60. LA DINASTÍA DE LAS ADORATRICES DIVINAS MAAT-KA-RA

La hija del faraón Psusenas I (1040-993 a. J. C.), Maat-ka-Ra, «la potencia creadora de la luz divina es la regla», fue la primera adoratriz divina. Ella inauguró una especie de dinastía de la que formaron parte doce mujeres.[173]

Al acceder a su cargo se produjo un cambio evidente en relación a las «esposas del dios» que la precedieron, pues el nombre de Maat-ka-Ra aparece grabado en un cartucho. Su sarcófago de madera[174] fue descubierto en 1875 en el famoso escondrijo de Dayr al-Bahari. El rostro de la primera adoratriz divina, grabado en pan de oro, posee una belleza soberana. La vemos tocada con una peluca de largas mechas que ciñe una diadema con el uraeus, el cuerpo cubierto de símbolos y divinidades protectoras; su mirada es al mismo tiempo viva y profunda. El egiptólogo francés Daressy acertó al afirmar que esta hija del rey y de la gran esposa real había observado un celibato sagrado, casándose sólo con el dios Amón. Esta afirmación fue puesta en duda por su colega Maspero, quien había constatado en el ataúd de Maat-ka-Ra la presencia de la momia de un bebé, lo que parecía probar que esta gran dama había muerto durante el parto. Sin embargo existía bastante información que certificaba la existencia de un gran intendente de esta adoratriz divina, de una administración y de una institución que exigía que la gran sacerdotisa no se desposara con ningún mortal ni tuviera hijos. El bebé de Maat-ka-Ra introducía dudas sobre lo que se tenía por seguro acerca de su función.

La radiografía acudió en ayuda de la egiptología y restableció la verdad. Unos universitarios americanos demostraron que la molesta momia correspondía a… un mono. La adoratriz divina no había querido separarse de su animal preferido para realizar el que sería su último viaje.

KAROMAMA

Sabemos muy poco acerca de la segunda adoratriz divina, Henut-Tauy, «la soberana de las Dos Tierras», que desempeñó el cargo durante la primera mitad del siglo X a. J. C.; sobre la tercera, Mehyt-usejet, «la poderosa diosa Mehyt», amada de Mut, que ofició durante la segunda mitad del mismo siglo, apenas sabemos nada.

Por el contrario, Karomama,[175] «amada de Mut, Mut es la primordial», adoratriz divina durante la primera mitad del siglo IX, ha adquirido cierta celebridad gracias a una estatuilla de bronce que la inmortaliza. En una carta escrita el 27 de diciembre de 1829, Jean-François Champollion la describe en estos términos: «Traigo al Louvre el bronce más bello descubierto en Egipto. Es una estatuilla… totalmente incrustada de oro, de la cabeza a los pies. Es una pequeña obra maestra desde el punto de vista artístico y una maravilla en cuanto a su ejecución. Estoy seguro de que besaréis las mejillas de la princesa, a pesar del óxido que la oculta un poco y que se manifiesta en forma de protuberancia entre sus hombros. Se trata de una pieza capital».

Karomama, vestida con una túnica plisada, luce un gran collar y delicadas joyas; las grandes alas que envuelven la parte inferior de su cuerpo la convierten en una mujer-pájaro. La estatuilla tiene incrustaciones de oro, cobre y plata. Tanto los brazos como las manos, los pies y los pliegues del vestido están cubiertos de pan de oro, pues ésta era la materia de la que estaba hecha la carne de los dioses; «la esposa del dios de las manos puras, la soberana de las Dos Tierras, la adoratriz divina de Amón, la dama de las dos coronas, Karomama, amada de Mut, la amada de Amón-Ra» quedaba inmortalizada de este modo en su aspecto divino.

Una inscripción nos informa que fue el director del Tesoro y unos chambelanes quienes erigieron la estatua de su soberana, Karomama, en el interior del templo de Karnak para que fuese objeto de piadosos homenajes. La joven extiende sus brazos hacia adelante y ejecuta el rito consistente en hacer zumbar dos sistros de oro, que han desaparecido. Este tipo de estatuilla, que nos muestra a la adoratriz divina atrayendo hacia la tierra la influencia benéfica de las divinidades, era sacada en procesión.

La reputación de Karomama, «la de hermosa actuación en la casa de Amón», era tal que se construyó para ella una capilla fúnebre en el recinto del Ramesseum, el templo de los millones de años de Ramsés II.[176]

SAPENUPET I

A la quinta adoratriz divina, Kedemerut, de la que apenas tenemos referencias históricas, le sucedió Sapenupet I, «el don de Upet»; la diosa Upet era, probablemente, la encarnación de la fecundidad espiritual.

Sapenupet, hija del faraón libio Osorkon III, todavía vivía en el año 700 a. J. C.; su figura fue representada en la capilla de Osiris, regente de la eternidad, en Karnak. La capilla que le fue dedicada en Madinat Habu resultó, desdichadamente, destruida.

