—Con la Luna —dijo Pierre Deloeuvre— concluye la primera parte de tu viaje iniciático. El constructor procede a una recapitulación de los estados espirituales atravesados y se da cuenta de que ha recorrido un largo camino en el que sus fuerzas y su voluntad han sido sometidas ya a una dura prueba.

—¿No es la Luna la ocasión de constatar esto?

—No sólo. Señala una nueva etapa. ¿Qué te han enseñado los egipcios de la Luna? —me preguntó con un brillo malicioso en los ojos.

—La Luna está asociada al dios con cabeza de ibis, Tot. Gran maestro de los jeroglíficos, que son las palabras reveladas por los dioses, Tot desempeña funciones muy diversas. Era él quien enseñaba su oficio a los jóvenes escribas. En sus grandes rollos de papiro registraba los rituales. Según una antigua leyenda, el Sol habría creado la Luna para que le reemplazara durante la noche. Tras larga reflexión, había confiado a Tot la guarda y custodia del astro nocturno.

—La Luna es receptividad fecundadora, asimilación progresiva del Cosmos. La Luna no se contenta con reflejar la luz del Sol, sino que la transforma en función de su propia naturaleza. De igual modo el constructor que ha recibido las enseñanzas de sus maestros no se comporta como un loro. Tiñe con el color de su alma los símbolos que le son ofrecidos. No hay una sumisión de la Luna al Sol, sino una complementariedad necesaria a la vida.

—Un texto egipcio precioso, el Libro de la vaca del cielo, hace alusión a un papel misterioso de la Luna representada por Tot. El Sol, irritado por la ingratitud de la Humanidad con respecto a él, decide destruirla y manda contra ella a una diosa ávida de sangre. Frente a la amplitud del desastre, el Sol muda de propósito y permite salvar a los pocos hombres que han escapado a los colmillos de la leona Sejmet, desencadenada. Pero ella no escucha ya los consejos de moderación. Le toca a Tot encontrar la artimaña que apacigüe su furia. Éste manda preparar un brebaje hecho a base de plantas y lo derrama por toda la superficie de la Tierra. Dado que es rojo, la leona lo confunde con la sangre de las víctimas y abreva en él. No tarda en caer ebria y se despierta sin odio. Tot-Luna ha desempeñado un papel de mediador. Sin rechazar el necesario castigo infligido por el Sol, ha velado para que éste no sobrepasase los límites más allá de los cuales se corría hacia la catástrofe.

—Cuando cruza la puerta de la Luna, el constructor se prepara para vivir plenamente su destino espiritual. El astro vuelve concreto el ideal que guiaba sus pasos. La Luna fija las decisiones del cielo y de la Tierra. Emite el veredicto de los constructores reunidos para examinar al candidato.

—¿Tiene alguna parte la fatalidad en este juicio?

—Nuestros padres no eran tan vanidosos como para pensar que el hombre escapa a todo determinismo. No creían tampoco en una predestinación rigurosa. El hombre material y el hombre animal están efectivamente sometidos a las leyes del Cosmos. Pero el que desea realizarse escapa a las sujeciones del condicionamiento.

—En este estadio del ritual, ¿es la aparición de la Luna un presagio favorable?

—Santa Juliana, priora del monasterio de Mont-Cormillon en el siglo XIII, vio una Luna reluciente y clara que, por una parte, permanecía negra y oscura. Se le apareció Cristo y le explicó que la Luna simbolizaba el año litúrgico. La parte negra indicaba la ausencia de una fiesta en honor del Señor de los Cielos, fiesta que había que instituir para que el año fuera pleno y completo.

—¿Equivale, por tanto, la Luna al conjunto del ritual iniciático?

—A toda la primera parte del ritual que acabas de vivir. Tomas conciencia de que los símbolos vistos a todo lo largo de tu camino no están en un orden disperso. Percibes los lazos que existen entre ellos.

—La Luna es unas veces creciente, otras menguante. Ejerce más o menos influjo en el viajero.

—Dos aspectos indisociables. Si alguien separara su existencia material de su existencia espiritual, olvidando prolongarlas la una por medio de la otra, no llegaría muy lejos en el camino de la iniciación. El que se ve enfrentado al juicio de la Luna está obligado a elegir. O bien a exponer sus teorías personales con suficiencia y rehusar las apreciaciones que la cofradía expresa respecto a él. O bien a abandonar sus pretensiones en la puerta del templo e intentar convertirse a su vez en maestro en su oficio.

—Conocer el mensaje de la Luna es saber que podemos extraviarnos, incluso en esta fase del camino. Pero ¿dónde encontrar la voz que nos guíe? ¿Es verdaderamente la de la Luna?

—La Luna es comparada a una barca o a un arca en movimiento que contiene los misterios divinos y los secretos de los primeros hombres que vieron los orígenes del mundo. El templo del dios-Luna era una ciudad prohibida a los profanos. No penetraban en su interior más que los sacerdotes y los reyes.

—¿Significa la Luna otra cosa que ella misma? ¿No es la manifestación de la comunidad de los constructores, de sus secretos y de sus leyes?

—Sí, pero una imagen que sigue siendo nocturna. El postulante no distingue muy claramente el rostro de los constructores, ocultos por la penumbra lunar. ¿Sabes cómo tendrás que hablarle a la Luna? Dile que haga navegar su palabra tanto por el cielo como con el viento, y la bebida y la comida se multiplicarán en los países; que haga depositar su palabra en la tierra que es el plano de la ciudad celestial. En esta función, es dispensadora de vida.

—¡Igual que los leones de los templos antiguos, que vierten las aguas del cielo!

—Por su acción, el León alimenta la raíz de las cosas, mantiene encendida la luz oculta.

—¿Cómo dar con el rastro del León?

—Cuando baja de la montaña al valle, si su olfato le revela la proximidad de algún cazador, borra con unos movimientos de su cola hasta el menor rastro de su paso. Nunca será amansado como tampoco lo será el espíritu de nuestras cofradías. No esperes engatusarle o engañarle. Preséntate ante él en tu verdad. Es tu futura realeza interior lo que está en juego. Este segundo León es un guerrero duro, pero leal. Si es alado, es porque lleva un mensaje celestial en él, el del Ángel.