58. CANTORAS, INSTRUMENTISTAS Y BAILARINAS

LA REINA MÚSICO

La reina, al frente de las comunidades femeninas, era la primera instrumentista del reino. En su condición de cantora, sabía salmodiar los textos sagrados; en el palacio o en el harén aprendió a tocar varios instrumentos musicales. En algunas grandes fiestas del Estado, ella daba la pauta de los pasos de danza que imponía el ritual.

Es cierto que el canto y la danza no eran exclusivos de las mujeres; sin embargo, todas las sacerdotisas se iniciaban en estas disciplinas, etapas obligadas en su camino hacia el conocimiento. La música se consideraba como un despertar del espíritu y una aproximación a las fuerzas ocultas de la naturaleza; gracias a ella, como lo afirmaría Mozart en La flauta mágica, era posible sortear el obstáculo de la muerte.

Bach practicó durante mucho tiempo el rito de la ofrenda musical, pues la sutileza de los sonidos formaba parte de los «alimentos» gratos a las divinidades; a través de la música era posible unirse a lo divino y favorecer un nuevo nacimiento en espíritu.

CANTORAS SAGRADAS

Con motivo de la fiesta que celebraba en Edfú la victoria de Horus sobre las tinieblas intervenía una iniciada que recibía el título de shemayt, «la cantora». Desempeñaba el papel principal en el ritual y frecuentemente era la propia reina la que ejercía esta función, asistida por otras cantoras, «las mujeres de Busiris y de Buto», ciudades santas del Delta. Esta shemayt era una maga poderosa que encantaba la barca de Horus para hacerla invulnerable. Llamaba a los arponeros para que asistieran a Horus en su combate contra el hipopótamo rojo, encarnación de las fuerzas destructoras, y ofrecía al joven dios la energía del verbo. Al final del ritual, se sacrificaba al hipopótamo representado bajo la forma de un pastel, que se repartía y comía durante un banquete.

Muchas mujeres, algunas de ellas grandes personalidades, fueron cantoras de una u otra divinidad. Meryt, «la amada», esposa de Sennefer, alcalde de Tebas, cuya célebre «tumba de las viñas» está adornada con magníficas pinturas, es un buen ejemplo. Meryt era cantora de Amón, alabada por la diosa Mut, además de ama de casa. Tuvo un papel esencial en el proceso de resurrección de su marido; Meryt le ofreció un collar en el que se incluía el escarabajo, símbolo de las perpetuas metamorfosis en el más allá, ungüentos perfumados y un loto. También tocaba música para su alma, y no olvidaba magnetizarlo con ternura.

Según un papiro fechado en la XXI dinastía, la cantora de Amón, Heruben, disfrutó de un extraordinario rito: fue purificada por Horus y Thot, mientras ella permanecía arrodillada ante ellos sobre un pedestal. De los vasos que sostienen los dioses salen los signos jeroglíficos que simbolizan la vida y la plenitud. Sin embargo, éste era un rito reservado al faraón, lo que significa que una simple cantora tuvo acceso a unas liturgias propias de los grandes misterios.

La dama Irti-Eru, cantora de Anubis, el guía de las almas en el otro mundo, recomendaba venerar a Hator, señora del sicómoro del sur, soberana de hombres y mujeres, la diosa que escuchaba las plegarias. ¿Y es que no tenía ella que agradecer a Hator haberle dado a conocer a un sabio de perfecto carácter?

Uno de los cantos más antiguos, y que gozaba de un fervor particular, era el de los cuatro vientos, conocido tanto por el capítulo 162 de los Textos de los sarcófagos como por las representaciones de las tumbas de Bani Hasan. Dicho canto era interpretado por cinco mujeres, una jefa de coro y cuatro ejecutantes, cubiertas con una mínima pieza de ropa alrededor de la cintura. Llevaban el pelo recogido hacia atrás, de manera que imitaba una mata vegetal. Estas cantoras intervenían en el ritual durante el cual las puertas del cielo se abrían permitiendo el paso del resucitado. Las cuatro bailarinas encarnaban los vientos del cielo. El viento del norte traía la vida y la templanza, después de haber alcanzado los confines del mundo; el viento del este abría los tragaluces del cielo, ofrecía el aliento del Oriente, creaba una buena senda para Ra, que tomaba de la mano a la iniciada y la conducía hasta el paraíso; el viento del oeste tenía su origen en el vientre del dios y existía antes de que Egipto quedase separado en dos tierras; el viento del sur proporcionaba el agua que hacía germinar la vida. El conjunto de los vientos permitía a las que conocían el secreto del canto navegar en barco hacia una escalera de fuego donde se efectuaban la purificación y la resurrección.

