Primera parte
HACIA LA ORILLA DEL OCÉANO SIN ORILLAS

1

Más temprano aquel mismo día, en otro continente

—No estás segura de que seas humana —dijo la joven. Estaba sentada en una silla de pino barnizado con respaldo de varillas. Las cejas eran anchas pinceladas de tinta en su rostro ovalado sobre unos ojos de un castaño líquido, y debajo de su nariz respingona su boca era llena y sus labios inocentes en su delicado color rosa natural. Su largo pelo castaño colgaba en lustrosas ondulaciones hasta los hombros de su vestido de verano estampado—. Creo que fue ahí donde lo dejamos.

—¿No es ahí donde lo dejamos siempre? —Los labios de Sparta eran más llenos que los de la otra mujer, perpetuamente entreabiertos, como si probaran la brisa; no se curvaban fácilmente en una sonrisa.

—Es cierto, ésa es la pregunta que esperas responder. Y hasta que lo hagas, o decidas que alguna otra pregunta es más importante, parece que tendremos que seguir volviendo a ella.

La habitación carecía de muebles excepto las sillas en las que se sentaban las dos mujeres, una frente a la otra, en ángulos opuestos. No había cuadros en las paredes pintadas de color crema, ni alfombras en las planchas de sicomoro pulido del suelo. La lluvia había cesado en algún momento durante la noche. El aire matutino era fragante con el aroma de los bosques en plena floración, la luz del sol era cálida sobre la piel.

El liso pelo rubio de Sparta llegaba justo al alto cuello de su suave chaqueta negra; ambas cosas enmarcaban su rostro, un suave óvalo como el de Linda. Giró la cabeza para mirar por la única ventana.

—Me rehicieron para que oyera cosas que ningún humano natural puede oír, para que viera cosas que ningún humano natural puede ver, para que analizara lo que saboreo y huelo, no sólo con precisión sino concienzudamente, especificando la estructura molecular…, y para que calculara más rápido que cualquier ser humano y pudiera integrarme con cualquier ordenador por microondas. ¿Cómo puedo ser humana?

—¿Son humanos los sordos? ¿Los ciegos? ¿Dónde termina la humanidad de un cuadripléjico…, en alguna parte de su médula espinal, o donde sus ruedas tocan el suelo? ¿Están esas personas deshumanizadas por sus prótesis?

—Yo nací perfecta.

—Felicidades.

La pálida piel de Sparta se iluminó.

—Tú sabes ya todo lo que yo sé y mucho más. ¿Por qué es una pregunta tan difícil para ti?

—Porque sólo tú puedes responderla. ¿Conoces estos versos?

Quédate quieto y aguarda sin esperanza,

porque la esperanza sería una esperanza equivocada; aguarda sin amor,

porque el amor sería un amor equivocado…

Aguarda sin pensar, porque no estás preparado para el pensamiento…

Aquellos versos hicieron crecer el desafío en Sparta, pero no dijo nada.

—Has intentado abrirte camino a una respuesta —sugirió Linda—. O sentir tu camino, que en estas circunstancias no es mejor. ¿Qué son los sentimientos sino pensamientos sin palabras? La respuesta a tu pregunta no puede deducirse o extraerse a través de la emoción. Vendrá cuando venga. De la historia. Del mundo.

—Si llega a venir alguna vez.

—Es una pregunta tan buena como cualquier otra, pero sí, puedes perder interés en ella.

Sparta recogió una hilacha imaginaria de la rodilla de sus suaves y ajustados pantalones negros.

—Cambiemos de tema.

—¿Tan fácilmente? —Linda se echó a reír, una risa de muchacha, como los diecisiete años que parecía tener.

—Mi humanidad o mi falta de ella no es de hecho lo único que me interesa. La otra noche soñé de nuevo.

—¿Sí? —Linda se mantuvo suavemente alerta—. Cuéntame tu sueño.

