00.22.06.13
¿Qué estará haciendo Troy? ¿Qué habrá sido del en otros tiempos genial Redfield? La comunicación de ambos con nosotros es esporádica y breve. Aunque, desde luego, tampoco debían esperar que estuviéramos aquí con ellos. Su amigo alienígena intentó dejarnos en nuestra era, entre los de nuestra especie. Pero ¿esperaban venir? ¿Qué papel van a representar en todo esto?
Pienso en ese culto suyo del que el ya inexistente y confieso que escasamente añorado Sir Randolph Mays era al parecer una figura predominante. Ahora es Nemo, dondequiera que esté, y su nombre resulta en extremo apropiado.
Troy y Redfield aseguran que nunca creyeron en el Espíritu Libre, al contrario que los padres de Troy. Pero lo dudo. Y quizá nunca lo sepa con certeza. Porque nosotros, los del Ventris, no tenemos acceso a sus reuniones. Sólo sabemos lo que nos quieren contar y hacemos lo posible, como bien adiestrados cazadores de noticias, para difundir las que han sido previamente anunciadas. Y éstas han sido frecuentes.
Después del emocionante aterrizaje en Marte, hace ya tanto tiempo, nos hemos mantenido ocupados hasta el punto de quedar exhaustos, tratando simplemente de seguir al animado ritmo de los amalteanos. No podíamos albergar la esperanza de documentar todo cuanto hicieran porque había demasiados de ellos y estaban dispersos por toda la superficie del planeta. Pero los esporádicos informes de Troy nos mantenían al corriente de los hechos más espectaculares, como la fusión de la capa de hielo meridional, la inundación de la depresión de Helas, el sembrado de las aguas con un millar de especies de peces en cantidades que alcanzaban los miles de millones, y la plantación en las tierras altas de Scandia de bosques de coníferas: un millón de árboles en una semana, acompañados de flores silvestres, musgos y de todo cuanto hiciera falta para formar y sostener un ecosistema que había convertido aquellas tierras en una taiga instantánea. Por nuestra parte, íbamos con el Ventris a donde fuera necesario para captar con nuestras cámaras todo cuanto allí sucediera.
Prescindíamos de las sujeciones del remolcador y del departamento de equipos excepto cuando los necesitábamos para transportar el Manta. El pequeño submarino era una herramienta inapreciable porque la mayor parte de lo que deseábamos ver sucedía bajo el agua. Aparte del Manta, nuestro depósito había albergado el estropeado vehículo lunar en el que Mays y Marianne habían llegado a Amaltea y al que habíamos hecho un lugar al prescindir del topo de los hielos. Habíamos conservado el vehículo como prueba de las fechorías de Mays y a fin de utilizarlo como evidencia en alguna eventual investigación de la Junta Espacial. Pero como a medida que transcurrían los meses aquello padecía cada vez menos probable, lo mismo que nuestra posible comparecencia como testigos, el vehículo había sido desguazado y reciclado para poder utilizar sus componentes en algo más práctico.
Pero incluso desembarazado de aquel peso, el Ventris continúa siendo un navío poco apto para desplazarse en una atmósfera tan densa. Depende enteramente de sus cohetes para el despegue; sus rutas de vuelo son parábolas suborbitales y necesita repostar con demasiada frecuencia en los inmensos depósitos de hidrógeno líquido y de oxígeno de la nave-universo. Por ello, Tony y Angus están proyectando un planeador con el que llevar a cabo exploraciones y que estará basado en los ligeros planeadores marcianos de nuestra era. Por el momento, la tarea se realiza en nuestro tiempo libre aunque con mucha dedicación. Todos nosotros llevamos a cabo numerosos trabajos extra, porque hemos estado construyendo un hogar en Marte.
Caminamos libremente, respirando el aire cálido y rico en oxígeno y desde hace tiempo hemos desechado los aparatos para respirar. Lo que antes fuera nuestro campamento base se ha convertido en colonia, en residencia permanente. En las cercanías tenemos un manantial de agua fresca, a la sombra de un elevado acantilado de piedra arenisca que hay hacia el Oeste, es decir, a barlovento. El mar se encuentra a menos de medio kilómetro al Norte; un mar que quizás en un tiempo futuro —¿acaso en otro Marte?— se secará en las áridas inmensidades del Valles Marineris.
