Capítulo VII

Magia y medicina

La noche de Luxor no es nunca temerosa, sin duda no existen demonios más que para los que temen. Pero la enfermedad sí que existe. A menudo nos golpea cuando menos la esperamos. Mis anfitriones, familia mágica por excelencia, conocían bastante bien la medicina occidental. Pero no creían mucho en ella. Médicos egipcios, formados en Londres y en París, habían intentado sin éxito convencerles. «Cuando se trata el mal con un mal fin, me explicó el padre, no se le ataja. A lo sumo se le desplaza. A lo peor, se le aumenta.» Magia y medicina, ¿es éste el buen camino?

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Un médico mago

La medicina mágica probablemente nació en Egipto. No es creación artificial, sino una ciencia a la vez teórica y experimental que tiene como criterio básico la voluntad de mantener el cuerpo humano en armonía con el cosmos, de forma que sirva de receptáculo a las fuerzas vitales que han creado el universo. Quien es atacado por una enfermedad, por un sufrimiento, por un dolor, es presa de una fuerza negativa, de una divinidad hostil, es decir, de un demonio. El médico-mago debe curar la causa y no el efecto, y por consiguiente atacar a este poder invisible e irracional que perturba el organismo.

Dato importante para comprender los principios de esta medicina mágica: no comporta ningún aspecto moral. El dios curativo no es «bueno», el dios agresor no es «malo». Son expresiones de la fuerza creadora que circula por todas partes. Es el ser humano quien actúa de forma armónica o disarmónica sobre lo que le rodea; es él quien acoge y manipula «bien» o «mal» las divinidades que rigen su existencia.

Hoy magia y medicina se oponen radicalmente. Egipto prefería unir las dos técnicas para llegar a una ciencia del hombre mucho más completa y mucho más amplia. Por lo demás, es preciso reconocer que las escuelas médicas actuales, fundadas exclusivamente sobre el racionalismo químico o matemático, forman a médicos de los cuales una parte termina por cuestionarse el valor de su práctica. Sanar es un arte tanto como una ciencia, una magia del ser tanto como un análisis racional.

El médico egipcio se ocultaba bajo signos secretos para que sólo «los filósofos», aquéllos que aman la sabiduría, pudiesen comprender los arcanos. El misterio, no obstante, fue escrito y transmitido, especialmente por los papiros egipcios y los escritos árabes, traducidos al latín y transmitidos de iniciado a iniciado hasta el siglo XV, especialmente en las escuelas de Alemania que conocían todavía algunos secretos de los sacerdotes egipcios.

Es la magia la que permite que la medicina sea preventiva. Impide que la enfermedad se apodere del cuerpo. El médico prepara fórmulas científicamente. Pero considera que esta ciencia no es suficiente. Es preciso añadir una fórmula mágica para darle un alma. Aunque algunos medicamentos son sencillos, la mayoría son complicados y tratan ataques provocados por demonios. Cuando sobreviene la enfermedad, es que Seth o algún otro demonio se ha cruzado en el camino del paciente y le ha asaltado. La enfermedad le vuelve impuro. De ahí la necesidad de la intervención de un médico, «sacerdote-puro» de Sekhmet cualificado para curar.

Las enfermedades son causadas por enemigos hombres o mujeres contra los cuales el mago se bate como un guerrero. Los instrumentos que él maneja son comparados con armas. No se convierte en médico-mago sin recibir una iniciación larga y exigente que, para los maestros de la corporación, tenía lugar en Heliópolis. Colocado en presencia de la madre de los dioses, de los cuales recibe los favores, el adepto aprende los encantamientos formulados por el mismo Creador del Universo cuando rechaza a las fuerzas nocivas. El primer precepto es: «Dios hace vivir a quien le ama.».

Para ayudar mejor al enfermo a recobrar la salud, el mago lo identifica con ciertas divinidades, en primer lugar Ra. Previene de ello a las divinidades: «¡Oh, Ra, Geb, Nut, Osiris, Horus! ¡Restableced el corazón de este hombre sufriente! ¡Devolvedle a la vida como habéis hecho revivir el corazón de Ra cuando le atacó Nehaher (un demonio)! ¡Rechazad el veneno que está en su cuerpo como habéis alejado el veneno de Apophis que estaba en el cuerpo del gran dios!»; conclusión esencial para el paciente: «Ra es tu protección»[226].

Paso indispensable: dirigirse directamente al demonio para que éste revele sus malévolas intenciones y la forma de que acabar con aquél que se ha apoderado de él. «¡Atrás, dice el mago, enemigo, demonio que causa este dolor a untel! ¡Tú dices que infligirás heridas en esta cabeza que es suya, a fin de forzar tu entrada en esta frente que es suya, de hundir estas sienes que son suyas! Vete, retrocede ante el poder fulminante de este Ojo deslumbrante que es suyo! El previene tu poder agresivo, dispersa tus eyaculaciones, tu simiente, tus ruidos, los productos de tu digestión, tus opresiones, tus males, tus tormentos, tus inflamaciones, tus aflicciones, calor y fuego, todas las cosas malas sobre las que has dicho: “Sufrirá a causa de ellas”». Gracias a Ra, el enfermo permanece con vida. El dios sol impedirá que le maten los venenos.

Pero el mismo Ra no está totalmente a cubierto del asalto de las fuerzas maléficas. Su barca puede encontrarse inmovilizada en el cielo. Si se interrumpe la navegación cósmica, el universo se detiene porque Horus está en peligro. Estando el enfermo identificado con Horus, es necesario que tanto el dios como el hombre sean liberados de sus males para que el orden sea restablecido en el universo[227].

La protección de Horus es ejercida por el primogénito en el cielo, el cual gobierna todo lo que existe, el gran enano que hace el recorrido del Duat, el mundo intermedio, el libro de la noche que viaja en la montaña del Oeste, el gran poder oculto, el inmenso halcón que vuela en el cielo, sobre la tierra y en el Duat, el escarabajo sagrado, el cuerpo secreto simbolizado por la momia, el fénix divino, el nombre propio de Horus, los nombres de su padre Osiris, sus imágenes en sus nomos, la lamentación de su madre Isis: tales son también las protecciones del enfermo identificado con Horus cuando es curado correctamente por un mago.

