Mis anfitriones, los magos de Luxor, eran musulmanes. Pero su fe islámica se mostraba de acuerdo con las antiguas formas divinas. Dioses y diosas de los tiempos de los faraones no han desaparecido en absoluto del suelo de Egipto. Están todavía presentes en las conciencias incluso bajo otros nombres y con otros rostros. Allah es el maestro de los magos árabes hoy en día… pero una sombra se perfila tras él. La sombra de un dios enigmático, medio ibis, medio babuino, un dios que sabía abrir los papiros sellados.
Thot, el dios de Hermópolis, es el señor de los jeroglíficos y de la magia. En su ciudad se erigió un gran templo cuyas criptas secretas custodiaban papiros mágicos escritos de mano de los dioses. El mago se identifica con Thot, tomando su misma forma animal: «Yo soy el que está en su nido, como venerable ibis, Thot es mi nombre»[145].
Thot, primer mago, es el modelo de todos sus discípulos. Guardián de la sabiduría. Inventor de la lengua sagrada, astrónomo, matemático, él sanó el Ojo de Horus, medida de todas las cosas. Según la estela de Metternich, a Thot se le invoca como el dios «dotado» con el poder mágico. Es capaz de conjurar los efectos del veneno, de forma que la enfermedad no sea definitiva. Rechaza a los rebeldes que se sublevan sin descanso contra Ra. Viene del cielo por orden del dios-sol a fin de proteger a los débiles día y noche[146].
El mago lanza una llamada a Ra para obtener la ayuda de Thot: «¡Oh, anciano que se rejuvenece con su edad, anciano convertido en niño, haz que Thot venga a mí a mi llamada»[147]! Thot desciende del cielo. Combate el veneno del escorpión. Sana a los que han sido picados, especialmente a Horus, hijo de Isis[148]. Al dios sufriente le dice: «Mi cabeza te pertenece, Horus (también llevará coronas), tus ojos te pertenecen, tu nariz te pertenece, tus brazos y tus antebrazos te pertenecen, tu corazón te pertenece, tus manos te pertenecen, tu vientre te pertenece, tu falo te pertenece, tus muslos te pertenecen, tus pies te pertenecen»; consecuencia de esta integridad corporal: «Tú estás a la cabeza del país del sur, del norte, del Oeste y del este. Tú ves como Ra».
Gracias a Thot, los dioses poseen un alma sana en un cuerpo sano y los hombres iniciados se benefician también de este privilegio. El mago es un dios guerrero: «Yo soy Thot, afirma, primogénito de Ra, que Atum y la Enéada han enviado para que Horus recobre la salud para su madre Isis, de igual modo que sanó aquél que fue picado»[149].
Pero Thot es también un mago que castiga. Se le pide que afile su cuchillo, que traspase los corazones de los que se opongan al rey cuando éste vaya hacia Osiris[150]. Con temible poder, Thot interviene con eficacia disipando las perturbaciones naturales y velando por el equilibrio del cosmos. Este Thot-cinocéfalo, mono de siete codos, quien detiene una crecida excesiva[151].
El señor de los magos no es avaro de su ciencia. Enseña a los escribas, a los estudiosos, a los magos, les hace expertos en su arte. Un libro de horas precisa las funciones más amplías de Thot: «Señor de la escritura, preeminente en la morada de los libros, poderoso en materia de magia, que posee el ojo sagrado,… corazón de Ra, lengua de Atum, guía de los dioses que modifica las cosas, que modifica el tiempo, jefe de la justicia y visir, mensajero de Ra, que exorciza a los demonios, que pone todas las cosas en su justo lugar, Thot que completa el ojo de Ra y el Ojo de Horus»[152].
Los documentos indican que Thot reina sobre la inteligencia y sobre el proceso intelectual en general. Se le atribuyen la escritura, las palabras divinas, la separación de las lenguas que crean el carácter de cada raza, las leyes, bases de la vida en sociedad, los anales, documentos reales oficiales, los rituales del calendario. En efecto, ¿no sería preciso, ser un dios, mago además, para realizar tal hazaña?