—No en las nubes de Júpiter, o en los signos —dijo Sparta—. No he tenido esos sueños desde hace un año.

—Esa parte de tu vida es el pasado.

—La otra noche soñé que era un delfín y que avanzaba con rapidez por las profundidades del mar. La luz era muy azul, y sentía frío y calor al mismo tiempo, feliz sin saber por qué…, excepto que había otros conmigo. Otros delfines. Era como volar. Seguí y seguí, cada vez más profundo. Y luego estaba volando. Tenía alas y volaba en un cielo rosa sobre un desierto rojo. Hubiera podido ser en Marte, excepto que había aire. Me di cuenta de que estaba sola. Y de pronto me sentí tan triste que desperté.

—¿Cuál era tu nombre?

—No dije… ¿Qué te hace pensar que tenía un nombre?

—Me lo preguntaba, eso es todo.

Sparta hizo una pausa, como si recordara.

—Cuando era un delfín, era algo así como un silbido.

—¿Y cuando eras un pájaro?

—Un grito, como… —Dudó, luego dijo—: Circe. —Brotó de sus labios como el chillido de un delfín.

—Fascinante. ¿Sabes lo que significa?

—¿Circe? No sé por qué pensé en eso. En la Odisea, ella transformaba a los hombres en animales.

—Sí. En la Odisea es la Diosa de la Muerte. Pero la palabra significa literalmente «halcón».

—¡Halcón! —El año anterior, la expedición de la Kon-Tiki a Júpiter había sido dirigida por el capitán de aeronave Howard Falcon; en su locura, creyéndole su rival, Sparta había intentado asesinarle.

—Un nombre no de muerte, sino del sol —dijo Linda.

—Yo me sentía más feliz bajo el mar —dijo Sparta.

—El mar es un antiguo símbolo del subconsciente. Al parecer, tu subconsciente ya no te está barrado. Un sueño propiciatorio.

—Pero eso vino primero. Luego lo perdí.

—Debido a que una tarea solitaria y consciente aún te sigue llamando. Una tarea como un sol. En occidente al menos, el sol era un dios solitario.

La expresión de Sparta se hizo terca.

—Esa tarea me fue impuesta por otros. Emperatriz de los Últimos Días. —Pronunció la frase ritual con desdén—. ¿Con qué derecho me eligieron embajadora a las estrellas? No les debo nada.

—Cierto. Pero más pronto o más tarde tendrás que decidir qué decirles. O sí o no.

Unas ardientes lágrimas se agolparon en los ojos de Sparta. Permaneció sentada inmóvil y dejó que cayeran sobre su regazo y desaparecieran en la suave tela negra. Al cabo de unos momentos dijo:

—Si yo fuera humana podría negarme.

—¿Debes estar segura de tu humanidad antes de poder negarte?

Sparta eludió la pregunta.

—Entonces quizá pudiera estar con Blake y hacer algo normal, como vivir en una auténtica casa, tener hijos.

—¿Por qué es imposible?

—Todo eso fue destruido en mí.

—Puedes ser reconstruida.

Sparta se encogió de hombros.

Linda lo intentó de nuevo.

—¿Qué siente Blake?

—Ya lo sabes.

—Dímelo de nuevo.

—Me quiere. —Su voz era llana.

—Y tú le quieres a él.

—Pero no soy humana —murmuró Sparta.

Linda sonrió fríamente.

Ahora estás segura.

Sparta se puso en pie, atrapada, con un movimiento tan suave como el de una bailarina. Se dirigió a la puerta, dudó, luego se dio la vuelta.

—Esto no lleva a ninguna parte. Yo te diseñé tal como eres…

—¿Sí?

—Porque cuando yo era tú, cuando era Linda…, yo era humana. Normal, casi. Antes de que me convirtieran en esto. Hubiera podido tener cualquier cosa que deseara.

Eco de pisadas en la memoria —recitó Linda—. Por el corredor que no tomamos

—¿Qué? —dijo Sparta, irritada.

