Desfile de dioses y diosas, letanía mágica de extrañas resonancias, mundo olvidado y, sin embargo, tan próximo… mis anfitriones de Luxor conocían a pesar de ello los secretos de las divinidades mágicas del antiguo Egipto. Pero no los dedicaban una devoción ciega. «La magia, me confió el Anciano, es un combate. Los dioses deben plegarse a tus deseos. Las diosas deben enamorarse de ti. Si no, serán enemigos implacables.» «¿Así, pues, es preciso luchar siempre?», pregunté. «En magia, siempre», respondió.
Los cuentos del antiguo Egipto, documentos literarios de una calidad excepcional, tanto por su contenido como por su estilo, muestran a los magos en acción. Uno de ellos, que se desarrolla en el Imperio Antiguo[189], evoca el caso de un marido engañado. Pero este infortunado esposo no es un cualquiera. Se trata de un sacerdote-lector y de un mago altamente cualificado. Hace fabricar un cocodrilo de cera de siete pulgadas de largo y pronuncia una fórmula: «¡Apodérate de cualquiera que venga a bañarse a mi estanque!» Por medio del Verbo, el cocodrilo de cera se ve provisto de un alma mágica que lo convertirá real en caso de necesidad. El mago pide a su sirviente que ponga el cocodrilo en el agua cuando el amante de su mujer venga allí a bañarse.
El acontecimiento se produce. La mujer del mago y su amante se reúnen en el edénico jardín del alto personaje. El amante decide bañarse en el arrebatador estanque. El sirviente, obedeciendo a su señor, pone allí el cocodrilo de cera, el cual se transforma en un saurio de siete pulgadas totalmente real y mantiene al hombre en el fondo del agua durante siete años.
Cuando el mago regrese a casa, en compañía del faraón, con cuya amistad se honraba, deseará mostrar un gran prodigio al Señor de Egipto. Ordena al cocodrilo que saque a la superficie al amante de su mujer. El monstruo es tan enorme que espanta un poco al faraón. El sacerdote-lector se apodera sin dificultad del saurio, el cual, inmediatamente, se convierte de nuevo en cocodrilo de cera. Mientras, el mago relata al rey su desventura. El faraón pronuncia su juicio: que el cocodrilo se lleve lo que es suyo. El monstruo se apodera del condenado, desciende al fondo del estanque y nunca más se supo qué sucedió con su presa. En cuanto a la mujer adúltera, fue quemada y sus cenizas arrojadas al Nilo.
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Otro cuento, que data del reinado de Keops, evoca un combate de un mago, esta vez no contra un rival amoroso, sino frente al faraón en persona. Había en aquella época un mago prodigioso llamado Djedi, de ciento diez años de edad, que aún comía ciento diez panes, la mitad de un buey, y bebía cien cántaros de cerveza. Keops, necesita conocer el número de habitaciones secretas del templo de Thot. Y Djedi las conoce. Así, pues, va a buscarle a su casa y le traslada a la corte, a presencia del rey de Egipto. «¿Es verdad lo que se dice, le interroga Keops, de que tú sabes reponer en su lugar una cabeza cortada?» «Sí,» responde el mago. El faraón quiere comprobarlo. Ordena que ejecuten a un prisionero y le lleven su cadáver.
Es en ese instante cuando el mago debe librar su combate. «No, dice con gravedad, no un ser humano, mi señor soberano, porque está prohibido hacer semejante cosa con el rebaño sagrado de Dios.» Crítico momento, en que la tensión es perceptible. El faraón, mago también, acepta esta observación. Se traerá a su presencia un ganso, y luego un buey. Se les corta la cabeza. El mago las vuelve a oponer en su lugar. De este modo preserva la vida, incluso en las circunstancias más difíciles. Seguidamente revelará al faraón la forma de conocer el número de las habitaciones secretas de Thot, señor de la magia.
Figura 16
Espacios del otro mundo: largas hileras de genios, serpientes, fuerzas contenidas en óvalos protectores, personajes sin cabeza, con las manos atadas a la espalda, simbolizando las fuerzas oscuras. Todos suben hacia una misma meta: la transmutación por la Luz. (La tumba de Ramsés IX.)
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El cuento de las remeras, que se desarrolla en la época de Snefru, evoca un combate más «físico» por parte del mago que se mide con el elemento agua. El faraón Snefru se aburría. El jefe-lector, el mago Djadjaemankh, le aconseja un paseo en barca con mujeres bellas. La jefa de las remeras, instalada en la parte de atrás de la barca, dejó caer al agua un adorno de turquesa con forma de pez. Inmediatamente dejó de remar. Todo su equipo se detuvo. El faraón está listo para reemplazar la joya, pero la mujer es testaruda: ella desea aquel colgante y no otro.
