—¿Por qué? ¿Por qué, tras haber superado la dualidad, ver aparecer a este ser monstruoso, que escupe fuego, con las patas sólidamente aferradas a la tierra por medio de sus garras y unas alas en el lomo?

—Porque no es un monstruo. Mira al Dragón de más cerca. Representa la unión de los cuatro elementos: el luego, que sale por la boca; el aire, por sus alas; el agua, por su cola; la tierra, por sus garras. La materia universal es ofrecida así a los futuros Maestros de Obras. Queda por buscar la Quintaesencia, el quinto elemento.

—¿Luchar con el Dragón?

—Sí, es el momento de vivir como guerrero, en el sentido inicia tico de esta función.

—Por todas partes, los héroes lucharon contra unas fuerzas temibles: Horus en Egipto, Marduk en Babilonia, Apolo en Grecia, san Miguel en la cristiandad. Al igual que los demás Sabios, también Cristo se encontró con dragones. Recuerdo un pasaje de los Evangelios llamados «apócrifos» en el que se dice que la Sagrada Familia llegó a una cueva para descansar en ella. María se bajó del asno y se sentó, con Jesús en sus rodillas. Había tres muchachos que acompañaban a José y una muchacha con María. De repente, aparecieron numerosos dragones del interior de la cueva. Los niños lanzaron unos gritos de espanto. Entonces, Jesús, bajándose de las rodillas de María, se alzó delante de los dragones. Éstos dejaron de mostrarse amenazantes. Le adoraron y luego desaparecieron.

—Un niño puede vencer al Dragón. O dicho más exactamente, un guerrero que ha recobrado su condición infantil, la de todas sus potencialidades. Antaño, se mostraba el Dragón a todo el mundo. No se le mantenía escondido. Acuérdate de esos cocodrilos disecados que se trajeron consigo los cruzados y los peregrinos de Tierra Santa. Eran colgados de la bóveda de un porche o de una capilla, e incluso a veces en el interior de la iglesia, como en Saint-Bertrand-de-Comminges.

—El dragón-cocodrilo… En Egipto, al dios cocodrilo se le conocía como Sobek. Mostraba una temible agresividad contra los espíritus adormecidos.

—No te limites a la apariencia de un maléfico dragón-cocodrilo, emblema del diablo.

—Es cierto, existe un Sobek solar. Es Plutarco, un iniciado en los misterios de Osiris, quien habló del aspecto positivo del cocodrilo divino. De él se decía que es la imagen de Dios, porque es el único animal que no tiene lengua. De hecho, la razón divina no tiene necesidad de articular sonidos para manifestarse. Asimismo se dice del cocodrilo que es el único animal que, viviendo en el agua, tiene los ojos cubiertos de una ligera y transparente membrana que le baja de la frente, de forma que puede ver sin ser visto, lo cual era también el privilegio del primero de los dioses. El Libro de los Muertos me ha enseñado un medio de someter al cocodrilo-dragón: si se presenta bajo su aspecto más aterrador, tengo que volver mi rostro hacia la diosa Maat, garante de la armonía universal.

—Entonces, la ilusión se esfuma. El Dragón revela su naturaleza divina. Defiende una fuente y protege unos tesoros ocultos. En determinadas regiones, se llevaba en procesión, detrás de la cruz, un dragón cuya cola había sido rellenada de paja. Cuando ésta quedaba vacía, la Ley divina se veía cumplida. En alquimia, la cola del Dragón abre la vía hacia la piedra filosofal. Recuerda el cuento de Perrault que nos habla de la cola de un reptil en la que se escondía una piedra maravillosa, que permitía a su poseedor obtener todo el oro que desease. En su gaznate, el Dragón esconde piedras preciosas. Determinados dragones llevan incluso en la frente un carbúnculo, una de las «piezas honorables» de la heráldica, donde se ven ocho líneas saliendo de un único punto.

—¿Todo ello para indicar que el Dragón no representa el mal, sino la posibilidad de expurgarlo por medio del descubrimiento de la piedra de la transmutación?

—El Dragón la posee, así como también posee la «Lengua de los pájaros».

—¿El conjunto de las voces celestiales?