Durante su reinado, Pianjy llegó desde el lejano Sudán para restablecer el orden en Egipto y terminar con la división entre el norte y el sur. Pianjy, muy apegado a las antiguas tradiciones, veló por el restablecimiento de los cultos, el mantenimiento de su rigor y magnificencia característicos, y conservó la institución sagrada de las adoratrices divinas.

Con la conformidad del nuevo faraón, Sapenupet adoptó como hija espiritual a Amenardis, «Amón la ha concedido».

AMENARDIS LA ANCIANA

El reinado de la hija del rey etíope Kasta, Amenardis, cuyo nombre iba seguido del epíteto «la perfección de Mut resplandece», fue muy largo. En 1858, Mariette descubrió en Karnak una estatuilla en la que aparecía representada sobre las rodillas de Amón, en un estado de abandono amoroso que ilustraba la unión metafísica con el principio creador.

Esta adoratriz divina dejó huellas de su actividad arquitectónica en el área de Karnak y Madinat Habu, donde se encuentra su hermosa capilla, que cuenta con una interesante bóveda de piedra. Las paredes están adornadas con numerosas escenas rituales. La capilla recibió en su tiempo abundante material fúnebre, entre el que destaca una mesa de ofrendas y estatuas de Osiris con el nombre de Amenardis.

Ésta participó en ritos de fundación y dirigió una corte que se hallaba bajo la responsabilidad del gran intendente Harwa, quien, en su condición de sacerdote de Anubis, organizó los funerales de Amenardis la anciana y su culto fúnebre.

Gracias a Mariette, libretista de ópera ocasional, la memoria de esta adoratriz divina ha sobrevivido, aunque algo distorsionada, en Aída, la ópera de Verdi.

SAPENUPET II

A partir del año 700 a. J. C., y durante unos cincuenta años, la hija del conquistador Pianjy, Sapenupet II, fue la octava adoratriz divina, que conoció el reinado de tres faraones.

Algunos retratos la pintan como una africana de pómulos prominentes y caderas y piernas marcadas. Su reinado ejerció una poderosa influencia en la región tebana; fue jefa de obras de varias capillas fúnebres, en Karnak y en Medamud. Se la suele representar en solitario, lejos de la presencia del faraón, quien le había otorgado plena confianza en la administración de la región.

Sapenupet II dirigió el culto y celebró una fiesta de regeneración, en el transcurso de la cual fue calificada de «soberana del Doble País». En Madinat Habu hizo construir y decorar la capilla fúnebre de su «madre» Amenardis. Llegado el momento de elegir a su sucesora, adoptó a su sobrina Amenardis II, llamada «la joven», hija del faraón etíope Taharka.

Sapenupet II ejercía su función cuando los etíopes abandonaron Egipto y vivió el inicio de la XXVI dinastía, que tuvo a Psamético I como primer faraón.

Amenardis la joven, «amada de Tefnut», vivió a la sombra de su poderosa «madre». La sucedió la hija del rey Psamético I (664-610), Nitokris I, llamada «la mayor».

NITOKRIS LA MAYOR

La décima adoratriz divina inaugura el período llamado «saíta», durante el cual los faraones originarios de la ciudad de Sais, situada en el Delta, adoptaron como modelo el Imperio antiguo y rescataron los valores de la edad de oro, inspirándose sobre todo en los Textos de las pirámides.

¿Fue éste el motivo por el cual esta mujer de fuerte personalidad adoptó el nombre de Nitokris, una reina-faraón de las lejanas épocas?

La «estela de adopción» de Nitokris, erigida en Karnak, nos permite conocer las circunstancias del acontecimiento. En el año 9 del reinado de Psamético I, en el 655 a. J. C., Nitokris abandonó la residencia real de Sais, la ciudad de la diosa Neith. A bordo de un barco oficial, y acompañada de una numerosa flotilla, tomó la dirección de Tebas, adonde llegó al cabo de dieciséis días.

Nitokris viajó desde el desembarcadero hasta el templo en una silla de manos nueva, chapada de oro y de plata. Sapenupet II recibió a la que iba a sucederle acompañada por numerosos dignatarios y ritualistas. Previamente hubo que convencer a Montuemhat, el rico e influyente gobernador de Tebas, que se plegó a las exigencias del faraón y participó en las ceremonias de investidura.

Cuando Sapenupet hizo la donación ritual de todas sus posesiones a Nitokris, Tebas reconoció la autoridad del rey saíta. Al hacerse cargo de su función, la nueva adoratriz divina encarnaba la unión del norte y el sur, del Bajo y Alto Egipto. Su entronización era, en consecuencia, un acto político de primer orden destinado a recrear un reinado coherente y fuerte después de un período de sobresaltos.

Nitokris restauró el palacio de las adoratrices divinas; se reconstruyeron los altares, el suelo de piedra y la cocina. Novecientas hectáreas, pertenecientes a siete provincias del Alto y cuatro del Bajo Egipto, conformaron su dominio. Cada día, el clero de Amón ofrecía al personal de la adoratriz divina 190 kilos de pan, seis litros de vino, leche, verduras, pasteles, grano y hierbas. Cada mes, tres bueyes, cinco ocas, veinte jarras de cerveza y otros alimentos. En cuanto al gran intendente, se le comparaba al ka del rey; dicho de otro modo, debía aportar a la adoratriz divina la energía indispensable para que cumpliera con su tarea.

