Un padre de familia egipcio, mago por añadidura, vive un ritual cotidiano en el marco de su propia familia. Cuando ésta está reunida con ocasión de una fiesta o de una circunstancia considerada excepcional, el padre se convierte realmente en el símbolo de una fuerza sobrenatural. No se dirigen a él de ningún modo y no está permitido tomar la palabra en ningún momento. En Occidente, a menudo hemos perdido este sentido de lo sagrado en nuestras acciones más simples. Pues, como escribía Hermes Trismegisto, «el que está debajo es igual que el que está arriba». Incluso aunque este juicio nos choque, creo que un banquete como el que se celebró esa tarde de navidad en Luxor es una ceremonia sagrada.
«El mago, dijo mi anfitrión, es un hombre que conoce las cosas». Sus hijos aprobaban con la cabeza. Yo no podía disimular mi sorpresa. «Conocer las cosas»… esta expresión, aparentemente banal, es frecuente en los textos jeroglíficos. Significa: mágicamente los dioses sobre la tierra. «Conocimiento, prosiguió el mago de Luxor, he aquí las palabras clave del arte mágico».
Quien ignora las fórmulas mágicas no podrá circular a su gusto en este mundo o en el otro[*]. La ignorancia clava al hombre en la tierra, lo reduce a la esclavitud. El mago está «informado» por los dioses Sia, detentadores de la intuición de las causas, y Hou, el Verbo creador. Éstos le toman de la mano y le conducen hasta el cofre misterioso. Lo abren ante él. El mago ve entonces lo que hay en el interior, el secreto mismo de la magia[25].
Intuición y Verbo: hoy como ayer, ¿no se trata de dos «utensilios» indispensables para el que investiga? Desde el encantador de serpientes de los campos de Luxor al físico atómico más «evolucionado», ¿no se sigue un proceso idéntico: percibir por la intuición, formular por el Verbo?
El mago no es un nigromántico ni un ocultista. Para Egipto, es un sabio y un sacerdote. Lee y escribe los jeroglíficos, conoce los libros antiguos y las fórmulas de poder. Es mago porque tiene el conocimiento. Su función oficial está concretada en la forma de un rollo de papiro, símbolo de la abstracción y del conocimiento esotérico.
Estos hechos resultan desconcertantes para nuestra mentalidad moderna que asocia la magia a las prácticas más aberrantes. El mago, en la civilización del antiguo Egipto, es un personaje público, que forma parte del universo «normal». Lo que sería «anormal», sería vivir sin magia, dicho de otro modo, con los ojos y los oídos tapados. Apto para las funciones más elevadas, el mago ocupa un rango importante en la corte del faraón.
En las aldeas, los magos locales, detentadores de los secretos técnicos a veces muy útiles para el bienestar de todos, son pequeños jefes muy respetados, consultados por el pueblo a cada paso. Poseen el saber sin el cual todos se sentirían en peligro.
En tanto que sacerdotes, los magos reciben una iniciación sacerdotal. Los que ocupan la cima de la jerarquía están sumidos en un modo de vida que Porfirio evocaba en estos términos[26]: «Por medio de la contemplación, llegan al respeto, a la seguridad del alma y a la piedad; por medio de la reflexión, a la ciencia; y por los dos, a la práctica de las costumbres esotéricas y dignas del tiempo pasado». No olvidemos que el jefe de los magos es el faraón en persona, el que porta las coronas cargadas de la magia más concentrada y más eficaz.
Figura 4
En la boca del cuerpo momificado, extendido al sol, penetran rayos de luz. El resucitado podrá así hablar al Verbo, lo que se representa con la salida de un brazo, símbolo de la acción, fuera del sudario. (Las capillas de Tutankhamon.)
Es la entrada en el conocimiento la que autoriza al mago a declarar: «Yo soy el señor de la vida cuya vida se renueva eternamente, y mi nombre es Aquél que vive de los ritos»[27]. En tanto que khery-heb, título que significa «el que está encargado del libro de los rituales» lee en voz alta los textos sagrados, dándoles una animación mágica que los hace plenamente eficaces.
