Cuando los hombres salen a la caza de las serpientes y los escorpiones, las mujeres se quedan en casa. Como mi anfitrión de Luxor me hacía el gran honor de presentarme a su esposa, me atreví con mucha discreción a preguntarle sobre el papel mágico de la mujer.
Reflexionó bastante tiempo antes de responderme: «El amor entre un hombre y una mujer —afirmó—, no es lo que la gente cree. El amor es una ofrenda de la magia. Mi mujer y yo vivimos la misma aventura».
Tantos textos, tantas esculturas que nos muestran parejas tiernamente enlazadas, tantas evocaciones del amor humano como símbolo viviente del amor divino… sí, el antiguo Egipto celebró múltiples formas del amor mágico.
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En un encantamiento para provocar el amor, el mago invoca a las siete Hathor; Ra-Horakhty, el padre de los dioses, los señores del cielo y la tierra. Les dirige esta petición que la mujer que ama le busque como una vaca la hierba, la madre a sus hijos, el pastor a su rebaño. ¡Si estos poderes rehúsan ayudarle, el mago prendería fuego a Busilis y Osiris ardería[282]!
Es decir que el amor (energía totalmente mágica) necesita frecuentes intervenciones por parte de especialistas en las pasiones tanto del alma como del cuerpo. El capítulo 576 de los Textos de los sarcófagos está consagrado al poder divino que reside en el filo de aquel cuyo pensamiento está a la vez en el cielo y en la tierra. El hombre que conoce la fórmula mágica copulará sobre esta tierra de día y de noche, el deseo vendrá a la mujer que se encuentre debajo de él cuando haga el amor.
El papiro griego de la Biblioteca Nacional, que registra textos destinados a inspirar el amor de una mujer, recuerda la leyenda de Isis que, en pleno verano, se dirige a las montañas, errante y dolorosa. Thot se inquieta al verla en ese estado. ¿Por qué el rostro de Isis está cubierto de polvo, por qué sus ojos están llenos de lágrimas? La razón es simple y trágica. ¡Ella ha encontrado a su hermana Nephtis durmiendo con Osiris, su esposo! Sobreviene entonces una terrible conjuración que espantará a la rival, hechizando las distintas partes de su cuerpo[283]. La magia greco-egipcia tardía se pierde a menudo en esos senderos llenos de obstáculos. Un papiro griego[284], para suscitar el amor en una mujer, no duda en apelar a Anubis, el encargado de ritual de los funerales: «¡Anubis, dios terrestre, subterráneo y celeste, perro, perro, perro, utiliza todo tu poder y toda tu fuerza con Titer, que fue engendrada por Sofía (la Sabia). Despójala del orgullo, de la reflexión y del pudor, y condúcela hasta mí, a mis pies, languideciente de pasión a cualquier hora del día y de la noche, soñando en mí sin cesar, cuando coma y cuando beba, cuando trabaje e incluso cuando cohabite, cuando descanse, cuando sueñe y cuando esté pensativa; que atormentada por ti, se apresure languideciente hacia mí, con las manos llenas, el alma generosa, ofreciéndose a mí y realizando el deber de las mujeres hacia los hombres, satisfaciendo mi ansia y la suya propia, sin fastidio, sin vergüenza, apretando su muslo contra mi muslo, vientre contra vientre, su vello negro contra mi vello negro, de la forma más dulce! Si, mi señor, tráeme a Titer, a la que Sofía dio a luz, a mí, Hermes, a quien dio a luz Hermione.»
Los métodos mágicos destinados a enamorar a una mujer a menudo son una complejidad extrema. Es preciso utilizar diversos productos vegetales, triturarlos, ponerlos en un recipiente, añadir aceite en un momento determinado, fijarse en las fases de la luna, recitar fórmulas, levantarse temprano para dirigirse a un jardín, poner allí un sarmiento de viña en la mano izquierda y luego en la mano derecha cuando haya crecido siete dedos, llevarlo consigo, sacar aceite de un pescado que se ponga a macerar, atarle la cola, etc[285]. Orientarse en este laberinto de manipulaciones no es cosa fácil.