Resulta difícil no experimentar una intensa emoción al leer el texto grabado en la peana de la estatua de una «gran cantora» procedente de la ciudad de Mendes: «Vosotros, los que me veis, de pie, engalanada con mi collar y sosteniendo mi espejo, rogad por mí y ofrecedme flores; acordaos de mi hermoso nombre».[166]

INSTRUMENTISTAS DE LO DIVINO

Con el nombre de las «dos mujeres amadas», dos instrumentistas, con un largo y ceñido vestido con tirantes y tocadas de manera muy especial —esto es, con el largo cabello trenzado de forma que sugiriera la espesura y las plantas del Alto y Bajo Egipto—, celebraban el poder del amor que retiene sobre la tierra a las fuerzas divinas. Dirigiéndose a los cuatro puntos cardinales, dialogaban mágicamente con la totalidad del cosmos. Estas dos Meret,[167] cantoras e instrumentistas, salmodiaban los textos rituales, marcaban el compás y tocaban el arpa. Estaban vinculadas a Hator, la soberana del amor, razón por la cual era relevante su intervención en la fiesta-sed, en el transcurso de la cual tenía lugar la regeneración del faraón. Participaban también en la transformación del ser justo en Osiris y colaboraban en el renacimiento del sol. En pie, instaladas en la proa de las barcas del día y de la noche, se identificaban con Maat, la armonía celeste que respiraban las divinidades.

Estas mujeres músico repelían todas las influencias nocivas para que nada impidiera que la estatua ejerciera su influjo; además eran las guardianas del santuario e impedían la entrada de los profanos. Cuando el faraón se acercaba al templo lo recibían con cantos de bienvenida y tocaban música en favor de su ka.

Dos instrumentos eran los más utilizados en los misterios de Hator: el sistro y el menat. El sistro, aún presente en las cofradías isíacas en los primeros siglos de nuestra era, podía tener varias formas; dos eran las más habituales: un mango prolongado por un marco oval, atravesado por agujeros por los cuales pasaban unas varillas móviles que al sacudirlas producían un ruido metálico; un mango cilíndrico que terminaba en una cabeza de Hator o un naos, o bien en una puerta monumental. Los materiales empleados eran el oro, la plata, el bronce, el esmalte y la madera. Desde el más sencillo hasta el más complicado, las instrumentistas de Hator tocaban los sistros para ahuyentar con su sonido las tinieblas y el mal.

La mañana de la festividad de Año Nuevo, en el templo de Dandara, el rey y la reina conducían la procesión que, después de subir las escalinatas, llegaba hasta la terraza del templo. La reina agitaba dos sistros: el primero era el llamado «el que susurra» (seshesh), el segundo «el que ejerce la potencia» (sejem). La soberana declaraba que su sonido alejaría cualquier elemento hostil a la señora de los cielos. Hator imprimía su ritmo divino en el sistro que las instrumentistas hacían vibrar cadenciosamente.

