CAPÍTULO 12
La era de los Sesostris

El gran Sesostris está sentado en su trono, en su palacio de oro y plata, con techos de lapislázuli y puertas de cobre. Es el monarca más célebre del universo. Su fama cruzó hace ya mucho tiempo las fronteras de Egipto. Los magos predijeron, cuando era sólo un niño, que gobernaría el mundo. Y sin embargo Egipto se encontraba en un lamentable estado… Tras la caída del Imperio Antiguo, el país se hallaba sumido en conflictos internos, que beneficiaban a los jefes de las provincias en detrimento del poder central. Fue necesaria la intervención de una familia tebana para restaurar la unidad nacional, en el año 2060 a. J. C.

Comenzó entonces el brillante período del Imperio Medio, con faraones llamados Amenemhet y Sesostris. Amenemhet significa «Amón (el principio oculto) está por delante», dicho de otro modo, se manifiesta: una referencia obligada a ese dios señor de Tebas, donde había nacido el movimiento de reunificación de las Dos Tierras. Sesostris significa «el hombre de la diosa Useret», es decir la Poderosa. No se la nombra de otro modo. Confiere a Faraón una fuerza de origen sobrenatural que le permite superar cualquier obstáculo.

Por eso se atribuyeron a Sesostris las mayores hazañas. Vencedor de los árabes y los libios, se dispone a conquistar la tierra entera cuando accede al trono. Tras haber barrido a los etíopes, parte con su flota por el mar Rojo para someter las islas. Durante nueve años, atraviesa Asia y llega, luego, a Europa. Por todas partes, a su paso, se levantan estelas que cuentan sus victorias.

Llega por fin el regreso a Egipto, donde su hermano intenta asesinarlo. Olvidado ese acto odioso, Sesostris se convierte en el más fabuloso maestro de obras. Emprende obras en todas las poblaciones para hacer ofrenda a los dioses de los templos más perfectos. Mejora el sistema de canales de irrigación, fortifica la frontera oriental del delta. Hace levantar los terrenos destinados a edificar para evitar los daños provocados por las crecidas del Nilo, y consigue reunir el Nilo y el mar Rojo. Tras haber revisado el sistema de los nomos, las antiguas provincias, concede a cada uno de sus súbditos una parcela de tierra y distribuye de manera justa el impuesto. Ningún rey fue superior a él, salvo el propio Osiris.

Así tomó cuerpo lo que iba a denominarse la «leyenda» de Sesostris. El rey Sesostris III, que ha leído o escuchado los episodios compuestos por sus escribas, sabe que esta leyenda se basa, en gran parte, en la realidad. La era de los Sesostris, hora gloriosa de la civilización egipcia, no es una ilusión. Se desprende de la obra realizada por su antepasado Sesostris I y por él mismo.[13] Más tarde se los unirá para hacer de ellos un solo faraón, bajo el famoso nombre de Sesostris.

Los Sesostris no hicieron edificar su residencia en Tebas, sino en los alrededores de Menfis. Sus modelos son los soberanos del Imperio Antiguo. Intentan recuperar el vigor y el poderío de aquella edad de oro. En todos los terrenos, economía, ciencia, obras públicas, toman como punto de partida los conocimientos antiguos y los mejoran.

El primero de los Sesostris se forjó una hermosa reputación de conquistador. Jefe de grandes expediciones a Oriente, fue comparado con la terrorífica diosa-leona Sekhmet, que desgarra con sus colmillos a los enemigos de Egipto. De hecho, Sesostris I realizó muy pocas ocupaciones guerreras. Su principal preocupación fue proporcionar a Egipto unas fronteras muy seguras para prevenir cualquier invasión. El faraón debía fortificar y ampliar las fronteras de las Dos Tierras para que los egipcios viviesen en paz y seguridad. Desde esta perspectiva, ¿qué mejor propaganda que afirmar una personalidad guerrera, capaz de vencer a cualquier ejército y de partir a la conquista del mundo?

