Capítulo II

Los poderes del mago

El mago de Luxor y sus hijos no estaban sorprendidos en absoluto por los viejos textos que yo evocaba. Encontraban allí el eco de una práctica secular, transmitida de generación en generación. ¿Quién podría dudar de los inmensos poderes de un mago fundados sobre sus capacidades de conocimiento? Su único verdadero temor, en este mundo como en el otro, es ser privado de sus aptitudes mágicas por la intervención de cualquier poder maléfico. Pero dispone de una fórmula especial para alejar el peligro: «No permitir que el poder mágico de un hombre le sea arrebatado en el reino subterráneo»[56].

Adquirida esta certeza, es preciso combatir el mal siempre que intenta alcanzar a los seres en situación de menor resistencia. El mago, haciendo referencia a combates acaecidos en el mundo divino, aleja las influencias nocivas, como el mismo dios Ra se salvó del espantoso cocodrilo de Sobek, como el mismo Horus se salvó de su hermano asesino Seth, como el mismo Thot se salvó del lúbrico Bebon[57].

Combatir el mal precisa técnicas elaboradas. El mago extrae la fuerza perniciosa del cuerpo del individuo enfermo y la transfiere a otra parte, por ejemplo, a un animal. Aparece tanto bajo la forma de varón como de hembra. Esto se debe a que el mago desconfía particularmente de los espectros y almas errantes, multiformes, difíciles de identificar. Amenaza con destruir las tumbas de las que provienen, para privarles de su «base» terrestre, o de suprimir sus ofrendas, para hacerles morir de hambre.

Se comprende que el renombre de los magos de Egipto se haya extendido con tanto auge por todo el mundo antiguo. Según los autores griegos y latinos, ellos sabían curar enfermedades, utilizar a los simples, predecir el futuro e incluso provocar la lluvia[58]. Los verdaderos poderes mágicos fueron por desgracia reducidos a operaciones sencillas como el hecho de otorgar a una mujer una soberbia cabellera que nunca encanecerá o bien echar un mal de ojo a un enemigo para volverle calvo. El papiro de Leiden[59] expone así una serie de prácticas espectaculares: hacer adivinación, rechazar a los espíritus malvados, fabricar ungüentos, favorecer los sueños, enamorar a una mujer, atraer sobre sí la buena fortuna, cegar o dejar tuertos a los enemigos, utilizar una fórmula para rechazar el miedo que agobia a un hombre de día y de noche. Todo esto descansa sobre bases tradicionales que se han ido olvidando poco a poco.

Para consagrarse a la adivinación, se utiliza un recipiente lleno de agua. Identificado con Horus anciano, gran dios cósmico, el mago interroga a los dioses por mediación de un joven médico que lleva en él la verdad. El mago le ordena abrir los ojos, a fin de que vea la luz. Es preciso alejar a cualquier precio las tinieblas del médium para que su espíritu penetre en el mundo de los dioses y encuentre allí la respuesta a la pregunta planteada. El recipiente es un excelente soporte para comunicar con el cielo y el mundo intermedio.

El mago es capaz de adormecerse, provocando un sueño hipnótico situándose ante una luz, o bien contemplando la luna o bien recitando siete veces una fórmula mágica.

Entre las técnicas mágicas oficiales, el oráculo conoció un gran éxito en el Egipto del Imperio Nuevo y en la Época Baja. El mago de Estado plantea preguntas a una estatua divina de la que espera una respuesta, concretada a veces en un gesto, cuando la efigie sagrada inclina la cabeza para decir «sí» o «no». En pequeños oratorios, los clientes «privados» consultaban a las divinidades ya fuera de forma oral o por escrito, sobre temas cotidianos que han preocupado siempre a la humanidad: la promoción social, el futuro, los bienes materiales, el amor.

Toda adquisición de poder mágico, no está de más recalcarlo, descansa sobre el proceso de identificación abundantemente ilustrado en los textos egipcios. El mago «se convierte» en las fuerzas que crean el mundo, por ejemplo, la Abundancia personificada. No en beneficio propio, sino para hacer que un paciente se beneficie de los efectos benéficos de su arte.

