Oportunidad y necesidad

Ideas como las señaladas contribuyen al progreso de la empresa colectiva de la ciencia. Sin embargo, no hay filosofía, prueba o experimento con vigor suficiente para desengañar a los investigadores que creen que la ciencia debe proporcionar ante todo y siempre un método de trabajo. Lo clásico falla en algunos laboratorios. La ciencia normal se extravía, según palabras de Kuhn; un elemento del equipo no responde a lo esperado; «la profesión no puede continuar eludiendo las anomalías». Sin embargo, para los científicos, las ideas del caos no han de prevalecer hasta que el método del caos sea necesario.

Todos los campos proporcionaron ejemplos. Había en ecología Wilson M. Schaffer, el último discípulo de Robert McArthur, decano de la disciplina en los años cincuenta y sesenta. McArthur había edificado una concepción de la naturaleza que prestaba base firme a la noción de equilibrio natural. Sus modelos suponían que habría equilibrios y que las poblaciones de plantas y animales permanecerían contiguas a ellos. Para McArthur, aquello tenía algo que casi podía definirse como cualidad moral: los estados de equilibrio de sus modelos acarreaban el empleo más eficaz de los recursos alimentarios y, por lo tanto, el desperdicio mínimo. La naturaleza, si no se intervenía en ella, sería buena.

Veinte años después, el último estudiante de McArthur se sorprendió pensando que estaba condenada al fracaso la ecología fundada en la idea de equilibrio. La predisposición lineal traiciona los modelos clásicos. La naturaleza es más complicada. En su lugar ve el caos, «a la vez estimulante y un poco amenazador». Quizá llegue a minar los presupuestos ecológicos más resistentes, anuncia a sus colegas. «Lo que pasa por conceptos básicos en ecología se asemeja a la niebla ante la furia de la tempestad, en este caso una tempestad total y no lineal».

Schaffer usa atractores extraños para explorar la epidemiología de enfermedades infantiles, tales como el sarampión y las viruelas locas. Ha acopiado datos en las ciudades de Nueva York y Baltimore, en primer lugar, y después en Aberdeen (Escocia) y en toda Inglaterra y Gales. Ha compuesto un modelo dinámico semejante a un péndulo amortiguado. Las enfermedades sobrevienen anualmente por contagio entre los niños que vuelven a la escuela, y las amortigua su resistencia natural. El modelo de Schaffer predice que tales dolencias tendrán comportamiento llamativo por lo diferente: las viruelas locas han de variar periódicamente, y el sarampión, caóticamente. Y los datos cumplen con exactitud sus predicciones. Las variaciones anuales carecían de explicación para el epidemiólogo tradicional: dependían del azar y eran inestables. Schaffer muestra, con las técnicas de la reconstrucción del espacio de fases, que el sarampión obedece a un atractor extraño, cuya dimensión fractal es alrededor de 2,5.

Había computado exponentes de Lyapunov y trazado mapas de Poincaré.

—Más puntualmente —dijo—: cuando se contempla, la imagen salta a la cara y uno exclama «¡Dios mío! Es lo mismo».

Aunque el atractor sea caótico, la índole determinista del modelo consiente cierta predecibilidad. A un año de alta incidencia del sarampión, sigue uno de desplome vertical; a uno de infección media, el índice cambia levemente. Y uno de contagio reducido suscita enorme impredecibilidad. El modelo de Schaffer pronosticó también las consecuencias de moderar la dinámica con programas de vacunación multitudinaria, que no podía vaticinar la epidemiología clásica.

Las nociones del caos avanzan en diferentes sentidos, y por distintas razones, en las escalas colectiva y personal. Para Schaffer, como para tantos otros, la transición desde la ciencia tradicional al caos ocurrió de forma inesperada. Era blanco perfecto para la apología «mesiánica» que Robert May publicó en 1975; no obstante, leyó el artículo y lo descartó. Juzgó que las ideas matemáticas no podían ser adecuadas para la clase de sistemas que estudia el ecologista práctico. Sabía demasiada ecología para apreciar lo expuesto por May. Si eran diagramas unidimensionales, se dijo, ¿qué relación tenían con sistemas que cambiaban sin tregua? Un colega le propuso: «Consulte a Lorenz». Anotó la referencia en un papel y jamás se molestó en buscar el texto.

Años más tarde, Schaffer vivió en el desierto próximo a Tucson (Arizona). Los estíos le encontraron en los montes Santa Catalina, al norte, islas de chaparros, en las que sólo hacía calor cuando el suelo desértico abrasaba. En aquellos sotos, durante los meses de junio y julio, tras la floración primaveral y antes de las lluvias veraniegas, Schaffer y sus estudiantes graduados examinaron abejas y flores de especies diferentes. Aquel sistema ecológico se ponderaba con facilidad, a pesar de sus variaciones anuales. Schaffer contó las abejas en todas las corolas, midió el polen con pipetas y analizó los datos matemáticamente. Los abejorros competían con las abejas mielíferas, y éstas con las carpinteras, y Schaffer hizo un modelo convincente para explicar las fluctuaciones de la población.

En 1980 notó que algo no marchaba bien. Su modelo se vino abajo. El actor trascendental era un animal que no había tenido en cuenta: las hormigas. Algunos de sus colegas echaron la culpa al tiempo invernal anómalo; y otros, al estival, no menos anómalo. Schaffer pensó en complicar su modelo con más variables. Pero se sentía frustrado hasta las entretelas del corazón. Corrió la voz entre los graduados de que no era una bicoca pasar el verano con él a 1.500 metros de altitud… Y todo cambió de pronto.

Schaffer encontró por casualidad una separata sobre el caos químico, observado en un enrevesado experimento de laboratorio, y presintió que los autores habían sufrido el mismo problema que él: la imposibilidad de advertir las docenas de reacciones de productos dentro de un recipiente casaba con la de tener en cuenta docenas de especies en los montes de Arizona. Con todo, habían triunfado donde él había fracasado. Leyó, por fin, lo referente a la reconstrucción del espacio de fases. Leyó a Lorenz, Yorke, etc. La Universidad de Arizona patrocinó una serie de conferencias sobre «El orden en el caos». Harry Swinney compareció, y Swinney dominaba el arte de describir los experimentos. Cuando explicó el caos químico, mostró la diapositiva de un atractor extraño y sentenció: «He aquí el dato auténtico», Schaffer sintió un escalofrío.

—Supe de pronto que aquél era mi destino —dijo.

Disponía de un año sabático. Retiró la solicitud de financiación presentada en la National Science Foundation y pidió una beca Guggenheim. En las montañas, las hormigas cambiaban con las estaciones. Las abejas revoloteaban y se disparaban con zumbido dinámico. Las nubes se deslizaban por el firmamento. No volver a trabajar a la antigua.