—Acabas de llegar al punto más crítico. Como puedes ver, hay una clara ruptura entre el mundo que acaba con la Luna y el que empieza con el Sol.
—Es preciso pasar de una pared a la otra, atravesar un vacío.
—Tras haber efectuado tu primera toma de conciencia, has comprendido que, en tu soledad, no consigues construirte de acuerdo a las leyes divinas. Una vuelta sobre ti mismo te ha revelado tus cualidades potenciales y te has comprometido decididamente en el camino de la evolución iniciática. Has atravesado varios grados por esta vía. Los símbolos no han sido para ti letra muerta. Trabajando en tu piedra interior, te has liberado poco a poco de los condicionamientos y de las restricciones que te imponías a ti mismo. Los enigmas que se escondían bajo las figuras de piedra han hecho oír su voz.
—Sin poder formular de manera muy precisa lo que he comprendido y experimentado, creo que algo esencial se ha producido. Mi visión del hombre y del mundo no es ya la misma. Tal vez porque yo no me considero ya el centro de todas las cosas. Pero ¿dónde se encuentra dicho centro? ¿Dónde este conocimiento que hará de mí un hombre real?
—Se te han propuesto unos medios, han sido trazados unos caminos. Pero el último conocimiento no está más que esbozado. Acabas el ciclo de los pequeños misterios, de las revelaciones que te brindan la posibilidad de vivir una cierta armonía. La voz de los símbolos, no obstante, te ha enseñado ya que existen grandes misterios, que es preciso superar el «yo», alcanzar una armonía más amplia.
—En este punto de mi aventura, siento que la catedral, templo de piedras, es el fruto de otro templo, formado de piedras vivas: la comunidad de los constructores. Creo también, probablemente pecando de orgullo, que mi voluntad de conocer las causas me evitara volver a caer en determinados atolladeros. Estoy convencido de mi deseo de ir más lejos.
—Lo que se exige de ti es a la medida de tus propias exigencias. Ahora tienes que dar un «salto» decisivo, pasar de la Luna al Sol, abandonar definitivamente la apariencia para entrar a pie llano en la realidad, sabiendo no obstante de antemano que las pruebas futuras serán más difíciles que las de la primera parte del itinerario. Aun puedes echarte atrás.
—He prestado juramento y estoy dispuesto a arriesgarlo todo. Quiero descubrir la nueva vida que hay al final del camino.
—Puesto que así lo deseas, pasemos de un lado a otro del pórtico, de un lado a otro de la vida iniciática. Pero antes, hay una cosa muy importante que hacer.
—Estoy preparado, se lo repito.
—¡Oh! No sigas. No quería referirme más que a un buen almuerzo.
Abandonamos por una hora el pórtico de la iniciación. Pierre Deloeuvre me presentó al dueño de un restaurante amigo suyo, que nos calentó el cuerpo y el alma con una consistente comida regada con un buen vino. Cuando llegó el momento de reanudar el camino, me sentí lleno nuevamente de fuerzas, dispuesto a hacer frente al frío y al viento.