Amaltea se estaba contrayendo más aprisa ahora, cediendo proporcionalmente más masa a medida que su área superficial decrecía. Cuanto más pequeña se hacía, más rápido se hacía aún más pequeña.
Los océanos de la pequeña luna hubieran simplemente hervido y desaparecido bajo el Michael Ventris si Forster hubiera estado dispuesto a esperar. Pero había demasiadas preguntas que nunca podrían ser respondidas si se permitía que esa extraordinaria biosfera se evaporara en el espacio sin ser observada. Además, el profesor era un hombre impaciente.
Sparta estaba a los controles del Manta cuando reentraron en el hormigueante mar.
—Ya están ahí —dijo Forster, sorprendido—. Los animales que encontramos antes.
—Han estado esperándole —respondió Sparta—. Apostaría a que no se sintieron satisfechos cuando usted y Blake se marcharon.
Un banco de luminiscentes «calamares» estaba alineado en brillante esplendor debajo de ellos, toda una sabana de animales ondulando al unísono como un solo organismo, casi como si expresaran placer.
Forster alzó una poblada ceja en dirección a Sparta.
—Parece muy segura de eso.
—Ella tiene razón, señor —dijo Blake, inclinado hacia ellos en el angosto espacio a sus espaldas—. Escuche el hidrófono.
Sparta aceptó la sugerencia de Blake y ajustó el volumen de los fonos externos hasta que los extraños gritos de la vida submarina los rodearon.
—Estoy escuchando. No soy biólogo. Podría tratarse de cualquier banco de peces… —Las ansiosas cejas de Forster se retorcieron—. Sin embargo hay un esquema fuerte, más fuerte que antes. No regular en realidad, pero con importantes elementos repetidos. ¿Cree que es una señal?
—Codificada en chillidos y silbidos —dijo Sparta.
—Y posiblemente diciendo lo mismo —añadió Blake—. Lo mismo que las medusas de Júpiter, quiero decir.
—Sí, señor —confirmó Sparta—. Dicen lo mismo.
—«Han llegado». —Forster meditó por unos instantes—. No le preguntaré cómo sabe usted esto, Troy…
—Sus analistas lo confirmarán. Cuando tenga tiempo de hacerles llegar los registros que hemos tomado.
—Las cosas están ocurriendo demasiado rápido para que eso ocurra…, no hasta que nos marchemos de aquí. —La miró—. No me lo ha dicho usted todo. Desde un principio ha sabido lo que habíamos venido a descubrir aquí, ¿verdad?
Ella asintió.
—Y hoy lo descubriremos —dijo él, triunfante.
Ella no respondió, atenta sólo a su inmersión. Con poderosos golpes de sus alas, el Manta siguió a los resplandecientes escuadrones hacia el brillante corazón de Amaltea. Como antes, el submarino se vio obligado a detenerse para ajustarse a la profundidad, pero debido a que Amaltea era más pequeña ahora, la distancia desde la superficie hasta el núcleo se hallaba dentro del límite absoluto de presión.
Pronto se acercaron al núcleo.
El núcleo era brillante por todas partes pero no ardiente por todas partes. A medida que se acercaban vieron que las múltiples hileras de burbujas que radiaban en todas direcciones eran generadas por complejas estructuras, resplandecientes torres blancas de un kilómetro o más de altura que brotaban de un perfecto elipsoide reflectante. La luz de las casi fundidas torres —porque incluso a través de docenas de kilómetros de agua resplandecían más brillantes que el filamento de una bombilla de incandescencia— era reflejada en la curvada superficie como de espejo; eran esos reflejos, así como sus fuentes, lo que desde una gran distancia habían dado la impresión de un solo objeto brillante.
—Sabe lo que hemos encontrado, ¿verdad Troy?
—Sí.
—Yo no —dijo Blake.
—Una nave espacial —dijo Forster—. Una nave espacial de mil millones de años de antigüedad. Trajo a la Cultura X de su estrella a la nuestra. Aparcaron aquí, en los anillos de radiación de Júpiter, la parte más peligrosa del sistema solar fuera de la envoltura del propio Sol. Y se encajaron en una corteza de hielo lo suficientemente gruesa como para escudarlos durante tanto tiempo como fuera necesario. Sembraron las nubes de Júpiter con vida; generación tras generación mantuvieron una vigilancia pasiva, para nosotros…, sin evolucionar nunca, el ecosistema de las nubes era demasiado simple para eso, pero tampoco sometido nunca a los cambios catastróficos de un planeta geológicamente activo…, hasta que la Kon-Tiki reveló que nosotros habíamos evolucionado a una especie capaz de viajar a los planetas. Que nosotros habíamos llegado. —Hizo una pausa y en su rostro juvenil apareció una expresión casi mística—. Y ahora la nave-mundo despierta, y se libera de su cascarón de hielo.
