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00.23.03.19

Por fin Tony y Angus han terminado su aeroplano.

Las pruebas efectuadas en los terrenos circundantes han sido un éxito total. Es todo un espectáculo ver este tosco aparato de largas alas, a mi entender mucho más gracioso que los planeadores marcianos de nuestra era que lo inspiraron. El armazón es de bambú, su costillaje de una especie de sauce o de álamo y el recubrimiento de nuestra mejor tapa que más bien parece un papel fino, está fabricado con los más fibrosos tallos de los juncos y pintado —«barnizado», dice Jo— con una laca vegetal de color rojo y olor penetrante, preparada por Angus.

El avión puede llevar a dos personas, colocadas una tras otra. Las dos manejan los mandos. Y sus principales instrumentos son un altímetro portátil y una brújula de inercia adaptada de un sistema de traje espacial de profundidad ya desechado.

Mañana, Jo, nuestra mejor piloto, y Tony, que no sólo es nuestro navegante sino también el que pesa menos de todos nosotros, van a emprender su primer vuelo de larga distancia.

Pero nadie puede predecir dónde irán a parar. La fuerza motriz de este aparato es el viento y nada más. Los pilotos irán a donde el viento los lleve. No es posible prever desde tierra cuál será su itinerario. Quizá todo resulte menos complicado de lo que parece; pero yo no soy ingeniero areonáutico para poder asegurarlo. Se me ha indicado que en la baja gravedad en que vivimos —sólo un tercio de la terrestre—, no sólo resulta fácil poner un avión en vuelo sino que los pilotos corran un peligro excesivo.

Pero lo que hace el proyecto practicable es que este Marte, no del todo distinto al de nuestra era, posee capas atmosféricas intensamente ionizadas que reflejan las señales de radio sobre la fuertemente curvada superficie del planeta. De modo que si se produce un aterrizaje forzoso, incluso a miles de kilómetros de distancia, podremos acudir en su auxilio en el Ventris.

00.23.06.12

A la hora prevista, Jo nos radió el siguiente mensaje: «El viento nos sigue llevando hacia el Noreste. Hemos cubierto siete mil kilómetros en tres días, describiendo prácticamente un amplio círculo. Hemos pasado por Edén, al oeste de Arabia. Parece como si nos viéramos arrastrados hacia el centro de un enorme vórtice sobre el polo norte».

00.23.07.12

«Estamos casi encima del polo. Hace un frío glacial. Menos mal que los viejos trajes presurizados siguen porque, de lo contrario, nos hubiéramos vistos obligados a aterrizar para no morir de frío. Observamos mucha actividad de las medusas, cosa que nuestra amiga Troy no se ha molestado en advertirnos. Un par de ellas se acercaron a observarnos con curiosidad. Vimos sus amistosas caras fijas en nosotros, pero se alejaron sin despedirse».

00.23.08.12

«Es evidente que algo extraño ocurre en el polo. Están construyendo una enorme torre plateada en el centro mismo de la zona. El tiempo en las capas superiores de la atmósfera no es normal, así que deben estar tratando de controlarlo».

00.23.10.12

«Esta mañana hemos cruzado los cuarenta grados de latitud Norte, y hemos puesto otra vez proa hacia el Sur. La inercia nos ha desplazado a dos cuarenta Oeste sobre una franja de arena que, según me ha dicho Tony, está consignada en el mapa como Aetheria. A esta velocidad y en esta dirección tal vez, al regresar, aterricemos a unos pocos centenares de kilómetros de la base. Incluso es posible… pero lo dejo aquí. Soy demasiado supersticiosa para expresarlo adecuadamente».

00.23.11.20

Han vuelto sanos y salvos.

Después de describir un incierto arco de un tercio de la circunferencia del planeta, Jo y Tony han logrado aterrizar a menos de cien kilómetros al oeste de donde nos encontramos. Probablemente Jo hubiera podido hacer descender el aeroplano con mayor precisión pero, según ha explicado, el último tramo se extendía cincuenta kilómetros sobre el agua, lo que hacía improbable la existencia de corrientes termales, y no creyó oportuno correr el riesgo que esto implicaba. Animado por mi entusiasta aunque inútil deseo de ayudar, Angus realizó un salto rápido y costoso en combustible con el Ventris a fin de que los tripulantes y el avión de papel regresaran a su punto de partida.