Sesostris I comienza por el sur de Egipto, por Nubia. En el año 18 del reinado, su ejército hace una demostración de fuerza y pacifica algunas tribus turbulentas. A esta actuación, habitual en cualquier faraón, Sesostris I, «halcón de la potencia destructora», «estrella que ilumina el doble país», añade una obra imponente: la construcción de una serie de vastas fortalezas, especialmente en Buhen y Mirgissa. Con sus almenas de ladrillo, sus bastiones cuadrados, sus aspilleras y sus fosos parecen vigilantes centinelas en el propio corazón de Nubia. En Mirgissa, un mago oficial se encarga de fabricar estatuillas que representan a los enemigos de Egipto y hechizarlas. Puesto que dos precauciones valen más que una, la magia del Estado completaba así la fuerza del ejército.

Las expediciones organizadas por Sesostris I se internaron profundamente hacia el sur, llegando hasta la tercera catarata. En Kerma se desarrolló incluso una intensa actividad comercial, bajo control egipcio. Además, la frontera sólo se abría para los nubios en el marco de intercambios comerciales debidamente justificados. La región, que se había vuelto muy segura, permitió a los artesanos de Faraón reanudar la explotación de minas y canteras destinadas a proporcionar materiales para la edificación de los templos.

Consolidada espectacularmente la frontera del sur, Sesostris I se vuelve hacia el norte, no sin haber pensado en los oasis, adonde envía emisarios con el encargo de que se apliquen las consignas de seguridad. Pero el punto más débil de Egipto sigue siendo la frontera este del delta. Para impedir que saqueadores e invasores penetren en Egipto por allí, Sesostris I hace construir una serie de fortines que se comunican entre sí por medio de señales, los «muros del Príncipe». Al programa militar se le añaden medidas económicas: el agua, en adelante, no estará ya a libre disposición de los beduinos que hacen pacer sus rebaños en la región. Tendrán que solicitar cantidades racionadas a la Administración egipcia, que desea controlarles muy de cerca, en la medida en que han llevado a cabo saqueos en un reciente pasado. Esos «muros del Príncipe» eran tan impresionantes que la leyenda habló de una gran muralla de Egipto que iba de Pelusa a Heliópolis.

Maestro de sabiduría, «dios sin par», Sesostris I hacía que el sol se levantara a su voluntad. Convirtió su país en la tierra de los hombres verdaderos. Su generosidad le hizo merecedor del amor de su pueblo. Honró a los tres grandes dioses, Ra, Ptah y Amón, estableciendo así un armonioso equilibrio entre sus tres ciudades, Heliópolis, Menfis y Tebas. «Eterna es la obra que he realizado —declaró—, pues el rey conocido por sus edificios no muere». En Heliópolis, particularmente, inició una gran obra para edificar un templo a la diosa Hathor y otro al dios Atum.

Durante una sesión de trabajo en palacio, Faraón había reunido a sus consejeros más próximos.[14] Aparece llevando la doble corona y se sienta en su trono. En su corazón ha nacido el deseo de erigir monumentos a la gloria del dios de la luz, Harakhty. ¿Acaso él, el dueño de Egipto, no fue creado para cumplir la voluntad divina? Faraón ha recibido el cargo de guardián de esta tierra. Dotado de sabiduría cuando estaba aún en el vientre de su madre, tiene el deber de ofrecérsela a la sociedad. Entre él y los dioses se da un permanente intercambio de creaciones. El Verbo está en las palabras de Faraón, la inteligencia intuitiva le anima. Por ello es capaz de trazar el plano del templo. Ningún artesano podría tener éxito en su empresa si, en espíritu, el fundador no es Faraón.

Se toma la decisión de erigir un templo a Harakhty. El rey, que es «los ojos de cada hombre», confía el trabajo a un maestro de obras. En cuanto termina el consejo dirige el ritual de fundación del templo.

Sesostris III nada tiene que envidiar a su glorioso antepasado. De él se dice que es el dique que impide que las aguas se desborden, la sala fresca donde el hombre puede dormir resguardado del calor del día, el asilo donde nadie será perseguido, la sombra en primavera, el lugar cálido y seco en invierno, la muralla contra el viento tempestuoso. La era de los Sesostris es la de una paz profunda, en la que los egipcios se sienten perfectamente seguros.