En un caso que se nos presenta como único, un enfermo recibe el consejo de dirigirse directamente al Duat[228], es decir, a ese mundo particular que no es cielo n1 tierra y que rodea el cosmos. El hecho es rarísimo porque el mago es el intermediario indispensable entre el enfermo y sus causas. Para aprender su oficio, dispone de una enseñanza oral impartida en las Casas de la Vida y de una, enseñanza escrita, los papiros médicos.

Éstos no se pueden dejar en cualquier mano. El papiro médico de Londres, por ejemplo, no es un escrito profano. Fue encontrado una noche en una sala de un templo. Un rayo de luna lo iluminó. Fue entonces entregado al rey. Este gran suceso tuvo lugar mientras deliberaba la Enéada. Todo escrito médico pertenece en realidad a la esfera de lo sagrado.

Este arte maravilloso, de origen divino, necesita una estrecha colaboración entre el médico y su paciente. La técnica sola no basta. El efecto del medicamento no es total si la voluntad de conjurar el mal no viene también del corazón y del cuerpo del paciente. La fórmula mágica ayuda a concretar la acción conjugada del enfermo y del terapeuta. Del mismo modo que Horus y Seth «sanaron», el primero provisto de nuevo de su «ojo» y el segundo de sus testículos, del mismo modo el hombre que está en la tierra puede gozar de su integridad física recobrando la salud[229].

El médico-mago, hombre de iniciación y de ciencia, dispone de un arsenal terapéutico impresionante. Para extirpar el mal del cuerpo del enfermo se beneficia de su saber técnico, de la identificación mágica de su paciente con una divinidad (a menudo es Horus combatiendo contra Seth)[230], del conocimiento de los nombres de los enemigos y demonios, de la capacidad de dialogar con el mal para convencerle de su ineficacia y del poder del ser sufriente que tiene los suficientes recursos internos para combatir de forma victoriosa. Si, por desgracia, la enfermedad ha entrado profundamente en el cuerpo, queda todavía la posibilidad de interpelarla, de amenazarla, de ordenarle que se vaya, de expulsaría. El mago explica a la enfermedad que hará mal en acomodarse en las partes del cuerpo a las que quisiera ir: la lengua será para ella una serpiente, el ano la degollará, los dientes la triturarán. Es seguro que la enfermedad se sentirá mucho más a gusto en su propia morada, lejos de los humanos.

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En Heliópolis, como hemos visto, el médico-mago sufría una larga iniciación, tan difícil que debía salvarse a sí mismo antes de poder curar a los demás. ¿Debemos deducir de esta información[231] que se inoculaba en el adepto una enfermedad para verificar el alcance de su sangre fría y de sus conocimientos? O bien «simplemente» franqueaba pruebas físicas siempre presentes en un ritual de iniciación. Sea como fuere, el nuevo médico, tras este período de prueba, visitaba otras Casas de la Vida, como la de la Sais, y recibía las enseñanzas de numerosos colegas. Las divinidades principales le ayudaban en esta tarea. Ra en persona le defendía contra sus enemigos visibles e invisibles. Thot era su guía, el que conocía las fórmulas, las enseñaba a los estudiantes para que éstos liberaran del mal a aquéllos a los que el dios deseaba conservar con vida.

Primer deber del médico: ligar el destino del enfermo al del universo. Si no sanaba, el cielo se derrumbaría, la luz desaparecería. Incluso el demonio causante de esta desarmonía sería destruido por la catástrofe. Para salvarse a sí mismo, no tiene otro recurso que la huida… que equivale a la curación de su víctima.

Dato esencial: se compara la toma de un medicamento con la apertura de la boca por los dioses Ptah y Sokaris en los ritos de resurrección. La fórmula mágica era recitada por Nephtis, la «señora del templo». La apertura de la boca tenía como objeto devolver la vida a la momia y animar a la estatua. Al practicar esta operación «sobre un enfermo», se le añadía un inmenso potencial vital y una facultad de resistencia a las agresiones exteriores. Cuando se ingiere un remedio, es indispensable pronunciar las palabras mágicas. Las dos acciones se refuerzan. La materia de la que está compuesto el medicamento toma vida con la fórmula[232].

Para quitar un vendaje, se evoca a Horus liberado por Isis del mal que le produjo Seth. El enfermo implora a Isis, «grande de la Magia», que aleje de él toda mala influencia. Él ha entrado en el fuego, ha salido del agua, no se dejará apresar por demonios[233]. El mago dice: «Él fue liberado, fue liberado por Isis. Liberado fue Horus por Isis de todo el mal que le había producido su hermano Seth, cuando éste mató a su padre Osiris. Oh, Isis, gran maga, libérame, libérame de toda cosa mala, maléfica, candente, de la enfermedad de un dios y de la enfermedad de una diosa, de la muerte varón y de la muerte hembra, del enemigo y de la enemiga, que vengan contra mí»[234].

Ninguna acción médica, por sencilla que sea, es considerada como puramente material. Siempre está ligada al mundo mágico, en cual encuentra su modelo divino. Los poderes de los médicos egipcios a menudo eran sorprendentes, incluso a la vista de nuestro saber actual. Con frecuencia los egiptólogos han quitado valor a la fórmula del papiro medico Edwin Smith que propone «transformar a un anciano en hombre joven de veinte años», pero es seguro que los sabios de Egipto practicaron una ciencia de las transmutación y del rejuvenecimiento que explica la longevidad de ciertos dirigentes, a pesar de estar agobiados de deberes y de trabajo. ¿Y no estaba la edad media de los sabios en ciento diez años?