Tras haber estado ausentes una semana, Tony y Jo se quitaron con gran alivio sus trajes presurizados cuyo sistema de eliminación de desechos había sido sometido a una prueba muy dura, aunque esto no debería mencionarlo aquí, ni siquiera para mis propias anotaciones. Pero en cuanto se hubieron refrescado y comido algo sólido, nos contaron cuanto sabían sobre la actividad observada en el polo.

—Decidimos no comunicar todo lo que observábamos —explicó Jo—. No nos revelaron lo que están haciendo. Tal vez preferían que no nos enterásemos de todo.

Estábamos sentados bajo los olivos del patio, con la mesa aún cubierta por los restos de la cena. El sol, ya bajo y rojizo, proyectaba sombras intrincadas e inquietas sobre las redondeadas superficies de las cercanas cúpulas.

—Encontramos una anomalía gravitatoria —explicó Tony— que pasaba de simplemente observable a intensa. Al principio no quise confiar demasiado en las lecturas. Al fin y al cabo, el gravímetro lo birlamos de un equipo destinado al espacio superior y no se lo puede considerar un instrumento muy fiable. —Tras haber pronunciado aquellas curiosas palabras, fue tomando sorbitos de su jarrita de zumo, mientras esperaba a que alguien le pidiera más detalles.

—¿Qué fue exactamente lo que encontrasteis? —pregunté con visible impaciencia.

Me sonrió un poco lánguidamente. Es nuestro cartógrafo y lo que más se asemeja a un geofísico que tenemos —aunque Angus posee más datos geológicos que él albergados en su memoria—, y estaba claro que disfrutaba al ser objeto de nuestra atención.

—Fue una anomalía negativa. Cuando cruzamos por aquella región la gravedad era claramente inferior a la media del polo.

—¿Cómo es posible? —preguntó Bill.

—La litosfera debe ser mucho menos densa sobre el polo —intervino McNeil.

—Pero no en nuestra zona —negó Bill—. Parece como si algo se fraguara allí.

Tony no lo contradijo. En realidad, apenas si pronunció palabra durante el resto de la velada, mientras los demás discutíamos acaloradamente barajando teorías, algunas de ellas posiblemente sin fundamento, con las que explicar las extrañas observaciones de nuestros exploradores aéreos.

01.01.01.20

¡Año Nuevo! Por acuerdo unánime, lo hemos celebrado a la puesta del sol. Ha sido una fiesta magnífica, y he podido observar que no padecemos carencia de bebidas fermentadas aun cuando haya transcurrido un año desde que se agotaron los últimos suministros de la expedición. Pero esto no es sorprendente si se tiene en cuenta que nuestro equipo biológico está perfectamente organizado.

Antes de que se hiciera de noche, de que estuviéramos plenamente inmersos en la celebración, Bill se puso de pie con una extraña expresión en el rostro, se pasó la mano por el cabello de colegial, carraspeó nervioso, y anunció:

—Marianne y yo tenemos algo que comunicaros…

—Adelante —lo animó Jo—. Aquí no nos andamos con ceremonias.

Bill se sonrojó mientras miraba cariñosamente a Marianne. El rostro de ésta estaba recién retocado y resplandecía de juventud. Era un rostro muy bello, aunque con algunas arrugas en las comisuras de la boca y en la frente. Sonrió, pero parecía reflexiva.

—Yo… bueno, nosotros… hemos decidido casarnos —declaró Bill finalmente.

Su mano fuerte y cuadrada agarró la de ella, pequeña y suave como para darle ánimos.

—¿No es así, Marianne? —preguntó anhelante. Ella aflojó sus dedos, pero no respondió.

Jo preguntó con expresión jovial:

—¿Así que el chico se ha enamorado de ti? No es ninguna novedad para nosotros. Pero ¿vas a dejar que sea él solo el que hable?

Aquello pareció despertarla. Siempre la habíamos tenido por una joven muy independiente.

—Sí —contestó mientras sus ojos verdes llameaban—. Eso es lo que ambos queremos.

