4

Transcurrió el segundo día de nuestra suspensión en plena ingravidez.

Sparta miró el cuerpo del hombre al que amaba. Flotaba atrapado en unas venas sedosas de latiente fluido… enredado en tentáculos succionantes… abierto por cuchillos con filo de cristal. La sangre oscura brotaba de él formando velos que eran absorbidos por mucosas lumínicas que temblaban en las aguas alrededor de ambos.

Luego, con exquisito cuidado, los mil instrumentos del equipo transformador de Blake Redfield se apartaron de su cuerpo y se replegaron mientras Sparta miraba fascinada. Los aparatos de la nave-universo parcialmente vivos y poseedores de su propia inteligencia, habían llevado a cabo su cirugía con menos traumatismo y mucho menor trastorno que los cirujanos terrícolas que habían practicado la misma operación en ella.

Sparta contemplaba a aquel hombre con afecto. Había permanecido alejada de él la mayor parte del año anterior, y antes sólo habían estado juntos de vez en cuando. Ahora que estaba a su lado, y sobre todo porque él no sabía que lo estaba observando, se sentía fascinada por su rostro pecoso y que tras diez días sin afeitarse estaba cubierto por una pelambre castaña; fascinada por sus facciones medio chinas, medio irlandesas. Lo consideraba hermoso. Ese sentimiento la maravillaba.

Excelente nadador, más alto que ella y con músculos más fuertes, había sido modificado por expertos. Y ahora los dos eran idénticos. Porque aunque hubiera sido Sparta misma la que diseñó su cirugía reconstructora, la tarea se había realizado con una perfección extraordinaria. Y ahora, teniendo en cuenta la ligereza de sus movimientos bajo el agua, los dos serían iguales.

Mientras observaba, las purpúreas aberturas de admisión bajo las clavículas de él se separaron absorbiendo agua hacia los conductos junto a sus pulmones, donde los músculos del tórax los impulsaron de nuevo por los orificios que había entre sus costillas.

En aquel momento abrió los ojos. Pero los volvió a cerrar en seguida y empezó a parpadear tontamente como si intentara aclarar su visión. Ella sabía muy bien lo que le ocurría. En la oscuridad que lo envolvía titilaban luces multicolores que no tenían sentido alguno para los ojos humanos.

—No tefe… veo.

—Yo a ti sí.

—Que ga… go es todo efto.

Al pronunciar Blake aquellas palabras, un chorro de burbujas le brotó de la boca. Sus cuerdas vocales vibraron con el aire que le salía de los pulmones gracias a un intercambio de oxígeno con sus branquias nuevas. No podía entender lo que estaba diciendo y menos aún lo que decía ella. El esfuerzo de hablar repercutía en sus oídos como las vibraciones de un gong.

—No es raro. A mí me parece estupendo.

Permaneció callado unos momentos, mirando como alelado hacia la oscuridad.

—¡Dian… ze! —Se calló, escuchando el eco de sus propias palabras—. \Di… antre! No oig… go.

—Ya te acostumbrarás. El cerebro es un órgano de plástico.

—¿Ah, sí? —Trató de hacer una mueca grotesca—. Entonces no es mi… mío. —Intentó fijar la mirada en ella; pero sólo veía una sombra difusa—. Me prrregunto… cómo han bo… po… dido bo… po… dido

—¿Cómo han podido qué?

—Descubrir las estri… estre… llas. La gravi… gravi… dad. Trepi… tripular naves espe… espaciales.

—Tienen ojos, pero la vista no es su sentido básico para entender el mundo.

Sparta guardó silencio unos instantes.

—¿Me entiendes? —preguntó.

Él asintió con un gesto.

—Me gusta.

—El espacio informativo es inmenso. Muchísimo mayor que la minúscula porción del espectro que registran nuestras retinas.

—Si tú me lo ase… gurras

Ella sonrió.

—No seas un chauvinista perceptual.

—Eso es fácil de decir —murmuró Blake.

Sus palabras habían brotado en una sucesión de rumores entrecortados pronunciados en tono bajo y acentuados por un siseante zumbido. Ya empezaba a oír mejor y a formar palabras más inteligibles.

Aspiró el aire con fuerza y, haciendo un esfuerzo consciente, lo volvió a expeler como pudo por las agallas. Las aletas cutáneas que las cubrían eran de un tono rosáceo en los bordes allí donde la carne seguía cicatrizándose, y le escocían al contacto con el agua salada. Se sentía débil y vulnerable. Mantuvo los brazos lacios a los costados, temeroso de rozarlos contra sus nuevos órganos, y empezó a moverlos sólo al hundirse en el agua.

Sparta se compadecía de aquellas molestias, pero no dijo nada. En cuanto transcurriesen un par de días, estaría encantado con su libertad para desplazarse en el líquido elemento como le ocurría a ella. Y el aire acabaría por parecerle un medio ínfimo, apenas soportable.