Sparta, privadamente regocijada ante aquella retórica pero teniendo buen cuidado de no expresarlo, dijo en voz baja:
—¿Qué supone que ocurrirá a continuación?
Forster le lanzó una brillante mirada de soslayo.
—Hay muchas opciones, ¿no? Quizás acudan directamente a saludarnos. Quizá simplemente digan adiós, una vez hecho lo que vinieron a hacer. Quizás estén todos muertos.
—O quizá traigan el paraíso a la Tierra —dijo Blake irónicamente.
—Eso es lo que enseña el culto de ustedes, supongo.
—Nunca fue mi culto —dijo Blake—. Ni el de ella.
Guardaron silencio, mientras el abrasador núcleo gravitaba bajo ellos, y crecía más y más hasta llegar al campo de visión. Pequeño en comparación con la masa que una vez lo había rodeado, el núcleo de Amaltea era pese a todo enorme, más grande que la mayoría de asteroides…, tres veces tan grande como Fobos, la luna más interior de Marte. Desde sus primeros sondeos habían sabido que no se enfrentaban a un objeto natural, pero la visión de un artefacto de treinta kilómetros de diámetro era suficiente para hacer que incluso Sparta, que estaba inmunizada contra las maravillas, lo contemplara absorta.
Con su visión infrarroja, Sparta leyó fácilmente las corrientes de convección calientes y frías que fluían sobre la brillante extensión del elipsoide, una visión de fuertes corrientes y rodantes turbulencias. Calentadas hasta el punto de ebullición, las columnas de agua que ascendían de las resplandecientes protuberancias estaban señaladas por galaxias enteras de burbujas microscópicas, para su visión tan brillantes como quasares. Un agua más fría y más clara descendía como una noche púrpura en torno de ellas, alimentando las tomas en las bases de las torres.
Alejó el Manta del calor, dejando que la relativamente fría agua arrastrara el submarino hacia abajo. Incluso sin su visión sensible a la temperatura para guiarla hubiera podido elegir el camino seguro simplemente siguiendo el banco de calamares que se sumergía ante ellos.
Había muchos de esos bancos cerca del núcleo, trazando ondulaciones y girando y cambiando bruscamente de dirección en torno de las bases de las grandes torres, al parecer entrando y saliendo de las bocas de las feroces calderas sin sufrir el menor daño.
—Me gustaría saber cuál es la fuente del calor —dijo Forster. Tuvo que gritar por encima del retumbar y el rugir de las calderas, que hacían que el pequeño submarino se estremeciera—. Parece nuclear.
—No esas estructuras —dijo Blake—. Los instrumentos no señalan neutrones. Ni rayos gamma. Sea cual sea la fuente local de calor, no es ni la fisión ni la fusión.
—Tendremos tiempo para eso más tarde. Ahora lo que deseo es hallar una forma de entrar.
Todavía estaban siguiendo a los calamares.
—Quizá nuestros amigos nos ayuden —dijo Sparta.
El submarino descendió hasta unos pocos metros de la brillante superficie. No mostraba ningún signo de placas o remaches, ningún asomo de costura o siquiera una irregularidad. Era perfecta. Volaron sobre ella con pausados aleteos como por encima de un paisaje revestido con una película de diamante. El horizonte se curvaba tan suavemente como el de una luna, y el cielo de negra agua estaba salpicado de agitadas estrellas vivas.
—¿Y si no podemos entrar? —preguntó Blake.
La respuesta de Forster fue muy poco característicamente tentativa.
—Es difícil imaginar algo más provocador que verse bloqueado fuera del mayor hallazgo arqueológico de toda la historia.
Sparta guardó silencio, casi contemplativa, como si nada de lo ocurrido pudiera alterarla o sorprenderla.