—No hay problema —admitió Jo—. Yo sigo siendo la capitana de este armatoste. Aunque primero celebraremos dos horas de consejo. Normas de la Junta Espacial —refunfuñó burlona—. Me comportaré como una campeona.

—Me figuro que ha llegado la hora de las felicitaciones —opinó Angus—. Creo que ya estamos tardando mucho en brindar.

No supe si nuestros dos amantes se sentían felices o más bien tristes. ¿Quizás un poco de ambas cosas? Tras tanta discusión, caricias y llanto, acabamos por descartar la cuestión sustituyéndola por una adecuada apreciación del último barril de licor preparado por Angus. Pero no puedo menos que pensar y esperar que sea una decisión dichosa y adecuada por parte de Marianne y de Bill. ¿Por qué digo esto? Pues porque Marianne ha aceptado por fin, no sólo su destino, sino la realidad de su situación y de la nuestra. Y la de sus propias necesidades y deseos. Porque ya no tiene que reprochar a Bill aquello por lo que él, tontamente, se ha estado sermoneando tanto tiempo: el calvario que todos nosotros sufrimos.

Y porque Bill y Marianne son jóvenes. Quizá sólo los viejos sepan que no existe alegría en una unión si no se tiene confianza en el futuro. Jo me lo puso bien claro —y la insté a que hiciera lo mismo con ellos— al referirse a que Marianne puede librarse de su infelicidad y casarse con el hombre al que ama y que eso nos hace también felices a nosotros.

Es también una decisión adecuada porque resuelve hasta cierto punto una ecuación compleja. Me imagino que Angus y Tony competirán ahora uno con otro —¿y acaso también conmigo?— por captar las atenciones de nuestra capitana.

En un momento dado durante la velada, propuse llamar «Marianne» al primer mes del año.

01.03.13.20

—He observado cada día el gravímetro. Y las lecturas han ido variando notablemente. —Tony se interrumpió dejando a medio comer el siluro asado que constituía el plato fuerte de nuestra cena—. ¿Alguno de ustedes se siente… un poco más pesado que de costumbre?

—¿Más pesado? —preguntó Marianne divertida—. Yo sí. Pero no hoy sino cada día.

Al decir esto, se dio unas palmaditas en el vientre. Aunque sus cambios internos no eran todavía apreciables para nosotros, ella sí los sentía de manera evidente.

Los demás nos miramos unos a otros, tratando de recordar alguna señal de fatiga en los últimos días. Un poco más cansados sí lo estábamos aunque nada tenía de particular porque todos nos íbamos haciendo más viejos, y al estar Marianne dispensada de servicio, el trabajo era mayor.

—Debo reconocer que me siento un poco más pesado cada día que pasa —concedió Angus—. Pero a lo mejor son sólo imaginaciones mías.

—No del todo —le contradijo Tony—. Si mis primitivos instrumentos no me engañan, este planeta es ahora más denso de lo que lo era hace dos semanas.

—Pero ¿no nos habías dicho que era menos compacto en los polos? —preguntó Bill, expresando nuestro parecer de manera sucinta.

—Se trataba de un fenómeno temporal. Nosotros, es decir, Jo y yo, creemos que la masa adicional llegó del espacio a lo largo del eje polar y luego, de algún modo, quedó insertada en el polo norte en el transcurso de estos últimos días —explicó Tony pareciendo muy complacido consigo mismo.

—Y sospechamos que un fenómeno paralelo ha tenido lugar en el polo sur —añadió Jo.

Tony hizo un gesto de asentimiento.

—La razón estriba en que no se puede añadir masa a un extremo que gira, en este caso un planeta, sin que todo él se mueva en una desordenada espiral… excepto si ocurre en sus dos polos.

—¿Qué clase de masa? —quise saber.

—Probablemente… agujeros negros —respondió Tony—. Muy pequeños, con horizontes a nivel no mayores que moléculas pero, a mi entender, con una masa equivalente a la de varias cadenas montañosas, quizás incluso subcontinentes enteros. Sabemos que los amalteanos ejercen algún control sobre el vacío y al parecer lo están utilizando para implantar agujeros negros concéntricos en el núcleo de Marte. Cuando los dos se encuentren, se unirán en uno único.

