Cuando se abre una logia al grado de Aprendiz, es indispensable dibujar un «cuadro» en el que se encuentren los símbolos esenciales de la masonería. Una logia, por otra parte, se considera existente en cuanto el cuadro ha sido dibujado. En él se ve la escuadra, el compás, las dos columnas, la puerta del templo, el sol y la luna, el nivel y la perpendicular, el enlosado de mosaico, la piedra en bruto y la piedra cúbica, las tres ventanas enrejadas y el triángulo. De acuerdo con la regla tradicional, el cuadro debe trazarse a mano; los masones están de pie y mantienen el más profundo silencio. Sus manos convergen hacia la mano de quien dibuja los símbolos.
Este rito del «trazado del cuadro», que constituye un acto mágico en el sentido más noble del término, es muy antiguo; en el Libro de los Muertos de los antiguos egipcios leemos, en efecto, el siguiente pasaje: «Actuad como sigue en la sala de las dos verdades. Dígase esta fórmula siendo puro, purificado, estando vestido con hábitos de lino, calzado con sandalias blancas, maquillado con galeno… Luego trazas el dibujo que está en los escritos rituales en un suelo puro, con blanco extraído de un terreno que no hayan hollado cerdos ni cabras».
Los masones, por consiguiente, recrean un espacio sagrado en el que se mueven sus pensamientos. La utilización de la pizarra y de la tiza responde a necesidades practicas; de hecho, como indican los textos antiguos, los símbolos se graban sobre un suelo blanco, siendo el blanco el color del delantal de aprendiz.
Al final de cada «sesión» el cuadro se borra. La logia se disuelve y regresa a la nada. Más exactamente, la logia material se esfuma por algún tiempo mientras que la comunión fraterna creada durante la reunión comienza a actuar en el alma de cada masón.