Un texto del papiro Ebers hace alusión a un aspecto fundamental de la ciencia egipcia: la percepción de la realidad por la intuición surgida del corazón: «Comienzo del secreto del médico, conocimiento de la marcha del corazón y conocimiento del corazón. Hay en éste vasos sanguíneos que van a todos los miembros. En cuanto a aquello sobre lo que cualquier practicante pone sus dedos, ya sea la cabeza, la nuca, las manos o incluso el corazón, los brazos, las piernas o cualquier otra cosa, se siente una especie de corazón, ya que los vasos sanguíneos van a cada uno de sus miembros; es por eso que le habla a los vasos de cada miembro.».

Figura 20

El genio Nedj-Her, sentado, sostiene la vida en sus manos. El iniciado debe saber responder a las preguntas de este guardián del umbral para descubrir esta vida en sí mismo. (Las capillas de Tutankhamon)

No se trata, como se ha supuesto a menudo, de una fisiología elemental, sino, por el contrario, de indicaciones precisas concernientes al «cuerpo sutil» del ser que es preciso curar con tanta atención como al cuerpo físico. En el mismo orden de ideas, y conforme a una lógica mágica, el mago no utiliza más que remedios físicos o directos contra el veneno, por ejemplo. Hace siete nudos en un tejido, sujeta en sus manos una reliquia proveniente de un cofre conservado en Heliópolis, que contiene en especial un cuchillo de piedra negra. El conocimiento de los nombres secretos ¿no es el remedio más eficaz contra los humores malignos[235]?

Frente a tales males, sólo la magia lucha con algún éxito. Si el enfermo está muy grave, el médico le conferirá un terrible furor que le hará capaz de destruir ciudades como Busiris y Menes, de impedir que lleguen ofrendas a Abidos, en suma, perturbar el orden del mundo. Los demonios de la enfermedad estarán obligados a retroceder.

Contra la fiebre y el catarro se utiliza… ¡un decreto real! El rey del Alto y el Bajo Egipto, Osiris, dice al visir, el príncipe heredero Geb, que levante el mat de su barca, que despliegue su vela y bogue hacia los campos de rosas. Que se lleve a las fuerzas hostiles, la fiebre y el catarro, lejos de la tierra. Palabras divinas a pronunciar sobre dos barcas divinas y dos ojos completos; se dibujan dos escarabajos sobre un papiro que se pondrá en la garganta del paciente[236].

Contra el resfriado, afección que parecía especialmente penosa para los egipcios, el médico-mago despliega todos los recursos de su elocuencia: «¡Retírate, coriza, hijo de coriza! Tú que destrozas los huesos, que rompes el cráneo, que te hundes en el cerebro, que haces enfermar las siete aberturas de la cabeza, sirvientes de Ra, lisonjeros de Thot. Mira, yo traigo un remedio contra ti, una poción contra ti: leche de mujer que ha traído al mundo a un niño varón, y resma perfumada. ¡Qué él te cace y te expulse, y viceversa! Decirlo cuatro veces sobre leche de mujer que haya traído al mundo a un niño varón, y sobre resina odorífera. Ponerlo sobre la nariz»[237].

Incidentes, banales o a veces de consecuencias desastrosas: una fórmula mágica evita la asfixia a quien tiene un hueso atascado en la garganta. El mago se identifica con un busto de león, con una cabeza de carnero, con un diente de leopardo. Técnicamente, vierte aceite en la boca del enfermo. Con el dedo ayuda a tragar el aceite. Cuando escupa su saliva, el hueso saldrá con ella[238]. En el mismo caso, el mago, utilizando medios aparentemente desproporcionados contra el mal, se identifica con aquel cuya cabeza toca el cielo y cuyos pies descansan sobre las aguas eternas. Son necesarios un huevo de halcón en su boca y un huevo de ibis en su vientre.

El hueso de dios, de hombre, de pájaro, de animal, las espinas, saldrán de la boca del enfermo y caerán en la mano del mago, hijo del dios vivo.

La saliva es un remedio excelente. Echando saliva sobre una herida, se la cura. La saliva forma parte de las secreciones y exudaciones que, como la sangre, el sudor, la orina, provienen del cuerpo de los dioses. Es por ello que la utilización de los excrementos, la orina y otras materias en principio repugnantes, procede de una concepción mágica. El mundo de las fuerzas demoníacas es el anverso del hombre justo. En el otro mundo, los condenados comen excrementos y marchan cabeza abajo. No obstante, es posible el uso homeopático de estas materias naturales. Como los demás elementos de la vida, contienen una parcela de divinidad que el mago debe saber extraer y manipular. Herencia tardía de esta concepción, una tradición curiosa, que deriva de Egipto, fue conservada en la Edad Media y conocida hasta el siglo XVII. Para conocer el sexo del niño que va a nacer, se moja espelta y trigo en la orina de la mujer encinta y se colocan los granos en dos saquitos. Si el trigo germina, nacerá un niño. Si es la espelta, una niña. También se pueden cavar dos fosas. En una se arroja cebada; en la otra trigo. En las dos se vierte orina de la mujer encinta y se recubre de tierra. Si el trigo crece más deprisa que la cebada, será un niño. Pero si la cebada crece primero, es una niña lo que la madre dará a luz[239].

Estas anécdotas mágicas, fundadas por otra parte en conocimientos químicos, no deben disfrazar extraordinarios aspectos de la magia de estado, como las estatuas curativas. Éstas, cubiertas de textos mágicos y consagradas en los templos, eran situadas en sanatorios sagrados o en capillas. En su zócalo estaba excavada una cubeta donde se recogía el agua vertida sobre la estatua y que, al pasar sobre los textos, se impregnaba de magia. Este agua se convertía en energética, y se ofrecía a los enfermos o a los infelices picados por una serpiente o un escorpión. Este agua mágica tenía un efecto preventivo, protegiendo de toda agresión a los viajeros que se aventuran en el desierto.