El objetivo del banco de resplandecientes calamares parecía ser una amplia y baja cúpula de al menos un kilómetro de circunferencia. Pronto estuvieron sobre ella; lejos de las llanuras del diamante se alzaban las grandes y brillantes torres, regularmente espaciadas en hileras a su alrededor, atrapándoles en una retícula de brillantes reflejos.
Ahora el banco de calamares trazaba espirales por encima de ellos como brillantes hojas de otoño multicolores atrapadas en un remolino de viento, flotando en el cielo y cayendo, sólo para ser barridas de nuevo por la girante danza. El Manta aleteaba abriéndose camino en medio de la espiral de animales transparentes que ascendían. Allá debajo de ellos, en el centro de la por otro lado sin mácula cúpula, los tres submarinistas vieron la primera interrupción en la perfecta superficie de Amaltea, un agujero circular de unos dos metros de diámetro.
—Demasiado pequeño para meternos —dijo Forster, abatido.
Sparta dejó que el Manta se dirigiera hacia la oscura abertura y la sondeó con las luces del submarino. Dentro había otras estructuras brillantes, una abertura parecida a un túnel cuyas paredes parecían caladas con una filigrana de brillante metal.
—Esto no parece artificial —dijo Forster, con creciente pesimismo.
—Podría ser el impacto de un meteoro —dijo Blake animadamente, al tiempo que se inclinaba hacia delante para mirar por entre sus cabezas a la abertura de abajo.
—Sería un impacto con mucha suerte —dijo Sparta—. Es un agujero malditamente redondo, ¿no crees?
—Los meteoros grandes siempre producen agujeros redondos, a menos que su impacto sea muy indirecto. —Era como si Blake intentara convencerles de lo peor.
—Dudo que un meteoro practicara un agujero redondo en este material —dijo Sparta—. Es el mismo que el de la placa marciana.
—Pero observa los bordes —insistió Blake—. Puedes ver que ha habido una explosión de algún tipo.
—No lo creo así. Ese grabado parece demasiado intrincado para haber sido hecho por una explosión.
Forster carraspeó con un gruñido.
—¿Qué cree usted que es, Troy?
—Creo que dejaron la puerta abierta para nosotros.
—¿Dejaron? Esto es una máquina —exclamó Forster con voz ronca—. Una máquina de mil millones de años de antigüedad.
Ella asintió.
—Una máquina muy lista.
—¿Cree que está programada para dejarnos entrar? —Su intención era transparente; deseaba que ella le dijera lo que en el fondo deseaba creer.
Sparta asintió de nuevo, cumpliendo al menos parcialmente con sus deseos. Si él quería que ella dijera que ellos estaban todavía dentro, sin embargo, iba a decepcionarle.
Estudió el interior del agujero redondo y sus festoneadas y aserradas superficies; lo fijó todo en su memoria y luego, por un imperceptible momento…
… cayó en una especie de trance, a un espacio matemático de irrepresentables dimensiones donde no penetraban las sensaciones del mundo real, sólo los charloteantes chillidos de los calamares, resonando aún dentro de su cabeza. El ojo de su alma realizó el análisis y los cálculos, y de pronto vio cómo funcionaba aquella cosa. Sus ojos parpadearon…
… y estaba de vuelta en el extrañamente iluminado mundo submarino, en parte brillante, en parte oscuro, en parte frío, en parte caliente. El Manta se bamboleaba sensualmente en la oscura agua. Sin molestarse en explicar nada a Blake o al profesor, Sparta manipuló los extensores del Manta, rozando con sus sensibles dedos de titanio la compleja superficie interna del agujero cilíndrico, tocando y acariciando las texturas que por su apariencia hubieran podido ser muy fácilmente escoria fundida o joyería fina pero que en realidad eran algo tan directo y definitivo como una constante matemática, como el desarrollo escrito de pi.
—Está ocurriendo algo —dijo el profesor.
—No veo nada —murmuró Blake—. No oigo nada.
—Lo noto…, quiero decir, de alguna forma lo siento. —Los ojos de Forster se abrieron mucho—. Mire ahí, ¿qué es eso?
La baja cúpula sobre la que flotaban parecía de algún modo menos adamantina, menos perfecta en su reflejo de las hirvientes torres incandescentes.
—Es más brillante ahí —dijo, excitado.
—¿De veras? —La voz de Sparta era incitadora.
—El suelo…, quiero decir, el casco, o lo que sea, está brillando.
—Los instrumentos no indican ningún incremento en la temperatura —observó Blake.
