Los recuerdos de Klaus Muller continúan así:
Signos evidentes de consternación se produjeron en las cadenas de vídeo. Y así lo pude comprobar a los pocos minutos de haber sacado la cabeza por la escotilla de la Langosta.
Todo el mundo sabía que una nave alienígena andaba por las inmediaciones de la Tierra. La noticia tenía varios días de antigüedad. Pero si la nave no iba a estrellarse contra nosotros ¿a quién le importaba? Sin embargo, ahora la cosa había cambiado. Las nuevas más recientes indicaban la presencia de otra nave alienígena en el cielo, al parecer idéntica a la primera, que había hecho su aparición en el Cinturón Principal y que ahora aceleraba en un curso convergente con la primera, lo que representaba que ambas acabarían por… chocar entre sí.
A los del centro de Control de Trinco aquello les importaba muy poco por considerar que era asunto de los astrónomos. Tanto Lev Shapiro como sus colegas eran ingenieros de energía y su atención se concentraba exclusivamente en el sector de los océanos.
—Ya he dado con el saboteador —informé a Karpukhin en cuanto la tripulación me hubo sacado de la Langosta—. Si quiere saber todos los detalles dígale a Joe Watkins que venga.
Aquello no era precisamente lo que Karpukhin hubiera deseado oír de mí. Lo dejé que sudara un par de segundos mientras yo disfrutaba observando la fascinadora gama de expresiones que se pintaba en su cara. Y enseguida le di mi informe… ligeramente retocado.
Dejé entrever, aunque sin asegurarlo de manera precisa, que los dos calamares a los que me había enfrentado disponían del potencial suficiente como para ser los causantes de los daños sufridos por la parrilla. Pero no mencioné la conversación que había… digamos escuchado. Aquello hubiera provocado incredulidad y yo deseaba disponer de algún tiempo para reflexionar sobre la cuestión y atar los cabos sueltos. Es decir, si es que podía.
Esta mañana hemos empezado a aplicar nuestra contraofensiva. Me voy a sumergir en la Fosa de Trinco llevando los grandes focos que, según Lev Shapiro, mantendrán a raya a los calamares. Pero ¿durante cuánto tiempo podremos hacer uso de nuestro ardid si hay seres inteligentes en las profundidades?
Anoche, poco después de haber terminado de preparar la Langosta para la inmersión de hoy, me informaron de que otra nave alienígena había sido avistada, perfectamente idéntica a las dos anteriores, y de que aceleraba su velocidad después de haber partido del Cinturón Principal. Pero el relato era algo confuso y probablemente tenía su origen en algunos rumores sin fundamento.
Esta mañana se han propalado algunos más, en los que se mencionan nuevas naves procedentes de Venus, de Neptuno y de Urano. No puedo permitir que esas noticias me afecten. Así que he intentado concentrarme estrictamente en la misión que he de llevar a cabo.
Anoche conseguí que Joe se encontrara conmigo en el bar del hotel. Me había propuesto hacerle jurar que guardaría el secreto, pero en seguida me di cuenta de que mi problema era otro. Estaba desesperado por hacerle desistir de sus continuas divagaciones acerca de naves de tamaño planetario y del momento en que los alienígenas chocarían entre sí, etcétera, y necesitaba urgentemente llevarlo de nuevo a la senda del Calamar Gigante.
Necesité cosa de medio litro de whisky para lograr mi propósito.
Joe me proporcionó una inestimable ayuda aunque hasta ahora sabe tan poco de mis descubrimientos como los propios rusos. Me abrumó con detalles sobre el admirablemente desarrollado sistema nervioso de que disponen los calamares y me explicó que algunos de ellos, los de menor tamaño, pueden cambiar de aspecto en un instante, valiéndose de una especie de método impresor a tres colores basado en la extraordinaria red de «cromóforos» que les recubre el cuerpo. Posiblemente dicha condición proceda de su facilidad para el camuflaje que, de un modo natural, puede a su vez convertirse en un sistema de comunicación. Quizá todo ello haya sido inevitable si se tienen en cuenta las posibilidades que en dicho sentido existen en el sistema evolutivo.
