Feigenbaum vivió después en un lugar austero, con la cama en una habitación, el ordenador en otra y tres torres electrónicas negras para tocar su colección de discos, declaradamente germánica, en la tercera. Su único intento de amueblar la casa, la compra de una cara mesita de mármol en Italia, acabó en fracaso, pues recibió una caja de fragmentos de mármol. Montones de papeles y libros tapizaban las paredes. Hablaba con rapidez, con la larga melena castaña salpicada de canas peinada hacia atrás.
—Algo dramático sucedió en los años veinte. Sin razón justificativa, los físicos toparon con una descripción, correcta en esencia, del mundo que los rodeaba, puesto que la teoría de la mecánica cuántica lo es. Explica cómo pueden hacerse ordenadores con tierra. Así aprendimos a manipular nuestro universo. Así se fabrican productos químicos, los plásticos y el resto. Uno sabe calcular con ella. Es sobremanera buena, con el defecto de que, a cierto nivel, carece de sentido.
»Falta una parte de las imágenes. Si se quiere saber qué significan en realidad las ecuaciones, y qué descripción del mundo está de acuerdo con esa teoría, la respuesta no proporciona algo vinculado con nuestra intuición del mundo. No podemos concebir una partícula moviéndose como si tuviera una trayectoria. No se nos permite visualizarla de ese modo. Y si nos ponemos a preguntar cosas cada vez más sutiles —¿qué nos cuenta la teoría del aspecto del mundo?—, al final estamos tan lejos de la forma ordinaria de imaginar lo que nos rodea, que nos exponemos a toda clase de conflictos. Quizá sea el mundo realmente así. Pero no sabemos, en el fondo, que no haya otra manera de reunir toda esa información, una manera que no imponga desvío tan radical de nuestro procedimiento de intuir las cosas.
»Un supuesto fundamental de la física consiste en que, para comprender el mundo, debemos aislar sus partes componentes hasta que nos cercioremos de que es verdaderamente básico aquello en lo que pensamos. Presumimos a continuación que lo que no entendemos son detalles. El presupuesto consiste en dar por seguro que hay una cantidad reducida de principios, y que los discernimos al observar los objetos en estado puro —es el auténtico modo de ver analítico—, y después nos las ingeniamos para juntarlos de forma mucho más complicada, para resolver problemas de menor monta. Si podemos.
»Por último, hay que utilizar el cambio de marchas. Debemos revisar nuestra concepción de los hechos importantes. Podríamos simular un sistema fluido en un ordenador, lo que empieza a ser posible. Pero sería un esfuerzo vano, pues lo que pasa en realidad no tiene relación con un fluido o una ecuación. Es una descripción general de lo que acontece, en una rica variedad de sistemas, cuando las cosas obran sobre sí mismas una y otra vez. Hay que pensar en el problema de otra manera.
»Cuando miran esta habitación —se ven trastos ahí, una persona sentada acá y puertas allí—, creen que observan los principios de la materia y escriben las funciones ondulatorias para representarlos. Pues bien, eso no es factible. Tal vez Dios pueda hacerlo, pero no existe pensamiento analítico para entender semejante problema.
»No es ya retórico preguntar qué pasará a una nube. La gente está muy interesada en saberlo, y eso denota que hay dinero para efectuar la investigación. El problema encaja en el reino de la física, y tiene el mismo calibre que los demás. Se observa algo complicado, y se resuelve en la actualidad buscando todos los indicios posibles, bastantes para decir dónde está la nube, la temperatura del aire, la velocidad aérea, etc. Se mete todo ello en el ordenador más potente que se pueda y se procura obtener una idea de lo que hará a renglón seguido. Pero eso no es muy realista.
Feigenbaum aplastó la colilla en el cenicero y encendió otro cigarrillo.
—Se han de buscar otros procedimientos. Se deben encontrar estructuras escalares: cómo se relacionan los grandes detalles con los pequeños. Se observan perturbaciones fluidas, estructuras complicadas, cuya complejidad se deriva de un proceso persistente. En algún nivel, no les importa la magnitud del proceso, sea del tamaño de un guisante, sea de la dimensión de una pelota del baloncesto. Y no afecta al proceso su situación, ni tampoco su duración. Las cosas escalares son lo único que llega a ser, en algún sentido, universal.
»Hasta cierto punto, el arte es una teoría sobre el mundo tal como aparece a los seres humanos. Es evidente hasta la saciedad que nadie conoce al dedillo el mundo que le rodea. Los artistas han comprendido que sólo interesa una reducida cantidad de sustancia, y después han comprobado qué era. Por ello, pueden efectuar algo de esa investigación en mi lugar. En las obras de Van Gogh hay millones de detalles, y por eso sus pinturas encierran una inmensa suma de información. Desde luego, se le ocurrió pensar en la cantidad irreducible de materia que habría de plasmar. O pueden estudiarse los horizontes de los dibujos de tinta holandeses, en torno al 1600, con arbolitos y vacas diminutos, que se antojan reales. Vistos de cerca, los árboles poseen una especie de límites hojosos, pero no causarían efecto si se redujeran a eso; hay también pedacitos de materia semejantes a ramas. Existe una interrelación definida entre las texturas más suaves y los objetos de líneas más acusadas. Esa correlación proporciona, por alguna razón, la percepción correcta. Si se examina cómo Ruysdael y Turner construyen la complejidad del agua, se nota que lo hacen iterativamente. Hay un nivel de materia, y luego la pintada sobre ella, y después las correcciones de ésta. Para esos pintores los fluidos turbulentos son siempre algo que encierra la idea de escala.
»Ansío saber describir las nubes. Pero tengo por erróneo decir que acá hay un pedazo de esta densidad, y allá otro de aquélla, y, además, acumular tanta información detallada. Los seres humanos, desde luego, no perciben así las cosas, ni tampoco los artistas. En algún punto, la tarea de escribir ecuaciones diferenciales parciales no significa haber trabajado en el problema.
»En cierto modo, la promesa portentosa de la Tierra reside en que hay en ella cosas bellas, cosas maravillosas y seductoras, y que, a causa de nuestra profesión, anhelamos entenderlas.
Feigenbaum dejó el cigarrillo. El humo se elevó del cenicero, primero en una columna fina, y después (como amable inclinación de cabeza destinada a la universalidad) en zarcillos inconexos que se retorcieron hacia el techo.