El viejo Ventris permanece estacionado a medio kilómetro en dirección opuesta, como una estructura esquelética colgada sobre las dunas y rodeada de elementos desechados que, cual oxidadas calderas, le hacen semejar un barco varado. Pero, aunque utilizamos muy poco nuestro navío como elemento operativo, todavía está en condiciones de generar potencia.
Los motores a reacción producen un poderoso fuego y las rocas de Marte son ricas en mineral de hierro. Los cohetes pueden fundir también la arena convirtiéndola en sílice puro, aunque hemos fabricado espejos solares capaces de realizar dicha tarea casi tan perfectamente como los reactores. Hemos fabricado una variedad de herramientas de cristal, hierro y acero crudo, pero el producto principal de nuestra fundición son las barras reforzadas. Aquí y allá, en los márgenes de nuestro estrecho mar, los desmoronados riscos están llenos de yeso y de arenisca, la presencia de este último mineral fue una sorpresa para mí porque tenía la creencia de que sólo podía producirse donde existiera vida, con lo que poseemos todos los elementos necesarios para producir cemento.
Nuestras casas están hechas de hormigón reforzado y cristal. Las construimos como si levantáramos castillos en la arena de una playa, amontonándola, moldeándola y mojándola para que resista aunque de un modo temporal. Les damos las formas que nos apetecen y luego colocamos las láminas de cristal y las reforzamos con barrotes de hierro.
No nos fue fácil encontrar la fórmula del cemento, y en nuestras primeras tentativas la mezcla de arena no cuajó sino que se vino abajo convertida en polvo. Recalibramos nuestros programas químicos, no sin la protesta de una computadora procedente de la nave que se considera muy por encima de asuntos tan terrenos. Pero ahora el suave y denso barro se aglutina rápidamente y, transcurrida aproximadamente una semana, se seca a la perfección, lo que nos permite eliminar el molde arenoso. Y así tenemos una estructura con una bóveda más atrevida en la baja gravedad de este planeta que cualquier otra similar en la Tierra. Lo intrincado del conjunto queda limitado sólo por la imaginación o la paciencia de sus constructores…, y naturalmente también por la rapidez de la evaporación; y los primeros y más toscos resultados nos dieron ya una satisfacción que nunca hubiera creído experimentar.
Como hemos de protegernos contra el viento —nuestros edificios son más fáciles de levantar si abrimos huecos en la arena que si nos limitamos a amontonarlos sencillamente ya que el viento los seca y erosiona en seguida—, las casas quedan casi soterradas mostrando sólo las cúpulas por encima del nivel del suelo. Arbustos, árboles y flores obtenidos de las plantaciones amalteanas crecen en los frescos y sombreados caminos que discurren por entre nuestros alojamientos y los lugares de trabajo. Angus nos asegura que son muy similares a las plantas que cubren algunos desiertos de la Tierra —el caudal de sorprendentes conocimientos de este hombre es una continua delicia y motivos de sorpresa, incrementados porque nunca se jacta de ello—, e incluso nos ha dicho sus nombres: pimenteros, adelfas, ocotillos, chollas, cactus de barril, palos verdes, sago, prímulas, estrellas fugaces y un centenar de otras especies. Hay también hermosas florecillas de cuyos nombres me olvido en seguida, pero que son, por supuesto, cuidadosamente registradas. Angus conoce las especies tan bien como si se tratara de sus amigos.
Algunos árboles frutales nos son familiares, como la manzana originaria del Edén, pero otros son totalmente distintos a los de la Tierra. A un árbol en particular lo llamamos «globo blanco» por los frutos que produce durante varios meses, esféricos como las naranjas, lisos como los melones y blancos como huevos. Ayer sorprendí a Marianne cuando podaba las ramas en exceso vigorosas de los «globos blancos», cortando largos y brillantes vástagos llenos de flores rojas y purpúreas que brotaban de lo que sólo una semana antes habían sido compactas ramas verdes, colocando cuidadosamente a un lado los tallos más perfectos para utilizarlos como adornos florales con los que con frecuencia engalana nuestras habitaciones.