Una cosa tenía preocupado a Joe.
—¿Qué estarían haciendo los dos calamares en las inmediaciones de la parrilla? —me preguntó una y otra vez con aire lastimero—. Son invertebrados de sangre fría y en consecuencia evitan toda fuente de calor del mismo modo que rechazan la luz.
Aquello tenía perplejo a Joe, pero no a mí. Porque a mi juicio ahí reside la clave de todo el misterio.
Ahora estoy seguro de que aquellos calamares se encontraban en Trinco por la misma razón por la que hay humanos en el Cinturón Principal, o en Mercurio. O por la que Forster y su tripulación fueron a Amaltea. Nada más que una pura y simple curiosidad científica. La parrilla de energía había hecho salir a los calamares de sus profundas guaridas heladas a fin de investigar el geiser de agua caliente que de improviso había brotado de las laderas del cañón, fenómeno inexplicable y extraño que posiblemente constituía una amenaza para ellos.
Y habían convocado a sus gigantescos parientes, quizá sus servidores o sus esclavos, para que les llevasen una muestra con el fin de estudiarla.
No podía creer que pensaran llegar a alguna conclusión después de examinar aquella muestra. En realidad, en una época tan reciente como un siglo atrás, ningún científico de la Tierra hubiera sabido qué hacer con un pedazo de la parrilla termoeléctrica. Pero los calamares lo intentan y eso es lo que importa.
Mientras dicto esto, prosigo mi apacible descenso. Mis pensamientos vuelven al paseo que di anoche bajo los antiguos baluartes de Fort Frederick, viendo cómo la luna ascendía sobre el océano Índico. No pude menos que reflexionar acerca del logro de nuestra raza al poner sus pies en el cercano satélite hace apenas un siglo, tras tantos años de soñar y planear… para en seguida desparramarse por los planetas, las lunas y los planetoides de todo el sistema solar y enfrentarse con hechos tan insólitos como el de despertar a los alienígenas de Júpiter. Y todo en tan corto espacio de tiempo, en un instante tan imperceptible… cronológicamente hablando.
Después de todo, quizás acceda a que Joe utilice mis divagantes meditaciones, ese «seguir el flujo de la mente» al estilo de Joyce —siempre y cuando todo funcione bien, naturalmente— en ese libro que se obstina en que yo tengo que escribir. Pero si las cosas no marchan como es debido…
¡Hola, Joe! Te estoy hablando a ti. Hazme el favor de preparar este texto para que sea publicado del modo que mejor te parezca. Y os pido perdón a ti y a Lev por no haberos suministrado todos los datos con anterioridad. Estoy seguro de que ahora comprenderéis la causa.
Pase lo que pase, recordad una cosa, por favor: esos seres son bellos y maravillosos. Intentad llegar a un acuerdo con ellos, si es posible…
El día en que Muller efectuó su última inmersión, sólo añadió una frase parcial a lo ya escrito, como consta en este memorándum de Lev Shapiro que lleva la misma fecha:
TRANSMISIÓN URGENTE (con identificación y código horario).
DIRIGIDA A: Ministerio de Energía y Recursos Energéticos, Tratado de Alianza Continental del Norte. La Haya.
PROCEDENCIA: L. Shapiro, ingeniero jefe del Proyecto de Energía Termoeléctrica de Trincomalee.
En documento anexo figura la transcripción completa del chip hallado en la cápsula de eyección del sumergible de Muller, la Langosta. Dicha transcripción concluyó en la fecha y hora que se especifican. La búsqueda por control remoto del sumergible quedó interrumpida hace diez minutos por la inexplicable ruptura del videoenlace submarino.
Siguen algunas indicaciones interpretativas al respecto. Estamos agradecidos a Mr. Joe Watkins por su ayuda en diversos aspectos. El último mensaje inteligible de Mr. Muller iba dirigido a Mr. Watkins y decía así: «¡Joe! ¡Tenías razón en lo de Melville! Este ser es verdaderamente gigan…».