Los escribas y los magos no forman siempre buena combinación. Un pasaje de los Textos de las pirámides relata un extraño episodio[153]: «¡Escriba, escriba, haz pedazos tu paleta, rompe tus pinceles, destruye tus rollos! ¡Oh Ra —exige el mago— sácale de su puesto y ponme a mí en su lugar… porque yo soy él!» La misma compilación[154] ofrece una explicación: el rey no debe ser privado de la magia que está en su mano. Los malvados escribas que quieran conservar los poderes para ello verán destruidos sus instrumentos de trabajo. El buen mago debe a veces luchar contra colegas que desvíen la magia de su objetivo primero, la protección de la persona real.
Gestión eficaz: convertirse en secretario de Thot. El detentador de este oficio verá abrirse el cofre del dios, después que su sello haya sido destruido. El mago toma conocimiento de los documentos más secretos, lo que se llama «los textos funerarios»[155], que contienen las claves de la supervivencia. Introducido en el círculo de los dioses, el mago se presenta como uno de ellos. Seth está a su derecha, Horus a su izquierda. El mago no viene con las manos vacías, ya que aporta amuletos que sirven para la protección de Horus.
Thot interviene para hacer avanzar al iniciado por el camino del conocimiento. Es él quien le introduce al interior del disco solar para otorgarle el verdadero poder[156]. Thot ennoblece al justo que lleva firme la cabeza sobre los hombros. Recibe un cetro en la barca de la noche en la que ha sido admitido por la tripulación del sol. Las rutas del Señor de la totalidad le son reveladas.[157].
Pero Thot no ofrece sus secretos a cualquiera. Hay que mostrarse digno, buscarlos y encontrarlos. Un descubrimiento parecido se atestigua en algunos textos egipcios. El capitulo 30B del Libro de los muertos es una fórmula que impide que el corazón de un hombre se oponga a él en el más allá. Se debe recitar sobre un escarabajo de piedra nefrita, hecho de electro, con un anillo de plata y puesto en el cuello del difunto. Este texto es de una importancia considerable, ya que el hecho de conocerlo evita al iniciado una condenación cuando comparece ante el tribunal de ultratumba. Por ello, la fórmula ha sido descubierta bajo los pies de una estatua de Thot, de la época de Micerinos. La tradición decía también que el texto estaba gravado sobre un ladrillo de barro, imagen de la piedra fundacional sobre la que descansa el templo. Cada mago debe estudiarla y descubrir la fórmula legada por Thot a sus adeptos.
Como vemos por todo lo anterior, Thot es claramente el patrono de los magos de Egipto al que deben la revelación de su ciencia. Es por ello que el mago consumado se presenta como Thot descendido del cielo (estela de Metternich.) Con toda legitimidad, afirma cuando recita el ritual: «Yo soy Thot, señor de las palabras divinas, el que actúa como intérprete de todos los dioses»[158].
Los dioses magos son concebidos como «panteístas», es decir, como una potencia «acompañada de sus poderes descompuestos en forma visible, analizados y yuxtapuestos de cualquier forma, a imagen del dios que los contiene»[159]. Además, el dios mago maneja los instrumentos de su poder, como los cetros, y porta coronas. Estas complejas divinidades, alabadas en los papiros tardíos, pasarán a los talismanes de la Edad Media occidental, prolongando así la influencia de la magia egipcia.
En sus orígenes, en calidad de Horus, recibe la protección del cielo y de la tierra, contra cualquier difunto o difunta, al sur, al norte, al este y al oeste[160]. De hecho, las palabras de Horus tienen un poder protector excepcional. Alejan la muerte, devuelven el aliento al oprimido, renuevan la vida, alargan los años, extinguen el fuego, curan a quien es víctima del veneno, salvan al hombre de un destino funesto. La magia de Horus hace desviar las flechas de su objetivo, aplaca la cólera en el corazón del ser enfurecido[161]. Thot, señor de los magos, glorifica a Horus sobre el agua y la tierra. Le invoca, él que ha sido llevado por la vaca divina, que ha sido puesto en el mundo por Isis. Ha pronunciado su nombre, recitado su magia, conjurado con sus conjuros, utilizado el poder salido de su boca[162].
