El experimento se junta a la teoría

Si hubiera estado enterado del descubrimiento de la universalidad, debido a Feigenbaum, Libchaber habría sabido dónde buscar las bifurcaciones y cómo denominarlas. En 1979, un grupo cada vez más nutrido de matemáticos y físicos aficionados a las ciencias exactas prestaba oído a la teoría de Feigenbaum. Pero la mayoría de los expertos en problemas de los sistemas físicos reales creían tener buenos motivos para mostrarse reservados. Una cosa era la complejidad en los sistemas unidimensionales, los mapas o diagramas de May y Feigenbaum. Y algo bastante diferente en los de dos, tres o cuatro dimensiones que un ingeniero construía. Precisaban verdaderas ecuaciones diferenciales y no sencillas ecuaciones en diferencias. Y otro abismo parecía separar los sistemas de escasas dimensiones de los del flujo fluido, que los físicos concebían como dotados potencialmente de infinitas dimensiones. Incluso una celdilla como la de Libchaber, estructurada con tanto esmero, poseía una virtual infinidad de partículas fluidas, cada una de las cuales era un potencial de movimiento independiente. En algunas circunstancias, cualquiera podía originar una desviación o un torbellino.

—La idea de que el movimiento, material e importante, de semejante sistema se condensa en mapas…, era algo que nadie entendía —dijo Fierre Hohenberg de los AT&T Bell Laboratories de Nueva Jersey, uno de los escasísimos físicos que siguió la teoría y los experimentos nuevos—. Quizá Feigenbaum pensó en ello, pero no lo expresó. Su obra concernía a diagramas o mapas. ¿Y por qué un físico se interesaría en ellos?… Es un juego. Ciertamente, mientras jugaron con ellos, nos pareció que distaban mucho de lo que ansiábamos entender. Pero cuando se vio en experimentos, fue algo emocionante. Lo prodigioso es que, en los sistemas interesantes, se logra comprender en detalle el comportamiento con un modelo que posea escasos grados de libertad.

Hohenberg, al fin, unió al teórico y el experimentador. Dirigía un taller en Aspen en el verano de 1979, y Libchaber estuvo en él. (Cuatro años antes, en el mismo taller estival, Feigenbaum había oído hablar a Steve Smale de un número —uno solo— que saltaba si un matemático contemplaba la transición al caos en cierta ecuación). Hohenberg escuchó interesado cuando Libchaber describió sus experimentos con helio líquido. En el viaje de regreso, Hohenberg se detuvo en Nuevo México y conversó con Feigenbaum. Éste, poco tiempo después, visitó a Libchaber en París. Se encontraron rodeados de las partes diseminadas de aparatos y los instrumentos del laboratorio del francés. Libchaber mostró con orgullo su celdilla y permitió que Feigenbaum expusiera su teoría más reciente. Después anduvieron por las calles parisienses en busca del mejor café posible. Libchaber recordó más tarde cuál fue su asombro al encontrar a un teórico tan joven y, como le definió, tan avispado.