Snefru apela al mago. Este pronuncia algunas fórmulas indispensables para obtener el dominio de las aguas. Luego, con serenidad, coloca una mitad del lago sobre la otra y encuentra el colgante, el cual devuelve a su propietaria. Para dejar las cosas como las había encontrado, el mago devuelve cuidadosamente la mitad del lago a su lugar normal.
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Un cuento de la época de Ramsés II evoca un combate mágico contra la enfermedad de una joven princesa prometida para los más altos destinos. Esta joven, la princesa del país de Bakhtan, debía casarse con el gran Ramsés, que se había enamorado de ella. Pero la enfermedad se apoderó de ella. El faraón apela a sus mejores sabios, los cuales no lograrán curarla. Los magos humanos fracasan, es preciso poner en práctica el poder mágico encarnado en la estatua del dios Khonsu. Consultado este último, consintió en ser el jefe de la operación: fue trasladado, con todos los honores debidos a su rango, hasta el país de la princesa. El viaje duró diecisiete meses. La estatua divina actúa mágicamente sobre la joven y consigue curarla. Incluso el demonio que la hizo caer enferma conversó con el dios egipcio, asegurándole que en adelante sería su esclavo. El príncipe de Bakhtan, estupefacto por los poderes de la magia egipcia, decidió conservar esta estatua milagrosa. Pero, tres años y nueve meses más tarde, vio, en sueños, que el poder divino de la estatua escapaba bajo la forma de un gavilán de oro y volaba hacia Egipto. Espantado, dejó marchar a la estatua.
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El cuento de Satni Khamosis es una de las joyas de la literatura mundial. Satni Khamosis, hijo de rey, leía libros en escritura sagrada, especialmente los incluidos en la Casa de la Vida, las estelas, y conocía las cualidades de los amuletos y talismanes. También redactaba. De él se decía: «Es un mago que no tiene parangón sobre la tierra de Egipto.».
Un día un anciano se burló de él. Conocía un libro escrito de mano de Thot y podía conducirle al lugar donde éste se encontraba. Allí estaban inscritas dos fórmulas: «Si recitas la primera, dijo el anciano, encantarás el cielo y la tierra, el infierno, las montañas, las aguas; conocerás a los pájaros del cielo y a los reptiles tal como son; verás a los peces, porque el rostro divino les hará subir a la superficie. Si lees la segunda fórmula, cuando estés en la tumba tendrás la forma que has tenido en la tierra; verás salir el sol en el cielo, su cortejo de dioses y la luna con la forma que tenía cuando salía.»
Este libro prodigioso está oculto en una necrópolis, en la tumba de un hijo de rey. Satni desciende a la misma. La encontró clara como si el sol penetrase hasta allí, porque la luz salía del libro. El nombre del hijo de rey era Neferkaptah. Estaban presentes también las almas de su mujer y de su hijo.
Esas almas dialogan con Satni, intentando disuadirle de coger el libro, que es el origen de muchas desgracias. Neferkaptah, en efecto, había preparado el emplazamiento del libro: en medio de un río, en un cofre de oro. El cofre de hierro estaba en un cofre de bronce, el cofre de bronce en un cofre de madera de palma, el cofre de madera de palma en un cofre de marfil y ébano, el cofre de marfil y ébano en un cofre de plata, el cofre de plata en un cofre de oro y el libro dentro de este último. Alrededor hay un hormigueo de serpientes, de escorpiones, de toda suerte de reptiles. Último guardián del umbral: una serpiente inmortal enroscada alrededor del último cofre.
Neferkaptah mató dos veces a la serpiente inmortal, la cual revivió. Combatió una tercera vez con el reptil, la cortó en dos pedazos y puso arena sobre los pedazos, de manera que la serpiente no pudiera tomar su primitiva forma. Entonces dispuso del libro y de sus encantamientos.
Pero se hallaba demasiado lejos. El dios Thot se enfadó. Fue a quejarse a Ra. El dios sol embrujó al mago y le acarreó toda suerte de desgracias, especialmente causando el ahogamiento de su mujer y de su hijo. Antes de morir ahogado él mismo, el mago se fijó el libro al pecho.
Satni no escucha ningún consejo de prudencia. Se juega el libro al ajedrez con Neferkaptah, pierde la partida, pero se apodera igualmente del legajo. Pagará cara su actitud. Hechizado por una mujer de la que se había enamorado, hizo matar a sus propios hijos para poder acostarse con ella. Estos terribles encantamientos son la venganza de Neferkaptah.