Es en las salas secretas de la Casa de la Vida donde el mago era iniciado en la lectura y la comprensión de estos textos utilizados en las ceremonias públicas y privadas. Existía una Casa de la Vida cerca de cada templo, de tal manera que en ningún punto del territorio faltaban especialistas responsables de la primera de las ciencias del gobierno: la práctica de los ritos.
En el cuerpo oficial de magos, destacan algunas figuras, especialmente la del gran sacerdote de Heliópolis cuyo título egipcio, our maou, significa «gran viajero» o «El que ve al gran (dios)». Su vestimenta ritual es una piel de león ornada de estrellas, lo que tiene una analogía lejana con el manto cósmico portado por el rey de Francia con motivo de la ceremonia de su coronación. El gran sacerdote de Heliópolis, «jefe supremo de los secretos del cielo», es el guardián de la tradición solar más antigua y de una magia de luz que vela por el renacimiento cotidiano de la fuerza de vida. Sin la aplicación de la magia, en efecto, el sol no se levantaría cada mañana.
Magos igualmente, los sacerdotes de la diosa-leona Sekhmet son especialistas de la medicina y de la cirugía. Médicos y hechiceros, su gama de competencias va de la banal picadura de insecto al traumatismo más grave. Sus más modestos competidores son los curanderos de aldea, adecuados para practicar los primeros auxilios. La comunidad iniciática de los constructores de Deir el-Medineh, a quien debemos la mayor parte de los templos y tumbas del Imperio Nuevo, contrató a un encantador de serpientes y escorpiones para prevenir eventuales accidentes.
La magia es indisociable de las actividades que calificamos de «artística». De este modo, los tocadores de sistro, los danzarines, los músicos y las músicas formaban parte del personal de los templos, sin sacrificar el placer estético, sino bañando el alma de las divinidades de armoniosos efluvios para que éstas velen por el equilibrio y la serenidad de los hombres.
Nada es gratuito en el mundo mágico del antiguo Egipto. Todo en él es juego de sutiles correspondencias que sólo los iniciados en la magia pueden percibir.
A esta cuestión esencial se puede responder con un «manual de instrucciones». La práctica mágica no está sancionada con un diploma y no se juzga por exámenes. El saber moderno, codificado casi en su totalidad, no tiene en cuenta por desgracia la experiencia vital. Éste no era el caso en civilizaciones como la de Egipto.
Ciertamente existe un método para llegar a ser mago. Pero no se expone de una forma racional. Los textos no lo ensombrecen pero apelan a nuestro sentido intuitivo y a nuestra inteligencia de corazón más que a nuestras facultades de deducción y análisis.
El capítulo 261 de los Textos de los sarcófagos se titula «llegar a ser mago». He aquí su contenido. El adepto se dirige a los magos que están en presencia del Señor del universo. Les pregunta al respecto en la medida en que los conoce, ya que ellos han guiado sus pasos. ¿No es aquél al que el Único creó antes de que fuesen instituidas las dos comidas sobre la tierra, el día y la noche, el bien y el mal, cuando el Creador abrió su ojo único, en su soledad? El mago se presenta como el que domina el Verbo. Es el hijo de la Gran Madre, de la que puso en el mundo al Creador, quien, sin embargo, no tuvo madre. El padre de los dioses, es el mago en persona. Es el que les hace vivir.
Extraño texto, en verdad. Nada hay en estas páginas de técnica rudimentaria, sino un verdadero tratado de metafísica y de espiritualidad que saca a la luz un proceso de creación. Únicas indicaciones prácticas: el adepto ha guardado silencio durante la ceremonia de entronización, con la espalda encorvada, se ha sentado en presencia de sus maestros, calificados de «toros del cielo». Han reconocido su dignidad de «poseedor del poder» y de heredero del Creador.
El adepto procede a tomar posesión de su trono y a recibir las insignias de su función. Todo aquél que existió antes de los dioses le pertenece. También les ordena descender de los cielos y entrar en su séquito, en señal de deferencia[*].
