Tutmosis I (1506-1494), al regreso ele una lejana expedición convoca en palacio a Ineni, su maestro de obras. El faraón ha meditado mucho sobre el reinado de su predecesor, Amenofu I. Un período bastante tranquilo durante el cual el faraón emplazó loi elementos esenciales de un nuevo sistema administrativo y militar destinado a asegurar la prosperidad y la seguridad de Egipto. Amenofis I fue especialmente venerado por la población; se dirigían a su espíritu inmortal a través de pequeños oratorios y se recurría a él para que ofreciese un oráculo en asuntos enmarañados. Amenofis, como cualquier faraón, debía ser un maestro de sabiduría, pero a Tutmosis I le interesa uno de los origínalísimos aspectos de su obra.
El primero de los Amenofis adoptó una decisión muy extraña, de orden religioso. La antigua tradición exigía que un solo monumento reuniera la tumba real y la capilla donde se rendía culto al aspecto inmortal del rey difunto. Amenofis I introdujo una innovación, disociando ambos elementos. Por un lado, la tumba propiamente dicha, por el otro la capilla o el templo funerario. Ésa es la creación fundamental del Nuevo Imperio por lo que se refiere a la arquitectura religiosa. Tutmosis I quiere dar forma y vigor a esta intención.[28] El rey no sólo no hará construir una pirámide sobre su tumba, no sólo separará su sepultura de su templo funerario sino que elegirá, también, un paraje totalmente nuevo para dormir en él su sueño postrero.
El maestro de obras Ineni acaba, precisamente, de realizar su informe al faraón sobre el lugar elegido: un uadi silvestre y desértico, frente a Karnak, en la orilla oeste. Allí serán enterrados todos los faraones del Imperio Nuevo, en el secreto de aquel Valle de los Reyes.
Ineni confirma al faraón que ha hecho excavar una ruta para penetrar en ese valle, de entrada muy estrecha. Se halla situado en el corazón de un circo montañoso dominado por «la cima», una extraña montaña con la cumbre en forma de pirámide. Allí gobierna la diosa del Silencio, que castigará a cualquier imprudente que intente violar este lugar, sagrado entre todos. Está, además, muy aislado, lejos de las cotidianas agitaciones de los humanos. Allí reina únicamente la serenidad del más allá. Ninguna vegetación, ningún eco de la vida exterior. Sólo un sol abrumador, una energía procedente del cielo, de los paraísos donde se encuentran las almas de los justos. El Valle de los Reyes es «la sede de Maat», es decir el lugar donde se revela la armonía cósmica. Custodiado por fortines, donde velan hombres de armas, resulta inaccesible para los profanos. Sólo penetran en él los artesanos iniciados, a quienes los faraones encargan excavar las tumbas. Debe guardarse el secreto sobre los emplazamientos reales.
Faraón pide a su maestro de obras que trabaje con un equipo muy restringido que englobe a la élite de los artesanos del reino. Que nadie les vea, que nadie les oiga, ordena. Ineni está enteramente decidido a llevar a cabo esa tarea tan extraordinaria como exaltante. Su equipo se alojará en Deir el-Medineh, en un lugar llamado «el sitio de verdad», muy cerca del Valle de los Reyes, directamente bajo la triple autoridad del faraón, el visir, y él mismo. Estos hombres tendrán una sola función: preparar, disponer y decorar la tumba real.
El maestro de obras Ineni somete a Tutmosis I el plano de su futura tumba, modelo que seguirán con distintas variantes sus sucesores: una escalera de acceso que se hunde en las profundidades de la tierra, una antecámara y una cámara funeraria que contendrá el sarcófago, la morada de regeneración. Faraón no quiere que ningún problema material retrase la marcha de los trabajos. Asegura a Ineni que los obreros que trabajen en el Valle de los Reyes serán correctamente alojados, alimentados y vestidos y recibirán raciones alimenticias directamente procedentes del granero real.
Ha llegado el gran día. El faraón en persona penetra en el futuro Valle de los Reyes. El lugar es impresionante. Está destinado, sin duda alguna, a proteger los cuerpos de los reyes egipcios de las miradas profanas. Allí se producirá, efectivamente, la sutil alquimia que transformará a las momias en cuerpos de luz.