Satni se despierta de su pesadilla. Todo no había sido mas que un mal sueño. Sus hijos están todavía vivos. Guiado por el espíritu de Neferkaptah, hará descansar en paz los restos de su mujer y de su hijo y no tocará más el libro maldito.
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El cuento de Siousire, hijo de Setna, evoca otro combate del mago que no termina esta vez con una partida de ajedrez. Este texto está escrito en demótico, en el dorso de papiros griegos conservados en el British Museum[190].
Setna está muy afligido. Su mujer no consigue reconfortarle. Su hijo viene a él. ¿Por qué su padre está tan postrado y doliente? Que diga lo que le apena. «Eres muy joven, no lo comprenderías.» El hijo insiste. El padre le explica. Un oficial etíope ha venido a Egipto, portando una carta sellada. Ha hecho un desafío: ¿Quién es capaz de leerla sin abrirla? Ningún sabio egipcio es capaz de hacerlo. Egipto se siente humillado por el país de los Negros. Es por ello que Setna está enfermo.
Su hijo Siousire se ríe. Setna se sorprende. «Levántate, padre mío», dice Slousire. «Yo sé leer la carta sin romper el sello.» Su padre no le cree. Le somete a una prueba utilizando libros guardados en su bodega. El resultado es positivo. Por consiguiente, Siousire intervendrá en el drama que se desarrolla en la corte de Egipto.
El mago etíope está decidido a sumergir la tierra de los faraones en las tinieblas. Fabrica una camilla de cera con cuatro porteadores y les da vida de forma mágica. Les da la orden de conducir al rey de Egipto ante el rey de Etiopía sin demora. El faraón recibe quinientos golpes de bastón y luego es sacado de Egipto. Informado de ello, el mago oficial de la corte utiliza su ciencia para evitar lo peor: ¡qué se lleve a cabo una nueva humillación! Invoca a Thot, inventor de la magia, que ha fundado el cielo y la tierra: que salve al faraón de la magia etíope.
A este mago, llamado Hor, hijo de Paneshe, se le aparece Thot en sueños: le aconseja ir a la biblioteca del templo de Khnum donde encontrará, en un armario cerrado y sellado, un caja conteniendo un rollo de papiro escrito de su propia mano. Que haga una copia y la coloque en su lugar. Con la ayuda de este documento, Hor fabrica amuletos protectores. Gracias a ellos, el faraón no volvió a ser arrastrado a Egipto contra su voluntad.
Horus fabrica a su regreso una camilla de cera con cuatro porteadores y les da vida: que lleven a Egipto al rey de Etiopía, el cual recibe quinientos golpes de bastón. Cuando se despierta, está contusionado y cae en la cuenta de que ha caído bajo los efectos de la hechicería enemiga.
Por dos veces el rey de Etiopía es maltratado de esta manera. El mago negro decide volver a Egipto para enfrentarse allí a su rival. Efectivamente, el combate de los magos tiene lugar. Horus el Egipcio hace llover y apaga un fuego. El Etíope hace juntarse de nuevo las nubes encima de la corte de Egipto de forma que nadie reconoce a nadie. Por medio de una fórmula mágica, Horus limpia el cielo. Su adversario crea una gran bóveda de piedra para separar Egipto de su faraón, y a este del cielo. Horus crea una barca y coloca en ella la bóveda de piedra, transportándola así hacia el cielo. Al borde ya de la derrota, el Etíope se vuelve invisible para huir. Pero Horus le hace reaparecer bajo la forma de una rapaz vuelta sobre su espalda. Un pajarero se prepara para herirla. La madre del mago etíope, sintiendo que su hijo está en peligro de muerte, llega a Egipto bajo la forma de una oca. Horus la identifica y la somete a su voluntad. Ella vuelve a tomar conciencia de una negra e implora piedad para su hijo y para ella. Los dos juran no regresar a Egipto antes de 1.500 años.
Según esto, Horus había regresado del Occidente, 1.500 años después de su muerte, para luchar contra el mago enemigo y salvar el honor de Egipto. Osiris le permitió volver a la tierra para cumplir esta misión, bajo la forma de… Siousire, el cual, como una sombra, desapareció ante el faraón y su padre.
