—Con la regeneración por el Fuego —me dijo Pierre Deloeuvre—, podrías creer que has llegado al final del camino. Pero aun le quedan difíciles etapas que recorrer. Aquélla en la que el Águila es la dueña y señora es particularmente ardua. Con ella se acaba la trinidad de los pájaros simbólicos: el Pelicano, el Fénix y el Águila. El Águila ocupa el vértice del triangulo luminoso cuyas bases están ocupadas por los dos primeros.
—¿Cómo convertirse en Águila?
—El Águila corresponde al momento ritual en el que el Maestro de Obras que dirige la ceremonia revela la luz al postulante. Es hora de hacer acopio de tus fuerzas, de indagar en tu vida y en tu espíritu para que el Águila haga su aparición ante ti.
—A mi entender, el Águila de la Edad Media no es otro que el halcón Horus de los egipcios.
—¿No existe más que un solo Horus?
—No, hay tres: un gran pájaro primordial nacido al principio de los tiempos, un Horus regio representado por el faraón, y Horus el Niño, hijo de Isis y de Osiris, al que los griegos llamaron Harpócrates.
—¿Cuál era la función del gran pájaro primordial?
—Cubría con sus alas el mundo entero. Su estatura se medía en miles de codos. De él se decía que era un sabio, un protector, un padre, un hermano. Era él quien gobernaba Egipto, los dioses estaban a su servicio. Con su ojo, alimentaba a las muchedumbres.
—¿Era en el faraón en quien se encarnaba el Horus primordial?
—El faraón debe prolongar en la Tierra la actividad celeste de Horus. Ésta es la razón de que construya los templos.
—¿Y el tercero, Horus el Niño?
—Según Plutarco, simboliza las incesantes renovaciones de la vida, todo cuanto es perpetuamente rejuvenecido Su existencia es algo milagroso, pues nació de Osiris muerto. Isis reunió los fragmentos esparcidos de su esposo y, tomando la forma de un pájaro, se hizo fecundar por Osiris reconstituido en sus miembros, pero no reanimado.
—¿No tuvo el tercer Horus una función de guerrero desde su mismo nacimiento? —pregunto Pierre Deloeuvre.
—Si, pues el primer papel de Horus el Niño fue luchar contra el asesino de su padre, Set, tuerza vital indomable. El telón trata de desacreditar a Horus a los ojos de la corte divina calumniándole. ¡No sería mas que un bastardo! Pero el joven Horus, con la ayuda de Tot, defiende su causa, obteniendo la aprobación general. Según Plutarco, Horus el Niño es la naturaleza. Set le acusa de bastardía, porque forma parte del mundo material mientras que su padre, Osiris, era un dios inmaterial. Pero la inteligencia, simbolizada por Tot, demuestra lo erróneo de esta teoría. En efecto, la naturaleza reproduce el universo divino y nos lo da a conocer.
—Por eso Horus el Niño es idéntico al iniciado que renace en una cofradía de constructores. Sin la presencia del faraón y del Maestro de Obras, ignoraríamos la existencia del gran halcón que mantiene nuestra Tierra en armonía. No podríamos vivir la luz.
—Al igual que el Águila de la Edad Media —dije yo—, el Rey de Egipto mira de frente al Sol gracias a su tercer ojo, la serpiente de fuego que sale de su frente y hace arder todos los obstáculos que se oponen a su visión.
—En el ciclo de la Tabla Redonda, el caballero Galaz es el correspondiente exacto de Horus-rey; llega a descubrir el Grial porque ha reunido en si las cualidades del soberano Arturo, del sabio Merlín y de sus hermanos caballeros. Pero ¿sabes donde nació el halcón celeste?
—El halcón celeste nació en Oriente, en una región de intensa luz. Cuándo el iniciado de El Libro de los Muertos se encuentra con él, proclama: «Vivo de la verdad, soy el que existe por ella Soy Horus, el que habita en los corazones, el ser íntimo que habita en los cuerpos».
—Horus, parte divina en nosotros, renace sin cesar en compañía del Sol. El faraón es luz de su pueblo, a imagen y semejanza del halcón, luz de los dioses.
—Por otra parte, es el halcón quien consagraba al rey colocándole sobre la cabeza la radiante corona.
—Este mensaje ha atravesado los siglos, aunque modificado en su forma. El halcón de los egipcios no paso tal cual al mundo de los constructores de catedrales. Se fue paulatinamente transformando en águila. Recuerdo un capitel copto de Antinoe conservado en el museo de Genova en el que se ve un halcon-aguila entre dos carneros. Creo que es Horus que sigue viviendo bajo la forma del Águila.
—Esa Águila que subía a lo más alto de los cielos y se quedaba inmóvil en la vertical de Delfos, considerada como centro del universo.
—¿No había dominado el fuego del cielo? En las leyendas griegas se dice que el Águila depositaba cada día néctar sobre unas rocas para alimentar a Zeus, el rey del Olimpo.