Magia de los templos y de las ciudades

La magia está omnipresente en los templos. Por la práctica de los rituales, por el significado mismo de la arquitectura y la escultura, pero también en razón de una sorprendente realidad: las imágenes grabadas sobre los muros están vivas, animadas. Toman vida cuando las palabras rituales se pronuncian. En la ceremonia de la mañana, la más importante de la jornada, la imagen del faraón, en el mismo instante y en todos los templos de Egipto, «desciende» de las paredes en las que está inscrita y se encarna en el cuerpo del sacerdote encargado de actuar en su lugar.

Según una estela de la época de Ramsés IV, incluso los templos están protegido mágicamente por amuletos, fórmulas, de suerte que todo mal sea expulsado de su cuerpo. Cuerpo es la palabra justa, ya que cada santuario es considerado un ser vivo.

Lo que se encuentra en los templos (estelas, bajorrelieves, mobiliarios, etc.) como en las tumbas debe ser preservado mágicamente. Quien pusiera la mano sobre estos objetos o sobre los decretos administrativos registrados sobre las paredes de los monumentos perecería bajo la espada de Amón o el fuego de Sekhmet, la diosa-leona.

Las ciudades como los templos, gozaban de una protección mágica. El caso de la aglomeración tebana es característico[60]. Tebas, Hermontis, Medamud, Tôd, eran los cuatro santuarios del dios Montu. El de Medamud guardaba cuatro estatuas, hogar mágico para el conjunto de la región. Un texto explica que «Amón-Ra, líder de los dioses, está en medio del Ojo derecho, completo en sus elementos… Lo que Tebas es, Medamud lo es. El Ojo completo en sus elementos debido a que su Majestad, Amón-Ra, está en nombre de los cinco dioses que hacen existir a Tebas como un Ojo derecho completo. Los cuatro Montu están a su cuidado. Están reunidos en esta ciudad para rechazar al enemigo de Tebas.» Los Montu, divinidades guerreras, tienen la función de proteger Tebas, mirada abierta sobre el mundo, de sus enemigos visibles e invisibles. Tebas, en efecto, está considerada como el Ojo sano y completo, el oudjat, llevado a menudo como amuleto. El plano de los templos tebanos, más particularmente el de Medamud, encarna este Ojo cósmico, clave principal del simbolismo egipcio. No olvidemos que el signo del Ojo único, en jeroglíficos, significa «hacer, crear».

Existe también una fórmula para la protección de la morada familiar y de sus elementos, la ventana, los cerrojos, el dormitorio, la cama… A cada lugar de la casa está destinada una divinidad protectora: un halcón hembra, Ptah, jefe de los artesanos, «aquel cuyo nombre está oculto», y otros genios. Así, los enemigos no entrarán allí ni de día ni de noche[61].

Vencer a la muerte

El mago es «especialista» de la vida como de la muerte. Cuando el alma deja el cuerpo, todo se desune. Los elementos constitutivos del ser, unidos hasta entonces por el fenómeno «vida», ya no conviven. Además, la muerte es un paso muy peligroso, ya que los diferentes elementos corren el riesgo, al otro lado del espejo de permanecer disociados. Se da entonces la «segunda muerte», la extinción definitiva del ser. De ahí la necesidad de la acción mágica: preservar la coherencia del ser durante el paso de este mundo al otro, hacerlo revivir en el otro lado en su plenitud.

La momificación es un acto mágico. Se tiene cuidado, especialmente en conservar las vísceras en recipientes especiales, los canopes. Cada recipiente está colocado bajo la protección de una divinidad, uno de los hijos de Horus, en nombre de los cuatro Imseti, con cabeza de hombre, protege el hígado; Hapi, con cabeza de babuino, los pulmones; Douamoutef, con cabeza de perro, el estómago; Qebehsenouf, con cabeza de halcón, los intestinos. No son solo los órganos materiales los que se benefician de los favores divinos, sino también los principios sutiles que cada uno guarda. El ser, según el esoterismo egipcio, está compuesto de diversas «cualidades», de las cuales las más conocidas son el akh, la proyección, el ba, el poder de encarnación, y el ka, la potencia vital. Existe también el heka, la capacidad mágica del individuo[*]. Cada elemento tiene una existencia independiente. El arte del mago consiste en hacerlos pasar a todos por las puertas del cielo, de modo que el ser completo pueda ir y venir, dirigirse hacia la luz[62].