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El escéptico Luciano, en El escriba sagrado de Menfis, relata un célebre combate mágico que es el origen de la leyenda del aprendiz de hechicero, muy inexperto ante las fuerzas a las que intenta someter. El narrador había ido a vivir a Egipto para estudiar. Fue a ver la estatua de Memnón y escuchar el extraño sonido que ofrecía al salir el sol. Prodigio: Memnón emite un oráculo en siete versos. Remontando el Nilo, el narrador encontrará a un escriba de Menfis que había pasado veintitrés años en unas criptas en las que Isis le había enseñado la magia. Sabía cabalgar sobre los cocodrilos y dominar a los monstruos. El viajero se ganó su confianza. Cuando llegaba a su posada, el mago cogía el pomo de la puerta, o una escoba, o un almirez, cubría el objeto con ropas y pronunciaba una fórmula mágica que le daba vida y le hacía caminar. ¡Todos creían que se trataba de un hombre! El objeto animado satisfacía todos los deseos de los dos viajeros: acarreaba agua y provisiones. Luego volvía a convertirse en escoba o almirez. Pero el mago no consentía en revelar su secreto. Un día, su compañero, demasiado curioso, se escondió y escuchó el encantamiento: una palabra de tres sílabas. Intentó imitar a su maestro, vistió un almirez, pronunció la fórmula y le ordenó que le llevara agua. Éxito total. Pero ¿cómo detenerlo? El almirez, animado, no dejaba de llevar agua e inundó la casa. Desastroso resultado: ¡Ahora había dos portadores de agua! Por suerte, cuando regresó el maestro mago puso las cosas en orden pero desapareció con su secreto.
El enemigo del mago es el rebelde, el que se revuelve contra el orden del mundo, provocando el furor de los dioses, que lanzan un terrible grito para conjurar la acción de las fuerzas malignas[191].
Según las inscripciones de la estatua de Djed-her[192], se produjeron acontecimientos dramáticos. Una voz aulló en el templo. Hay lamentos en el palacio. Se cometió un crimen. Las divinidades lloraban. Ra, que no se había enterado, apareció al fin y rechazó al enemigo que intentaba destruir la armonía.
El mago sabe que este Enemigo, que representa la negatividad, está presente en este mundo y en el otro y que busca suprimir la vida por todos los medios. Un enfermo que sufre está habitado por el Enemigo que sólo puede ser expulsado del cuerpo por el arte mágico. El Papiro Bremmer-Rhind precisa que el mago está inspirado por el Creador, para vencer al rebelde con malas intenciones, el cual, cada día, se levanta contra el sol para impedirle renacer.
El combate del sol contra el demonio de las tinieblas se reproduce eternamente. El enfermo —o el paciente— acompaña al dios-sol en su viaje. El momento más dramático es al salir el sol por el este, cuando el cielo está rojo y Ra se baña en la sangre de las heridas recibidas en combate[193]. La lucha tiene lugar sobre la isla de la llama, mundo particular donde la luz se enfrenta a las fuerzas vivas de las tinieblas, donde el poder mágico domina al caos. En las «Casas de la Vida», esta «isla de la llama» era el lugar en que el adepto sufría las pruebas antes de recibir de sus Hermanos los secretos de la magia. El Anciano que transmitía esta sabiduría era comparable al Creador. Al final de su iniciación, y en cada acto importante, el mago rendía homenaje al único que se ha creado a si mismo, que se ha manifestado por la Luz de Oriente, cuya naturaleza está oculta, anciano que es joven, existente en todas las cosas.
El mago apela a este gran dios para que descienda de lo alto del cielo y destruya a los enemigos. Pide igualmente la asistencia de la Enéada, la cofradía de los nueve Creadores, para abatir el mal que amenaza a Horus y hace desfallecer el corazón. El mago debe actuar de forma científica y capaz de restablecer, tanto para los hombres como para los dioses, una circulación correcta de la energía.
El mago desafía al enemigo, ya sea hombre o mujer. Proclama su poder, inspira el miedo a los espíritus. Se le teme porque afirma ser un dios que ordena a las fuerzas maléficas que se sometan y se vayan. Les demuestra que es más fuerte que ellas. Las interpela, a veces con mucha rudeza, llegando incluso a amenazarles. Si el enemigo imaginase la menor debilidad, el combate estaría perdido para el mago y la vida humana estaba amenazada en sus principios. La cortesía, principal forma de expresión de una civilización refinada, obliga a veces al mago a excusarse con su enemigo sobrenatural por emplear contra él palabras violentas: pero no puede hacer otra cosa porque está poseído por un poder superior al mal.
Ejemplo de sentencia a los enemigos del mago[194]: «Si levantan sus brazos contra él, será como levantar los brazos contra el hombre de un millón de codos que se extiende sobre las treinta cimas del país de Kouch (El Sudán), el dios cuyas pupilas son rojas, inyectadas en sangre, y que detesta el coito; está provisto de una cabeza de animal… Incluso declaramos que un demonio debe sentirse aterrorizado por tal aparición»[*].
