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LAS PRUEBAS INICIÁTICAS DEL GRADO DE APRENDIZ

El ritual de iniciación al grado de Aprendiz francmasón es la resultante de numerosos mitos esotéricos de la antigüedad y mantiene en el mundo occidental formas primordiales de la espiritualidad elaborada por los antiguos. El neófito es llevado, primero, a una habitación oscura, el «gabinete de reflexión» donde su soledad encuentra vanos símbolos. Este conocimiento de las posibilidades de la tierra se inspira en los múltiples descensos a los infiernos de la antigüedad; uno de los más célebres es el del rey Rampsinito.

El monarca llega a las regiones tenebrosas para jugar al ajedrez con Isis; a veces gana, otras pierde, aprendiendo la severa ley de las casillas negras y blancas que encontramos en la logia masónica, en forma de «enlosado mosaico». El rey regresa luego a la luz, ofreciendo a los humanos un magnífico mantel de oro que se utilizará en los banquetes rituales.

El neófito es conducido por dos maestros masones, al igual que el «hijo de la luz» del Libro de los muertos egipcios es guiado por dos «hijos reales»; los ritos eleusinos advierten que el futuro iniciado debe tener los ojos vendados por el camino que lleva al templo. Quien desea penetrar en la logia, efectivamente, tiene los ojos vendados; además, su pie derecho esta desnudo.

La alternancia de una pierna desnuda y una pierna cubierta es un tema simbólico representado en algunos cilindros babilónicos; la idea fue llevada a Occidente, puesto que una estela galo-romana de Sens nos muestra al herrero Belhcus con un pie desnudo y el otro calzado. Siendo el herrero asimilable al alquimista que orienta la materia hacia su perfección, nos hallamos, efectivamente, ante uno de los orígenes del grado de Aprendiz masón. El arte medieval hace, a veces, algunas alusiones a este rito; los escultores representaron un pie calzado con una pantufla en las zarpas de algunos pilares, por ejemplo en Saint-Lizier, en Mercus y en Bordes-sur-Iez. En la Edad Media, descalzar un pie significaba que se era fiel en el Amor. De hecho, se pide al futuro aprendiz un compromiso total y un respeto consciente por la Orden a la que concede su confianza.

El neófito es despojado de sus metales. Dicho de otro modo, se le pide que se separe de todos los objetos metálicos que lleve encima, objetos que simbolizan las riquezas materiales y, sobre todo, los prejuicios y las ideas preconcebidas que le molestarían en el camino de la evolución. Este «despojamiento de los metales» es admirablemente ilustrado por el mito babilónico de la diosa Istar bajando a los infiernos donde cruza varias puertas antes de alcanzar el «fondo de todas las cosas». Se quita la tiara, los pendientes, las perlas de su cuello, el pectoral de su pecho, el cinturón de pedrería del parto, las pulseras de sus manos y sus pies. En la séptima puerta, por fin, abandona el «vestido de pudor de su cuerpo». Cuando está desnuda, puede conversar con el dios de las profundidades. Superada la prueba, vuelve a subir hacia el espacio libre y retoma, en sentido inverso, los objetos que había abandonado en su descenso. Esta «restitución de los metales» se lleva a cabo al final del ritual de aprendiz, considerando los maestros que el nuevo iniciado es va capaz de utilizar con buen criterio las riquezas de este mundo, en vez de ser su esclavo.

Los cristianos conservaron esta idea; en el bautismo primitivo, se obligaba al postulante a entregar al sacerdote todos los objetos valiosos que poseía, especialmente las joyas. Nadie, decían, debe zambullirse en el agua con algo extraño y sólo la desnudez es adecuada al renacimiento. En el texto titulado El pastor de Hermas, se dice que el oro no es malo en sí mismo, pero que debe ser purificado por el fuego para ser utilizable. Cada hombre lleva oro en sí; si desea descubrirlo, debe ponerse a prueba. «Vosotros, que habréis aguantado», dice el texto, «seréis purificados. Se rechazan así las escorias. Del mismo modo, rechazaréis cualquier aflicción y cualquier angustia, seréis purificados y utilizables para la construcción de la torre». La alquimia espiritual está vinculada, pues, a un acto de construcción y anuncia claramente el ritual masónico.

No insistiremos extensamente en las pruebas de los cuatro elementos, la tierra, el agua, el aire y el fuego. Corresponden a las cuatro edades del mundo y a las cuatro cualidades fundamentales del ser humano, el sentido material, la sensibilidad, la inteligencia y la espiritualidad. Estas purificaciones se llevaban a cabo en todas las sociedades iniciáticas de la antigüedad, y encontramos su rastro en Egipto, en Bizancio, en los libros gnósticos y en las religiones «mistéricas». El ritual masónico tiende a liberar al iniciado de las trabas que encuentra en esos cuatro planos y a indicarle el mejor camino para desarrollar en cuatro niveles sus potencialidades creadoras.

Tras haber jurado que guardaría silencio sobre todos los misterios masónicos, el postulante bebe un líquido amargo que simboliza la primera purificación de su espíritu y la práctica del conjunto de los aspectos de la iniciación, ya sean reconfortantes o «amargos». Se ha preguntado, durante mucho tiempo, por el origen de este rito; en el Protoevangelio de Santiago, se nos proporcionan a este respecto interesantes informaciones. Se dice que un sacerdote ordenó a José que devolviera al templo a la Virgen María, que le había sido confiada. Según el rumor público, José habría abusado, en efecto, de la muchacha. «Os someteré a la prueba del agua amarga del Señor», proclama el sacerdote, «y así se revelará vuestro pecado». La da a beber a José, luego le manda a las montañas donde hubiera debido perecer para expiar su falta. Pero José regresa indemne. Se da agua amarga a María, que, también, regresa indemne de su periplo por las montañas.

Más específica aún es la aventura de san Juan, el patrón de la masonería esotérica. Domiciano, cuya policía había denunciado las actividades subversivas del apóstol, hizo que Juan se presentara ante él. «Si realmente posees la verdad», dijo el emperador, «bebe este brebaje». Juan absorbe sin temor el contenido de la copa envenenada y no sufre el menor efecto. También el masón debe absorber el veneno de este mundo sin que le afecte. Los ritos del Compañerismo parecen más profundos, en este capítulo, que los de la masonería; en efecto, se hace tragar al neófito un brebaje en el que se ha sumergido un escrito que simboliza el Libro sagrado que debe incorporar a su carne. Este rito se remonta a Egipto, donde, según el papiro mágico de Turín, se escribían fórmulas secretas en una tela de lino disuelta en la cerveza que bebía el iniciado.

Al finalizar la iniciación al grado de Aprendiz, el Venerable que preside pregunta al Primer Vigilante si la instrucción del nuevo iniciado ha terminado. El Primer Vigilante responde: «Todo es justo y perfecto». ¿No se reconoce un prototipo de esta fórmula en la expresión «es recto y justo» que utiliza la concurrencia para responder al sacerdote que acaba de celebrar el bautismo?