El método llamado del escarabajo y de la copa de vino no es mucho más práctico. Para enamorar a una mujer se recomienda coger un escarabajo pequeño y sin cuernos. S actúa al salir el sol. Se mete el escarabajo en la leche de una vaca negra. Se deja allí hasta la tarde. Al retirarlo, hay que verter arena sobre su parte inferior, poner debajo una franja circular de tela. Hacer un incensario ante él. Al día siguiente, está seco. Dividirlo por el medio con un cuchillo de bronce. Cocerlo con vino de bosque, triturarlo con pepitas de manzana mezcladas con orín o sudor del mago. Hacer con ello una bola que se puede meter en el vino y que se haga beber a la mujer deseada[286].
Las buenas pociones mágicas antiguas, como se ve, tenían derecho de ciudadanía en la magia popular. Pero necesitaban ingredientes casi imposibles de obtener, como pelos de la cabeza de un hombre muerto de forma violenta o siete granos de espelta que provengan de una tumba. Los artificios más rápidos son los que consisten en verter ungüento de rosa en una lámpara o en triturar fruta de la acacia, mezclada con miel, para obtener una sustancia con la que se recubre el falo. El resultado, sin embargo, no está asegurado. El amor de una mujer es un sentimiento tan complejo que este tipo de magia no tiene la mayor parte de las veces, más que pobres resultados.
La única verdadera magia amorosa es la identificación del mago con Osiris, de la que Isis, está enamorada hasta el punto de resucitarle de entre los muertos. Esta maga es parte integrante de la iniciación a los grandes misterios y de la transmutación del amor humano en energía divinizada.
El nacimiento es un momento tan peligroso como feliz, tanto para la madre como para el niño, cuya existencia está amenazada por los malos espíritus. El mago debe asistir a la parturienta haciendo intervenir a genios buenos armados con cuchillos, que disponen de armas tan eficaces como las de sus temibles adversarios. También es prudente apelar a grandes divinidades. Para un parto difícil son tanto la madre como el niño los que son objeto de los cuidados del mago. Este invoca a una diosa y a Horus. Pero éstos están ocupados en sus actividades de medida de los campos y se hacen esperar. Disponibles al fin, se presentan ante el niño como los modelos de los justos que cultivan su parcela de tierra en las regiones celestes. El nacimiento material es, pues, preludio del nacimiento celeste. La cuerda de agrimensura se identifica con el cordón umbilical[287].
Son muy raras las fórmulas destinadas a acelerar el nacimiento. Como Hathor e Isis se encuentran en un caso muy delicado, las mujeres que sufren dolores comparables serán igualmente asistidas por las más grandes divinidades, las cuales acudirán en su socorro[*][288]. Es útil llevar amuletos protectores, especialmente joyas del enano Bes. La parturienta puede igualmente dirigirse directamente a Hathor para que venga a asistirla[289].
Los ginecólogos son obligatoriamente magos. Volver a poner en su lugar el útero, por ejemplo, no es una operación mecánica. Es preciso conjugar cirugía y magia, fabricar una estatuilla de ibis en cera, echarla al fuego. El humo entrará en las partes genitales de la mujer y, gracias a la intervención de Thot, todo volverá a estar en su lugar.
Una diosa está especialmente involucrada en el desarrollo del parto. La diosa Meskhenet, descendiente de Atum, hija de Shu y de Tefnut, realiza su obra haciendo penetrar el espíritu en el cuerpo del recién nacido que va a salir del vientre de su madre. Ésta le ofrecerá los poderes celestes y terrestres que necesita, impedirá que se pronuncie un maleficio, alejará el mal de él. El mago pronuncia las fórmulas sobre dos ladrillos, en el lugar donde está instalada la mujer que da a luz. Arroja incienso y grasa de pájaro al fuego. De esta forma, todo transcurrirá bien[290].
Para acelerar el parto de Isis, el mago implora a Ra y a Atón, los dioses que están en la región del oeste, a la asamblea de las divinidades que juzga a toda la tierra, el consejo de los dioses de Heliópolis y el de Letópolis. Isis sufre. Su gravidez llega a término. Si Horus no naciera, ¡cuántas desgracias! ¡No habría cielo, ni tierra, ni ofrendas a las divinidades, solo trastornos cósmicos[291]!