La adquisición de la cualidad de mago resulta de un coloquio con los maestros en la materia que juzgan al candidato sobre estos conocimientos esotéricos, mucho más que sobre sus aptitudes prácticas que serán desarrolladas a continuación. Del mismo modo que el muerto, al acceder al estado de ser de luz (el akh), encuentra la vida en su principio, también el adepto llega mientras aún vive, a comunicar con la luz original, que contiene la magia en su verdadera pureza.
Primera revelación hecha por los maestros: todo problema humano que se plantee al mago tiene un modelo en el mundo divino. El mismo suceso se produce en la escala cósmica antes de tener una repercusión terrestre. Esto se debe a que el mago debe conocer la genealogía divina, la teología, los diversos relatos que se refieren a la creación del mundo. Allí se encuentran todas las soluciones.
Al identificarse con los cuatro puntos cardinales, el adepto pasa a ser el cosmos. Excelente método para conocer las leyes, captar los poderes invisibles y dirigidos —al menos de forma parcial— a su voluntad. Con motivo del ritual de investidura, el mago se despoja de su «yo», de su visión totalmente personal del mundo para dejar que el cosmos penetre en él. Quizá se recurría a las drogas para hundirse en un sueño artificial mientras que sus Hermanos le cargaban mágicamente de energía a fin de prepararle para sus tareas futuras.
Los poderes invisibles se manifiestan bajo la forma de genios, buenos o malos. El adepto se enfrentaba a ellos. Más aún, se identifica con ellos, lo que es el mejor modo de conocerles y de adquirir el máximo poder mágico. Podrá luchar contra los genios decididamente maléficos, extirparles del cuerpo de un enfermo. Cuando los demonios atacaran a un humano, una ciudad, o un campo protegido por un mago cualificado, se toparían con un adversario de su talla.
* * *
¿Cómo puede actuar el mago, si no es invocando un poder superior a él y gracias al cual resulta eficaz? La fórmula tipo de los textos mágicos nos lo revela: «No soy yo quien dice esto, no soy yo quien lo repite, sino que es el dios quien dice esto, y es seguramente el dios quien lo repite»[28].
No es, pues, el mago quien habla, sino el poder divino a través de él. En la lucha del «bien» contra el «mal» no hay enfrentamiento de un humano contra «algo» extra o sobrehumano, sino un duelo entre fuerzas sobrenaturales, algunas de ellas positivas, que se encarnan en el espíritu y en el cuerpo de un mago. El paciente mismo, se trate de un enfermo a sanar o de un médium a «manipular», es identificado con una divinidad que no puede ser destruida. ¿Qué mejor seguridad para escapar de una suerte tan cruel?
Apuleyo, el autor de El asno de oro, célebre novela iniciática en la que se evocan los misterios de Isis y Osiris, era un mago famoso. En su obra relata el encantamiento de Lucio, transformado en asno. Tendrá que recorrer un largo camino antes de recuperar su forma humana. Tan solo la iniciación a los misterios le librará de la prisión de su animalidad. Apuleyo fue perseguido por las autoridades judiciales de su tiempo. Con ocasión de un proceso público, fue acusado de hechicería y tuvo que emplear todos los recursos del arte oratorio para escapar de una condena. Porque Apuleyo no ignoraba nada de la magia egipcia. «Es, escribía, un arte agradable a los dioses inmortales, una de las primeras cosas que se le enseñan a los príncipes»[29]. De hecho, el faraón, en su educación ritual, es identificado mágicamente con las divinidades.
El que llega a ser maestro en magia es declarado ritualmente[30]: «Tú te mezclas con los dioses del cielo y no podemos hacer diferencia entre tú y uno de ellos. Tu cuerpo es el de Atum (el Creador) para la eternidad». ¿Cómo afirmar mejor que el mago accede a las más altas esferas del espíritu? Se impregna así de poder, a fin de ser un interlocutor cualificado de las fuerzas del cosmos. Por otro lado, es un «cosmonauta» anticipado, que explora universos desconocidos tras una larga preparación física y psíquica.
El resultado de esta aventura fue recogido respetuosamente por los textos de las diversas colecciones[31]: «No existe en mí un miembro privado de dios, explica el mago, Thot es la protección de todos mis miembros. Yo soy el Ra de cada día… los hombres, los dioses, los bienaventurados, los muertos, ningún noble, ningún individuo, ningún sacerdote podrá adueñarse de mí»[*].
