquellos síntomas y aseguraron a los incrédulos que, en efecto, sus problemas eran también los suyos. Un artículo, por ejemplo, se iniciaba con las frases siguientes: «Varios experimentos efectuados con osciladores de conexión de Josephson han revelado un chocante fenómeno de creciente ruido parásito, el cual no se explica según las fluctuaciones térmicas».

Cuando el colectivo se deshizo, parte de la facultad de Santa Cruz se había dirigido ya al caos. Hubo físicos que pensaron, retrospectivamente, que Santa Cruz había desperdiciado la ocasión de convertirse en el centro inicial de trabajo en la dinámica no lineal, los cuales no tardaron en brotar en otras universidades. Al principio del decenio de 1980 los miembros del colectivo se graduaron y dispersaron. Shaw acabó su tesis en 1980, Farmer en 1981 y Packard en 1982. La de Crutchfield apareció en 1983. Era un revoltillo tipográfico que intercalaba folios mecanografiados en no menos de once artículos publicados en revistas de física y matemática. Fue a la Universidad de California, en Berkeley. Farmer se incorporó a la Sección Teórica de Los Álamos. Packard y Shaw se incorporaron al Institute for Advanced Study, en Princeton. Crutchfield estudió los bucles de realimentación de vídeos. Farmer investigó «fractales gordos» y simuló la dinámica compleja del sistema inmunológico del hombre. Packard exploró el caos espacial y la formación de los copos de nieve. Sólo Shaw pareció refractario a unirse a la corriente. Su influyente legado se compuso sólo de dos artículos, uno que le permitió viajar a París, y otro, sobre el grifo goteante, que resumía sus investigaciones en Santa Cruz. Estuvo en un tris, en varias ocasiones, de renunciar por completo a la ciencia. Como dijo un amigo suyo, estaba oscilando.