Existe un libro mágico especial para rechazar a los enemigos. Está contenido en un cofre de acacia. Cuando se pronuncia la fórmula correcta, es el mismo poder mágico el que habla. Revela los misterios de Osiris y la naturaleza de los dioses. El mago iniciado en los secretos de este libro tiene un dominio excepcional de las fuerzas divinas. Obliga incluso a Osiris a reconocerle como un experto de lo sobrenatural. Amenaza al dios, en caso de desfallecimiento por su parte, con impedir las navegaciones sagradas hacia las ciudades santas de Busiris y Abidos, y con destruir su ba y su cuerpo y prender fuego a su tumba[195].
El Enemigo se encarna preferentemente en el cuerpo de un monstruo llamado Apophis, una especie de rebelde por excelencia. Existe, por otra parte un «libro del ahuyentador Apophis». El mago pide a los dioses que intervengan para que este dragón no se desarrolle de forma normal, para que su nombre sea destruido, e incluso su alma y su espíritu, su sombra, sus huesos, sus cabellos, que su simiente y su fruto se atrofien, que su poder mágico se esfume, que no encuentre su lugar ni en el cielo ni sobre la tierra[196].
El iniciado pronuncia el siguiente encantamiento sobre una figurilla de Apophis hecha de cera[197]: «Tu veneno no entrará en mis miembros porque mis miembros son los de Atum… tu torpeza no entrará en mis miembros, mi salvaguarda está formada por todos los dioses, eternamente». La fórmula VI del Zócalo mágico Behague ayuda a rechazar a Apophis, demonio de las tinieblas, el caído, el rebelde, considerado como el intestino de Ra, el ser que no tiene brazos ni piernas». La cabeza del monstruo ha sido cortada.
La estela de Metternich precisa, sin embargo, que el dragón Apophis es útil a Ra en la medida en que su llama puede alimentar las radiaciones solares. De hecho, no se mata a Apophis; se le domina.
Por medio de la palabra, el mago neutraliza a la serpiente maldita: «¡Desaparece, Apophis, enemigo de Ra! (hay que decirlo cuatro veces). Tiembla, aléjate del que está en la naos, o seréis aniquilado, rebelde! ¡Cae de bruces, y que tu rostro permanezca ciego!» Cuando los caminos del dragón están obstruidos, éste ya no tiene fuerza, su corazón desfallece. Es herido por los cuchillos que se hunden en su cuerpo. Se le corta el cuello y se le arroja al fuego[198]. Para vencer a Apophis, es preciso glorificar el poder de la Luz, la alegría que ésta inspira. Luego, se escupe sobre el dragón; Ra le quema con sus llamas, de forma que la barca continúa bogando por los cielos con plena seguridad… hasta la reaparición del monstruo.
La lucha contra Apophis es un combate contra todos los enemigos de la luz, a los que se ordena también caer de bruces. El mago les dará muerte, les hace pedazos. Ya no tendrán nombre. Es la llama del Ojo de Horus quien los exterminará; es Sekhmet, el fuego divinizado, quien les destruirá. De esta forma serán abatidos Apophis y sus aliados, la tortuga, el oryx, los hijos de los sublevados, los adversarios de los dioses y del faraón.
Para obtener una eficacia casi absoluta, se escriben los nombres de los enemigos, con los de sus padres, madres e hijos, en verde y sobre una hoja de papiro, y se gravan estos mismos nombres sobre figuritas de cera. Se escupe sobre ellas, se las pisotea, se las atraviesa, se las quema en un horno, en momentos muy precisos del día o la noche, en determinados días del mes. Magia y astrología están aquí íntimamente mezcladas. La victoria sobre Apophis se sitúa, por otra parte, en una perspectiva cósmica; es Ra en persona quien le asesta el golpe decisivo, en presencia de las divinidades del sur, del norte, del oeste y del este. Orión encadena al dragón al cielo del Sur, la Osa Mayor le obstaculiza el cielo del Norte.
Apophis, no es el único ser abominable que combatir. Existen numerosas fórmulas contra individuos igual de terroríficos, como un tal Shakek, demonio venido del cielo y la tierra, que tiene la lengua en el ano, come «el pan de su trasero» (sus excrementos) y ataca a los iniciados. «¡Atrás, retrocede!», le ordena el mago, el cual consigue cerrarle la boca y cortarle la lengua. El monstruo será cortado en pedazos. Su nombre será suprimido, a condición de que las palabras mágicas sean pronunciadas sobre una flecha de cera[199].
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Para estar seguro de su fuerza, el mago efectúa un peregrinaje por las ciudades santas de Pe y Dep, en el Delta, de donde regresa identificado con un cuchillo. Es por esto que se dice que sus miembros son de hierro[200]. Al poseer este arma excepcional, al ser él mismo este arma, el mago es capaz de mandar su poder contra todo enemigo que se le oponga.