El maestro de obras Ineni expone al faraón el emplazamiento elegido. Un equipo ha excavado ya un acceso en la roca. La entrada de la tumba será, más tarde, sellada, llevando el sello el nombre del faraón, elemento inmortal de su ser. Ineni desenrolla en el suelo el papiro con el diseño definitivo. Faraón, que, como su maestro de obras, ha recibido las enseñanzas secretas de la Casa de Vida, propone algunas modificaciones al plano. Cuando los dos hombres se ponen de acuerdo acerca de las proporciones geométricas que deben respetarse, el orden de las salas, la naturaleza de los textos y símbolos que se representarán en los muros, los artesanos reciben instrucciones precisas.[29]
Varios artesanos trabajan juntos en el interior de la tumba, en esta obra excepcional. Primero es preciso que las superficies queden rectas, utilizando el cincel, para obtener un perfecto soporte en el que se harán las inscripciones. Luego se cubrirán con yeso frotado muros y techos hasta quedar perfectamente lisos. Interviene entonces el dibujante, que traza los diseños definitivos. Las correcciones serán efectuadas por un maestro que repite en negro lo que fue trazado en rojo por sus compañeros.
La organización del trabajo no tolera fantasía alguna: el equipo de artesanos, muy unido, trabaja unas cuatro horas por la mañana, se interrumpe hacia mediodía para almorzar y reposar un poco, vuelve luego a la tarea durante cuatro horas más. Cada cual tiene un trabajo preciso: tallar la piedra, preparar la superficie, dibujar, pintar, etc.
El problema más delicado es la iluminación. Cuanto más se internan hacia el centro de la tierra, más se debilita la luz exterior. En el corazón del sepulcro reinan las tinieblas. Pero es preciso dibujar en los muros jeroglíficos y escenas que no toleran la menor imprecisión. Además, es preciso impedir cualquier emisión de humo que ensuciaría los muros y el techo. Naturalmente, existe el antiguo procedimiento consistente en mojar mechas en salmuera y dejarlas secar. Cuando se las enciende, no echan humo. Pero el maestro de obras distribuye también candiles cuyo nombre guarda relación con uno de los nombres del cielo, a saber, «miles de estrellas», o dicho de otro modo, miles de puntos luminosos que iluminan la obra de modo satisfactorio. La cuenta de las lámparas es muy estricta y su distribución cuidadosamente vigilada.
El trabajo avanza de prisa. Los artesanos encargados de excavar y adornar las tumbas reales poseen un perfecto dominio de su oficio. Cuando el faraón acude a inspeccionar la obra, su morada de eternidad, la primera del Valle de los Reyes, está casi terminada. Una abertura en la roca, que se ocultará cuando finalicen los ritos funerarios, luego un descenso bastante abrupto, una cámara adornada con frisos donde el alma del faraón superará los obstáculos que la separan de la vida en eternidad y, finalmente, la sala del sarcófago, una magnífica estancia de gres rojo sobre la que velan las diosas Isis y Neftis.[30]
Tutmosis I es, como el sumo sacerdote de Ra en Heliópolis, «el mayor de los videntes». En este valle todavía desértico, árido y salvaje, ve ya las futuras moradas de eternidad de los mayores reyes del Imperio Nuevo, la inmensa y admirable tumba de Seti I, la de Horemheb, donde se revelan los secretos del dibujo egipcio, la de Ramsés VI, donde se diseña la alquimia solar, ve desarrollarse en los muros las escenas rituales que conducen al ser del faraón desde la muerte aparente a la vida real. En esas paredes se han grabado textos enteros como el «Libro de la cámara secreta» (el Amduat), donde los sabios enseñan de qué manera el sol, principio de vida, atraviesa el mundo inferior, lleno de peligros, antes de renacer por la mañana. Las tumbas del Valle de los Reyes, como las pirámides con textos, son libros abiertos en cuyo interior penetra el espíritu de Faraón para impregnarse de sabiduría y de luz.
Faraón y su maestro de obras ya lo hicieron saber a los artesanos que trabajan en esa obra, lejos del mundo profano: el plano de la tumba es el camino del sol con el que se identifica el rey. Descensos, pasos y salas corresponden al viaje que efectúa la luz divina; llevan a la cámara de resurrección, donde el rey reposa en un sarcófago, verdadero crisol alquímico en que lo perecedero se transforma en imperecedero. Lejos de ser simplemente «fúnebre», esta sala del sarcófago se denomina, además, «morada del oro donde el Uno (es decir Faraón) está en plenitud».
Faraón, meditando en esta sala que será su última morada terrestre y su primera morada de eternidad, mira hacia el exterior. Así, señala a los artesanos, será preciso «leer» la tumba, y revelar pues, consecuentemente, textos e inscripciones, del interior hacia el exterior, desde lo más secreto hasta lo más aparente.
En esta hora grandiosa en la que nace el Valle de los Reyes, con la creación de la primera de sus tumbas, Faraón contempla sin temor el cielo estrellado inscrito en el techo de su sepulcro, ese cielo en el que su alma irá a reunirse con la luz de la que ha brotado.