Se invoca a Horus, hijo y heredero por excelencia, toro hijo del toro y de la vaca celeste, que posee sentencias eficaces, palabras poderosas transmitidas por su padre la Tierra y su madre el Cielo, a fin de que impida que los reptiles que están en el cielo actúen, en la tierra y en el agua, así como los leones del desierto y los cocodrilos del río. Estas criaturas dañinas serán reducidas al estado de piedras del desierto o de pedazos de vasijas rotas[163].
Cuando Isis viene hacia Horus, le enseña que es su hijo en la región celeste. Nacido del Océano de los orígenes, él se manifiesta bajo la forma de una gran garza nacida en la copa de un sauce, en Heliópolis, el hermano de un pez profeta que anuncia los sucesos futuros. Fue un gato el que lo alimentó en la morada de Neith, patrona del tejido. Una cerda y un enano le protegieron[164]. Como se ve, en esta educación divina todo es mágico.
Cada parte del cuerpo de Horus está animada mágicamente de forma que sea penetrada totalmente por las fuerzas de las alturas y realice sus funciones: abatir a los enemigos de su padre, vencer a Seth el rebelde, reinar sobre los cuatro puntos cardinales. Protector de la realeza, Horus juega un papel primordial como dios curativo. Se le puede ver pisotear cocodrilos, sostener en la mano escorpiones e insectos peligrosos, demostrando que no tiene nada que temer de criaturas que ocasionan la muerte. Otra función fundamental de Horus: la de pastor. Horus el vaquero cuidaba su rebaño. Pero éste fue amenazado por unas bestias salvajes. Intervinieron Isis y Nephtis que confeccionaron unos amuletos. Así se cerraron las fauces de los leones y las hienas. Por medio de la magia, Horus les caza, les quita la fuerza, les deja ciegos. Identificado con el dios-pastor, el mago exige que las bestias feroces se dispersen por los cuatro puntos cardinales[165]. El cielo se abre, liberando influencias benéficas para el campesino que, con toda seguridad, disfruta de la totalidad de sus posesiones. Ningún ser maléfico se apoderará del campo[*][166].
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En la dinastía XVIII surge la curiosa figura de Ched-el-Salvador, el cual protege contra animales e insectos peligrosos. Ched es un hombre joven que mata con sus flechas a las bestias peligrosas o las agarra por la cola. En época más tardía, se confunde con Horus niño. Se representa en estelas, instalado sobre dos cocodrilos, con una máscara de Bes encima de su cabeza, rodeado de fórmulas mágicas. Estos monumentos, ya sean modestos o de gran tamaño, son verdaderos talismanes que garantizan la seguridad del Estado[167].
Otro dios «mágico»: Shu, que se ha creado a sí mismo y cuya forma es invisible. Está impregnado de potencia creadora, apacigua el cielo y pone a las Dos Tierras en orden[168]. Por ello, Shu es el mago, hijo de Atum. Fue creado de su nariz, salió de sus fosas nasales. El mago conoce la ciencia de los espacios infinitos; para demostrarlo, recita una fórmula sobre los ocho dioses que sostienen el universo, trazado con un pigmento amarillo y con ocre nubio sobre la mano de un hombre[169].
En la Época Baja se desarrolla la fama de Shu, hijo de Ra. Se consideraba que sostenía el cielo. Erguido en su carro, aleja a las fieras. Se le considera como «el Salvador», poder mágico capaz de arrancar al hombre de la opresión del mal.