Otro instrumento de disuasión: los objetos mágicos de marfil, cuchillos o bastones sobre los cuales están representadas criaturas ya sea aliadas o adversarias del sol en sus combates contra las tinieblas. El mago que los utiliza es un «iluminado» que vence, como la Luz, a los perturbadores del orden cósmico. Inscripciones e imágenes hacen cobrar vida a estos objetos protectores, a menudo empleados para librar a los niños de todo peligro. Llamado por su nombre, identificado con el sol, el niño protegido mágicamente revive la pasión y los dramas del dios, pero también sus victorias[201].
Expresión favorita de las fuerzas maléficas: el mal de ojo, particularmente temible. Existe un medio de luchar contra su influencia: utilizar la flecha de Sekhmet, la magia de Thot. Requerir la ayuda de Isis y de Nephtis, confiar en la lanza de Horus que irá a clavarse directamente en la cabeza del enemigo, son igualmente indispensables. El adversario terminará su triste existencia en el horno de un mago de la Casa de La Vida, el cual dejará ciegos a todos aquéllos que podrían arrojar el mal de ojo contra un justo[202].
El mago, a fin de preservar su integridad, pasa al ataque contra los nigrománticos y los magos negros. Destruyen sus cálamos, destrozan sus archivos. De esta forma conserva su cabeza y sus huesos permanecen unidos[203]. En tanto que escriba competente, el mago es particularmente apto para manejar el cálamo. Sigue recomendaciones precisas por parte de sus maestros: «Tú pintarás a todo adversario de Ra, y a todo adversario del faraón, muerto o vivo, y a todo proscrito que puedas imaginar, los nombres de su padre, de su madre y de sus hijos —de cada uno de ellos—, siendo inscritos con tinta fresca sobre una hoja de papiro que no haya sido utilizada antes —sus nombres deben ser inscritos sobre su pecho, y ellos mismos serán confeccionados en cera, y atados con ligaduras de hilo negro; se escupirá sobre ellos, se les pateará con el pie izquierdo, se les golpeará con el cuchillo y la lanza y se les arrojará al fuego en el horno del herrero»[204].
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El Enemigo está presente por todas partes. En los campos de batalla, los adversarios del faraón no son solamente humanos. Están habitados por una fuerza hostil contra la cual el rey debe utilizar armas mágicas. En todo combate sobre el terreno es preciso proceder al encantamiento de los enemigos, lo cual forma parte de las técnicas oficiales de guerra practicadas por el Estado. El modelo sagrado está formado por los rituales que los sacerdotes celebran en los templos para luchar contra los enemigos de la Luz. En el orden profano, es utilizado para combatir a los invasores de Egipto y salvaguardar las fronteras. Se escriben listas de enemigos, con tinta roja, sobre figurillas de arcilla que representan a los adversarios vencidos y frenados. Se hiere a estas figurillas, se las atraviesa, se escupe sobre ellas, se las quema. Esta destrucción mágica es la razón profunda de la figuración de los enemigos eternamente vencidos sobre los muros de los templos o sobre los zócalos de las estatuas reales[205].
La fractura de las vasijas, cargadas con poder maléfico, era un rito mágico de estado. Se descubrieron, en varios lugares de Egipto, montones de recipientes rotos en varios pedazos. De esta forma eran diseminadas las fuerzas hostiles. Esta técnica, heredada de los tiempos más antiguos, fue practicada a lo largo de la historia egipcia. Especialmente en el Imperio Medio se inscribía el nombre de los enemigos sobre vasijas y copas; príncipes y jefes enemigos son los principales adversarios representados. Gracias a los magos, dioses y espíritus intervenían. Para no omitir a nadie, se anotaban también los nombres de los príncipes negros indicando, para más seguridad: «Todos los negros, sus hombres fuertes, sus correos, sus aliados, sus confederados que serán hostiles, que conspirarán, que se batirán y los que dicen que serán hostiles, por todo el país.» No hay que olvidarse de incluir en esta lista mágica a los palestinos, los libios, e incluso los egipcios y egipcios que conspiren en el interior.
Figura 17
Figura 18
Figura 19
Figuras 17, 18, 19
Seis genios terroríficos armados con cuchillos, con cabeza de carnero, de cocodrilo, de león y de hombre. Se colocan sobre el camino del viajero que recorre las rutas del otro mundo y le matan sin piedad si ignora los nombres y los números. Por el contrario, si el viajero demuestra su Conocimiento, se convierte en ayudantes suyos en los combates que tendrá que librar contra las tinieblas. (Las capillas de Tutankhamon)
Entre los enemigos, el mago incluye a «todas las malas palabras, las obras malas, todos los malos pensamientos, todas las malas intrigas, las luchas malvadas, las querellas malvadas, todos los malos deseos, todas las cosas malas, todos los malos sueños»[206]. Es difícil que exista más conciencia profesional.