—No he dicho…, ¡miren eso! —Forster se echó hacia delante y prácticamente clavó la nariz en el transparente poliglás del Manta—. ¡Puedo ver directamente a su través!
Porque, efectivamente, la baja cúpula había empezado a brillar, como un inmenso accesorio luminoso en un reostato muy lento; toda la superficie de aquella protuberancia en la luna de diamante era ahora de un color rosado, como un suave letrero de neón. Pero se hizo rápidamente más brillante, y de pronto lo que había parecido una sólida, opaca, pulida superficie de metal, se convirtió en tan transparente como el cristal de roca.
Por primera vez en varios minutos, la voz de Jo Walsh les llegó a través del sonarenlace:
—Estamos apreciando un cambio en el perfil sísmico del núcleo, profesor.
—¿Qué cambio? —preguntó Forster.
—El ordenador no puede extraerle ningún sentido. Pero el núcleo ya no es opaco al sonido. No es seguro que dispongamos de los programas apropiados para interpretar lo que estamos viendo…
—Simplemente registre. Ya analizaremos más tarde.
—Como usted diga, señor.
Forster y Blake y Sparta miraban maravillados, directamente a través de la ahora perfectamente transparente cúpula de un kilómetro de ancho, a un resplandeciente espacio abierto, mucho más grande que la más grande catedral de la Tierra.
—Es una esclusa de aire —dijo Forster—. Lo bastante grande como para recibir naves espaciales.
—Creo que no es una esclusa de aire —dijo Sparta.
—¿Qué? Oh, por supuesto…, lo que hay dentro no es aire.
—¿Cómo supone que abren la esclusa? —preguntó Blake.
Como si hubiera oído sus palabras, la cúpula de cristal bajo ellos empezó a fundirse visiblemente. Primero el mecanismo de cierre inmediatamente debajo de ellos —que había retenido su forma aunque había adquirido un aspecto tan frágil como una escultura de azúcar hilado— se estremeció visiblemente y se disolvió. En el lugar donde había estado, una forma espiralada como una gasa se retiró, como una serie de Fibonacci; era como si el material del cascarón se hubiera vuelto más delgado, perdiendo capa tras capa, más y más aprisa, hasta la capa final de moléculas…, y luego incluso ésas hubieran sido retiradas.
Hubo una gran entrada de agua. Atrapado en la turbulencia, el Manta cayó al interior, a la líquida arena.
Un momento más tarde todo había terminado: la ventana de fina gasa se reformó sobre sus cabezas, capas de invisiblemente delgadas losas moleculares se unieron unas a otras en orden inverso y —más rápido aún de lo que se había vuelto transparente— la gran cúpula fue de nuevo opaca. La última visión que tuvieron los tres tripulantes del Manta a su través, mientras el submarino era absorbido por el remolino, fue un brillante banco de calamares que se dispersaba en todas direcciones, como una lluvia de meteoros.
Sparta necesitó un momento para estabilizar el girante submarino, orientar el ingrávido aparato con su barriga hacia el centro de Amaltea, el «suelo», y su lomo hacia el centro de la cúpula, el «techo».
Un silencio sobrenatural se cerró sobre ellos. El resonante rugir de las hirvientes torres de fuera había desaparecido, junto con el ajuste de fase subsónico que había sonado como algo muy parecido al latir de un corazón. Todo lo que recogían los hidrófonos del submarino era el rítmico silbido acuoso de su propia respiración.
—Jo, ¿nos captas? —preguntó Sparta por el sonarenlace.
No se sintió ni sorprendida ni preocupada cuando no hubo respuesta. Miró a Forster, cuyo brillante rostro registraba excitación pero no miedo.
—Lo que sea que bloquea la signatura sísmica de esto se halla de nuevo en su lugar —dijo Blake.
—Mientras estemos aquí dentro no tendremos ninguna comunicación con la superficie —indicó Sparta.
—Esperaba algo así —reconoció Forster—. Walsh y el resto sabrán lo que ha ocurrido. Seguiremos el plan previsto.
Sparta no creía que la tripulación se diera cuenta de lo que había ocurrido, pero sabía que eran lo bastante disciplinados como para no desviarse del plan de la misión. Miró la consola.
—La presión exterior está bajando rápidamente.
—Buen truco —dijo Blake.
Forster se mostró sorprendido.
—Debe haber algunas bombas más bien grandes en acción. Pero son perfectamente silenciosas.
