«No nos dimos cuenta de la verdad»

Los físicos adoptaban, años más tarde, expresión pensativa cuando se referían al artículo de Lorenz sobre aquellas ecuaciones —«esa espléndida maravilla»—. Entonces se hablaba de él como si fuese un escrito antiguo que conservara secretos de la eternidad. En los miles de publicaciones que constituyeron la bibliografía técnica del caos, pocas se citaron más a menudo que «Deterministic Nonperiodic Flow» (Flujo determinista no periódico). Durante mucho tiempo, nada inspiró más ilustraciones, hasta películas, que la curva misteriosa representada al final, la espiral doble que se conoció con el nombre de atractor de Lorenz. Por vez primera, las imágenes de éste habían probado lo que significaba decir «Es complicado». La riqueza entera del caos se hallaba en ellas.

En aquella época, sin embargo, contados lo comprendieron. Lorenz lo describió a Willem Malkus, profesor de matemáticas aplicadas en el MIT, científico caballeresco, dotado de gran capacidad para apreciar como merecían las obras de sus colegas.

—Ed, sabemos, y los sabemos muy bien, que la convección de fluidos no hace eso —dijo Malkus, riéndose.

La complicación seguramente se amortiguaría, opinó, y el sistema se trocaría en movimiento uniforme, regular.

—Como es evidente, no nos dimos cuenta de la verdad —dijo Malkus una generación más tarde, años después de que hubiese construido una rueda de agua de Lorenz en su laboratorio del sótano para mostrarla a los incrédulos—. Ed no pensaba en absoluto según nuestros términos físicos. Lo hacía conforme a un modelo generalizado, o resumido, cuyo comportamiento sentía intuitivamente que era peculiar de aspectos del mundo externo. Pero no podía decírnoslo. Sólo el tiempo hizo que sospecháramos que debió de tener tal opinión.

Escasos legos comprendieron con cuánta rigidez se ha encasillado la comunidad científica en especialidades, trocándose en un acorazado con tabiques herméticos contra las filtraciones. Los biólogos tenían sobradas cosas que leer para mantenerse al corriente de la bibliografía matemática; o, más aún, los biólogos moleculares disponían de demasiada literatura para estar al corriente de lo que escribían los biólogos de la población. Los físicos poseían mejores modos de invertir su tiempo que el de hojear las revistas meteorológicas. Algunos matemáticos se habrían entusiasmado, si se hubieran enterado del descubrimiento de Lorenz; un decenio después, físicos, astrónomos y biólogos buscaban algo como aquello y en ocasiones lo descubrían de nuevo por sí mismos. Pero Lorenz era meteorologista, y a nadie se le ocurrió enterarse del caos en la página 130 del volumen 20 de Journal of the Atmospheric Sciences.