Ahora disponían de todo un mundo en el que disfrutar y de muchos meses para hacerlo. Ella le enseñó los diversos procedimientos para utilizar el oxígeno de los pulmones extrayéndolo de la corriente sanguínea para ser recogido por las branquias; a controlar su flotabilidad; a gobernar adecuadamente el nivel de CO2 en su sangre; a utilizar una mezcla de gases con los que producir toda una gama de chasquidos y de resonancias necesarios para hablar el idioma de la llamada Cultura X en su forma submarina. Y le enseñó también lo que consideraba su mejor artimaña: cómo expeler de sus glándulas salivares modificadas una mucosa que podía extenderse como una densa membrana por todo su cuerpo; una mucosa brillante como el cristal, como la madreperla o como los ojos reflectantes de las almejas, infinitamente delgada pero lo suficientemente sólida como para funcionar como traje presurizado en el vacío, y aislante hasta el extremo de protegerle de los bruscos cambios de temperatura. Blake se divertía expeliendo plateadas burbujas tan grandes como pelotas de baloncesto y tan densas como si contuviesen aire comprimido.

Exploraron juntos las profundidades.

Thowintha le había enseñado el camino hacia el centro mismo de la nave, y tardó más de una hora en describirle aquel paraje, sin repetirse jamás, confiando plenamente en que Sparta lo recordase todo. Ayudada por su «ojo anímico», un denso nudo de tejido artificial implantado bajo su frente, ella lo recordaba todo a la perfección.

Descendieron con lentitud por entre las conchas que cubrían la nave, siguiendo tortuosos caminos que podían semejar accidentes de la naturaleza y cuya disposición no era más racional que la de los túneles abiertos por las hormigas. A su alrededor, los translúcidos muros brillaban con una hermosa tonalidad azul, confiriendo al agua el color de un diáfano mar tropical terrestre, a ocho o diez metros bajo la superficie. Enormes espacios, cuyo interior apenas si podían escrutar, se abrían a sus costados y por encima de ellos; estalactitas de brillante y afiligranado metal pendían del techo de las largas galerías o surgían horizontalmente de las paredes. Columnas de minúsculas burbujas restallantes se elevaban en diversos lugares y se deslizaban sin rumbo aparente, buscando las más mínimas diferencias de presión y de temperatura, de forma semejante a los dispositivos ventiladores de un acuario, e incluso era posible que desempeñaran la misma función.

La inmersión era lenta; pero no tenían ninguna prisa. Los primeros diez kilómetros en vertical les llevaron casi seis horas de natación incesante. De vez en cuando se distraían persiguiendo a los peces que nadaban de un lado para otro. Y lo que consiguieran atrapar podría servirles de alimento. Así era como ocurrían las cosas en su mundo.

Ni la luz ni la presión variaron con la profundidad. Pero, en cambio, el paisaje cambiaba con tanta rapidez que en mentes menos concentradas que las suyas se hubiera podido condensar en una mancha informe.

En una ocasión se encontraron nadando en lo que parecía un abismo inmenso cuyas paredes resplandecían incrustadas de joyas vivientes y donde una maraña de cables de materia parcialmente viva pendían como guirnaldas o se retorcían en aquel vacío acuático. La vida los rodeaba por todas partes: bandadas de plateados peces y escurridizos calamares pasaban raudos como flechas; celajes de plancton pendían casi inmóviles, deshaciéndose y volviéndose a formar en el agua clara. A niveles más profundos, atisbaron la presencia de seres mayores que se desplazaban con lentitud por grietas tenebrosas y que no guardaban semejanza alguna con Thowintha. Nadaban con suavidad a través del abismo para introducirse en alguna serpenteante cavidad.

De vez en cuando se encontraban ante una pared o un suelo liso que se volvían transparentes y se disolvían ante ellos… hasta que un suave impulso ascendente les permitía atravesar con facilidad lo que antes les había parecido una barrera sólida. Eran cierres presurizados y pronto se hizo evidente —como Sparta había sospechado tras las exploraciones anteriores de la expedición— que la presión del agua dentro de la nave-universo variaba muy poco de un nivel a otro. La nave era enorme pero su mundo era pequeño y su gravedad intrínseca, ínfima; la presión se regulaba de un modo parecido al de las células del cuerpo humano que la controlan ajustando constantemente la estructura molecular de las paredes que las contienen.

Sólo los sonidos variaban, pero de una manera gradual. En los niveles superiores de la nave, el agua había sido introducida al compás de un siseo y de una fricción como de insectos producidos por innumerables organismos, puntuados por el susurro ocasional de un pez o el chasquido de una concha o de una garra al cerrarse. Apenas audible bajo aquel coro que sonaba en tono de soprano, se percibía otro sonido palpitante, regular y grave parecido al de un corazón gigantesco.