—Más bien unas bombas pequeñas, creo —contradijo Sparta—. Bombas moleculares, como células biológicas, por toda la superficie de la esclusa.
Eran un diminuto punto extraviado en el centro de un enorme cuenco, más pequeño que una olomina en un acuario. Una pálida luz azul, como la que hay a una docena de metros por debajo de la superficie en los mares tropicales de la Tierra, brotaba de las paredes y del suelo de la propia cámara, que relucían suavemente. En el techo de la cúpula, una dispersión al azar de cabezas de alfiler blancoazuladas resplandecían más brillantes.
Aunque el espectro no se extendía ni al infrarrojo ni al ultravioleta, el ubicuo resplandor era lo bastante intenso como para permitir a Sparta distinguir la graciosa arquitectura de la bóveda. El espacio estaba escasamente ocupado, el cascarón profusamente decorado con fundentes columnas y colgantes arcos estilo Gaudí, todo ello enlazado por una red de conducciones fractales tan intrincadas como los ramificados alvéolos de los pulmones de un mamífero.
Blake podía verlo todo casi tan bien como ella, y…
—Algo acerca de este lugar —se dio cuenta que decía ella, aunque no pudo captar su propia impresión— parece muy… familiar.
Para Sparta —visto en un acusado escorzo— era realmente algo muy familiar.
—¿Viste los holos del templo del Espíritu Libre bajo la mansión de Kingman?
—Sí.
—Ponlos en un programa de gráficos y aplasta el eje Z un cuatrocientos por ciento.
La cripta debajo de la propiedad inglesa de Kingman estaba construida en el pretencioso estilo Perpendicular del siglo XIV, mientras que este espacio abultaba hacia fuera de una forma más extravagante que las cúpulas centrales de la Mezquita Azul. Sin embargo, los elementos arquitectónicos —los graciosos arcos, la simetría óctuple, los entrelazados costillares, los esquemas radiales foliados a partir del bollón central sobre sus cabezas— creaban una especie de aplastado Gótico primitivo.
Forster dobló la cabeza para mirar hacia arriba a través de la burbuja del Manta.
—¿Y esas luces blancas de ahí arriba? Son casi como estrellas.
—La Cruz —dijo ella—. Quizás eran sentimentales. El centro de la escotilla, por donde entramos, señala la posición de su estrella natal.
—Y, directamente debajo de ella, está el sanctasanctórum —dijo Blake.
—Sí. —Sparta asintió a Forster—. Directamente debajo, señor, es el camino de entrada.
Guio el Manta hacia abajo a través del agua azul. El suelo a sus pies era tan intrincado como un arrecife de coral, incrustado con criaturas de múltiples brazos y tentáculos. Directamente debajo se extendía un bosque de helados tentáculos metálicos, barrocamente curvados y retorcidos, como los brazos de una estrella de mar. En el centro del conjunto, donde debería estar la boca de la estrella de mar, había una oscura abertura. Sparta lanzó el pequeño Manta hacia allá.
Unos momentos más tarde estaban en medio de una negra agua.
Sparta accionó los focos superiores del aparato; los óvalos de luz danzaron en la distancia hasta que fueron demasiado difusos para ser visibles. El Manta flotó en medio de un espacio tan vasto y oscuro que los haces de sus luces no alcanzaban nada a sus pies.
—Tengo la impresión de ser una araña suspendida bajo la cúpula de San Pedro —dijo Forster, sin dejar de mirar las tinieblas a su alrededor.
—No sabía que fuera usted un hombre religioso, profesor. —El frío tono de Sparta no traicionó su regocijo interior.
—Oh, bueno…, es una construcción muy grande, eso es todo lo que quiero decir.
—¿Seguro que es esto exactamente lo que esperaba hallar? ¿La nave que trajo a la Cultura X a nuestro sistema solar?
—Sí, por supuesto. Incluso lo he argumentado en artículos y ensayos que nadie parece haber leído…, o, si lo hicieron, creyeron que me estaban haciendo un favor fingiendo que no habían cometido la indiscreción.
—Recuerdo uno en Nature en el 74 —dijo Blake—. Despertó una cierta tensión.
—No era usted lo bastante mayor para leerlo en el 74 —dijo Forster.
—Lo leí de los archivos más tarde —aclaró Blake.
Forster admitió que se sentía halagado.