A fin de disipar toda ambigüedad, cada parte del cuerpo del mago está identificado formalmente identificado con el de una divinidad. Por ejemplo, su cabeza es la de Atum su ojo derecho es el mismo de Atum cuando disipa el crepúsculo su ojo izquierdo es el de Horus que descansa el día de la luna Nueva cuando corre el riesgo de producirse una mala lunación; sus fosas nasales son las de Thot y Nut (la diosa del cielo); su boca es la del Enéada Atum, compañero de nueve divinidades que rige el cosmos; sus labios los de Isis y Nephtis; sus dedos son serpientes de lapislázuli; sus vértebras los huesos de Geb, el dios tierra; su vientre es el de Nut; sus pies son los arcos plantares de Shu, el dios del aire luminoso, cuando atraviesa el mar. Conclusión: «No existen miembros que estén privados del dios que posará su sello sobre lo que él ha trazado, mientras que se le dedican los amuletos de Heliópolis»[32].
Esta frase enigmática merece comentario. Posar un sello, para el egipcio, es inscribir lo divino en lo real. Los sellos reales son conocidos desde la primera dinastía. Seguidamente, los más célebres de ellos penderán la forma de escarabajo, símbolo del devenir. Dicho de otro modo, cuando el rey toma una decisión y la sella, es consciente de su devenir, de las consecuencias de su acto. En magia, tal toma de conciencia es absolutamente necesaria para no confundirse. La colocación de los «amuletos de Heliópolis» corresponde a un momento primordial de la iniciación del mago. Reconocido como apto para sus funciones, ve su cuerpo revestido de las insignias del poder que detenta el Maestro mago que preside la ceremonia. Los amuletos se llaman «de Heliópolis» porque esta antigua ciudad del sol era la capital de la magia. Igualmente se disponen sobre la momia para hacerla incorruptible. Es además uno de los sentidos profundos de la momificación: identificar un despojo mortal con un cuerpo inmortal para que el alma, provista de tal ayuda, penetre en el más allá, en el país del conocimiento.
Todo muerto momificado según los ritos se convierte en un mago capaz de resucitar. Egipto no confía tan solo en la creencia para franquear el obstáculo de la nada. El conocimiento le parece un proceso mejor.
Figura 5
Figuras del otro mundo: seres con apariencia humana, tocados con coronas reales, serpiente cuyo cuerpo está salpicado de cabezas humanas, objetos compuestos formados de coronas, de cetros y de cuchillos. Otros tantos elementos conocidos y signos sin identificar en el camino del viajero. (Las capillas de Tutankhamon)
* * *
Cuando el mago vuelve su vista hacia el cielo, ve a Ra, el dios-luz. Cuando vuelve su vista hacia la tierra, ve a Geb, príncipe de las divinidades y dios-tierra. Estas dos divinidades le ayudan a conjurar el mal[33]. La ayuda de Ra es particularmente importante gracias a la luz divinizada, ve todo y disputa las tinieblas.
Ra tiene el poder de cambiar la muerte en vida. Reitera esta operación mágica cada mañana, en el lago de las llamas, en el encarnizado combate contra sus enemigos, que intentan impedir que la luz otorgue de nuevo la vida. También el mago libra esta guerra con los poderes de las tinieblas[34]. En primer lugar en la ceremonia de iniciación, luego de su actividad cotidiana. Tiene necesidad de la luz divina para ser el que ilumina Egipto, el Doble país rojo y blanco, el que rechaza la oscuridad, para llegar a ser el toro de las montañas de Oriente y el león de las montañas de Occidente, el que recorre cada día las extensiones celestes. Cuando él abre el ojo, surge la luz. Cuando lo cierra, la noche se extiende sobre el mundo. Los dioses ignoran su verdadero nombre[35].
Identificado con la luz que viaja a lo lejos, el mago despeja la ruta del sol para poder caminar en paz[36]. Colabora así con la obra solar de cada día y con la regeneración de la humanidad.