—Nada ha cambiado —dijo Deloeuvre—. Alimentar a los constructores es siempre el deber del Águila.
—¿Es también un mensajero? La historia de Cenicienta, conocida por todos, no es sino la recreación de un mito antiguo en el que el halcón robo una de las sandalias de una noble dama, Rodopis, mientras esta se estaba bañando. El halcón se llevo el objeto a Memfis, antigua capital de Egipto, y lo dejo caer a los pies del rey que estaba impartiendo justicia; este mando buscar por tocio Egipto a quien pertenecía la sandalia. Encantado por su belleza, se caso con su propietaria.
—Trayéndole al rey su complemento indispensable, el Águila pone en ejecución el matrimonio sagrado en el que se unen los principios activo y receptivo.
—¿No decían los celtas que el Águila es el animal más viejo del mundo?
—Fue un mirlo el que reveló este misterio a dos viajeros. Cuando consiguieron encontrarla, el Águila les reveló que estaba instalada en lo alto de una peña desde donde picoteaba los astros cada noche.
—¿Seria el Águila el ancestro por excelencia, en contacto directo con el universo?
—El Águila posee la energía del origen del mundo Por eso infunde miedo en quienes no están preparados para recibirla. Correr, en todas las direcciones cuando desciende del cielo, sin ninguna esperanza de escapar de ella.
—¿Tan cruel es?
—Una determinada tradición cristiana, que siente espanto por la iniciación, hace del Águila un demonio raptor de almas, un pájaro inmundo. Rapaz sin piedad, seria un tirano temible.
—¿Por qué pintar así un estado espiritual, un estadio de la iniciación cuya importancia usted ha subrayado?
—Es una manera habitual, empleada mil veces, de relegar la iniciación a la sombra.
—Incluso dentro del cristianismo ha habido otras corrientes de pensamiento. Muy a menudo, ha apelado usted a unos testimonios que prueban la presencia del mundo iniciático dentro del cristianismo.
—Ciertamente, un cristiano como san Ambrosio indica que el Águila es el rey de las almas puras que asciende al cielo del conocimiento. Llega hasta el punto dé hacer del Águila el Salvador que nos aparta de la materialidad. Cuando ella ve un pez nadando a flor de agua, cae en picado sobre él y lo atrapa. Es también el Salvador-Águila, en tanto que pescador de hombres.
—¡En el relato de la Bajada de Cristo a los Infiernos, este libera a Lázaro, que toma la forma de un Águila!
—Si, los demonios se echaron a temblar al no conseguir retener a Lázaro, que se les escapo gracias a la rapidez del Águila. Lázaro-Águila es el hombre que ha visto la luz; el príncipe de las tinieblas que, de ordinario, trastoca las palabras de la verdad, no puede hacer ya nada contra él.
—Cuando el muerto egipcio salía de la tumba, se convertía en halcón para llegar al cielo.
—Una de las funciones principales del Águila es conocer el camino del paraíso. Se llena allí sus alas de perfumes y los transmite a los iniciados.
—Ofrecer el perfume es encontrar el aspecto sutil de todo, ofrecer lo que es impalpable, no corporal, vivirlo en nosotros mismos.
—Si quieres, puedes llamar a eso la gracia. El facistol, ese atril elevado en el que se colocaban los libros del canto gregoriano, tenía a menudo la forma de un águila con las alas explayadas. De ahí deriva la expresión «cantar en el águila», es decir, expresarse según el Verbo. En las grandes ceremonias, los sacerdotes se postraban ante el águila, rindiendo homenaje al principio que era su creador.
—Así pues, era toda la comunidad la que se beneficiaba de la gracia del Águila. Y él, que llevaba el alma de los reyes de la Tierra al cielo, ¿no era también un portador de fuego?
—En el cristianismo primitivo, antes de las desviaciones dogmáticas, se denominaba precisamente «águilas» a los recién bautizados que, por su conocimiento de los misterios, forman parte en adelante de la comunidad. «Águila» es un término que designa a los que acceden a la comunión celestial, revestidos de su cuerpo glorioso.
—¡El lenguaje popular no anda del todo errado cuando emplea la expresión «creerse un águila»!
—Es tanto más sabio cuanto que, si tú te crees un Águila, caerás de lo alto del cielo y tu caída resultará mortal. Sólo tus Hermanos en la iniciación pueden reconocer que has alcanzado esta etapa en el camino, no para felicitarte por ello, sino para pedirte que vayas más lejos.
—¿No hay una soledad del Águila en su realeza?
—Es verdad —hubo de admitir Pierre Deloeuvre— que el que consigue alcanzar este grado de la iniciación conoce una cierta soledad frente al Principio. No busca ya pretextos ni excusas, sabedor de que sólo el debe realizar su función de hombre mediador entre el cielo y la Tierra.
—¿Es verdaderamente soledad el término exacto?