Isis es la madre por excelencia. Si no da a luz felizmente, las consecuencias serán terroríficas. El mismo principio de la vida sería cuestionado. Esto se debe a que toda futura madre pone en ella su confianza, del mismo modo que consigue que la asista la diosa-hipopótamo Tueris, «la grande», hembra ingrávida, que sostiene el jeroglífico de la protección. Dos figurillas de Tueris, conservadas en el Museo de Berlín, están excavadas para que s puedan poner trozos de prendas de vestir pertenecientes a una mujer encinta. Otra figurilla se llenaba de leche. El líquido manaba dulcemente de la mama de la diosa-hipopótamo, garantizando a la madre que amamantaría a su hijo sin problema. Existía una comunidad de doce diosas-hipopótamo y cada una de ellas velaba por un mes del año. En sus orígenes, la diosa-hipopótamo Ipet se identificaba con el cielo. Hasta la Época Baja presidirá los mamarios, santuarios especialmente consagrados a los ritos de nacimiento. La obesa Tueris, con el vientre enorme, las patas y el morro de león, no es fea más que en apariencia; bajo esta forma sorprendente, oculta su verdadera naturaleza, que se nos revela por el texto de una estatuilla[292]: «Yo soy Tueris, en todo su poder, la que lucha por lo que le pertenece y rechaza a los que le hacen violencia a su hijo, Horus. Yo soy Ipet que reside en el horizonte y cuyo cuchillo protege al Señor del Universo, la señora a quien se teme, cuyo aspecto es un adorno y que decapita a los que se rebelan contra él».
En el momento del alumbramiento se invoca a Nut, la diosa del cielo. En ella están todos los dioses, las estrellas que transmiten la luz y que son las almas glorificadas. El mago pide que la bóveda de las estrellas descienda sobre la mujer que da a luz y la proteja. Emanación más concreta de la diosa del cielo, la cerda Reret protege a los humanos contra las mordeduras venenosas y favorece igualmente el proceso de alumbramiento. Amamantando a sus numerosos hijos, esta cerda será enaltecida hasta el fin de la Edad Media occidental donde aparecía en la iconografía de las catedrales.
El niño, sobre todo el recién nacido, es una criatura frágil. Es por eso que el mago dispone de una abundante serie de fórmulas para protegerle. En Heliópolis, el primero y el último día de la lunación, se celebran las fiestas para salvaguardar a la madre y al niño.
La protección del niño es comparable a la del cielo, de la tierra, del día y de la noche, de los dioses que poseen los fundamentos de la tierra. Los dioses protegen el nombre del niño, la leche que mama, la ropa con la que se viste, la época en que vive, los amuletos fabricados para él y colocados alrededor de su cuello[293]. Se recitan fórmulas sobre el niño cuando aparece la luz del sol. La mano y el sello del dios sol constituyen la protección de la madre[*]. Cada mañana y cada tarde pronuncia fórmulas mágicas sobre un amuleto colgado del cuello de su bajo. Apela al sol naciente. Implora que aleje a los muertos que querrían arrebatarle a su niño. «Es Ra, mi señor, quien me salva», afirma: de esta forma no entrega a su hijo al ladrón o la ladrona venidos del reino de los muertos[294].
A menudo a los magos egipcios se oponen los magos de los países extranjeros. La madre protege a su hijo contra la magia extranjera rodeándole con sus brazos. Desconfía en particular de la hechicera nubia y de la asiática. Ya sean esclavos o nobles, ella profiere al encontrarlas un terrible maleficio: ¡qué se conviertan en vómito u orina[295]!
Existe inquietud por el bebé en todo momento: ¿Está bien caliente en su nido, él que parece un pajarillo? ¿Su madre se ocupa bien de él? ¿Está ella presente? ¿Si no es así, está su nodriza? ¿Se tiene cuidado de que respire bien? Para evitarle cualquier molestia, se confeccionan nudos mágicos y se pronuncian fórmulas sobre bolitas de oro y de granate y sobre un sello con un cocodrilo y una mano[296].
Si el niño es atacado por una hinchazón sospechosa, se le recuerda que es Horus y se rechaza el demonio que se manifiesta como un agresor con cuchillo afilado, como un carnicero. La hinchazón disminuye y el fluye el pus. Frente a este poco gratificante espectáculo, el mago evoca una escena deliciosa en la que está acostado en compañía de maravillosas mujeres con cabellos perfumados con mirra[297].
La estela de Metternich explica que Horus fue mordido en un campo de Heliópolis mientras Isis se encontraba en las moradas superiores, haciendo libaciones en honor de su hermano Osiris. Horus gritó de dolor. Isis apeló a los poderes celestes para que le socorrieran[298]. Para que Horus sea curado las nodrizas de la ciudad santa de Buto velan por él, marcando su camino entre los hombres hasta que él haya tomado posesión del trono de las Dos Tierras. El poder mágico de su madre es su protección, ella le rodea de amor y hace que los hombres tengan temor de él[299].