Figura 21

Una diosa-estrella recibe del sol una energía que entra en su boca. Ella la restituye a una serpiente; símbolo de las fuerzas telúricas, animadas así con una energía celeste. Lo que está en arriba es como lo que está en abajo. (Las capillas de Tutankhamon)

Sangre y magia

En todas las magias conocidas, la sangre juega un papel indudable. Es vehículo de cualidades vitales de gran importancia, cuyo secreto no es conocido más que por un mago experimentado. Es por ello que la sangre entra en la composición de diversos productos. Conocemos, por ejemplo, un ungüento fabricado con sangre de ternero negro o con la sangre del cuerno de un toro negro, producto que otorga energía a quien lo utiliza.

¿No es incluso el faraón la sangre nacida de Ra[240], la sangre del sol? Ahora bien, es el mismo Ra quien abre el cuerpo del enfermo y le devuelve a la vida, impidiendo que actúen los venenos, y no dejando al hombre justo a merced de los fluidos maléficos. Las palabras mágicas deben pronunciarse sobre una figura de Ra, dibujada con la sangre de un pez —abdjou—, sobre una tela de lino real, que se coloca luego sobre la cabeza del individuo en cuestión[241].

Cuando la diosa Sekhmet se desencadena, lista para destruir a la humanidad, Ra está obligado a intervenir. Hace beber a la diosa un brebaje mágico del color de la sangre. Operación delicada en extremo, pero que triunfa plenamente, porque la furiosa Sekhmet se transforma en la dulce Hathor.

Sangre y sudor se mezclan en una fórmula de regeneración destinada a acrecentar el poder del mago: «¡Qué el sudor de los dioses penetre hasta ti, que las protecciones de Ra se extiendan a tu cuerpo, que tengas acceso al territorio sagrado, al suelo sagrado de las provincias, que hagas lo que desees en los dos países, gracias al divino sudor originario del país del Punt! ¡Qué la grasa de tus enemigos penetre hasta ti, que tu corazón sea regenerado gracias a la sangre de los que te son rebeldes!»[242].

La sangre de la diosa Isis protege al mago de todo ataque negativo, impide que se le haga daño. Esta sangre femenina es también la de la desfloración; se le atribuían excepcionales cualidades[243], vinculadas a la revelación del nombre secreto de las divinidades y a la adquisición del poder de abatir a las criaturas maléficas. En cierto modo, al practicar su arte, el mago hacía el amor con una diosa siempre virgen que le revelaba su eterna verdad.

Una magia simplista desvirtúa esta simbología que utiliza una mezcla de sangre y esperma para desatar la pasión amorosa en la persona deseada. Amar, incluso en el nivel más simple, es una vibración común de dos energías diferentes: de ahí la intervención de los magos que favorecen conjunciones análogas.

La sangre es un líquido precioso. Por ello, una hemorragia es considerada como un mal espantoso. Por fortuna existe una fórmula para ponerle fin: «¡Atrás, tú que estás en la mano de Horus! ¡Atrás, tú que estás en la mano de Seth! La sangre que circula se ha detenido!» La fórmula se recita sobre un amuleto en forma de cama, colocado luego sobre la espalda del individuo en cuestión[244].

La hemorragia femenina es una de las más graves. Para detenerla, es preciso invocar a Anubis, el cual impide que se extienda la inundación sobre lo que es puro. Se pronuncian fórmulas sobre los filamentos de un tejido con un nudo. Luego se aplica al interior de la vagina de la enferma[245]. También se puede hacerle beber, en ayunas, jugo de la planta llamada «Gran Nilo», mezclado con cerveza[246]. La corriente del río es comparable al flujo menstrual. Los dos deben ser regulares para que tanto la tierra de los hombres como el cuerpo de la mujer estén en armonía.

Dolencias de la cabeza

La cabeza debe ser preservada de las enfermedades, porque contiene las puertas de la vida: los ojos para ver y recrear el mundo, la nariz para respirar tanto lo sutil como lo concreto, las orejas para escuchar el Verbo y las palabras, la boca para que el hombre viva[247]. Las dolencias de cabeza, que perturban este «órgano» vital, atacaron incluso al dios Horus cuando escalaba una montaña, en verano, al mediodía. Encontró dioses que celebraban un banquete en una sala de tribunal. Le convidaron a participar de sus alimentos. Pero Horus respondió que no tenía apetito. Sufría de jaqueca. Estaba consumido de fiebre. ¡Qué los trescientos sesenta y cinco dioses sentados al banquete sacaran el dolor de su cabeza! El mago debe relatar esta historia siete veces cuando trata a un enfermo, y friccionarse las manos, el cuerpo y los pies con un ungüento especial[248].

Otro relato evoca a Horus, siempre con jaqueca, que pasa el día apoyado en un almohadón. Seth, su hermano, vela por él. El mago, experto, coge el tejido con el que se había confeccionado el almohadón y hace con él siete nudos. Los aplica al dedo gordo del pie del enfermo, el cual sana[249]. Horus, por su parte, llamó a Isis, y propuso un remedio radical: que la diosa le diese su cabeza a cambio de la suya. Isis no acepta esta oferta tan delicada. Sin embargo, actúa en favor de Horus, fabricando nudos mágicos, siempre en número de siete[250]. El mago imita a la diosa y aplica el tejido sobre el pie izquierdo del enfermo, porque, como concluye la fórmula, «lo que ha sido aplicado a las partes inferiores es válido para las partes superiores». ¿Cómo no reconocer en esto uno de los orígenes de la célebre máxima hermética «lo que está abajo es igual que lo que está arriba»?

Sabía precaución: llevar de amuleto la cabeza de algunas divinidades (Bes, Hathor, por ejemplo), que valen para cualquier divinidad. Los capiteles llamados «hatóricos» —dicho de otro modo, cabezas gigantes de la diosa—, que coronan las columnas de algunos templos, como el de Dendera, son talismanes muy potentes que protegen el edificio.