—Lo siento. Parece que estoy repitiendo demasiado a Eliot esta mañana. ¿Debo entender que estás decepcionada de que yo no sea de hecho la muchacha que tú acostumbrabas a ser?

—Pensé que si les hacía construirte así, quizá pudiéramos hablar de cosas de la forma en que… suelen hacerlo las mujeres normales.

—Pero tú no eres normal, y yo ciertamente no soy una mujer.

—Como insistes en recordarme.

—La parte de mí que no diseñaste para… amistad con el usuario, es una sofisticada ontóloga, con muchas formas de probar qué es el mundo, cómo es una persona, cómo son las cosas. Lo admito, las cuestiones epistemológicas relacionadas son sutiles, pero al menos mis algoritmos son explícitos. Debido a que eres quien eres, sin embargo, nunca puedes desenmarañar por completo lo que sabes del mundo y de ti misma de cómo lo sabes.

—No soy fenomenóloga.

—No, y no pretendo sugerir que sólo porque tengas un cerebro humano y no uno electrónico no exista la verdad. O que el universo no es consistente, o no existe de una forma independiente de tus percepciones. Simplemente quiero decir que, sin ayuda mía o de otro terapeuta o maestro, es dudoso que tú, o cualquier otro, puedas librarte nunca de la telaraña de las suposiciones no probadas adquiridas culturalmente.

—No has respondido a mi pregunta.

—Creo que sí lo he hecho. Mi trabajo es ayudarte a ver cómo son las cosas. A ser consciente de quién eres, Linda-Ellen-Sparta.

—He estado todo un año en ello.

—No puedo acusarte de impaciencia.

—Sacaron esa cosa de mi vientre. Estupendo…, ¿para qué necesito una radio en mi vientre? En cuanto a mi visión, yo personalmente la maté con Striaphan. Estupendo también.

—Esas cosas no eran realmente yo. Ahora me siento fuerte, me siento bien. Mejor que nunca. Pero con respecto a…, oh, un significado, supongo, una finalidad propia, decidida por …, ¿qué progresos he hecho?

—Haberte recobrado por completo de tu dependencia al Striaphan a mí me parece un progreso.

—Ayer caminé por los riscos, encima del río, y recordé que uno de los chicos de Sparta escalaba los Catskills un verano, y el granito cedió bajo sus pies y cayó y se mató. Simplemente así. Y pensé: si eso me ocurriera a mí ahora, a mí… a mí no me importaría. Estaría bien para mí. Nada que necesite hacerse quedaría por hacer.

—¿Echas en falta a Blake?

Sparta asintió. Las lágrimas se agolparon de nuevo en sus ojos.

—Quizás haya algo que necesites hacer por tu propio bien —dijo Linda con voz suave.

Desde el otro lado de la habitación, Sparta estudió el simulacro de su yo más joven sentado tan plácidamente a la luz del sol de primavera. Sus reluctantes labios formaron una irónica sonrisa.

—Siempre llegamos a este punto también.

—¿Qué punto?

—¿No estamos llegando a este punto en el que me dices que debería hablar con mi madre?

—Dudo que haya usado ninguna vez la palabra deberías.

—Durante cinco años me hizo creer que estaba muerta. Intentó disuadir a mi padre de que me contara la verdad —dijo furiosa Sparta—. Les dio permiso para que me hicieran esto.

—Tu reluctancia a enfrentarte a ella es fácil de comprender.

—Pero tú piensas que debería hacerlo. Uses o no la palabra.

—No. —Linda negó con la cabeza. Los rizos de su pelo castaño relucieron a la luz del sol—. Sería un punto desde donde empezar. Pero sólo uno de muchos. —Las dos mujeres se miraron, inmóviles, hasta que Linda siguió—: ¿Te marchas ya? Todavía es temprano.

Sparta inspiró profundamente y se sentó. Tras unos instantes de silencio, prosiguieron su conversación.