Este mito fundamental de Isis y Horus, de la Madre y del Niño es frecuente en el pensamiento egipcio. Aquí se enfrentan la fragilidad de la existencia humana y la fuerza de la magia. El drama vivido por Isis es intenso. Escapando del furor de Seth, oculta a su hijo y marcha a buscar a la nodriza. Cuando regresa, encuentra a Horus inconsciente. Interroga a los habitantes de los pantanos. Horus ha sido mordido por un escorpión o una serpiente. Isis abraza a Horus y canta la letanía «Horus ha sido mordido». Por consejo de la diosa escorpión, Serket, invoca a la barca solar, que se ve obligada a detenerse. Thot desciende de ella. Ordena al veneno que desaparezca, para que cesen las perturbaciones cósmicas debidas a la inmovilidad del barco solar[300].
No existe educación que no sea mágica. ¿Cómo podría una madre atenta rechazar a los genios malvados si no es por la magia? Para curar la fiebre del vientre del niño, Isis y Nepthis lanzan un llamamiento a Geb, padre de los dioses. Recitan la fórmula sobre dos imágenes de Thot, trazadas con tinta fresca sobre la mano de un hombre[301].
Para ayudar a un niño a crecer, se le hace absorber un pedazo de su placenta, empapado en leche. Si lo vomita, morirá. Si lo ingiere bien, vivirá mucho tiempo. La placenta real estaba considerada, en efecto, como uno de los símbolos del principio de la vida. Esto se debe exaltar en todo momento frente a las fuerzas de los muertos que vagabundean. El demonio de la enfermedad viene de las tinieblas. Tiene la nariz detrás y el rostro vuelto también hacia atrás. Hay que evitar que este demonio abrace al niño, apoderándose de él, que se le lleve, es decir, que le haga morir. La madre está siempre inquieta por la salud de su hijo. A cada momento, una forma inquietante, un fantasma femenino puede penetrar en la casa. La madre pregunta: «¿Has venido para abrazar a este niño? Yo no te lo permitiré. ¿Has venido para debilitar a este niño? No te lo permitiré. ¿Has venido para llevártelo? No te lo permitiré.» El espectro es una difunta. Descorazonada por las preguntas de la madre, no sabe ya para qué ha venido. Se aleja y se pierde en la nada[302].
Los antiguos egipcios tenían un acusado sentido de una magia médica en la que el entorno jugaba un importante papel. Las fuerzas negativas son no solo expulsadas fuera del cuerpo, sino también fuera de la casa. No se puede estar sano en un medio malsano. Por fortuna, la madre de familia dispone de un formidable remedio mágico: su leche. La lecha de las diosas regenera al faraón, el de la madre aleja a los niños de los demonios. Este extraordinario alimento cura los cólicos, el catarro, las quemaduras, y da vigor y potencia. La leche, «potenciada» mágicamente por medio de fórmulas, se vierte en un recipiente cuya forma es la de una madre sosteniendo a un niño sobre sus rodillas. La leche de la madre o de la nodriza es considerada como un «agua de protección» que pone al recién nacido al abrigo de las enfermedades. Al salir de la fábrica de tejidos ¿no extinguió Isis con su leche el fuego que había alcanzado a Horus[303]?
Leche de mujer y granos de perfume son excelentes soportes mágicos para luchar contra una penosa afección, el catarro del cerebro. «Deja de fluir, catarro del cerebro, que haces enfermar a los siete orificios de la cabeza», dice el mago; los servidores de Ra dirigen sus plegarias a Thot y el mago aporta el remedio, a saber, la leche de una mujer que haya dado a luz a un niño, y granos de perfume muy seleccionados. Thot curó de esta forma a Ra de una sinusitis que le afligía enormemente[304].
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La infancia es un estado a reconquistar. El faraón se convierte en niño para beber de la fuente de la vida. Lo mismo sucede con el iniciado que entra en el reino del más allá, que proclama el ritual: «Tú vas a recomenzar el camino, bajo la apariencia de un niño pequeño, porque lo que se ha hecho a tu ka, según el decreto de la Soberana, los cuatro soportes del cielo te dan una sepultura perfecta, esmerada, terminada»[305].
Éste es el bello resultado del amor mágico: hacer de un niño un hombre cuyo espíritu se abra al conocimiento de lo divino, un ser cuya inteligencia sensible capte las energías sutiles del cosmos.