Aunque aquí los días y las noches son sólo algunos minutos más largos que los de la Tierra, los años y las estaciones se prolongan al menos el doble. Precisamente ahora, la fresca primavera marciana está dando paso al prolongado verano. Marianne iba vestida con sólo una túnica de tapa, y disfrutaba con el contacto del sol sobre sus miembros desnudos. Al igual que todos nosotros, tenía la piel muy bronceada y alrededor de sus ojos todavía juveniles se habían formado arrugas de tanto mirar hacia las deslumbradoras distancias.
Estaba llorando —llora muy fácilmente— pero no de tristeza. Tras hablar sobre esto y lo otro y cuando el pequeño sol se ponía en un cielo sin luna, me reveló que estaba embarazada.
Así se han cumplido nuestras últimas misiones; porque ahora tenemos aquí incluso a nuestro Adán y a nuestra Eva.
00.22.29.19
Dentro de poco más de un mes llevaremos un año en Marte. Un año marciano, que equivale a poco menos de dos en la Tierra. Por su parte, los días marcianos no se prolongan mucho más de veinticuatro horas. Hemos ideado un calendario de veinticuatro meses alternando los de veintinueve días con los de veintiocho y añadiendo un par de días extra al final de cada uno. No es el sistema vigente en Marte en la época de la que procedemos, porque las fechas basadas en el sistema solar se refieren a las de la Tierra, pero funciona mejor para nosotros. Nos recuerda que estamos verdaderamente en Marte, que la otra Tierra y la época de nuestros orígenes se han vuelto inaccesibles.
Los nombres de los meses serán asignados más tarde; hemos decidido no apresurar la tradición ni imponer un orden artificial en lo que debe ser un proceso espontáneo. No importa que el día de Año Nuevo no caiga en medio del invierno en el norte de Marte —en realidad tiene lugar en el verano septentrional—, porque nuestro campamento base no se encuentra lejos del ecuador.
De vez en cuando, Troy nos hace el favor de comunicarnos alguna noticia procedente del comenlace, pero aparte de esto la vemos poco tanto a ella como a Redfield. Sin embargo, siempre se acuerda de nosotros y no tenemos necesidad de advertirle que han disminuido las provisiones y los suministros que nos proporcionan los alienígenas. Podemos contactar con ella cuando queramos e incluso tener acceso de vez en cuando a las naves amalteanas y a sus instalaciones. Pero no parece preocuparse demasiado por las minucias de nuestra vida cotidiana.
Creo que hemos aceptado finalmente algo que en otros tiempos tratamos de evitar, es decir, la noción de lo que podría denominarse nuestro destino. Aunque me parece decididamente anticlásico pensar que los Hados, esos dioses celestiales, puedan entremeterse en una situación tan asimétrica. Nosotros, mal emparejados y mal elegidos representantes de la raza humana, no estamos demasiado bien dotados para actuar como progenitores, cualquiera que sea nuestra pareja. Toda África se condensa en la bien conservada ascendencia caribeña de Jo, y toda Asia en los genes de Redfield, procedentes de su madre china. Quizás es por ello que Redfield nos visita menos que Troy.
Pero si no ha sido el destino el que nos ha traído aquí ¿quién lo ha hecho, pues? ¿El caos? ¿La segunda ley de la termodinámica? Eso no es más que tomar la cuestión por los pelos. Un hombre de mi edad, no importa el modo en que se cuenten los años, debe estar preparado para aceptar la falta de sensatez del universo, y sentirse feliz meramente con entender una pequeña parte del mismo.
En la vida cotidiana, la aceptación significa tan sólo que no esperamos ningún otro milagroso cambio en lo existente. Aunque parezca misterioso e improbable, nos encontramos sobre la superficie del planeta Marte, unos miles de millones de años antes de la era en que nacimos. Vemos cómo el planeta se transforma ante nuestros ojos y tomamos nota de esa transformación, esforzándonos por redactar documentos que esperamos serán descubiertos por alguna generación futura de nuestros descendientes o de otra parentela, cualquiera e incluso de una nueva versión de nosotros mismos.
Desde luego, en la historia, tal como la he venido viviendo hasta el presente, no he hallado registrado lo que estamos haciendo ni tampoco lo ha hecho ninguna otra persona. ¿Por qué? Con frecuencia se ha sugerido que ésta es una historia alternativa.
En cuanto a nuestra existencia actual o «real», parece probable que nosotros, los pioneros marcianos, hayamos de morir aquí. Pero no demasiado pronto o, al menos, así lo espero.