A medida que descendían, los frenéticos parloteos se fueron haciendo menos insistentes. Pero el sordo latido aumentó.

A doce kilómetros de profundidad el panorama cambió, al principio de un modo gradual y luego, mientras atravesaban un último cierre cupular, de manera más brusca. Todas las formas de vida, tanto escultóricas como reales, desaparecieron, quedando en las regiones superiores, para ser remplazadas por columnas reflectantes como espejos, estrechas y cilíndricas, y por arcos catenarios finos cual alambres, de un material diamantino como el que formaba la impoluta cubierta exterior de la nave-universo.

En aquel paraje remoto y profundo el agua era de una pureza inmaculada sin rastros de materias orgánicas ni la menor traza de ondulaciones provocadas por espirales oscilantes o por burbujas. Aproximadamente a un kilómetro por debajo de donde Blake y Sparta se movían respirando con lentas pulsaciones, los brillantes fustes de las columnas radiales convergían en línea recta sobre un elemento brillante y esférico que latía en forma de luz en las profundidades.

Sparta y Blake exhalaron racimos de burbujas procedentes de sus pulmones, en donde las habían almacenado tras extraerlas de sus agallas. Y empezaron a hundirse lentamente.

Sparta escuchó.

El agua resonaba con el latido de aquello que vibraba en el corazón de la nave, y que ahora podían ver claramente.

Semejaba un erizo de mar muy delgado, y estaba provisto de largas púas.

El agua que fluía por la garganta y las agallas de Sparta no había cambiado de sabor, aparte de la astringencia producida por una más alta concentración de oxígeno disuelto. Pero no detectó ninguna radiación gamma ni la presencia de neutrones.

Tras algunos minutos de hundirse pasivamente, Sparta y Blake flotaron a unos metros de distancia de la difusa y latiente fuente de luz que parecía desprovista de toda sustancia o estructura interna. Ningún cuerpo físico era visible en el núcleo de aquella esfera fulgurante que pareció replegarse cuando se acercaron a ella, aunque probablemente aquella impresión fuera debida al reajuste de sus pupilas a la claridad.

Las diamantinas «columnas» que irradiaban destellos en todas direcciones no eran en realidad columnas, sino esbeltos ramajes hasta que aquel simple tramado de filamentos delgados como cabellos se iba afinando hasta desaparecer cuando penetraba en el globo de luz. La forma hacía recordar una masa de neuronas arbóreas.

Los dos nadaron lo más cerca posible de aquel paraje hasta que la retícula diamantina les impidió acercarse más.

—Recoge energía del vacío —observó Sparta.

—Es una singularidad aprendida —comentó Blake maravillado.

—Sí; una singularidad —convino ella—. Pero ¿aprendida o creada?

Hallaron a Thowintha en el puente del Templo. Las estrellas vivientes en la alta cúpula habían adoptado una formación compacta y regular en forma de anillos concéntricos que emitían una luz roja y azul.

«Ya estamos cerca», había dicho antes él-ella.

—¿De nuestro destino? —preguntaron.

Otra oleada de sonidos indescifrables surgió del alienígena.

—No comprendemos —dijo Sparta.

—¿Entendéis el concepto de los pequeños cuerpos de hielo? Sparta miró a Blake. Y éste formó con sus labios una palabra silenciosa: «Cometas».

—Pensamos que tal vez te refieras a lo que nosotros llamamos «cometas».

—Una vieja palabra. Originariamente quería decir «melenudos» —añadió Blake.

Thowintha emitió un sonido explosivo que a ellos les pareció que podía indicar jovialidad… si es que realmente el alienígena era capaz de dicho sentimiento.

—El pelo no es una característica común entre nosotros, —explicó—. Vosotros llamáis cometas a lo que para nosotros son cuerpos de hielo. Llamamos a este lugar Ahsenveriacha… Torbellino, en lengua clásica.

—¿Torbellino? —preguntó Sparta.

—Némesis —explicó Blake.

Era un vocablo que llevaba mucho tiempo sin pronunciarse. En las postrimerías del siglo XX, físicos y astrónomos habían formulado la hipótesis de que el sol fuera parte de un sistema estelar binario, es decir, que al igual que otras muchas estrellas en el universo, tenía un duplicado. Y cabía que su homónima discurriera por una órbita excéntrica perturbando periódicamente la nube de cometas que rodeaban el sistema solar, por lo que algunos de ellos se replegaban hacia el centro en dirección a los planetas terrestres, lo que en ocasiones provocaba que algunos colisionaran con ellos. Pero aquella supuesta estrella doble, a la que se llamaba Némesis, nunca había sido localizada, por lo que la hipótesis acabó por descartarse.