Según la extraordinaria expresión de los Textos de las pirámides[63], el muerto no está realmente muerto, sino vivo. Esta constatación se aplica al rey y a los iniciados regenerados por los ritos. La magia funeraria tiene por objeto esta vida resucitada que necesita el perfecto funcionamiento del corazón-conciencia, de los órganos vitales, el libre desplazamiento en los espacios celestes, el disfrute de las sutiles energías contenidas en los alimentos y en las bebidas servidos en los banquetes del más allá[64].

Si el mago no fuese un maestro en su arte, sería una catástrofe cósmica. El sol ya no saldría, el cielo se vería privado de los dioses, el orden del mundo se vería invertido. El culto ya no se celebraría, el ritmo de todas las cosas estaría perturbado[65]. Como dueño de la energía, el mago permite a las fuerzas luminosas manifestarse en su plenitud. Uno de sus nombres más frecuentes es «poderes de Heliópolis», la ciudad del sol. Estos engendran la prosperidad. Cuando la energía está desequilibrada, estos poderes no se manifiestan. Los niños ya no nacen[66].

Preservación y transmisión de la vida son acciones mágicas. Por ellas están animados cuerpos aparentemente inertes. Una estatua, por ejemplo, parece no ser más que un objeto de piedra. Por el rito de «la apertura de la boca», la estatua cobra vida. Una presencia espiritual la habita. En las mastabas, las tumbas del Imperio Antiguo, el serdab, reducida pieza, guarda una estatua —viva— del muerto. El ka del difunto está presente en esta estatua. Se beneficia del recitado de las fórmulas que le proveen de la energía que necesita.

Los famosos «modelos» depositados en las tumbas no son Juguetes, sino objetos mágicos: por ejemplo, las barquitas de madera con sus remeros pasan a ser, en el más allá, medios de transporte muy reales que permiten al viajero bogar sobre las aguas eternas del cosmos.

La vida está amenazada por fuerzas hostiles, especialmente por almas escapadas de las tumbas, debido a errores mágicos o insuficiencias rituales. Vagan causando graves daños físicos o psíquicos. Al mago que los neutraliza, el que aprende, en el interior de la Casa de la Vida, los secretos de lo invisible. Al que conoce la estatuilla llamada «Vida», que es el corazón de esta institución iniciática, se le dice: «Tú estarás al abrigo del cielo, éste no se derrumbará y la tierra no se tambaleará, y Ra no se convertirá en cenizas junto con los dioses y las diosas»[67] Esta estatuilla «Vida» está momificada, luego recubierta con capas de ungüentos y de una sustancia llamada «piedra divina» y por fin extendida sobre un féretro. Se la consagra antes de abrirle la boca y colocarla en una piel de carnero, una «piel de resurrección». La «Vida», protegida de este modo se conserva en una tienda de la Casa de la Vida en la que es constantemente regenerada por medio de los ritos.[68]

De forma simbólica, la Casa de la Vida es un corazón de arena que circunda un muro, abierto con cuatro puertas. En el interior, se levanta una tienda para guardar un relicario que contiene una momia de Osiris. Alrededor, numerosas construcciones: viviendas, almacenes, talleres donde se forman los especialistas llamados a cumplir funciones rituales.

En Egipto la magia de los ritos no es una simple palabra. Otorga efectivamente la vida, vence a la muerte. El mago dispone sobre la momia amuletos, después de efectuadas las acciones. Así hace pasar al «muerto» de su cuerpo humano a su cuerpo divino. Los vendajes que envuelven a la momia dependen de una diosa Tait, cuyo papel consiste en preservar el cuerpo de la descomposición. Tait es también la diosa que crea las vestiduras reales[69]. Dicho de otro modo, ella confiere al individuo momificado ritualmente una cualidad real.