La cabeza del enfermo se identifica con la de Ra. Es por esto que habrá trastornos en el cosmos si el paciente no encuentra el equilibrio. La cabeza de Ra ilumina la tierra, hace vivir a la humanidad. Es preciso igualmente tener cuidado de que Ra no se duerma hambriento, para que los dioses no estén tristes. Si no, se corre el riesgo de ver regresar la oscuridad primordial, ese tiempo, anterior a la creación, en que los cielos estaban unidos. El agua celeste sería entonces arrebatada y la tierra condenada a la esterilidad. Como se ve, las consecuencias de una jaqueca divina que no sea curada mágicamente serían terroríficas.

Si el mal alcanza los dos lados de la cabeza, es que un demonio se ha apoderado de su víctima un día de fiesta. El caso es grave. Es preciso proporcionar una máscara al enfermo, labrada por el dios Khnum, identificado con el dios, el paciente adquiere la fuerza necesaria para vencer el mal. Pero existen remedios más sencillos para desembarazarse de una jaqueca persistente. Isis nos da un ejemplo. Despeinó su cabello como una mujer en duelo, por analogía con el desorden de la cabellera de Horus, que había sido herido por Seth cuando ambos combatieron. Quien consiga ordenar sus cabellos evitará los dolores de cabeza[251].

Se recomienda igualmente apoyar las manos sobre la cabeza: los sufrimientos desaparecerán bajo el efecto del magnetismo que se provocará a uno mismo, a condición de que el acto mágico permita identificarse a Horus el Anciano con el vigor primordial. Precaución útil: añadir a esto un amuleto que cubra la parte superior de la espalda y de la columna vertebral, una especie de peluca protectora que haya sido tejida e hilada por Isis y Nepthis.

Otro modo de luchar contra la jaqueca: recitar una fórmula sobre un cocodrilo de arcilla en la boca del cual se coloca una pepita. Sobre la cabeza de la figurilla, un ojo de barro. Es preciso luego unirlo e inscribir un dibujo de los dioses sobre una venda de lino[252].

Otro encantamiento eficaz: asimilar la cabeza del enfermo con la de Osiris Onofris, sobre cuya cabeza fueron colocadas 377 serpientes divinas que escupen fuego y ahuyentan el dolor[253]. El mago pasa al ataque arrojando al fuego el animal del más allá cuya parte delantera es idéntica a la de un chacal y que ha arrojado un maleficio sobre el paciente. Al destruir la causa, destruye el efecto.

Es especialmente importante conservar la cabeza. La cabeza de Osiris era una réplica esencial, conservada cerca de Abidos, centro principal del culto del dios. Al convertirse en Osiris, el justo adquiere una condición de divino. Además evita que se le corte la cabeza. Toma todas las precauciones para conservarla intacta en el imperio de los muertos[254]. Para paliar cualquier riesgo cuentan incluso con «cabezas de sustitución» que se depositan en las tumbas.

El capítulo 101 de los Textos de los sarcófagos es uno de los textos más extraños. El mago recita sobre una cabeza posada en el suelo, iluminada por la luz proveniente de una ventana. El objeto de la operación es una trasmigración física. El alma humana adquiere cierta facultad de desplazarse por el cosmos y de reencontrar a Shu, el dios del aire luminoso. En la cabeza se ocultan capacidades misteriosas que únicamente el mago es capaz de despertar y de hacer madurar. Estos antiguos conocimientos fueron conservados en Occidente, en especial en ciertos rituales masónicos. Señalemos, por ejemplo, que al Aprendiz, si perjura y traiciona los secretos, se le cortará simbólicamente el cuello: pierde la cabeza y el sentido de la vida en espíritu.

Figura 22

Representaciones de personajes cabeza abajo, en el interior de un círculo, dispuesto en forma de estrella. Es el mundo inverso, en el que el movimiento «gira» en el sentido contrario a la armonía. El conocimiento mágico de las fórmulas de la vida permite al iniciado evitar esta postura, enderezar la situación y marchar con la cabeza erguida en todos los universos. (La tumba de Ramsés IX).

Dolencias del vientre

Los dioses no están a salvo de esta dolorosa afección que sufren divinidades tan importantes como Ra y Horus. Cuando el dios solar se queja del vientre, la barca se detiene. Su curso celeste se interrumpe. La tripulación está inquieta. Cuando la navegación se detiene, el orden del mundo está en peligro. Hay que apelar entonces a los grandes que están en Heliópolis, es decir, a los maestros en magia que conocen los remedios más complejos. Para aliviar al enfermo, se le magnetiza colocándole la mano sobre el vientre. Como complemento, se pronuncia una fórmula sobre una estatuilla de arcilla de mujer hacia la que el mago envía el mal[255]. Se apela al Duat, a través de la superficie de la tierra. El cielo, el mundo intermedio y la tierra están en peligro cuando Ra sufre del vientre. Hasta incluso el movimiento de los astros corre el riesgo de pararse, al igual que la barca.

El dolor de vientre es causado por un demonio. Es preciso consultar a Isis y Nepthis. Isis solicita la acción de los versos. Si es el caso, se graban diecinueve signos con la punta de un arpón. Las palabras mágicas deben decirse sobre un dibujo trazado en el vientre del hombre enfermo[256].

Horus se quejaba del vientre porque comió un pez de oro llegado del estanque puro de Ra. Violó, pues, un tabú. Isis le curará. La fórmula debe recitarse sobre un disco de ocre amarillo. Luego, untar con miel y lavar al enfermo[257].

Horus cometió una falta más grave todavía. Se comió el halcón, ¡su propio animal sagrado! La consecuencia no se hace esperar. Se retuerce de dolor. El dolor le perfora el vientre. Apela a los demonios para prevenir a su madre Isis. Pero encuentra muchas dificultades para encontrarlos suficientemente rápidos para recorrer el espacio. Por fin, elige a uno que viaja con el soplo de su aliento y regresa del mismo modo. El demonio advierte a Isis que Horus está sufriendo. La diosa invoca su verdadero nombre que conduce el sol hacia el oeste y la luna hacia el este, hace que sean conjuradas las trescientas venas que rodean el ombligo, así como a toda dolencia que aflija el cuerpo del paciente. Horus se salva. Pero el papiro mágico copto que relata esta historia termina de forma bastante extraña, terminando la fórmula mágica con estas palabras: «Yo soy quien habla, yo soy el Señor Jesús que cura.» Indudablemente, Cristo heredó el poder mágico de Isis la Grande.