En Mirgisa, sitio que se encuentra al nivel de la segunda catarata del Nilo, sobre la orilla oeste, se descubrieron numerosos objetos con textos de encantamiento, estatuas de prisioneros, vasijas, recipientes. Los príncipes de países extranjeros eran considerados como seres maléficos que se rebelan contra la armonía del mundo[207]. El mal existe: es preciso hechizarlo. Es también el mejor medio de trazar una frontera infranqueable.
Para el mago experimentado que se ha liberado del sufrimiento como Osiris resucitado, es posible vencer al enemigo y aplastarlo bajo la sandalia. Es por esto que su acción es eficaz cuando pronuncia las palabras justas sobre una figurilla de cera[208]. Algunos pensaron en la fabricación de «golems», de criaturas animadas. Realmente, estas figurillas no son móviles. Están incluso condenadas a la inercia, para que ésta ataque a aquél a quien se desea alcanzar.
Advertencia que hay que respetar[209]: decapitar al enemigo de cera, al adversario pintado sobre un papiro o esculpido en madera. De esta forma, los habitantes del desierto no se revolverán contra Egipto, no habrá ni guerra ni rebelión en el país, el rey será obedecido y la tierra de los dioses será preservada.
El mago entra en el vientre del Enemigo como un espía, le vuelve la cabeza del revés, le pone los pies al contrario. Le debilita, le vacía de sustancia[210]. Evoca el poder del dios toro Montu y el de Seth. Coge tierra con la mano derecha y recita una fórmula sobre ella. Rompe los huesos y devora la carne del enemigo. Le arranca su poder para apoderarse de él[211].
El ataque del adversario se traduce en fenómenos físicos muy precisos, como la catalepsia. El mago toma entonces una cabeza de asno y la coloca entre sus pies, contra el sol naciente y actúa de la misma forma a la caída del sol. Se unta el pie derecho con una sustancia proveniente de una piedra de Siria, prefigurando así la litoterapia moderna, y el pie izquierdo con arcilla. Se unta las manos con sangre de asno.
Es preciso repetir las fórmulas durante siete días, atarse filamentos de palmera con la mano, el falo y la cabeza. Invoca al poder que está en el aire, invisible[212]. Entonces vencerá a la catalepsia y a la muerte.
El mago dispone de encantamientos para encontrar a un hombre poderoso que rehúse parlamentar con él. Basta con declararle que representa a la momia de Osiris en Abidos. Si el adversario persiste, será vencido[213].
Para asegurar un dominio real sobre el mundo de los dioses, buenos o malos, favorables o desfavorables, el mago no duda en amenazarles. En el capítulo 219 de los Textos de las pirámides, en el que el rey se identifica con Osiris, las divinidades son juzgadas. A cada una de ellas se le dice: «Si ella vive, este rey vivirá; si ella no muere, este rey no morirá.» Así, pues, en un primer momento se contentan con ligar mágicamente la suerte del faraón a la de los dioses. Pero el mago va más lejos. Puede utilizar el nombre secreto de un dios, como el de Chou, por ejemplo, para modificar el orden de las cosas. Si se pronunciaba a la orilla del río, éste se desecaba. Si se pronunciaba sobre la tierra, ésta se incendiaría. Si el cocodrilo atacaba al mago, el sur se cambiaría por norte, el mundo se trastocaría.
Peor aún, se dirigen violentos insultos con respecto a los dioses y diosas, especialmente en el capítulo 534 de los Textos de las pirámides cuyas fórmulas quieren impedir la venida de Osiris, de Horus, de Seth, tachado de castrado, Khenty-Irty de baboso, Thot de sin-madre, Isis de repleta de podredumbre, Nephtis de concubina sin vagina. Horribles calificativos que arrastran por el lodo a augustas divinidades.
Cuando el mago profiere amenazas terribles contra los dioses, toma una importante precaución: «No soy yo quien habla así, añade, ni yo quien repite esto, sino esta fuerza mágica que ha venido a atacar a aquél de quien hablo»[214]. De esta forma, el taumaturgo puede pronunciar palabras terribles, incluyendo lo peor: por ejemplo, prender fuego a Busiris y quemar a Osiris.
Las amenazas mágicas se utilizan para curar. Si la persona gravemente enferma corre riesgo de morir, el mago utiliza este último arma: «Si el veneno se extiende por el cuerpo, declara, si se adentra en una parte cualquiera del cuerpo, no se hará ninguna libación sobre la mesa de ofrendas de los templos, no se verterá ningún agua sobre los altares, no se encenderá ninguna antorcha en ningún lugar del templo, no se llevará ninguna res al altar del sacrificio, y no se ofrendará ninguna carne al templo. Pero si el veneno pierde fuerza, todos los templos estarán en alegría, y los dioses estarán felices en sus santuarios»[215].