Según el antiguo Egipto, el estado más perfecto del ser, que corona el proceso iniciático, es el akh, la personalidad luminosa, deslumbrante, con la eficiencia sobrenatural. El cuerpo pertenece a la tierra, el akh al cielo. Es este ser de luz el que Ra revela al mago capaz de contemplar el sol, de descubrir lo divino contemplando el astro del día. Mucho más tarde, se calificará de «iluminados» a los que hayan recibido esta iniciación; hoy, este término ha legado a ser peyorativo. Se preferirá el de «hijos de la luz», expresión egipcia que caracteriza al designar a su verdadero padre y confiriéndole la dimensión sobrenatural de su función.
La astrología egipcia es uno de los campos de investigación más difíciles y más inexplorados[*]. «No hay seguramente otro país, escribe Diodoro de Sicilia[37] hablando de Egipto, donde el orden y el movimiento de los astros sean observados con tanta exactitud como en Egipto. Ellos (los astrólogos) conservan desde hace un número increíble de años registros donde se consignan estas observaciones. Allí se encuentran anotaciones sobre la relación de cada planeta con el nacimiento de los animales y sobre los astros cuya influencia es buena o mala… En la tumba de Osymandias, en Tebas, había en el tejado un círculo de oro de 365 codos de circunferencia, dividido en 365 partes; cada división indicaba un día del año, y al lado se habían escrito las salidas y las puestas naturales de astros con los pronósticos que fundaban sobre éstos los astrólogos egipcios».
El Zodíaco de Dendera, célebre documento que merecería una interpretación más profunda, no es el único testimonio de la astrología egipcia que, en la época alta, se centraba esencialmente en la persona del faraón. Los horóscopos individuales no son atestiguados sino tardíamente. Pero el mago se ha preocupado siempre por las relaciones entre su acción y las disposiciones cósmicas. Según el capítulo 144 del Libro de los muertos, presta atención a la posición de las estrellas en el cielo. Consulta los libros de astrología en silencio y en secreto. No son accesibles, en efecto, más que a iniciados de mucha edad. Contrariamente a lo que sucede hoy en día, la astrología no está secularizada. Sigue siendo una ciencia de templo que sólo manejan manos expertas y espíritus responsables.
Gracias al conocimiento de las leyes astrológicas, los bienaventurados circulan a su voluntad por el cielo, por la tierra y por el imperio de los muertos. El espíritu del mago les acompaña.
Cuando efectúa sus observaciones del cielo, el mago graba siete veces sus huellas de los pies en el suelo. Recita siete veces fórmulas mágicas en honor de la Cadera, es decir, de la Osa Mayor, orientándose hacia el norte, hacia el eje del mundo[38].
Los conocimientos astrológicos son soportes necesarios del acto mágico. La familiaridad con los astros es indispensable para utilizar las fuerzas del cosmos, hasta el punto de poder aferrar la luz y agarrar la luna con las dos manos[39], dicho de otro modo, de controlar su influencia en lugar de sufrirla.
«Éste, afirma el capítulo 162 del Libro de los muertos, es un gran libro secreto. No se deja ver a cualquiera, ¡eso sería un acto odioso! El que lo conoce y guarda el secreto, sigue existiendo. El nombre de este libro es el soberano del templo escondido».
Estas recomendaciones formuladas considerando a los practicantes de la magia como profanos imprudentes, no impiden al adepto el acceso a los secretos. Les impone el silencio con respecto a individuos torpes o inadecuados.
Figura 6
En los dos registros inferiores, las formas de desplazarse en los espacios del otro mundo: ya sea cabeza abajo, ya sea de pie. En el registro superior, Isis y Nephtis sostienen a un ser semicircular que magnetiza un sol. Los dos grandes magos hacen de esta forma circular en un universo como la luz de los orígenes. Los egipcios, en efecto, consideraban la superficie terrestre (y no la tierra) como un plano horizontal de percepción y el cosmos como circular o curvo. (La tumba de Ramsés IX).
