Unos años antes de que el francmasón Aldrin fuera el segundo hombre en poner el pie en el suelo lunar, el francmasón Marius Lepage escribía: «Es una feria, una feria en la plaza pública. La masonería actual querría, nos dicen, preparar un mundo mejor. Estamos en un error total. La masonería no debe preparar un mundo mejor. Debe preparar a hombres que, luego, tal vez, harán un mundo mejor».
Podríamos citar muchas otras opiniones de francmasones que van de una ferviente creencia en la Orden hasta la duda más crítica. De cualquier modo que sea, ya sólo quedan en Occidente dos órdenes tradicionales de orígenes muy antiguos: el Compañerismo y la Francmasonería. Si no pueden negarse las peleas y divergencias que dividen a sus miembros, cierto es sin embargo que estamos ante cuerpos constituidos que merecen todavía atención. Hacer el balance de las corrientes masónicas en el mundo de 1974 es descubrir una multiplicidad de tendencias.
Expulsemos primero algunos fantasmas. La masonería contemporánea no es, en ningún país, una secta muy cerrada que se rodea del mayor misterio. En todas partes donde existe, es una asociación legalmente registrada y sus dirigentes hacen declaraciones públicas. Ninguna obediencia masónica desea ya ser una contra-Iglesia y la Orden no tiene voluntad ni posibilidad de convertirse en un contragobierno a escala mundial. Además, las obediencias no disponen de fondos secretos y tesoros ocultos; sólo subsisten por las cotizaciones de sus miembros.
Quien desea entrar en la Orden masónica debe escribir una carta a un responsable que forme parte de la asociación hacia la que se siente más atraído. Registrada la petición, tres masones son designados por el Venerable de la logia que, eventualmente, acogerá al postulante; tras discusiones referentes a los más variados temas, los tres «investigadores» hacen un informe positivo o negativo a los demás masones de su logia. El candidato es entonces convocado ante la asamblea al completo que le hace nuevas preguntas. Se procede luego a una votación para admitir o no al candidato. Si la decisión es favorable, el profano es iniciado durante una ceremonia solemne.
No se impone límite de tiempo alguno; en algunas logias, el proceso de admisión será rápido, en otras será muy largo. El masón que desea abandonar su logia nada tiene que temer; presenta su dimisión y no tiene que justificarse. La leyenda de las «venganzas» masónicas es del todo difamatoria; es una de las últimas secuelas de los falaces escritos que redactaron Leo Taxil y sus semejantes.
La casi totalidad de las asociaciones masónicas exige de los candidatos un detallado curriculum vitae y un certificado de antecedentes penales virgen. Buscan, en efecto, cierta dignidad del hombre que, por lo demás, no se basa sólo en estos documentos administrativos.
Hoy como ayer es preciso diferenciar la Orden masónica que tiene un carácter universal y las obediencias nacionales cuya historia está vinculada a factores religiosos, políticos y sociales. Cada obediencia agrupa varias logias o talleres que son las células básicas de la masonería. En el plano material, dependen de algunos altos dignatarios que se encargan del destino material de la asociación. En el plano iniciático, en cambio, las logias disponen de cierta independencia siempre que respeten las reglas generales de la masonería tal como la concibe la obediencia de la que forman parte.
La mayor nación masónica es, indiscutiblemente, América del Norte. Toda su historia muestra la huella del ideal masónico que inspiro, en gran parte, la primera Constitución de los Estados Unidos. La mayoría de los presidentes americanos perteneció a la Orden.
Los masones americanos se ocupan sobre todo de beneficencia; financian la construcción de guarderías, hospitales, residencias de ancianos. Su principal preocupación es mantener una cálida camaradería y preservar una especie de gran familia donde los hermanos entablan sólidos vínculos afectivos y materiales. Esta tendencia relega a un segundo plano el simbolismo y la iniciación propiamente dichos. En 1963, los miembros de la masonería americana hicieron una severa autocrítica de su orientación en la célebre revista masónica inglesa Ars Quatuor Loronatum. Reconocían sin ambages que la tradición esotérica de la Orden estaba casi por completo ausente de sus talleres.