Del ojo y del oído

Existen numerosas fórmulas para proteger los ojos. El viento del desierto causaba oftalmias, cataratas, enfermedades transmitidas por demonios. Porque el ojo es un órgano esencial. El verbo «crear», en egipcio, se escribe con un ojo. Ver es recrear, abrirse a la realidad. El ojo de carne es la expresión tangible de un ojo interior. El ojo sano, el ojo completo, son símbolos de la totalidad, de la vida en su plenitud. Es por eso que el mago realiza un acto creador al regenerar, con el uso del ojo, a quien se muestra digno de la iniciación a los misterios: «Yo te he aplicado el Ojo de Horus a fin de que tu rostro sea regenerado por él, te he maquillado los ojos con el color verde y el color negro a fin de que tu rostro sea regenerado por ellos… Completo tu rostro con el ungüento que proviene del Ojo de Horus, con el que él fue completado. Junta tus huesos, une tus miembros, reúne tus carnes y disipa tus males»[258].

Para luchar contra las enfermedades de los ojos, el mago evoca un desorden cósmico que se produjo una tarde, en el cielo del norte y el cielo del sur. Uno de los pilares que sostienen el cielo cayó al agua. Para evitar que el cosmos se derrumbe, el mago fija sólidamente las cabezas de los miembros de la tripulación de la barca de Ra a sus cuellos. Así serán aptos para realizar su labor y la embarcación bogará con normalidad. Las palabras deben pronunciarse sobre la vesícula biliar de una tortuga, aderezada con miel. El producto se aplica por el exterior de los ojos[259].

Es decir, que el tratamiento de una enfermedad ocular está en relación directa con el equilibrio del universo. Otra confirmación: contra las enfermedades de los ojos, se apela al ojo de Horus. Este destruye las perturbaciones causadas por los espíritus malignos, por un difunto o una difunta, un enemigo o una enemiga[260]. Gracias al Ojo de Horus, un remedio aplicado a los dos ojos se demuestra eficaz. Es preparado especialmente por los maestros magos de Heliópolis. Thot está encargado de transportar al Ojo a la gran morada que está en la ciudad santa y le protege de toda influencia nociva[261].

Si, a pesar de estas precauciones, se declara un leucoma, una voz resuena en el cielo del sur. El cielo del norte se oscurece. Las construcciones se derrumban, las piedras caen al agua. Es preciso enderezar lo que amenaza ruina, volver a levantar el edificio. De esta forma se rechaza el mal y se preserva el ojo[262].

Llevar un amuleto con un ojo permite tener en sí la medida de todas las cosas, el análogo del Ojo de Ra que destruye a sus enemigos. «Ojo de Horus» es también el nombre genérico de la ofrenda: el hombre que lo lleva en amuleto se presenta como una ofrenda a los dioses, hace don de su persona al Creador y, de esta forma, se preserva del mal.

En Egipto, el ojo está presente por todas partes… para quien sabe ver. Se graba sobre las estelas, sobre los sarcófagos, sobre los barcos. Por todas partes es la mirada del más allá quien observa a los vivos y les guía. El rey, como siempre, da ejemplo. El ureus, la serpiente femenina que lleva en la frente, es «el ojo brillante de Ra», fuego activo de la corona que dispersa a sus adversarios. En Saqqara, en el terreno funerario del rey Zoser, un friso de ureus constituye otros tantos ojos protectores del alma del faraón. Sucede lo mismo con las dos serpientes que rodean al sol, formando un símbolo frecuentemente inscrito sobre los muros de los templos. Por otra parte, la estela de Metternich habla de la protección del ojo divino del derecho y del ojo divino del izquierdo. De este modo, abierta la mirada del creador sobre el mundo, las estrellas se mantiene en su lugar, y el tiempo transcurre ritualmente, dando al ser humano su correcta función en la creación.

El mago pinta un ojo en su mano. En el interior del ojo, la imagen del dios Onouris, cuyo nombre significa «El que devuelve a la lejana», es decir, la diosa que simboliza el ojo que huye a lugares lejanos y que el mago debe devolver a Egipto[263]. Al pronunciar las fórmulas sobre un ojo de lapislázuli, el mago se demuestra capaz de situar su mirada sobre cualquiera de sus miembros y así volverles clarividentes[264].

Las fórmulas mágicas pronunciadas sobre el ojo completo, el oudjat, que conllevan la figura de Onuris, autorizan al mago a hacer esta declaración: ¡«Yo soy un ser elegido entre una multitud, que ha salido del Duat, cuyo nombre es desconocido. Si se pronuncia su nombre sobre la tierra, entonces se producirá una llama. Yo soy Shu, símbolo de la Luz, que reside en el interior del ojo completo de su padre. Si cualquier cosa que esté sobre el agua abre la boca, si mueve sus brazos, yo haré que la tierra sea invadida por la corriente, que el sur se convierta en el norte, y que la tierra esté a la inversa»!

Cuando el mago utiliza un recipiente para medir, éste no es un objeto profano, sino una «reliquia» que sirve otras veces para medir el Ojo de Horus. Según esto, este Ojo es también un medio mágico por el cual Horus resucita a su padre Osiris.