Sabemos cómo fueron comunicados este libro y los secretos que contiene a los magos de Egipto. El dios Thot había reunido a los mejores magos. El candidato fue recibido entre ellos. Aclaró su boca, ingirió natrón y probó que era capaz de unirse a la Enéada, la corporación de los nueve dioses creadores[40]. Estaba sobreentendido que era capaz de realizar las experiencias básicas con éxito. Ante el maestro mago que cumplía la función del dios Horus, ataviado con una máscara de halcón, el candidato tuvo la revelación de las palabras y las fórmulas que databan de la época de Osiris, el ancestro primordial, que todavía continuaba vivo y reinaba sobre la tierra de Egipto.
Primera prueba para verificar que el candidato entendía perfectamente lo que le era confiado: vencer a una víbora cornuda.
Sangre fría, conocimiento de la fórmula sonora que hipnotizaba al reptil, seguridad de mano para capturarla: el futuro adepto se enfrentaba a su muerte.
Superada la prueba física viene la revelación metafísica. Los maestros en magia revelan al adepto que dioses tan diferentes, es decir, tan opuestos, como Ra el luminoso y Osiris el tenebroso, no son más que un único y mismo ser. Es en el interior de la Casa de la Vida donde era invocado este dios único, bajo el nombre de «Alma reunida». Era simbolizado por una momia envuelta en una piel de carnero[41]. Contemplándola, el nuevo adepto convocaba su propio espíritu y entraba en el camino de la resurrección.
No accede al conocimiento de los secretos y de la Unidad más que un ser en estado de pureza. Es impuro quien es antiarmónico, antiviral. El hombre está aprisionado en sus propias ligaduras, no es transparente a la vida de forma natural. La magia le enseña a desatarse de las trabas que se impone a sí mismo. La pureza exterior, la simple higiene tan apreciada por los sacerdotes de Egipto, es una manifestación tangible de la pureza interior. También el mago se lava frecuentemente. Estando su boca purificada, las palabras que salen de ella lo están también. El acto de lavarse las manos, como el de lavarse los pies, le liberan de las energías nocivas. Tus pies son lavados sobre una piedra, al borde del lago del dios, indica el capítulo 172 del Libro de los muertos. Así, pues, este acto ritual es considerado suficientemente importante para ser realizado en el interior del templo. Además se lavaban los pies a un rey en el marco de una grandiosa ceremonia, y es casi seguro que este rito real haya inspirado la escena de los Evangelios en la que Cristo concede una gran importancia al lavatorio de pies.
Una vez purificado, el cuerpo es digno de recibir una vestimenta ritual. El capítulo 117 del Libro de los muertos es una fórmula específica para ponerse la vestimenta ouab, es decir, «el Puro», un verdadero «cuerpo nuevo», con la blancura inmaculada que el mago deberá guardarse de ensuciar con actos contrarios a la armonía.
Al recibir esta vestimenta, el adepto se recoge e implora a las divinidades. Les pide que las impurezas espirituales y corporales se alejen de él, que le sea ofrecido el atuendo de pureza para la eternidad. Esta tradición será preservada hasta las épocas más tardías de la civilización egipcia ya que, en un papiro griego de la Biblioteca Nacional de París, se pide al mago que «se vista con una vestidura de fino lienzo, que cante un himno y que recite una fórmula en presencia de un médium que se encuentra ante el sol.»
Hoy como ayer, no se practica la magia de cualquier modo ni en cualquier tipo de condiciones. Las exigencias rituales están indicadas así en el Libro de la Vaca del Cielo[42], inscrito en columnas de jeroglíficos en las tumbas reales del Imperio Nuevo: «Si un hombre pronuncia esta fórmula según su propia costumbre, debe ser untado de aceites y ungüentos, con el incensario lleno de incienso en su mano; debe tener natrón de una cierta calidad detrás de sus orejas, y una calidad diferente de natrón en su boca; debe estar vestido con dos piezas de vestiduras nuevas, después debe lavarse en el agua del viñedo, calzarse sandalias blancas y haberse pintado la imagen de la diosa Maat (la armonía universal) con tinta fresca, en la lengua».
Otras precisiones complementarias[43]: «Que se lea esta fórmula siendo puro y sin mancha, sin haber comido carne de res o de pescado y sin haber tenido relaciones con una mujer».