—La comprensión de los estados espirituales y su transmisión al prójimo. Lo que se conoce también como el «don de lenguas», la facultad de hablar el lenguaje de cada uno, de abrirse a la visión del prójimo.

—Me parece que también el Dragón posee un carácter regio. Incluso los mismos cristianos no lo han echado en olvido siempre. En plena batalla de Argentoratum fue un dragón de color púrpura, el color del emperador, el que permitió a los soldados reconocer a Juliano. Éste intervino directamente en la guerra descendiendo de su trono celestial para prestar su protección a un rey. Los bizantinos hacían del Dragón un Basileus, un emperador que poseía un palacio y una corte.

—Aunque el Dragón es un monstruo que vence al cobarde, es sobre todo Dragón divino, comparado a un monarca que se sienta en el trono celestial y está en posesión del rayo. Es a él a quien debemos la fertilidad de la tierra.

—El rey de las antiguas tradiciones —observé yo— estaba considerado como un sacerdote y un guerrero. No un fanático que impone sus arbitrarias leyes, sino el que lucha sin cesar para que esta tierra fértil siga siéndolo. Probablemente tales valores han sido conservados en vuestras cofradías.

—Sí, y los encontrarás en los textos iniciáticos. En el ciclo del Grial, la función de sacerdote la desempeña Merlín; la de rey, Arturo. Se nos cuenta que Arturo y sus valerosos compañeros se reunieron bajo la enseña de Merlín, en la que un pequeño dragón parecía lanzar llamas. Se hubiera dicho que su lengua se movía sin cesar en su boca. Merlín es el sabio que inspira al soberano por medio de su verbo de fuego. Si eligió al Dragón para adornar su enseña fue porque conocía la Quintaesencia. Arturo, antes del combate, colocaba sobre su cabeza un yelmo de oro con un penacho doblado en forma de dragón.

—El símbolo que designaba al mismo Abad era a veces un dragón. Así lo vemos, por ejemplo, en la Chaise-Dieu, en una misericordia de las sillas del coro.

—El Abad era concebido a la vez como rey y sacerdote. Guía de la comunidad, reunió en sí lo humano y lo divino. Capaz del mayor de los amores y de la máxima severidad, mantiene a sus monjes dentro del recto camino y los incita sin ningún miramiento a buscar la verdad en todas las circunstancias. No es distinto para el Maestro de Obras y sus aprendices.

—¿Es el Hermano Dragón quien me enseñará a entender las enseñanzas del Maestro de Obras?

—Según Hermes Trimegisto, el Dragón es un animal vigoroso, de larga vida, carente de malicia y, de alguna forma, amigo de los hombres. Se dejará amansar por quien sepa hablarle. Una vez envejecido, recobrará una nueva juventud, como la raza de los dioses.

—El Dragón es una fuerza que me permite regenerarme y poner en tela de juicio mi ideal.

—Es potencia de fuego. Espera la mano que le dome. Por dicho motivo debe ser pacificado y convertido en amigo. No te llames a engaño: cuando ves las numerosas escenas en que unos santos y unos héroes luchan con unos dragones, su intención no es darles muerte. Saben que sus adversarios, en ese terrible combate, son inmortales. Esta lucha no es un desencadenamiento de odio, sino la conquista de un dominio. Al término del combate ritual, el iniciado le pregunta al Dragón: «¿Tienes intención de devorarme con tus llamas?». «No —responde el Dragón—, más bien voy a despertarte para que puedas alimentarte de mí.»

—Yo creo que el miedo al Dragón sería un error fatal. Desear el diálogo con él supone ya apaciguar su furor.

—Él tiene por misión llevar el alma del justo hacia el cielo indicándole los caminos secretos de las nubes. El hombre que se hace a sí mismo sella un pacto con el Dragón para que él le muestre el lugar donde se encuentran los auténticos tesoros, las fuerzas espirituales que nunca faltarán al verdadero viajero.

—¿No es, en este ritual de iniciación, la etapa «Dragón» un despertar formidable?

—El despertar de una fe consciente. Tu Hermano Dragón —dijo Pierre Deloeuvre—, no mide su tuerza. El despertar que provoca es a veces de una violencia tal que lo derriba todo a su paso, corriéndose el riesgo de destruir lo que quería regenerar. Es por eso por lo que necesitas al Delfín.