Figura 8

Representación simbólica de la Casa de la Vida, donde los magos aprendían su arte. El cuadrado está delimitado por los cuatro puntos cardinales (el Oeste arriba, el Oriente abajo, el Norte a la derecha, el Sur a la izquierda). En el recinto interior, el nombre de las fuerzas divinas encargadas de la protección de la Casa de la Vida. En el centro del rectángulo interior, la figura de Osiris, cuyo nombre secreto está representado por el jeroglífico, arriba a la derecha: «Vida». El objetivo de los iniciados de la Casa de la Vida era en efecto nada menos que crear ritual y mágicamente la Vida. (Papiro SALT 825, edición P. Derchain, fig. XIII b)

La apertura de la boca y la apertura de los ojos son actos que transforman el cadáver en ser vivo. El mago practica la apertura de la boca con un hacha de hierro, después de fumigar, colocando incienso en una llama, y purificar con el agua de la juventud[70]. Se le pide a Ptah, padre de los dioses, que favorezca la apertura de la boca y de los ojos como hizo con el dios Solaris, en el taller de los escultores de Menfis llamado «la morada de Oro»[71]. Una de las ilustraciones más bellas de este rito se encuentra en la tumba de Tutankhamon, donde el rey Ai, vestido con una piel de pantera, abre la boca del joven rey muerto representado como Osiris.

Punto capital: el sarcófago no tiene ni tumba ni lugar cerrado. Él está considerado como un barco y como el vientre del cielo. En el Imperio Medio se pintaban falsas puertas en el exterior y pintaban dos ojos a la altura de la cara de la momia. El espíritu del «muerto» entra y sale del sarcófago. La tumba, por tanto, es un lugar de paso. La falsa puerta, situada en principio en la parte oriental de la mastaba, hace de comunicación entre este mundo y el más allá. El espíritu pasa a través de la materia.

El nombre, clave del poder mágico

El conocimiento del nombre es el verdadero conocimiento. Pronunciar el nombre es construir una imagen espiritual, revelar la esencia del ser. Nombrándolo, creamos. Al conocer los verdaderos nombres, que están ocultos al profano, experimentamos su dominio.

Lo más grave para un ser es ver destruido su nombre. También la magia toma todo tipo de precauciones para que el nombre dure eternamente[72]. Los elementos del nombre; las letras que lo componen, son sonidos portadores de energía. Cuando el mago habla de forma ritual, utiliza esos sonidos como una materia animada, actúa sobre el mundo exterior, lo modifica si es preciso.

Cada ser —incluidas las divinidades— posee un nombre secreto. El dios solar Ra, no es la excepción a la regla. Su padre y su madre le habían dado su verdadero nombre, oculto en su nacimiento[73]. Ciertos nombres secretos son revelados por los textos en el transcurso de curiosos episodios. Así, Horus navegaba en una barca de oro en compañía de su hermano. Este último fue mordido por una serpiente. Le pidió a Horus que le socorriese. El dios dijo: «Revélame tu nombre». Solo con esta condición, Horus médico haría venir al gran dios con objeto de iniciar el proceso de curación. En estas condiciones, su hermano está obligado a ceder. Confiesa: «Yo soy el ayer, el hoy y el mañana», «yo soy un hombre de un millón de codos, cuya naturaleza es desconocida», «yo soy un gigante»… Horus escucha esta letanía, pero permanece escéptico. El verdadero nombre no figura entre aquéllos. El otro cede. Por fin se sincera y le da su nombre secreto: «El día en que una mujer encinta puso un hijo en el mundo»[74]. Horus pronuncia entonces la fórmula de curación. Sin duda hay que ver en este relato una ilustración simbólica de lo andrógino, de ese ser hombre-mujer que existía en el alba de los tiempos, antes de la separación del espíritu en «hombre» y «mujer».