Preparado de esta forma, respetuoso de las estrictas reglas, el mago es apto para tratar en el suelo el dibujo sagrado en el que se inscriben, bajo forma de símbolos, las fuerzas que él manipula. En «la sala de los dos Maat» (es decir, de las dos verdades, la cósmica y la humana), vestido con ropas de lino, cubierto con galena, debidamente purificado, untado con mirra, calzado con sandalias blancas, el mago hace la ofrenda de las vacas, de las aves, de la resina de terebinto, del pan, de la cerveza y de las legumbres. Después traza el dibujo ritual conforme a lo que se encuentra en los escritos secretos, sobre un suelo puro, recubierto con una capa blanca de mantillo que no haya sido pisado por cerdos ni cabras[44]. Los constructores de la Edad Media actuaron de la misma forma al trazar su «leyenda de oficio», el cual, en algunas logias iniciáticas de la francmasonería contemporánea, es efectivamente recreado en cada sesión de trabajo.
El mago es, pues, un verdadero Creador designado para concebir un plan. Ciñe alrededor de su frente «la cinta del conocimiento» y hace esta sorprendente declaración: «Mis pensamientos son los grandes encantamientos mágicos que salen de mi boca.»[45]
Con anterioridad, pasaba por un rito de resurrección durante el cual se acostaba sobre un manto de rosas, convirtiéndose en una momia viva que entra mágicamente en contacto con los poderes superiores. El mago revive la pasión de Osiris, que vuelve del más allá y de la muerte[46].
Si un mago recita el libro secreto, en el suelo, a favor de un hombre, este último no será desollado por lo genios que atacan, en cualquier lugar, a quien comete el mal. No será decapitado, no morirá por el cuchillo del dios Seth, no será llevado a ninguna prisión. Se presentará sereno ante el tribunal divino que espera a todo ser al final de su existencia terrestre, y saldrá de allí, justificado, liberado del terror de la injusticia[47].
Figura 7
El texto jeroglífico horizontal (en lo alto) evoca la ofrenda que hicieron el rey y Osiris. En las columnas de la derecha son nombradas las ofrendas. Destaca sobre todo en la parte de la izquierda, la puerta coronada con los ojos llamados «completos». Esta puerta separa los dos mundos, el nuestro y el «otro». El «muerto» que se encuentra en el sarcófago, si ha superado las pruebas impuestas por la Puerta, ser vivo y sus guardianes, llegará a estar vivo para siempre. Es él quien, a su regreso, mostrará el camino a los del «otro lado». (Sarcófago del Imperio Medio)
Éste es, desde luego, uno de los grandes servicios prestados por la magia: permitir al hombre justo presentarse con la frente alta, sin temblar, ante sus jueces. Algunos egiptólogos, preocupados tal vez por su propio caso, han acusado a los egipcios de ser «falsificadores». Estos habrían engañado a los dioses abusando de la magia. Realmente una ingenuidad que desarma. Es la magia del conocimiento la que el tribunal pone a prueba, no los «trucos» de un ilusionista de feria. Si el hombre no posee las leyes de esa magia, está efectivamente desarmado y condenado por anticipado a revivir un nuevo ciclo material, sin que eso implique una reencarnación en el sentido habitual del término.
Otros peligros acechan al adepto en los caminos del otro mundo. Para pasar las cuatro fronteras del cielo, el viajero debe convencer a sus guardianes de que le dejen la vía libre. También les recita las palabras de aquellos cuyo lugar es secreto[48]. Numerosos capítulos de los Textos de los sarcófagos[49] evocan a estos personajes siniestros, a menudo armados con cuchillos, vigilando lagos en las profundidades insondables, caminos que se pierden en las tinieblas, intersecciones donde uno se desorienta. Solo la magia aniquila el poder de estos inquietantes genios.