Tanto en Inglaterra como en América, acceder a la masonería es un honor. Felipe de Edimburgo y el arzobispo de Canterbury son francmasones y avalan así, de un modo «oficial», la existencia de la asociación. De hecho, la masonería anglosajona forma un bloque coherente en el que, ante todo, cuenta la respetabilidad de los miembros; sus talleres intentan formar masones fraternales y perpetuar el tipo del «hombre honesto» respetuoso de la sociedad circundante. El masón anglosajón está perfectamente integrado en su nación y forma parte de uno de los organismos más honorables que sólo es criticado muy raramente.
En China y en la Unión Soviética, la masonería estaba prohibida, como lo estaba también en España y Portugal. Los regímenes totalitarios de izquierdas o de derechas no admiten la presencia de logias que, eventualmente, podrían favorecer una política de oposición. En estos países, algunos dignatarios fueron encarcelados y los antiguos masones eran objeto de vigilancia policíaca. El «secreto» masónico es incompatible con las doctrinas políticas que no admiten más verdad que la suya.
En Italia, los violentos conflictos entre masonería y catolicismo se han apaciguado; las obediencias italianas son numerosas y están divididas. En su conjunto, han abandonado el anticlericalismo sumario mientras que el Vaticano extiende, poco a poco, su espíritu ecuménico hasta la francmasonería. En uno y otro lado, la era de los ataques virulentos parece haber terminado.
El caso francés presenta notables particularidades. Según recientes sondeos, habría en Francia unos cincuenta mil masones. Se reparten en tres obediencias principales: el Gran Oriente de Francia (16, rué Cadet, París), la Gran Logia de Francia (8, rué de Puteaux, París), la Gran Logia Nacional Francesa (65, boulevard Bineau, Neuilly-sur-Seine). Deben añadirse a ello cuatro asociaciones: la Gran Logia Nacional Francesa Ópera, la Federación Mixta del Derecho Humano, la Gran Logia Femenina de Francia y la Orden de Memphis Misraim.
Para el profano, esta simple enumeración pone de relieve una gran complejidad, intentemos verlo más claro examinando el ideal de las tres grandes obediencias.
El Gran Oriente de Francia tendría, al menos, veinte mil miembros. En el plano numérico, es la obediencia más importante. También es la más conocida e intenta seguir penetrando más aún en la actualidad gracias a sus publicaciones y a las emisiones radiofónicas o televisivas. El Gran Oriente es dirigido por un Consejo de la Orden que elige a un presidente; a su entender, la masonería no es ya una sociedad secreta sino un organismo discreto que permite a sus miembros abordar todos los temas que les preocupan. Deseando abrirse al máximo a la vida cotidiana, predica la tolerancia, la libertad de conciencia y el antidogmatismo. Por ello acoge de buena gana a profanos en los coloquios, reuniones informativas, cenas-debate y seminarios. La calidad de la vida social le parece el problema esencial que la masonería moderna debe contribuir a resolver.
Para el Gran Oriente, fiel a sus costumbres del siglo XIX, la participación en la vida política se adecua a la moral masónica. Según Fred Zeller, antiguo secretario de Trotski y ex presidente del Gran Oriente, su obediencia está a la izquierda del abanico político francés (declaraciones a France-Inter, 28 de mayo de 1973). Por otra parte, puede citarse un extracto del cartel que el Gran Oriente hizo pegar en los muros de París, en mayo de 1968: «Rechazando desde hace diez años el derecho a la contestación y el diálogo con los representantes de los estudiantes y los trabajadores, el poder, al monopolizar para su uso exclusivo la información pública, ha convertido el Estado en una colectividad cerrada y tecnocratita que se atribuye el monopolio de la decisión. El rechazo de las aspiraciones debía conducir infaliblemente a la revuelta».