—¡Dios mío! —exclamó Bill. Y su cólera se reflejó en todo su rostro incluyendo el enrojecimiento de la nariz, los oídos e incluso la piel del cráneo, una reacción muy inglesa sin duda—. Pero ¿por qué iban a hacerlo? —preguntó.

—Elemental —gruñó Angus. Y miró a Tony como si quisiera apoyarlo en su arrebato. Tony le hizo una señal de asentimiento—. Todo el maravilloso progreso de que hemos sido testigos durante los años que llevaba aquí será efímero a menos de que efectúen cambios sustanciales en la geología de este planeta —explicó Angus—. En la actualidad, Marte tiene una atmósfera densa, pero necesita una masa que le permita retener el aire e impedir que se escape. Y precisa también un calor interno suficiente como para que el ciclo del carbono se siga efectuando. Un agujero negro en el centro de Marte soluciona ambos problemas porque incrementa la masa planetaria y calienta su núcleo.

—¿Cómo sucede? —pregunté extrañado—. ¿Cómo se calienta el núcleo?

—Radiación —repuso escuetamente Tony—. Paradójicamente, cuanto menor sea el radio del agujero, mayores serán las fuerzas mareales en el radio Schwarzchild…, es decir, las del borde. A una fuerza de marea mayor, también lo será la radiación que proceda del agujero.

—¿De donde parte la radiación? —quiso saber Marianne—. Yo creía que dentro de un agujero negro no había nada.

—Es precisamente de esa nada de donde procede la radiación —explicó Tony—. Del vacío. El vacío hierve de partículas que afluyen y refluyen con demasiada rapidez para poder ser detectadas. Partes de partículas virtuales, protones y antiprotones, electrones y positrones y otras muchas clases de ellos restallan cobrando presencia para volver a desaparecer al instante, y eso en todas partes a nuestro alrededor y sin parar. Si así sucede en el borde de un agujero negro, uno de cada par puede quedar atrapado mientras el otro escapa en forma de radiación auténtica.

—¿Y por qué ese agujero no devora al planeta desde su centro? —preguntó Marianne.

—Quizá lo haga —indicó Jo—. Aunque se tardaría mucho tiempo en que todo Marte fuera engullido por un agujero negro del tamaño de una molécula.

—Pero cuanto más masa absorba más crecerá en tamaño, ¿no es cierto? —preguntó Marianne, cuya inteligencia natural había sido claramente activada por aquella nueva y fascinante cuestión.

—De acuerdo. Dada una fuente de materia disponible, como el núcleo de Marte, dicho núcleo tenderá a crecer desde dentro —respondió Tony—. Pero la radiación a la que nos venimos refiriendo compensa esa tendencia. Un agujero tan minúsculo como el que registra el gravímetro irradia en realidad una tremenda cantidad de energía que, puesta en el vacío, se evaporaría en poco tiempo.

—¿He de deducir de ello que, en un momento dado, las dos tendencias se anulan y el sistema consigue una especie de equilibrio? —preguntó Bill con expresión dubitativa.

Tony asintió.

—Puedo echar una mirada a los cálculos, si es que deseáis una respuesta concreta, lo que no es tarea sencilla; pero en resumen os puedo asegurar que la materia del interior de Marte es susceptible de convertirse en energía de extremada potencia y a un nivel suficiente como para calentar el planeta sin una reducción notable de su masa durante al menos un par de miles de millones de años.

El ambiente era tibio y la luz se extendía por el horizonte, aunque el sol se estuviera poniendo, y el viento había cesado de mover las ramas de los olivos. Marianne se puso en pie para encender las lámparas, con movimientos mesurados. Se oyó el canto de una codorniz procedente de las sombreadas dunas ahora recubiertas de una espesa hierba.

Mi mirada se cruzó con la de Angus. Sus horribles pronósticos acerca de que Marte se helaría habían sido previstos por los amalteanos de un modo que ninguno de nosotros hubiera podido anticipar.

—Es una suposición fascinante —le dije a Tony—, y me pregunto el motivo por el que Troy no se ha molestado en advertírnoslo. ¿Por qué, después de habernos invitado a tomar nota de los magníficos logros obtenidos hasta ahora por los amalteanos, nos ha mantenido oculto el más importante de ellos?