El ejemplo más célebre de la búsqueda del nombre secreto se nos ofrece con la leyenda de Isis y Ra. La diosa tenía por fuerza que descubrir el verdadero nombre del dios Luz. Solo existe un arma eficaz para conseguir sus fines: la magia. Como Ra tenía ya mucha edad, su saliva caía sobre el suelo. Isis utilizó este valioso material. Lo modeló con su mano, con ayuda de la tierra que se adhería a él. De esta masa hizo una serpiente que situó en el camino por donde Ra pasaba. Mal protegido por su séquito, el dios sol fue picado por el reptil. Muy sorprendido, Ra lanzó un grito que llegó hasta el cielo. «¿Qué sucede?», se extraña el señor de la luz. Tiembla, balbucea. El veneno circula por sus venas, se adueña de su cuerpo. Apela a los dioses. Que vengan a su lado, ellos que han nacido de su ser. Ra explica que ha sido picado por una criatura dañina. No la ha visto, no la conoce. No ha sido creada por él. Escapa a su control. Ra sufre atrozmente. Nunca había sentido un dolor parecido. Pronuncia palabras que cada mago repetirá cuando se identifique con el dios: «Yo soy un Grande, hijo de un grande, soy una simiente que ha nacido de un dios. Soy un gran mago, hijo de un gran mago… Tengo muchos nombres y muchas formas, mi forma está en cada dios.».

Ra se desahoga. Su padre y su madre le han ofrecido un nombre que ha permanecido secreto, en lo más profundo de sí mismo. Es por eso que ningún mago, ninguna maga, tiene poder sobre él. Pero ha sido alcanzado por una dolencia que no conoce, mientras paseaba por la tierra que él ha creado. ¿Qué es este dolor insoportable? No es ni fuego, ni agua. Su cuerpo tiembla. El frío comienza a invadirle.

«Que se haga comparecer a los niños de los dioses, ordena, los que pueden decir palabras adecuadas, aquellos cuyas bocas son sabias, cuya habilidad alcanza el cielo». Que se apresuren todos, que intenten socorrer a Ra.

Una diosa era famosa por sus cualidades mágicas excepcionales y su capacidad de otorgar el soplo de vida, reanimando al que ya no respiraba: Isis. Esta vino y preguntó a Ra: «¿Qué sucede? ¿Qué significa esto?» Se ha comprobado que una serpiente ha mordido a Ra. Ella conjuró, pues, al veneno con un encantamiento apropiado.

El estado de Ra se agrava. Está más frío que el agua, más ardiente que el fuego. Sus miembros están cubiertos de sudor. Ya no ve.

Isis se acerca a él. Felina, murmura: «¡Dime tu nombre, divino padre!». Ella lo necesita, en efecto, para formular la conjuración que permitirá a Ra permanecer con vida. El dios responde: «Yo soy aquél que hizo el cielo y la tierra, encadenó las montañas y creó lo que está arriba». Añade que ha puesto en el mundo los elementos, los horizontes, ha colocado a las divinidades en el cielo. Cuando él abrió los ojos, nació la luz. Cuando los cierra, se forman las tinieblas. Él genera el fuego, los días, los años, las flores. Pero su nombre sigue siendo desconocido. Se sabe que se llama Khepri por la mañana, Ra a mediodía, Atum por la tarde… Pero esto no basta para detener el veneno. El gran dios no ha sido curado.

Isis le confirma: «¡Tu nombre secreto no está entre los que me has dicho! Confiésamelo y el veneno saldrá.» El estado de Ra se deteriora cada vez más. «Acerca tu oído, hija mía, dice a Isis, para que mi nombre pase de mi pecho al tuyo».

Ra revela pues, su nombre secreto a Isis. Desgraciadamente el oído de los hermanos no era lo bastante fino para percibir las palabras pronunciadas por el dios. Solo la diosa conoció la confidencia. Para conocer el secreto, para entender la palabra perdida, hay que ser iniciado en los misterios.