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El dios Seth es conocido como asesino de Osiris. Pero el dios cumple un papel muy positivo. Mientras Horus, víctima de un dolor de cabeza, descansa sobre un cojín, su hermano Seth vela por él, impidiendo que sus piernas sean atacadas por demonios deseosos de privarle de movimiento.
Esta acción divina se repite sobre la tierra. El mago actúa como un tejedor. Recorta una pieza de tela y hace siete nudos atándola al dedo gordo del pie del paciente[170]. Para lograrlo, el mago debe identificarse con Seth, cuya fuerza es considerable[171]: «Yo Soy el que ha separado lo que estaba unido, afirma, yo soy el que está lleno de vigor y de potencia, Seth.».
No olvidemos que al muerto se le da un sudario perfecto, que es también el del iniciado que renace a la vida del espíritu: la piel de Seth[172]. La morada de resurrección será, pues, el mismo ser del «enemigo», del adversario vencido y dominado por el poder mágico. Todas las técnicas de las artes marciales se fundan en el mismo principio: utilizar la fuerza del combatiente que intenta destruiros para desarrollar su propio poder.
Seth es un curandero eficaz. En una conjuración especial contra la misteriosa «enfermedad asiática», se llama a Seth para que apacigüe el mal. De esta forma los líquidos del cuerpo humano estarán también en paz y la enfermedad se alejará. Si es necesario, se le encerrará y su boca se cerrará con una piel de tortuga[173].
Figura 14
Representación del dios llamado «Dos caras», es decir, las de Horus y Seth, hermanos enemigos e inseparables, reunidos en el mismo ser. Esta doble Persona, formada por dos entidades simbólicas que no cesan de combatir para asegurar su supremacía sobre el universo, es, en realidad, Uno: porque todo está en la mirada del mago que sabe discernir la unidad dentro de la dualidad. (La tumba de Ramsés IX.)
Un papiro mágico de París nos enseña que el mago invoca a los dioses con ayuda de una vasija. Se dirige a Seth-Typon, considerado como dios de los dioses. El mago tiene esta audacia porque ha vencido a un dragón invisible gracias al poder de Seth que le permite hacer venir a los dioses a voluntad[174].
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Bes era el dios mago más popular del Egipto tardío. Existía ya en el Egipto clásico donde jugaba el papel de iniciador a la alegría, conquistada por la victoria sobre los poderes de las tinieblas. Bes es un enano barbudo, con cabeza de león y piernas torcidas. Saca la lengua: símbolo de la transmisión del Verbo, que a menudo se encontrará formulado en los capiteles de las catedrales. Bes aparece sobre estelas, vasijas, amuletos, muros de los templos. Aterroriza a quien no le conoce, aleja al mago incompetente. Con su cuchillo ataca a los demonios y los hace huir. Muchas veces; su cuerpo está salpicado de estrellas: protecciones contra el mal de ojo. Es por eso que se ocupa mucho de la vida cotidiana de los humanos, protegiendo especialmente a las parturientas.
Bes está también encargado a la frontera oriental del delta: por allí vienen los invasores. Pero también por allí, cada mañana, el sol combate victoriosamente con Apophis el dragón.
En Abidos, como encargado del templo de Seti I, Bes pronunciaba oráculos y curaba enfermedades[175]. El papiro mágico de Brooklyn[176] indica que Seth, el de las siete caras, aleja al difunto y a la difunta, al enemigo y a la enemiga, al adversario hombre y mujer, a la puerca devoradora del Occidente. Bes dispone de las temibles fuerzas de Amón-Ra, que está a la cabeza de Karnak, el carnero del pecho prestigioso, el gran león nacido de sí mismo, el gran dios del comienzo de los tiempos, señor del cielo y la tierra, aquel cuyo nombre está oculto, el gigante de un millón de codos.
Al ser muy popular, Bes desafió durante mucho tiempo al cristianismo, el cual le relegará al rango de genio maléfico. Pero cualquier egipcio sabe que el dios barbudo y risueño está siempre presente, oculto en los templos. Son numerosos los que buscan todavía sus favores.