Asociación filantrópica y filosófica, el Gran Oriente tiene por divisa Libertad-Igualdad-Fraternidad. Desde 1877, ha suprimido de sus rituales la frase «A la Gloria del Gran Arquitecto del Universo», así como el volumen de la Ley sagrada, simbolizado por la Biblia.
Si quisiéramos trazar del modo más objetivo posible el perfil de un masón del Gran Oriente, diríamos que se interesa ante todo por dos problemas principales de nuestro tiempo, en sus formas sociales y políticas. Estima que la vinculación de la masonería a una fe religiosa no es útil; cualquier dogmatismo le parece discutible porque debilita el pensamiento masónico y aparta la Orden de su misión esencial. Librepensador, el masón del Gran Oriente se niega a zambullirse en utopías intelectuales o en creencias limitativas; su acción y su reflexión se ven siempre confrontadas a la existencia cotidiana. Desea participar cada vez más en la vida pública y desempeñar un papel en la elaboración de una moral social donde la justicia y la igualdad entre los hombres fueran más respetadas. Para él, el destino de la humanidad es cosa de cada cual; la práctica de la tolerancia masónica permite a los miembros del Gran Oriente abrir su espíritu a la realidad de nuestra época y mejorar la condición humana. En esta perspectiva, la política vivida de un modo masónico es una transformación consciente y progresiva de las reglas sociales en los ricos.
La Gran Logia de Francia tiene unos diez mil masones. Su Gran Maestro actual, el abogado Richard Dupuy, desearía el nacimiento de una Gran Logia unificada que no fuera religiosa ni política. Para la Gran Logia de Francia, la francmasonería ofrece a sus iniciados varios grados de perfeccionamiento, que el masón asimila poco a poco, lo que le permite matizar sus opiniones y modificar su punto de vista inicial sobre el individuo y sobre la humanidad. Esta obediencia no hace política y no impone obligaciones religiosas a sus adherentes. Trabaja a la Gloria del Gran Arquitecto, al que considera como un símbolo cuyo sentido sena peligroso definir de una vez por todas. «Quien niega la existencia del espíritu y solo ve en los fenómenos naturales un encadenamiento físico-biológico», declaro el Gran Maestro en la revista Historia (1973), «no tiene beneficio alguno que obtener de nuestra institución». Desde hace vanos años, la Gran Logia de Francia expresa sus ideas por medio de una emisión en las ondas de France-Culture.
El masón de la Gran Logia encuentra en los talleres de esta obediencia un humanismo cultural de calidad; participa en profundos estudios sobre los grandes problemas del hombre, cuyas motivaciones sensibles e intelectuales intenta comprender mejor. Habla con hermanos reflexivos y atentos de los más variados casos de conciencia que cada individuo encuentra en su existencia; el conocimiento de las antiguas culturas, de las filosofías y las experiencias espirituales en su conjunto le parecen de primera importancia para aportar soluciones a la angustia contemporánea. El masón de la Gran Logia de Francia se coloca de buena gana más allá de las religiones, con el fin de estudiar el factor «hombre» en todas sus dimensiones.
La Gran Logia Nacional Francesa cuenta con unos cuatro mil miembros. Alberga logias francesas, logias inglesas y logias de militares americanos. Los temas políticos están excluidos y no se permite abordar problemas prácticos contemporáneos en los trabajos de taller. Nuestros efectivos son reducidos, declaraba el actual Gran Maestro, A. – L. Derosiére, porque pocas personas se interesan por el pensamiento iniciático de la francmasonería. La Gran Logia Nacional Francesa ha conservado en sus rituales el Volumen de la Ley sagrada y trabaja a la Gloria del Gran Arquitecto, al que se evoca así en uno de los folletos de esta obediencia, titulado La francmasonería regular (1970): «Es el Creador y todo ello sin equívoco panteísta o inmanentista. No es un símbolo. La francmasonería regular es teísta».
