El ordenador se porta mal

La nueva pasada tenía que haber sido la réplica exacta de la original. Él mismo había copiado los números. El programa no se había modificado. Pero Lorenz vio, en la nueva impresión, que su tiempo divergía tan prontamente de la pauta de la antigua pasada, que, al cabo de unos pocos meses —teóricos—, cualquier similitud se había borrado. Examinó uno de los conjuntos de números y luego el otro. El resultado era como si hubiese sacado al azar de un sombrero dos tiempos atmosféricos. Se le ocurrió al pronto que se había estropeado otro tubo de vacío.

De repente comprendió la verdad. No había desperfecto. El quid estaba en los números que había pulsado. La memoria de ordenador almacenaba seis decimales: 0,506127. En la impresión, para ahorrar espacio, aparecían únicamente tres: 0,506. Lorenz había entrado la expresión más corta, redondeada, convencido de que la diferencia —una milésima parte— era de poca importancia.

Se trataba de una suposición razonable. Si un satélite meteorológico registra la temperatura superficial del océano hasta una milésima parte, quienes lo operan se consideran afortunados. El Royal McBee de Lorenz ejecutaba el programa clásico. Utilizaba un sistema de ecuaciones estrictamente determinista. Dado un especial punto de partida, el tiempo se desarrollaría siempre del mismo modo. Dado un punto de partida levemente distinto, el tiempo se desarrollaría de modo ligeramente diferente. Un pequeño error numérico era como un imperceptible soplo de aire, pues soplos como aquéllos se extinguían o se anulaban unos a otros antes de que alteraran las condiciones importantes, a gran escala, del tiempo. Pero, en el sistema de ecuaciones de Lorenz, los errores ínfimos fueron catastróficos.

Decidió comprobar con más atención cómo dos pasadas del tiempo, casi idénticas, se manifestaban al ser parangonadas simultáneamente. Copió en una hoja transparente una de las onduladas líneas de output y la colocó sobre la otra, para cerciorarse de qué manera divergían. Al principio, dos prominencias casaron detalle por detalle. Luego, una línea empezó a alejarse un pelo. Cuando llegaron al montículo siguiente, las dos pasadas se habían desfasado de forma evidente. Al tercer o cuarto abultamiento, se había desvanecido toda semejanza.

Edward L. Lorenz / Adolph E. Brotman

CÓMO DIVERGEN DOS PAUTAS DEL TIEMPO ATMOSFÉRICO. Edward Lorenz vio que su tiempo de ordenador, a escasa distancia del punto de partida, producía pautas que se alejaban cada vez más una de otra, hasta que desaparecía cualquier semejanza. (De las separatas de Lorenz del año 1961).

Era el temblequeo de un ordenador calamitoso. Lorenz pudo imaginar que algo andaba mal en su máquina o en el modelo utilizado; probablemente hubiera tenido que suponerlo. No era como si hubiese mezclado sodio y cloro, y obtenido oro. Pero, por motivos de intuición matemática, que sus colegas entenderían sólo más tarde, sintió un choque: algo andaba filosóficamente desbarajustado. La trascendencia práctica podía causar vértigo. Bien que sus ecuaciones fuesen torpe parodia del tiempo reinante en la Tierra, tenía fe en que captaban la esencia de la verdadera atmósfera. Aquel primer día decidió que los pronósticos amplios estaban condenados a la extinción.

—No habíamos tenido éxito en aquello y ahora se nos ofrecía una excusa —dijo—. Creo que una de las razones de la gente para pensar que serían posibles previsiones tan anticipadas era que hay fenómenos físicos que uno logra pronosticar con anticipación, como los eclipses, en los cuales la dinámica del Sol, la Luna y la Tierra es bastante complicada, o como las mareas oceánicas. Jamás concebí el pronóstico de las mareas como predicción, sino como expresión de un hecho real; pero, desde luego, se hace un vaticinio en su caso. Las mareas son tan complicadas como la atmósfera. Unas y otra tienen componentes periódicos: cualquiera predice que el próximo verano será más cálido que este invierno. Mas, en cuanto al tiempo, adoptamos la actitud de que ya sabíamos eso. En cambio, en las mareas, nos interesa la parte predecible, y la impredecible tiene poca monta, a menos que haya una tempestad.

»La persona corriente, al ver que predecimos las mareas muy bien con unos meses de antelación, se pregunta por qué no logramos hacer lo mismo con la atmósfera, que sólo es un diferente sistema de fluido, con leyes de complicación semejante. Pero he comprendido que cualquier sistema físico de comportamiento no periódico será impredecible.