Al concepto de «magia» se une inmediatamente siempre el nombre de Isis, la que conoce el nombre secreto del dios supremo. Isis dispone del poder mágico que le dio Geb, el dios-tierra, para proteger a su hijo Horus. Puede cerrar la boca de cualquier serpiente, alejar de su niño a todo león del desierto, a todo cocodrilo de las riberas, a todo reptil que muerde. Desvía el efecto del veneno, hace retroceder su fuego destructor por medio de la palabra, da el aire a quien le falta. Los humores malignos que perturban al cuerpo humano obedecen a Isis. Las «vasijas», a sus palabras, expurgan lo que hay de malo en ellas[177]. Cualquiera que haya sido picado, mordido, agredido, llama a Isis la de la boca sabia, identificándose con Horus que llama a su madre en su socorro. Vendrá, hará los gestos mágicos, se mostrará tranquilizador en el cuidado de su hijo. Nada grave perjudicará al niño de la gran diosa. Quien como Horus surge del cielo y de las aguas primordiales, no puede morir[178]. ¿No es Isis la Madre de donde todo procede y adónde todo regresa?
Nut, diosa del cielo, reina sobre un cosmos mágico. A menudo, sobre el pecho de las momias, está presente el símbolo de Nout: una mujer alada o un buitre hembra. Existe una fórmula, pronunciada por la misma diosa, para definir su acción: «Yo soy tu madre Nut, me despliego por encima de ti en mi nombre del cielo. Habiendo entrado en tu boca, tú sales de entre mis muslos, como el Sol de cada día»[179].
Mut, cuyo nombre egipcio significa «madre», aparece en figuras mágicas compuestas. Se pronuncian palabras eficaces sobre una figura de la diosa Mut con tres cabezas (mujer, leona y buitre)[180]. Diosa alada, provista de un falo y de garras de león, Mut, dibujada sobre un vendaje de tela roja, permite al mago no ser rechazado en el imperio de los muertos y recibir como don una estrella del cielo.
Las siete Hathor son las hadas egipcias. Portando, en la frente la serpiente ureus se agarran de la mano formando una cadena de unión. La diosa Hathor en persona conduce a sus siete hijas. En realidad, ella toma la forma de siete divinidades benéficas que hacen que el des tino sea favorable para el niño recién nacido. Alegran al mundo con la música y la danza. Su papel consiste en orientar, en emitir predicciones y no en fijar destinos de manera ineludible. Pero el enunciado de la predicción, debido a la magia del Verbo, a veces se convierte en realidad. Una estela conservada en La Haya, y que data de la dinastía XIX, muestra a las siete Hathor prometiendo descendencia a un sacerdote de Thot a cambio del culto que se les rinda. Entre magos y adepto del dios de la magia, el contacto era fácil.
Hijas de la Luz, las siete Hathor desanudan vendajes de hilo rojo con las que crean siete nudos. Según el número de nudos, siendo siete el signo benéfico por excelencia, el destino de la persona interesada por la decisión de las hadas se muestra favorable o no.
La diosa Sekhmet, con cabeza de leona, es terrorífica. Reina sobre bandas de genios emisarios, armados con cuchillos, que recorren la tierra llevando la enfermedad, el hambre, la muerte, especialmente durante los períodos delicados del calendario, en las épocas de transición en las que se ceban los males: el paso de un año a otro, el final de una década, el final de mes e incluso el fin del día y el comienzo de la noche[181]. Estas temibles hordas son conjuradas por los magos más competentes, primero a nivel nacional y luego en la esfera privada. Para apaciguar el furor de Sekhmet, es preciso utilizar un amuleto o una estatuilla que representa a la diosa. La fuerza maléfica se vuelve entonces benéfica, el poder se desembaraza de su escoria. El último día del año se invoca a la diosa leona, recordando el papel de los asesinos llegados del mal Ojo, sembrando el pánico y las tinieblas, lanzando dardos por sus bocas: ¡qué se alejen del mago!, ¡qué no tengan poder sobre él, porque él es Ra, es la misma Sekhmet! Las palabras se han de recitar sobre una tela de lino sobre la que están dibujados los dioses. El mago les ofrece pan y cerveza, incienso quemado, hace doce nudos y coloca la tela en el cuello de quien desea ser protegido. Para rechazar a los asesinos y los incendiarios de Sekhmet, el mago se identifica con Horus, el único. Pronuncia fórmulas sobre una vara de madera que sostiene en la mano. Luego debe salir de su morada y dar una vuelta en torno[182].