El masón de la Gran Logia Nacional Francesa reconoce la existencia de un principio divino y consagra todos sus esfuerzos a tomar más conciencia de ello. Está muy aferrado al valor de los símbolos y de los rituales que le parecen las fuerzas más vivas de la masonería contemporánea. Para él, la iniciación es un campo inagotable que ningún masón podrá terminar nunca de explorar. Le concede, pues, todos sus cuidados para descubrir sus mecanismos y sus finalidades. Considera la vida política y social secundaria con respecto al mundo iniciático; no porque las desprecie, sino porque estima que la evolución humana debe pasar primero por la iniciación, antes de sumirse en las dificultades cotidianas. Además, cada iniciado las resuelve a su modo en función de su comprensión de los símbolos. El Gran Arquitecto está en el meollo de su pensamiento e intenta leer el libro del mundo descifrando el mensaje del Volumen de la Ley sagrada.
Unas líneas más arriba, hemos empleado el término de «francmasonería regular». La palabra «regular» se explica de un modo muy simple. Las obediencias nacionales cuya existencia está legalmente reconocida por la Gran Logia Unida de Inglaterra son llamadas «regulares», el resto «irregulares». En Francia, sólo la Gran Logia Nacional Francesa responde a los criterios de «regularidad»; todas las demás obediencias que hemos citado no responden a ellos.
De hecho, advertimos que muchas corrientes diversas se han afirmado bajo el vocablo de «francmasonería»; cada una de ellas, naturalmente, tiene sus reglas propias que la caracterizan. En el seno de lo que define como la «regularidad», la Gran Logia Nacional Francesa sólo puede reconocer como legítimos a masones que tengan una posición teísta; el Gran Oriente, en cambio, sólo reconoce como verdaderos masones a quienes militen por el libre pensamiento y no demuestren una posición religiosa doctrinaria.
Si nos interesamos por las relaciones entre la francmasonería y la Iglesia católica, advertimos que han evolucionado mucho en estos últimos años. Uno de los representantes más autorizados de la jerarquía católica, el reverendo padre Michel Riquet, subrayó varias veces los nuevos aspectos de la doctrina adoptada por el Vaticano II. Ciertamente, el canon 2335 castiga con la excomunión a «quienes den su adhesión a una secta masónica u otra, entregándose a conspiraciones contra la Iglesia y los poderes civiles legítimos». La época de las conspiraciones en cuestión parece ya pasada. Además, desde el punto de vista de los eclesiásticos conocedores del estado presente de la masonería francesa, la condena no se aplica de un modo tan abrupto a la Gran Logia Nacional Francesa, a la masonería llamada «regular» que hace de la creencia en Dios un artículo constitucional. Para el padre Riquet, el Gran Oriente y la Gran Logia de Francia sólo representan a una mayoría desautorizada por la masonería mundial.
La Iglesia católica, sin embargo, no practica exclusivas y no ha formulado todavía una doctrina oficial por lo que se refiere a la francmasonería del siglo XX. Aunque el padre Riquet, como acabamos de ver, establece distinciones muy claras entre las obediencias, la jerarquía romana admite otras andaduras. El abate Jean-François Six representa una tendencia que consiste en colocar a todas las asociaciones masónicas en el mismo terreno; por eso se encarga de ponerse en contacto con el Gran Oriente y con la Gran Logia de Francia.
Histórica y sociológicamente, está claro que varias francmasonerías cohabitan en el interior de esa entidad abstracta a la que se denomina «Orden masónica». Cada asociación, en función de los criterios de base que considera fundamentales, orienta su acción hacia ese o aquel dominio y exige al candidato que desee unirse a ella cualificaciones personales que respondan al estado de ánimo de la obediencia. Puesto que el árbol no debe ocultar el bosque, también podemos suponer que algunos masones tienen opiniones que no corresponden exactamente a las doctrinas oficiales de las obediencias; sin embargo, éstas están obligadas a expresar una línea de conducta global para informar al público.