Es decir, que el biólogo, el químico y el alquimista del antiguo Egipto usaban el «buen ojo» para hacer sus cálculos y descubrir las justas proporciones que entran en la composición de los medicamentos y las drogas. Este «buen ojo» ve su acción contrarrestada por un «mal de ojo» que causa graves inquietudes al mago. El dragón Apophis dirige su mal de ojo contra Ra. Hipnotiza a la tripulación de la barca solar. Sólo Seth puede resistirle porque posee también una temible mirada que le permite luchar contra el dragón maléfico. Este último, como los demás poderes de las tinieblas, intenta hundir o robar al Ojo de Ra. Única solución: cegar a Apophis para impedirle que haga daño. Si no ve, será incapaz de extender la desgracia. Hay que utilizar un método preciso: el rito de golpear la pelota. En este juego anti-Apophis, el faraón golpea una pelota ante la diosa Hathor. La pelota es el ojo del dragón Apophis, ofendido de esta forma a fin de que la vida cósmica prosiga en armonía. Este rito está integrado en una serie de acciones mágicas que consisten en matar al oryx, al cocodrilo, a la tortuga, en abrir las partes sacrificadas de un ser maléfico vencido: tantos medios de dominar las fuerzas negativas utilizando toda su energía[265].

Desde épocas muy antiguas, la mirada de la serpiente está considerada como peligrosa. La mirada de la cobra, que se esconde aún hoy en las cavidades de los muros de los templos, se consideraba como hipnótica: en realidad, la vista de este espantoso reptil es tan impresionante que inmoviliza. Es entonces, si no se tiene la precaución de cerrar los ojos, cuando la cobra clava su veneno y ciega a su víctima. Este chorro de veneno es tan terrible como una mordedura, ya que puede provocar una ceguera definitiva.

Es preferible no mirar de frente a las criaturas maléficas; es por eso que el mago, gracias a su arte, les obliga a mirar hacia atrás.

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La oreja merece igualmente la atención del mago. Las oreas son, en efecto, las puertas de entrada del soplo que comporta tanto la vida (por la oreja derecha) como la muerte (por la oreja izquierda). Es preciso tener cuidado de no ser violado ni fecundado por las energías negativas que podrían, en cualquier momento, penetrar por las orejas y alcanzar el corazón del ser. La salud es para el «buen oyente», es decir, para quien sólo presta oídos a las vibraciones armónicas. También es indispensable identificar a los genios malos que intentan penetrar por el conducto auditivo.

Sobre una estela dedicada al dios Min, designado como «toro de su madre», vemos a un fiel arrodillado haciendo un gesto de adoración a Ammón-Min itifálico. Encima de él, dos orejas gigantescas.[266]. Es la garantía de que el dios oirá la plegarla y la ejecutará. En la Época Baja se multiplicaron las «estelas de oreja», representantes de las esperanzas más inmediatas. Los creyentes estaban persuadidos de que sus deseos se realizarían por efecto de una magia simpática que atraía la atención de las divinidades sobre su caso.

Una alimentación mágica

Lo que el faraón detesta es el hambre. No la comerá. También detesta la sed. No la beberá[267]. Esto implica una alimentación realmente particular para que el soberano esté satisfecho. Los oficiales de la boca, como en la antigua China, ocupaban un puesto envidiable en la corte. Calidad y cantidad de los alimentos y bebidas son igualmente importantes, tanto para los vivos como para los muertos. En las tumbas se depositaban «pancartas de ofrendas», con verdaderos menús destinados a los del otro mundo. No es el aspecto material de los alimentos el que cuenta, sino su esencia. Esta nace de los mismos jeroglíficos cuando se leen en alta voz las fórmulas de ofrendas. Es, pues, la magia del verbo la que alimenta realmente el alma de los habitantes del más allá. La fórmula clásica, repetida sobre numerosas estelas, es: «Una ofrenda que otorga el rey, una ofrenda que otorga Anubis, mil panes, mil cántaros de cerveza, mil bueyes, mil patos para el poder vital de untel.».

El ritual de la apertura de la boca[268] es más explícito:

«¡Oh untel, proclama el mago,

yo te ofrezco un millar de panes,

yo te ofrezco un millar de cántaros de cerveza,

yo te ofrezco un millar de toros,

yo te ofrezco un millar de pájaros,

yo te ofrezco un millar de piezas de lino,

yo te ofrezco un millar de piezas de vestido,

yo te ofrezco un millar de gacelas,

yo te ofrezco un millar de antílopes,

yo te ofrezco un millar de bóvidos,

yo te ofrezco un millar de cabezas de ganado,

yo te ofrezco un millar de patos,

yo te ofrezco un millar de cabezas de sauvagines,

yo te ofrezco un millar de palomas,

yo te ofrezco un millar de carnes trinchadas en el matadero,

yo te ofrezco un millar de panes cocidos en la corte,

yo te ofrezco un millar de granos de incienso,

yo te ofrezco un millar de tarros de aceite,

yo te ofrezco un millar de jarros de agua fresca,

yo te ofrezco un millar de ofrendas divinas,

yo te ofrezco un millar de trozos elegidos de la mesa de ofrendas,

yo te ofrezco un millar de trozos de carnes elegidas,

yo te ofrezco un millar de ramilletes de ofrenda,

yo te ofrezco un millar de cosas buenas y puras, un millar

de cosas excelentes, deliciosas, y dos veces puras,

destinadas a tu ka, untel!»

A esta lista tan apetitosa añadimos la miel, alimento extraordinario que viaja en una barca divina y que escapa a las langostas. El corazón de los dioses era amargo, cuando aceptó la miel: recobró la felicidad al comerla. Así será para los justos[269].

La diosa Ouret-hekaou, «Grande-en-magia», es señora de la alimentación. Toma la forma de la doble serpiente ureus que está en la frente del rey. Comer y beber no son acciones profanas. Son las expresiones más inmediatas de una alquimia que se realiza en el interior del cuerpo. En ciertas circunstancias, también es necesario tomar precauciones mágicas. Así, se debe recitar una fórmula mientras se bebe cerveza. Se evoca a Seth, dios del poder vital, y al corazón, centro del equilibrio espiritual[270]. La cerveza es considerada como una bebida que aporta la salud, es decir, la curación. Sirve de purga al estómago. Pero corre el riesgo de embriagar: el que bebe cerveza con exceso es comparado al Seth borracho. La utilización mágica de la cerveza aleja las influencias demoníacas. Recitada la fórmula, absorbida la cerveza, es bueno expulsar una parte. Se dirige entonces al demonio que está en el vientre y se le nombra. Se le llama «el muerto». Se nombra también a su padre, «el que hace caer cabezas». Gracias a esta identificación, el enfermo se cura de sus males[271].