—¿Qué tipo de objeto es «Torbellino»? —preguntó Sparta.

—No tienen caracteres de objeto. Es una región singular compuesta de tiempo y de espacio.

—¡Una región singular! —exclamó Blake.

—¿Quizás un agujero negro? —preguntó Sparta.

—Si la doble del sol se hubiese precipitado a un agujero negro antes de que alguien consiguiera observarla —reflexionó Blake. Y se detuvo muy excitado antes de añadir—: Ello explicaría por qué nunca la han podido encontrar.

—Agujero negro. —Los sonidos percusivos de Thowintha expresaron comprensión—. Una descripción muy acertada.

—Pero ¿por qué es ése nuestro lugar de destino? —quiso saber Sparta.

—Ese… agujero negro… pertenece a la clase de los que están en rotación acelerada, permitiendo el acceso a otras regiones del tiempo y del espacio. Debemos volver allí para reorientarnos en el universo.

—¿Reorientarnos? —preguntó Blake—. Entonces ¿nuestro destino final no está predeterminado?

—Tenemos varias opciones —indicó Thowintha con naturalidad.

Sin embargo, en apariencia dichas opciones eran limitadas. La explicación de Thowintha estaba lejos de ser clara; pero Sparta y Blake dedujeron que algunas decisiones codificadas milenios antes en el genoma de la nave-universo viviente se expresaban ahora mediante su sistema nervioso. Cuando ésta, temporalmente ubicada en la órbita de la falsa luna Amaltea, había emergido de su manto protector de hielo, escudriñó el firmamento en busca de un objetivo preprogramado y, habiéndolo localizado finalmente en dirección al Sol, se había puesto en camino hacia allí sin más preámbulos. Incluso Thowintha, la voz de la nave, era al parecer incapaz de variar su ruta hasta las etapas finales de aquel viaje hacia las zonas exteriores.

De haber ocurrido algunos años antes o después de la progresión orbital de Júpiter, Torbellino-Némesis se hubiera encontrado en una dirección distinta a la del punto de partida de la nave-universo. E inmediatamente se hubieran requerido aceleraciones brutales para liberar a la nave de las garras del sistema solar. Pero, por el contrario, la atracción solar era ahora un factor importante y a los humanos les quedaban sólo unos cuantos días para prepararse. Tan sólo algunos factores accidentales de tiempo y de lugar habían salvado sus vidas.

Thowintha habló y ellos creyeron cada una de sus palabras.

—Una singularidad en el corazón de la nave; una singularidad en el espacio… controlándonos como una roca suspendida sobre una piedra —dijo Blake más tarde, cuando estuvieron solos—. En un universo como éste no estoy seguro de saber lo que significa tener posibilidad de elección.

La nave-universo se estaba precipitando hacia un lugar invisible en el cielo. Pero al cabo de un instante ese mismo cielo resplandeció con los colores del arco iris.

Y momentos después, un sol estallaba en el firmamento.

—¿Qué sol ha sido ése? —preguntó Sparta mirando con temor.

Las constelaciones que poblaban el techo del puente del Templo se reagruparon casi instantáneamente ofreciendo una nueva visión del firmamento. La brillante zona poblada de organismos que representaba al nuevo sol formaba un disco de bordes tan precisos y de un amarillo tan abrasador que a Sparta casi le pareció estar viéndolo realmente.

—Lo llamamos Enwiyess, que en el lenguaje clásico quiere decir más o menos Amarillo Simple. Y le hemos dado un número para distinguirlo de los otros millones de su misma especie. —Thowintha emitió un gorgoteo acuoso que podía equivaler a una risa—. Vosotros lo llamáis el Sol.

—¿El Sol?

—¿Nuestro Sol? —preguntó Blake emitiendo burbujas de sorpresa.

—Sí.

—Hemos dejado al Sol al menos dos años luz detrás de nosotros —protestó Blake—. Esas constelaciones no son las mismas de nuestro firmamento.

—Torbellino tergiversa el espacio y el tiempo. Hemos emergido a una región de espacio-tiempo tres mil millones de años antes de nuestra partida. La disposición de las estrellas era distinta entonces.

—¿Tres mil millones de años… antes? —preguntó Sparta. Y movió los brazos en una graciosa aunque inconsciente imitación de los tentáculos de Thowintha que les pareció que indicaba perplejidad.

—¿Tienes un reloj que te lo indique? —preguntó Blake.

Thowintha agitó sus sensores hacia la bóveda del Templo.

—Allí está nuestro reloj. Sabemos… recordamos… dónde estamos y cuándo.

El enorme ser se volvió hacia ellos elevando los tentáculos como si se tratara de la falda de una bailarina.

—Podéis despertar a los humanos de su sueño.