Cartas de rechazo

La universalidad estableció la diferencia entre lo bello y lo útil. Los matemáticos, pasado cierto punto, se despreocupan de proporcionar una técnica para los cálculos. Los físicos, pasado cierto punto, requieren números. La universalidad prometía que los físicos, habiendo solventado un problema fácil, conseguirían resolver otros mucho más difíciles. La respuesta sería la misma. Además, al situar su teoría dentro del marco de la renormalización, Feigenbaum le daba un aspecto que los físicos reconocerían como instrumento de cálculo, casi como norma.

Con todo, aquello que hacía útil a la universalidad era lo mismo en que los físicos apenas podían creer. La universalidad significaba que sistemas diferentes se portarían de manera idéntica. Desde luego, Feigenbaum estudiaba sólo funciones numéricas simples. Pero estaba convencido de que su teoría expresaba una ley natural sobre sistemas en el punto de transición del orden a la turbulencia. Todo el mundo sabía que la última denotaba un espectro continuo de frecuencias distintas, y se había preguntado de dónde procedían éstas. De repente se veía que llegaban en secuencias. La inferencia física era que los sistemas reales se comportarían de la misma manera reconocible, y que, también, serían igualmente mensurables. La universalidad de Feigenbaum era no sólo cualitativa, sino cuantitativa; no sólo estructural, sino métrica. Abarcaba números precisos, además de pautas. Aquello, para un físico, era abusar de la credulidad.

Años después Feigenbaum guardaba aún en un cajón del escritorio, donde podía encontrarlas en un santiamén, las cartas de rechazo.

Entonces disfrutaba de todo el reconocimiento que anhelaba. Su trabajo en Los Álamos había recibido premios y honores, y con ellos, prestigio y dinero. No obstante, todavía le escocía que los directores de las principales revistas académicas hubiesen juzgado su obra impropia para ser publicada a los dos años de haber empezado a ofrecerla. La idea de un descubrimiento científico tan original e inesperado, que no admite ser publicado, parece un mito trasnochado. Se supone que la ciencia moderna, con su gran caudal de información y su sistema imparcial de críticas cuidadosas, no incurre en exquisiteces de paladar. Un director, que devolvió el original a Feigenbaum, reconoció tiempo después haber rechazado un artículo que señalaba un punto decisivo en la especialidad; sin embargo, se excusó diciendo que era inadecuado para sus lectores, dedicados a las matemáticas aplicadas. Mientras tanto, bien que no se hubiese publicado, el hallazgo de Feigenbaum se convirtió en noticia candente en algunos círculos de matemáticos y físicos. El núcleo de la teoría se propagó como suele ocurrir en la mayor parte de la ciencia actual: gracias a conferencias y resúmenes previos de ellas. Feigenbaum describió su obra en disertaciones y recibió peticiones de fotocopias de sus artículos, primero a docenas y luego a centenares.