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—No entiendo dónde estuvo la nave-universo mientras tenían lugar todas esas aventuras —indica el comandante—. En un momento dado orbitaba el planeta Júpiter y al siguiente los esperaba para recogerlos en la Tierra.

Se ha unido a los demás en el suelo recubierto de alfombras, alrededor de los restos de la improvisada cena.

—Una pregunta fascinante y que tiene diversas respuestas —contesta Forster—. Verá; para entonces, nuestra nave-universo se había dividido…

—¿Dividido? —pregunta Ari como si aquello lo divirtiera.

—Doblado, triplicado, multiplicado…

—¡Multiplicado! —exclama Jozsef con sorpresa.

—A efectos puramente prácticos, la nave-universo estaba siempre donde debía estar. Mientras nos ocupábamos en explorar la Edad Oscura del Egeo, una copia orbitaba la Tierra en el cuarto punto Lagrangiano. Pero la nave original estaba en Júpiter, cubierta de hielo, habiendo adoptado desde mucho tiempo antes la identidad de Amaltea con la que la íbamos a descubrir.

—¿Cómo pudo ocurrir eso? —insiste Jozsef—. ¿Semejante duplicación fantasmal?

—Del mismo modo en que ocurrió antes, o al menos así me informó su hija. Némesis, el Torbellino, nos visita cada veintiséis millones de años; nuestra era se encuentra en mitad de ese ciclo. Hace trece millones de años nos introdujimos en el Torbellino giratorio y volvimos a salir de él… un poco antes de haber entrado. Nos introdujimos de nuevo y, al salir por segunda vez al exterior, había dos de nosotros. Una vez más… bueno, pueden imaginarse los detalles.

Jozsef ha comprendido las implicaciones que se derivan de esas palabras.

—Pero… ¡los humanos! ¿Quieren decir que…?

Le es imposible expresar con palabras ese terrible pensamiento.

Es Forster quien lo aclara de manera explícita.

—No nos encontramos la primera vez que exploramos la nave-universo. Quizá porque nunca hasta entonces habíamos estado en ella, o acaso porque es enorme… pero desde luego no observamos la presencia de los millares de amalteanos que la habitaban cuando la vi por última vez. Sin embargo, estoy seguro de que su hija y Blake Redfield sabían lo que iba a ocurrir. Lo planearon con Thowintha… o con una de las muchas versiones de él-ella, quien supo que aquello quedaría olvidado por todos durante el largo sueño que experimentarían. Pero nunca olvidarían que los humanos iban a volver de nuevo ni que su hija figuraría entre ellos.

Ari sacude la cabeza con cierto disgusto.

—Linda estuvo con usted en la Edad del Bronce. Una de ellas; no una multitud. Su relato se ha vuelto fantástico.

—Me hago cargo de su confusión —afirma Forster fríamente mirando los restos de líquido que aún quedan en su vaso—. Imaginen la mía propia cuando comprendí que las realidades, y lo digo así a falta de un vocablo más adecuado, habían empezado a proliferar de un modo incontrolable. Habíamos trazado una espiral dentro de la espiral del tiempo. Y no éramos los primeros en hacerlo.

—Dígame una cosa —inquiere el comandante—. ¿Destruyó Nemo la nave en Amaltea o no la destruyó?

—Si lo hizo, fue remplazada por otra. Y si ésta fue destruida también, hubo una nueva. Dentro de la espiral no existe el término conclusión.

Forster mira al comandante. El alto jefe se ha vuelto bruscamente y ahora parece ignorarlo, mientras se aplica con ahínco a avivar el fuego de la chimenea. Cuando las llamaradas ascienden, yergue su escueta figura casi dolorosamente.

—Sabemos lo que hizo ese hombre al que llaman Nemo —concluye.

Forster sonríe.

—No dudo de que existan personas en su organización que lo sitúen en el tiempo de la muerte de Moisés, en la época de Siddharta, de Alejandro, de Jesús, de Lincoln y de Gandhi.

—En ese caso sería un gran beneficio para la humanidad —comenta Ari fríamente—. ¿Quién hubiera prestado atención a esas personas si hubieran vivido simplemente sus vidas?

—Simpatía por el diablo —observa Forster.

El comandante mantiene fija su mirada en Forster.

—No es un sentimiento raro entre los miembros del Espíritu Libre. Ni en los de Salamandra. Díganos por qué está aquí. Por qué ha sobrevivido. Por qué hemos de creer que es usted… real, según sus propias palabras.

Forster se encoge de hombros sin sentirse amenazado.

—Por lo que a mí respecta… a mí en sentido singular, incluso en el momento culminante sólo capté de un modo muy precario los hechos en los que al parecer desempeñé un papel o papeles relevantes. He hecho lo que he podido para reconstruir lo que pasó realmente en la Tierra mientras estuvimos ausentes… si se me permite usar la palabra realmente bajo las presentes circunstancias.