Figura 15
Dos diosas protectoras de la realeza: Nekhbet, un buitre; Ouadjet, una cobra alada. Entre sus alas, evocadoras del movimiento vital, el símbolo jeroglífico chen, verdadero «anillo de poder», que representa al círculo del universo. Este último está representado como una cuerda anudada y atravesada. (Las capillas de Tutankhamon.)
Bajo el reinado de Amenophis III se esculpieron muchas estatuas de la diosa Sekhmet. De ella se dice: «Aquella cuyo poder es tan grande como el infinito». Los epítetos presentes sobre las estatuas forman una gigantesca letanía, evocando a una Sekhmet-llama que rechaza al dragón y combate a los enemigos del Faraón. Una fuerza así es difícil de manipular porque ella puede destruir el mundo. Pero, gracias a ella, el Faraón conserva su vitalidad. Es el vivo entre los vivos, a condición de que Sekhmet sea apaciguada y dominada. Por ello, las estatuas de Sekhmet protegían el acceso a los lugares sagrados, prohibiendo a los seres impuros e incapaces la entrada a los templos.
El año ritual estaba encarnado por la serpiente ureus, la cual, para simbolizar la multiplicidad de días, se convierte en 365 serpientes dispuestas alrededor de la corona real. Según esto, hubo 365 estatuas de Sekhmet (o dos series de 365: cada día, era necesario conquistar los favores de la diosa para que ésta dispense una fuerza positiva y proteja al faraón, al templo e incluso las moradas de los particulares[183].
Existe una fórmula en la que «el buen enano» juega un pape1 en relación con la placenta que se ruega que baje para que el nacimiento transcurra bien y el parto de la madre sea feliz. La misma diosa Hathor posa su mano sobre la parturienta. Las palabras mágicas son pronunciadas cuatro veces sobre un enano de arcilla, colocado sobre la cabeza de la mujer que da a luz con fatigas[184].
Se dedica la plegaria al enano celeste de cabeza grande, de larga cola, de muslos cortos: que cuide del mago, noche y día, incluso aunque su apariencia, poco estética sea la de un viejo mono[185].
A veces, el dios de la magia tiene la forma de un enano. El papiro mágico ilustrado de Brooklyn ofrece escenas particularmente interesantes. Se ve a un hombre erguido, provisto de una cabeza de Bes, sosteniendo un cetro y una cruz en dos de sus manos. Pero tiene varios brazos armados con cuchillos, lanzas y serpientes. Su cuerpo está cubierto de ojos. Es alado[186]. Por encima de la cabeza de Bes, varias cabezas de animales: gato, mono, león, toro, hipopótamo, cocodrilo, halcón, siendo coronado el conjunto por cuernos de Carnero de donde salen seis cuchillos y seis serpientes. Bajo los pies del dios, un ourouboros, serpiente que se come su propia cola, que contiene animales. La extraña figura está colocada en un círculo de llamas[187].
A estas fascinantes apariciones, el mago es capaz de añadir la de un gigante al que hace intervenir para que el orden del mundo sea respetado. Serge Sauneron hace derivar este símbolo del concepto de inmensidad del dios que sostiene el cielo y cuyo paso le permite recorrer el universo entero: de ahí la noción de un ser que mide un millón de codos, gigante bueno de la magia[188].