El Estado mismo no duda en utilizar este procedimiento. Un decreto real prescribe alejar toda influencia nefasta y cualquier clase de muerte. Si el efecto mágico no era activo, las represalias serían terribles: no más agua para el que está en el sarcófago; el que está en Abidos, es decir, Osiris, no sería ya enterrado; no habría más ofrendas para el que está en Heliópolis, es decir, el dios Ra[216]. Las fuerzas del mal saben así a qué atenerse.
Los dioses toman precauciones similares. Horus, según ciertas tradiciones, tiene una esposa. Como cualquiera, ésta teme la mordedura de los reptiles. Pero «si la esposa de Horus era mordida, no estaría ya permitido que la crecida anegara los ríos; no estaría ya permitido que el sol alumbrara la tierra, ni que el trigo creciera; no sería ya posible fabricar pan, ni fabricar toneles de cerveza para los trescientos cincuenta dioses que tendrían hambre de día y de noche»[217].
Cuando el mago apela a las divinidades y reclama su asistencia, no admite una respuesta negativa por su parte. Amenaza directamente a los animales simbólicos en que éstas se encarnan, para «forzarles» de cualquier forma. Se dirige en términos severos a cada fuerza divina implicada: «Si no escuchas mis palabras, cortaré la cabeza de una vaca sobre el atrio de Hathor, decapitaré a un hipopótamo sobre el atrio de Seth, haré que Anubis sea enrollado en una piel de perro y que Sobek sea enrollado en una piel de cocodrilo»[218].
Hay un mismo tipo de amenaza para los objetos mágicos como la linterna que sirve de soporte a la presencia divina. El mago le ordena que se someta a él cuando Osiris ha sido encontrado en su barca, con Isis a su cabeza y Nepht1s a sus pies. La linterna debe intervenir en favor del mago, si no éste le privará de aceite.
El mago se asoma a la noche, en la oscuridad, con Horus ante él y Seth a su derecha. Transporta un mensaje que emana de los grandes dioses. Así acompañado, no teme a los demonios que merodean por las tinieblas. Los muertos no pueden asustarle. Es él quien les amenaza: puede cortarles las manos, cegar sus ojos, cerrar sus bocas. «Yo soy Horus-Seth», proclama, realizando así una extraordinaria unión, más allá de la dualidad, más allá del bien y del mal[219].
La noche es peligrosa. Allí se ocultan espectros para vagar por la tierra. Son aparecidos, muertos errantes. El mago se protege declarando que es el maestro del universo. Es el joven dios, señor de la Verdad y la justicia. Como compañero del Creador, Atum, recorre el cielo y conoce todos sus caminos[220].
El que se asoma a la noche toma precauciones. Se provee de una luz particular, se hace custodiar por serpientes protectoras. El mal no le atacará[221]. La luz está situada en el interior de los ojos del mago para que se desplace por la noche como si fuese de día y viaje por la tierra saliendo del horizonte del cielo, sin morir de nuevo. Contempla a Ra, ve la luz frente a él[222].
Existe un libro especial para alejar los espantos que atemorizan durante la noche. Es preciso levantar el rostro, mantener en alerta las cualidades del ser. De esta forma se percibe al Señor de Todo. Hay que recitar las fórmulas sobre una tela de lino fino que se pondrá en la garganta a fin de conservar la calma[223].
El mago dispone de un arsenal contra las pesadillas. Se dirige a los demonios que perturban el sueño ridiculizándolos. Apela a las divinidades presentes en la barca de la noche que atraviesa el cielo. Pinta figuras de genios guardianes sobre los cabeceros de las camas. Inscribe en ellos fórmulas mágicas. Contra los malos sueños, el mago invoca con sus deseos un buen sueño, una noche que sea parecida al día. Los males provocados por Seth son descartados. Como Ra, el mago saldrá victorioso de sus enemigos salidos de las tinieblas. Utilizará también hierbas empapadas en cerveza y en mirra. Frotará el rostro del durmiente para disipar las pesadillas[224]. Dice estas palabras eficaces: «Ved, es el Señor de Todo y éstos son Los que son, es Atum, es Ouadjet, la señora del terror en la gran barca, es el niño, es el señor de la Verdad, es la figura de Atum sobre el curso superior, es la llama devoradora que ha sido crea la por Sia, el señor de los cielos».[225]. Estas apariciones espantan a los demonios. El hombre justo duerme en paz, protegido por la magia.