Sesostris III hizo esculpir el primer coloso conocido, una estatua de más de dos metros y medio de altura, destinada al templo de la ciudad de Bubastis, en el delta. Encarna el tranquilo poder del soberano. Sesostris es un hombre austero, severo. Algunos creen que tiene el rostro triste, casi desengañado. No es así. Sencillamente tiene conciencia de las abrumadoras responsabilidades que gravitan sobre sus hombros. En sus retratos de piedra impresiona una mirada interior, tan profunda que te atraviesa el alma. Al rey le gusta que le representen de edad avanzada, autoritario, despreocupado ya de gustar y seducir. El modelo es conocido: se llama Zóser. Sesostris quiere ser el Zóser del Imperio Medio; como el creador de Saqqarah, elegirá la forma de la pirámide para la morada de eternidad.

El rey afirma que ha acrecentado lo que le legaron, ampliando en especial las fronteras establecidas por sus padres y reforzando así la seguridad del país. Faraón ataca cuando es atacado, respondiendo a cualquier palabra según lo que implica, emite el Verbo y actúa. Con su brazo ejecuta lo que su corazón-conciencia concibe. Se preocupa de quienes le son fieles, vela por el obediente y no muestra debilidad alguna por el adversario que le ataca. Permanecer silencioso tras haber sido atacado, explica, es enardecer el corazón del adversario. Saber conquistar es ser valiente, pero retroceder es ser cobarde.[15]

Para hacer comprender a los nubios su firme posición, el gran Sesostris hizo erigir estelas y levantar estatuas que manifestaran la eterna presencia de Faraón en aquellas lejanas regiones. Las reglas para cruzar la frontera sur de Egipto se hacen, además, más severas que antes. Ningún negro debe intentar entrar en Egipto por tierra o por barco si no ha sido autorizado por las autoridades egipcias. Incluso los diplomáticos y los jefes de misiones comerciales son controlados. Los soldados de las fortalezas implantadas en ese profundo sur velan, sobre todo, para que las tribus sudanesas no lleven a cabo incesantes razzias en Nubia, donde intentan fomentar disturbios.

Bajo el reinado de Sesostris III, Asia está tranquila. Para mayor precaución, Faraón, como su antepasado, hace embrujar mágicamente a sus potenciales adversarios. La paz le permite desarrollar relaciones comerciales con Fenicia y Creta.

En el interior, Sesostris III concluye la gran reforma administrativa de los soberanos del Imperio Medio. Las grandes familias de provincias, siempre al acecho del debilitamiento del poder central, se ven privadas de cualquier ilusión relativa al ejercicio del poder. Faraón y sólo él reina. Para que vuelvan los tiempos de la prosperidad, el rey ha consultado los antiguos escritos que se conservan en la Casa de Vida. Después de este estudio procedió a una nueva distribución de tasas, a un censo y a una revisión del catastro para fijar de manera precisa los límites de las provincias. Sus mojones fronterizos serán, en adelante, tan estables como los cielos. El rey devuelve así al país a su estado original. Da a cada provincia lo que le corresponde. Las tierras que una ciudad robara a otra fueron restituidas. La prosperidad se repartirá equitativamente.[16] El presupuesto de la corte y de la Administración se establece con el mayor cuidado, bajo la supervisión del visir. Todo gasto realizado por un personaje oficial debe ser anotado por un escriba. La Administración, por lo demás, se acerca mucho a los administrados, en forma de oficinas móviles que se desplazan de pueblo en pueblo, bajo la responsabilidad de un funcionario de elevado rango. A los jefes de las provincias les corresponde recaudar impuestos, garantizar la seguridad y el mantenimiento de los canales, administrar la agricultura, velar por el bienestar de la población y hacer regulares informes al visir.

El gran Sesostris no pierde su severidad pero, en el fondo, siente la profunda alegría de un Señor de las Dos Tierras cuya población vive horas de perfecta serenidad. ¿Y cómo no pensar en el texto que Sehetepibre hizo grabar en una estela, en Abydos, donde solicita que cada escriba y cada alto funcionario veneren a Faraón, asociándolo a sus pensamientos, no para halagarle sino porque él da la vida?