La obediencia es sinónimo de orientación predominante que surge de una asociación de logias; éstas son otros tantos cuerpos específicos dotados de un espíritu original que se aproxima, más o menos, a los textos legislativos de la obediencia. Las grandes asociaciones masónicas, por consiguiente, desvían el ideal masónico en la dirección que les parece más auténtica, pero las logias no pierden por ello su personalidad. ¿Es realmente una «feria», como decía Lepage, o sencillamente una yuxtaposición de tendencias? El historiador no debe juzgar. Como máximo puede observar que la masonería contemporánea ofrece al público un muy vasto abanico de posibilidades. Las opciones intelectuales son numerosas, las corrientes de pensamiento masónico son múltiples.
Hay una masonería fraternal en la que se hace hincapié en la calidad de las relaciones humanas; en principio, la notoriedad, el oficio y la fortuna de los masones deben desvanecerse ante el sentimiento de fraternidad que les une. Les permite desarrollar una amistad profunda gracias a una global ayuda mutua.
Hay una masonería de beneficencia que utiliza el dinero de la asociación para ayudar, en la medida de sus medios, a los masones en dificultades y a los grupos sociales desfavorecidos. Esta preocupación se traduce en fundaciones caritativas y manifestaciones públicas donde los masones expresan su deseo de justicia social.
Hay una masonería humanista que se vincula a la definición de los valores humanos, a la comprensión del progreso económico y de las leyes de una sociedad armoniosa. Desarrolla una cultura donde los sentimientos y el pensamiento del hombre son estudiados sin pasión, para engendrar una mejor fraternidad entre todos los humanos.
Hay una masonería política o comprometida que intenta participar en la buena marcha de la nación. Algunas obediencias se sitúan más bien a la izquierda, más bien en el centro. La tendencia anglosajona es bastante conservadora mientras que el Gran Oriente de Francia, para citar sólo un ejemplo entre otros, desearía profundos cambios.
Hay una masonería teísta que desea aproximarse a la Iglesia y mostrar la importancia de la creencia en Dios. Sin ser una iglesia en sentido estricto, rechaza el ateísmo y el anticlericalismo en todas sus formas.
Hay, por fin, una masonería iniciática y esotérica cuya principal preocupación es el estudio del simbolismo y de su transmisión a través de las edades y entre los iniciados. Estima que la iniciación sólo puede realizarse realmente en un marco comunitario, donde la conciencia del hombre florece poco a poco.
En todas las obediencias, por lo demás, estas diversas tendencias están representadas según variadas proporciones. En función de estas circunstancias, el historiador no puede declarar de un modo perentorio «ese tipo de masonería es auténtico», «ese tipo de masonería es falso». Pronunciar una sentencia de ese estilo no suprimiría, por ello, las asociaciones masónicas que se excomulgaran intelectualmente. Algunos masones lamentan esa diversidad que, a su entender, debilita el poder de la Orden y desnaturaliza su «imagen de marca». Otros la consideran favorable y piensan que así se respeta la tolerancia.
Es imposible definir con certidumbre el porvenir de la masonería. Ciertamente, la francmasonería humanista y fraternal es hoy predominante, mientras que las tendencias iniciáticas reúnen una minoría de adeptos. Pero, varias veces en la corriente de la historia masónica, hemos advertido que algunas minorías ponían en cuestión el destino de la Orden y eran origen de considerables trastornos; basta con recordar, por ejemplo, los acontecimientos de 1717.
Hasta ahora, hemos consagrado nuestro relato a las mutaciones históricas de la masonería. Es del todo interesante, también, sacar parcialmente a la luz la sustancia misma de la Orden, a saber, los ritos iniciáticos y los símbolos que han superado la prueba del tiempo y caracterizan a la masonería para el mayor numero de personas.
Nos veremos entonces confrontados a otro mundo de «regularidad: ¿de donde proceden los rituales y las formas simbólicas de la masonería? ¿En que medida fueron modificados? Sin aspirar a un estudio exhaustivo, nos proponemos ver si la masonería moderna ha permanecido fiel, en este campo, a sus modelos de origen. Por ello, nos parecen, ahora, necesarias algunas rápidas incursiones en el universo iniciático de la masonería.