Cada ser humano siente la misión de buscar y conocer el nombre secreto que le fue confiado en el momento de su nacimiento y del que debe hacerse digno. Pasar victoriosamente la prueba de la muerte es hacer que este nombre perdure como el de Osiris. La importancia de un nombre es tal que está sujeto a culpa, como valor sagrado, por los tribunales. Por eso se cambia el nombre de los criminales culpables de haber violado un lugar santo o de haber intentado edificar una morada más elevada que la de los dioses. Primer grado de castigo excluir del nombre del acusado el del dios que podría ser mencionado con él. En el complot perpetrado contra el faraón Ramsés III, los criminales habían utilizado la magia para asesinar al monarca. También se les cambiaron sus nombres haciéndolos odiosos, en adelante se llamaron «Ra-el-odioso», «maldad-en-Tebas», «el demonio». Estos nombres espantosos son castigos en sí mismos. Se puede ir más lejos y suprimir todo recuerdo del culpable haciéndole desaparecer, ya que el nombre es un elemento esencial para la supervivencia. El muerto sin nombre está condenado a la segunda muerte. Es destruido en su ser profundo[75].

En el reino de los muertos hay que recordar ante todo el propio nombre[76]. El mago se presenta como un constructor que merece un sitio preeminente en el cielo. Su nombre ha sido pronunciado en los templos. Él se ha acordado por la noche de contar los años y los meses, en el momento de su iniciación a los misterios cuando fue identificado por sus iguales como un adepto. Precisa a los dioses que su nombre es un dios que reside en su cuerpo[77]. A los seres de luz que encuentra en el cielo, declara: «Yo conozco vuestro nombres»[78].

Pero el «verdadero nombre» de los dioses no es pronunciado jamás ante profanos. De vez en cuando, se da la sensación de revelarlo recitando una sucesión de sonidos incomprensibles que no significan nada. Los iniciados de la Casa de la Vida desalentaban de este modo a los curiosos que deseaban adquirir poderes personales y no descifrar el sentido profundo de los jeroglíficos. En efecto, cada nombre divino está formado por letras-madre que dan el significado esotérico de cada personalidad divina. Tomemos un ejemplo. El nombre del dios chacal Anubis está formado de una i, de una n y de una p, lo que hace inp, de donde, con la introducción de vocales para que se pueda pronunciar da Anubis (a para i, que es una semiconsonante en egipcio, b intercambiada por p). Ahora bien, el papiro Jumilhac explica claramente que cada letra de las que forman el nombre de Anubis tiene un significado preciso. Por ellas, el dios tiene poder sobre el soplo vital, la energía y la materia, tres cualidades indispensables para cumplir su papel de embalsamador, de iniciador y de maestro de ceremonias en los ritos de resurrección.

Conocer los nombres secretos da acceso a los paraísos celestes[79] cuyas puertas son abiertas por Ra y Nout. En cada puerta del más allá el mago debe probar que conoce el nombre del guardián y de la puerta misma. Es necesario dar detalles. Guardián del umbral, Anubis pregunta a los que desean entrar: «¿Conoces el nombre del dintel y del umbral?», hay que responder: «Señor de la rectitud que se sostiene sobre sus dos piernas» (nombre del dintel) y «señor de la fuerza que introduce el ganado» (nombre del umbral). Como en todas las cofradías iniciáticas, el viajero está experimentado[80]. Si sus conocimientos son suficientes, se le dice: ¡«Pasa, porque tú sabes»!

Es preciso escapar de los pescadores que cogen en sus redes las almas de los muertos. Para ello, el mago demuestra que conoce el nombre oculto de cada una de las partes de la red, de la cual, por consiguiente, no tendrá nada que temer[81].

Nacida sobre el suelo de Egipto, la religión cristiana no olvidó la magia del nombre. El mago copto se identifica con Cristo, con María, ordena a los dioses, a los espíritus y a los ángeles, amenaza al diablo, ruega, todo ello invocando los «verdaderos nombres» gracias a los cuales espera obtener una eficacia plena.