Una admirable estatua de pizarra verde, de una altura de 96 cm, representa a la diosa Thueris, el hipopótamo hembra, de pie, provista de brazos y apoyada en el signo jeroglífico de la protección mágica;[177] la obra se encontraba en el interior de un naos en piedra caliza, en el que había perforada una abertura a través de la cual la diosa miraba hacia el exterior. En ese naos figura Nitokris, que realiza la ofrenda del sistro a la diosa acompañada por la cofradía de las siete Hator, a las que vemos tocando la pandereta. De este modo, Thueris, «la gran madre», y la adoratriz divina se hacían indisociables. En el año 594 a. J. C., después de un largo reinado, la «madre» Nitokris la grande adoptó como «hija» a Anjnes-neferibre. Le reveló los secretos de su función, le enseñó a gobernar y murió en el cuarto año del faraón Apries, en el 585, al cabo de nueve años de reinado conjunto con la undécima adoratriz divina.

ANJNES-NEFERIBRE

Anjnes-neferibre, hija del rey Psamético II, fue acogida en Tebas por Nitokris. Ésta le abrió las puertas de la morada de Amón y la condujo a presencia del dios oculto. Como faraón, Anjnes-neferibre cumplió con el rito de la «ascensión al templo».

Fue coronada en el secreto del santuario, ataviada con las ropas y adornos rituales. Su titularidad la convertía en «gran cantora, la que lleva flores, la que está al frente del linaje de Amón», y también en «el primer profeta de Amón».

Dicho de otro modo, Anjnes-neferibre se hallaba a la cabeza de la jerarquía tebana y se convertía en la superiora de todos los sacerdotes de Karnak. El escriba del libro divino registró los detalles de la ceremonia, haciendo constar que la adoratriz divina, digna de todas las alabanzas, de amor dulce, reinaba sobre el circuito del disco solar. Para hacer manifiesta su alegría tocó los sistros y salmodió con su hermosa voz un canto sagrado.

El nombre de la undécima adoratriz divina significa «que el faraón viva por ella, perfecto es el corazón de la luz divina». Amada de Mut, regente de la perfección, Anjnes-neferibre asumió plenamente su función doce días después de la muerte de Nitokris la grande.

Hizo construir una puerta de jubileo en Karnak-norte, dos pequeñas capillas en la avenida que llevaba al templo de Ptah y una capilla de Osiris; fue el suyo un largo reinado que duró cerca de setenta años. Cuando sintió que sus fuerzas declinaban escogió como «hija» a Nitokris II, hija del faraón Amasis, a la que transmitió su cargo de primer profeta de Amón.

NITOKRIS II

La duodécima adoratriz divina fue la última representante de este extraordinario linaje de grandes sacerdotisas.

En efecto, en el año 525, los persas invadieron Egipto y devastaron Tebas. De su jefe, Cambises, se dice incluso que violó la tumba de Anjnes-neferibre, en Dayr al-Madina, y quemó su momia. El sarcófago de esta gran dama, por suerte, se salvó de la destrucción; la expedición francesa de 1832 lo encontró, pero los poderes públicos no lo juzgaron suficientemente interesante para comprarlo. Más perspicaces, los ingleses se apoderaron de esta obra maestra, que actualmente se halla expuesta en el British Museum. Está cubierto de textos de capital importancia que describen el destino espiritual de la adoratriz divina.

¿Cuál fue la suerte que los bárbaros persas reservaron a la última adoratriz divina? Lo ignoramos.

LA LLAMADA DE LAS ADORATRICES DIVINAS

Entre las riquezas arquitectónicas del gran templo de Madinat Habu, en la orilla oeste de Tebas, se cuentan las capillas de las adoratrices divinas. En uno de los dinteles puede leerse este «llamamiento a los vivos»:

«Seres vivos que estáis en la tierra y que pasáis por esta morada de la energía creadora (ka) que Sapenupet II construyó para su padre, el dios Anubis, que preside el pabellón divino, y que construyó asimismo para la adoratriz divina Amenardis, de la voz entonada; igual que amáis a vuestros hijos y quisierais que os sucediesen en vuestras funciones y conservasen vuestros hogares, estanques y canales, conforme a lo que se os deseó cuando los construisteis y vosotros mismos los cavasteis, igual que respiráis el dulce aire perfumado de la gran avenida y acompañáis al dios venerable, de gran poder, en cada una de sus magníficas procesiones; igual que celebráis las fiestas del gran dios que está en Madinat Habu y que vuestras esposas cumplen con los ritos de Hator, soberana de Occidente, la que les permite traer varones y hembras sin enfermedades ni dolor, yo os ruego que pronunciéis la fórmula “Ofrenda que da el faraón”.