El mago pronuncia igualmente fórmulas sobre otros líquidos como el agua y el vino: los que los absorben gozan de virtudes sobrenaturales que se expanden por sus cuerpos.

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El mago se dirige al guardián de la Gran Morada y le pide que la abra porque él es Ra y el Nilo[272]. Afirma que las puertas del Duat le son abiertas, que sale por la portada sagrada. Pero es necesaria una operación mágica para lograr, uno de esos innumerables tránsitos de puerta. La fórmula debe ser recitada sobre siete ojos sagrados dispuestos en forma de escritura. Luego, se bebe una mezcla de cerveza y natrón.

La cerveza constituye, junto con el pan, la alimentación energética básica. No obstante, para saciar la sed algo sobrenatural de un niño asimilado a un dios, se utiliza «la gran corriente» venida del ciclo, análoga a la leche de la vaca sagrada que amamanta al faraón niño. Alimentación mágica por naturaleza, porque confiere a los afortunados beneficiarlos una vitalidad excepcional.

No se debe bromear con los alimentos sagrados ni manipularlos de ninguna forma. Existen prohibiciones que cualquier mago cualificado conoce al detalle. Comer alimentos «tabús» hace caer enfermo. Como ya hemos dicho anteriormente, el mismo Horus sufrió una grave indisposición tras haber comido de un pescado consagrado a Ra e incluso halcón, su propio animal sagrado. Sus dolores necesitaban la intervención de Isis. En cuanto al mago que trata casos parecidos, recita fórmulas sobre un plato nuevo, pintado de ocre amarillo. Hace untar de miel al hombre que sufre de los mismos dolores que el dios. Una vez lavado, sanará[273].

Haría falta un gran estudio sobre la alimentación del Egipto faraónico. Sabemos, sin embargo, que los antiguos egipcios gustaban mucho de los placeres de la mesa, de los que la magia, ritual o no, no escapaba.

Plantas mágicas

La tierra es un factor de protección mágica. Es utilizada por el exorcista para combatir el mal. Cuando el veneno de un ser nocivo cae a tierra, es destruido. La tierra, padre de los dioses, extingue el fuego destructor[274]. El rocío de la mañana, enviado por el cielo para bañar a las plantas con un flujo divino, se consideraba que curaba los miembros paralizados.

«Cuando las plantas de los dioses están sobre su cabeza, proclama un ritual, todas las protecciones de la vida vienen a ti… A ti vienen las plantas que salen de la tierra, el lino originario del campo de juncos, los vegetales regenerativos originarios de la campiña de la alegría, la emanación de olores que reviste a los dioses desde su salida. Viene a ti bajo la forma de un precioso sudario, te preserva bajo la forma de una banda, te hace crecer bajo la forma de un lienzo, consolida tus huesos bajo la forma de un vendaje inmaculado»[275].

Todas las plantas esenciales de Egipto, papiro, lino, así como las sustancias preciosas, mirra, incienso, miel, son de origen divino. En realidad son los llantos de Horus, la sangre de Geb, las lágrimas de Shu, de Tefnut y de Ra que han caído del cielo a la tierra[276]. Algunos vegetales juegan un papel particular: la acacia, símbolo de la regeneración, o el enebro, del que se dice que proviene la luz.

Para curar los senos, cuyos modelos divinos son los de Isis que amamanta a los gemelos cósmicos Shu, y Tefnut, se emplean numerosas hierbas, especialmente rosales[277]. Incluso el veneno ve contrarrestada su acción con la aplicación de un loto sobre la llaga[278]. En cuanto a la raíz de la mandrágora, es eficaz para hacer dormir a un hombre durante dos días[279]. El ajo es utilizado en una casa para cerrar la boca de las serpientes varones, hembras, y de los escorpiones. Los brazos de Ra, de Horus, de Thot, de la Gran y de la Pequeña Enéada, son los que, activados por el empleo del ajo, matarán a los enemigos de un enfermo. La fórmula debe recitarse sobre ajo molido y reducido a polvo con cerveza. No es otro que el «ojo blanco de Horus». Se impregna con ello la vivienda durante la noche, de forma que ninguna criatura peligrosa penetre allí[280]. Por otra parte la cebolla se revela también totalmente eficaz. En cuanto al pin-ach, es portador de un fluido que aumenta las percepciones del mago.

Las materias vegetales son muy utilizadas en magia: por ejemplo, la cera, materia básica para la fabricación de las figurillas mágicas, cubiertas de inscripciones y luego arrojadas al fuego, es el signo de la destrucción del enemigo al que encarnan. Los magos eran particularmente expertos en el arte de crear ungüentos. Se beneficiaban de notables laboratorios en el interior de los templos. Uno de sus productos más maravillosos era «el gran ungüento secreto de la Casa de la Vida», que sirve para proteger los edificios, y que incluso mantiene en armonía los miembros del cuerpo humano.

Conocer los secretos de los perfumes es indispensable en el otro mundo. El muerto justificado sustituye el olor de la putrefacción por el de la mirra, que Hathor coloca para sí misma en su cabeza; su olor es el del incienso que utiliza la diosa, su emanación es un óleo precioso con el que Hathor se embadurna[281].

¿Quién dudaría que el universo vegetal está recorrido por vibraciones mágicas? ¿Pueden darse en el preciso momento de tomar el fresco bajo la hierba del venerable persa de Heliópolis, de despertarse cada día en un jardín contemplando los rayos de sol, después de conseguir superar las pruebas de iniciación y de que el alma se eleve hacia la luz?