Otro personaje exige del viajero del más allá cualidades mágicas de primer orden. Se trata del barquero que está en posesión el tesoro entre los tesoros: la barca. Gracias a ella, se atraviesan las extensiones acuáticas de los paraísos celestes. Cuando el iniciado exige utilizar la barca[50], el barquero le somete a un riguroso interrogatorio: «¿Quién eres tú?» le pregunta. «Yo soy un mago», responde el adepto. Está «completo, equipado, disponiendo del uso de sus miembros». Esta afirmación se juzga insuficiente. Es preciso que pruebe su cualidad de mago nombrando diferentes partes de la barcaza dándoles sus correspondencias mitológicas y esotéricas. No hay ninguna posibilidad de lograrlo para el profano. El mago adiestrado en la materia lo consigue. También manda en las ciudades del más allá, delimitará el inventario de las riquezas del otro mundo y las ofrecerá a los pobres que tienen necesidad de ella sobre la tierra. Es decir, que la posición social del mago es elevada: no es solo un «intelectual» sino también un gestor cuyas competencias son puestas al servicio de los más desfavorecidos, aunque se trate de un recurso económico muy extraño.
Sin embargo, el barquero no está todavía satisfecho. Exige del mago un saber matemático, que se traduce en la capacidad de contar con los dedos. Cada dedo, cada «acto numérico» tiene un «profundo significado»[*]. No se trata de un simple cálculo mental, sino de una creación del mundo por los Números y no por las cifras.
Otra pregunta del barquero al mago: «¿De dónde vienes?». Respuesta: «De la isla del fuego», es decir, del lugar del universo donde el sol libra, cada mañana, un combate victorioso con los enemigos de la luz. Nacido del sol, el mago tiene un temperamento de guerrero y vencedor. Lo ha demostrado.
Dato primordial: el mago revela al barquero que ha descubierto el taller naval de los dioses donde yace la barcaza en piezas sueltas. ¿No tiene una analogía esto con el Osiris desmembrado? Sin embargo, el mago sabe cómo reconstruirla. Posee el arte supremo.
Vencido por tanta ciencia, el barquero cede. Cumple las exigencias formuladas por el mago, posee la barcaza a su disposición y regresa a su puesto, esperando poner a prueba al próximo viajero.
«El que conoce el libro de la magia, puede salir al día y pasearse sobre la tierra entre los vivos. No morirá jamás. Esto se ha comprobado eficaz millones de veces.» [51]
Millones de magos egipcios, eternamente vivos, nos rodean. Han «salido al día», a la luz, porque el poder mágico estaba con ellos, permitiéndoles hacer desaparecer toda traba a su libertad de movimientos[52]. Sin duda, no han tomado jamás forma humana, sino que, como bien sabía Gérard de Nerval, se ocultan bajo la piedra, la madera o el metal.
La «salida al día» está presente en el ritual cotidiano de los templos. Por la mañana, cuando el sacerdote abre las puertas de la naos que contiene la estatua divina, pronuncia estas palabras: «Abiertas están las puertas del cielo, abiertos los cerrojos de las puertas del templo. ¡La casa está abierta para su señor! ¡Qué salga cuando quiera salir, que entre cuando quiera entrar!»[53].
En el más allá es esencial caminar sobre los pies y no sobre la cabeza. Hay fórmulas mágicas que evitan al iniciado esta grave contrariedad y le permiten recorrer normalmente los caminos de agua y de tierra del otro mundo formando parte del séquito del dios Thot.
El mago avanza sobre los hermosos caminos del Occidente bajo la forma de un ser de luz, habiendo adquirido y experimentado todos los poderes sin convertirse en esclavo de ellos. Es identificado con el joven dios nacido en el Hermoso Occidente, venido de la tierra de los vivos, habiéndose liberado del polvo del cadáver, repleto su corazón de magia, aplacada su sed de conocimiento. Navega hacia el campo de los rosales, uno de los paraísos celestes[54]. Va y viene por los campos, las ciudades y los canales del más allá. Ara, ve a Ra, Osiris y Thot cada día, tiene poder sobre el agua y sobre el aire, hace todo lo que desea, como iniciado de la abadía de Telemo. La vida está en su aliento, no morirá jamás, vive en el campo de las ofrendas en el que están delimitadas sus propiedades para la eternidad. Ha realizado su deseo: llegar a ser mago[55].