—Fue más bien una buena afirmación de la tesis, ¿no? Supongamos que una civilización deseaba cruzar el espacio interestelar…, ¿cómo enfrentar el problema? Argumenté que construirían un planetoide móvil, una nave-mundo lo llamé, que quizás empleara siglos en llevar a cabo la tarea.
—Al menos siglos, pensaría yo. —El tono de voz de Sparta lo animó sutilmente a seguir hablando mientras hacía descender más al Manta en las aguas a sus pies…, transparentes como el cristal y absolutamente desprovistas de luz.
—Puesto que la nave tendría que ser un mundo autosuficiente que pudiera proveer a las necesidades de sus habitantes durante generaciones, tendría que ser tan grande como…, como esto. Me pregunto cuántos soles visitaron antes de encontrar el nuestro y saber que su búsqueda había terminado.
—Así que imaginó usted todo esto antes de que empezáramos —dijo Blake.
—Oh, no todo.
—¿No? —Sparta le miró con curiosidad.
—Nunca pensé que fueran criaturas marinas —dijo Forster, con su suave voz llena de maravilla—. Incluso con todo lo que hemos encontrado, el hielo y el mar temporal de ahí fuera, lleno de vida…, nunca se me ocurrió que vivieran en el agua. Cuando llegamos a la compuerta interior, mi primer pensamiento fue que la nave había sufrido una fuga y que todos ellos estaban muertos y que el hielo fundido había llenado su mundo-nave con agua.
—¿Qué le ha hecho cambiar de opinión?
—Usted se dio cuenta en seguida —dijo él con voz seca—. La presión y la temperatura aquí dentro son como las de los mares menos profundos de la Tierra.
—Sí. Y como los mares que en su tiempo cubrieron Marte y Venus —dijo Sparta.
—Los mundos-sal, así es como los llama la placa marciana. Sabíamos que debía referirse a mundos oceánicos, pero no sabíamos lo importantes que eran los océanos para ellos. Océanos con exactamente la mezcla adecuada de nutrientes para sustentar a los de su raza.
Algo apareció como surgido de la oscuridad debajo de ellos, una enorme estructura como de encaje de bóvedas cristalinas. Más abajo, según el sonar del Manta, había otro caparazón liso.
—Si tuviera que adivinar, diría que nos hallamos dentro de un hangar —dijo Blake—. Tienen que disponer de naves más pequeñas que puedan llevarlos a los planetas.
—Me pregunto si hallaremos alguna vez alguna —dijo Forster—. ¿O regresaron aquí hace mil millones de años?
—Si esto es un hangar, está vacío excepto nosotros —dijo Sparta.
—Sí. Lástima.
—¿Por qué lástima, señor? —preguntó Blake.
—Su maravillosa maquinaria actuó a la perfección. Su miríada de animales despertaron de su helado sueño e hicieron lo que habían sido programados genéticamente a hacer. Pero al parecer han transcurrido demasiados millones de años. Fuera, todo está vivo y actuando. Aquí en el interior, todo es oscuro y vacío.
Sparta y Blake no dijeron nada, y Forster guardó silencio, sin intención de decir más. El Manta se deslizaba perezosamente por la negra agua, con los haces blancoazulados de sus focos captando elementos estructurales tan delicados como frondas de varec o ramas de coral. En cada lado oscuros pasajes les invitaban a entrar en laberínticos corredores; había demasiadas entradas para hacer ninguna elección obvia o fácil.
—Deberíamos empezar a volver antes de que preocupemos a los otros —dijo Sparta.
Forster asintió, aún meditando.
Ella se sintió impulsada a reconfortarle.
—Simplemente piense en lo que ha descubierto.
—Sí, pero realmente, es casi demasiado grande —dijo con voz débil—. Sin mencionar que está lleno de agua.
—No se preocupe, pondremos a todo el mundo a trabajar —dijo ella.
—¿Cómo? —Forster se agitó—. No estoy seguro de comprender.
—Los usaremos como buceadores…, los meteremos en trajes espaciales y los bajaremos hasta aquí, de dos en dos. El Manta puede ser llenado con agua, y una vez los tengamos aquí dentro del núcleo, la presión es lo bastante baja. Un traje rígido puede soportarla fácilmente. —Sonrió—. Sigue siendo el hallazgo arqueológico más grande de la historia, profesor. Aunque esté lleno de agua.