—No, unicidad sería más apropiado. No confundas la unicidad del constructor con un aislamiento afectivo. El iniciado está solo o, más exactamente, es único, pues ningún hombre evoluciona en lugar de otro. Cada uno de nosotros poseemos un «Número» inmortal que nos caracteriza.
—¿Me permitirá la realización de mi Número mirar al Sol de frente, como el Águila?
—Observa la escultura. El imaginero nos muestra al Águila en plena majestad, con los ojos vueltos hacia los rayos del astro. De todos los animales, el Águila es el que vuela más alto y el único que se atreve a clavar su mirada en el Sol.
—¿No fue gracias al Águila que san Juan pudo percibir el Verbo?
—San Juan pronunció estas palabras: «Observa al Águila: vuela más alto que las restantes aves, mira fijamente al Sol y, sin embargo, por necesidades propias de su naturaleza, desciende a la tierra, así también el espíritu del hombre, que se relaja ligeramente de la contemplación, se orienta más ardorosamente hacia las cosas celestiales, repitiendo a menudo sus tentativas».
—O dicho de otro modo, ¿el estado «Águila» no es nunca definitivo?
—No retrocedas delante del Sol del Águila. Pídele la intuición, la facultad que permite penetrar en las cosas, vivir en los seres, pensar en el pensamiento creador. El Águila se preocupa de que las cosas sean rectas, es ella la que inspira a los adeptos en su peregrinar hacia la luz.
—Pienso que era ella, antiguamente, la que se situaba detrás de la nuca del faraón para insuflarle energía.
—El Águila revela el mensaje sagrado. Hizo saber a Pitágoras los secretos del universo y a san Juan Evangelista le dicto el Verbo.
—¿Podría yo, a mi vez, oír la voz del Águila?
—Siempre y cuando consigas rejuvenecerte como ella. Cuando el Águila se hace vieja, sus alas se vuelven pesadas, su vista se ofusca. Entonces, planeando por los aires, anda en busca de fuentes y nos. El calor del Sol no tarda en calentar sus alas y recobra la visión. Descendiendo a una fuente, se baña tres veces en ella. Al rejuvenecer, se convierte nuevamente en aguilucho. Y también tu te rejuvenecerás, a condición de que lleves en ti la iniciación vivida. Si tus ojos se ofuscan, busca la fuente del Águila.
—¿No rejuvenece también el Águila por el fuego, antes de señalar el emplazamiento de la fuente de la vida?
—Cuando la vieja Águila se encuentra cerca del Sol, sus plumas se abrasan. El fuego consume cuanto en ellas había de excesivamente graso y pesado, y le devuelve incluso su antigua agudeza visual, tras lo cual se precipita en una fuente y recobra al punto la plenitud de su juventud y de su vigor. La vejez había vuelto romo su pico, que apenas si le era de ayuda para coger el alimento; consigue devolverle su tuerza frotándolo contra las piedras y las rocas.
—Estas piedras, estas rocas, ¿no son la cantera donde los constructores van a buscar su materia prima para levantar el edificio?
—Es tomando parte en la obra que se está realizando en el taller como percibirás, poco a poco, la mirada del Águila.
—¿No es también el Ojo de Horus? Era de ese ojo del halcón de donde se sacaban los números, los pesos, las medidas.
—Si, pues el mundo emana del ojo del pájaro real y el mundo se reabsorbe en él.
—Así pues, según usted, ¿la vía iniciática no es la adquisición de un saber cualquiera, sino un cambio de mirada?
—¿Conoces la piedra del Águila?
—¿Esa piedra llamada etites, de la que hablan los naturalistas antiguos? Decían que el Águila la utilizaba para delimitar su espacio.
—Es una piedra muy extraña. Presenta una especie de gravidez: cuando se la sacude, se oye resonar en su interior otra piedra, como en un útero mineral. Pero no tiene esta propiedad más que si uno la coge en el nido del Águila.
—¿Acaso el espacio propio del Águila no es el templo en sí mismo?
—«También a ti —dijo Cristo a santo Tomás—, arquitecto en Oriente, te convertirá tu fe en Águila de luz planeando por sobre todas las regiones». Como puedes ver, el Águila es símbolo del Maestro de Obras.
—¿No se muestra implacable con los novicios? La leyenda asegura que el Águila expone a sus crías a los rayos del Sol para asegurarse así la calidad de su raza. Si aquéllas no soportan el fuego celeste, las precipita al vacío.
—El Maestro de Obras tiene el deber de poner a prueba a los constructores, de comprobar incesantemente su calidad. Si no son dignos de tomar parte en la edificación de la catedral, los devuelve a la vida profana. Esta actitud puede parecer chocante para una mentalidad igualitarista, la más falsa e hipócrita que pueda existir. No te digo esto por casualidad. Al lado del Águila esta el primer León. Confiemos en que la mirada del rey de los cielos te permita hacer frente victoriosamente a la de la fiera.