El collar llamado menat, compuesto por un gran número de perlas pequeñas, llevaba un contrapeso generalmente adornado con una representación de la diosa Hator. La instrumentista podía llevar este collar de manera que el contrapeso colgara de su cuello o bien lo sostenía en la mano para ofrecérselo a la persona a la que deseara transmitirle buenas vibraciones. La instrumentista hacía entrechocar las perlas y marcaba el ritmo de las danzas. El sonido del collar transmitía vida y fuerza a las mujeres jóvenes, atraía hacia ellas el amor y las hacía fecundas; pero era también un símbolo del renacimiento del ser en el más allá. En Karnak, por ejemplo, vemos a la propia Hator dando el pecho al faraón para alimentarlo con la leche celeste y, presentándole el collar menat, haciendo gestos con los que el faraón quedaba regenerado. Y es que este collar favorecía el renacimiento en espíritu, confirmaba la coronación real y prolongaba el poder del faraón durante miles de años.[168]

Las sacerdotisas tocaban varios instrumentos: el arpa, la flauta, el oboe, el laúd, la lira, la cítara, la pandereta, percusiones, castañuelas y matracas. Las grandes arpas, cuya caja de resonancia tenía forma cónica, eran magníficas; las instrumentistas sostenían en su hombro las elegantes arpas portátiles de cuatro cuerdas. El laúd, formado por una caja de resonancia oblonga y un mango alargado, se tocaba de pie; «la diosa del bello rostro ha llegado —cantaban, tocando el laúd, durante el banquete— para traernos manjares y preparar una bebida en una copa de oro». La música de laúd era alegre; las instrumentistas esbozaban pasos de baile, volviéndose unas hacia otras o echando la cabeza hacia atrás con expresión de éxtasis. Las matracas y castañuelas, decoradas con una cabeza de Hator, ayudaban a marcar el ritmo de los rituales de nacimiento o de renacimiento, durante los cuales la diosa tenía un papel preponderante. Las panderetas, de forma redonda o rectangular, consistían en un bastidor de madera en el que se habían clavado dos pieles. La pandereta rectangular se usaba sobre todo en los banquetes, mientras la redonda parecía reservada a las ceremonias fúnebres o a los ritos de regeneración. Entre éstos, mencionaremos el momento capital de la erección del pilar djed (palabra que significa «estabilidad»), que corresponde a la resurrección del dios asesinado; las escenas de la tumba de Jeruef, fechadas en la XVIII dinastía, nos muestran a elegantes princesas tocando unas panderetas redondas durante una procesión bailada.

En el Imperio antiguo, las orquestas casi siempre estaban integradas por hombres. El Imperio nuevo, en cambio, nos ofrece el espectáculo de orquestas femeninas; las instrumentistas llevaban el compás batiendo palmas o tocando, de pie o sentadas, los distintos instrumentos que hemos mencionado.

En ninguna festividad faltaba la presencia de las instrumentistas sagradas, empezando por la fiesta de Hator, celebrada el primer día del cuarto mes de invierno. Esta fiesta aparece descrita en la tumba de Amenenihat, fechada en la XII dinastía, y en la que las mujeres tenían un papel de primer orden: se desplazaban en procesión por las calles de ciudades y pueblos, e iban de casa en casa repartiendo bendiciones entre sus habitantes. Algunas cantaban y bailaban, otras tocaban a la gente con los objetos sagrados de la diosa, el sistro y el collar.

EL RITO DE «AGITAR EL PAPIRO»

En las inmensas extensiones de matas de papiros existentes en el Delta, así como en la región tebana, se celebraba un rito musical consistente en sacudir y recoger tallos de papiro en honor de Hator. El verbo empleado para designar este rito, seshesh, corresponde a uno de los nombres del sistro. Esta similitud significa que existía una identidad de naturaleza entre «tocar el sistro» y «recoger el papiro». En ambos casos se producen vibraciones y un zumbido que encantaba el oído de la divinidad que, en contrapartida, llevaba la alegría a la tierra. Este culto ofrecido a Hator, oculta entre la vegetación, hacía que despuntara una vivificante juventud y favorecía la llegada de una nueva vida, concedida por la diosa a las almas acordadas.[169]

Sin duda debemos relacionar con la perfecta ejecución del rito la admirable figura de Ahmés Merit-Amón, la esposa de faraón Amenhotep I. Su sarcófago de cedro, descubierto en la tumba de Dayr al-Bahari, es una obra maestra de un tamaño impresionante, decorado con plumas pintadas y recubierto de pan de oro. El rostro de esta mujer-pájaro posee una belleza y una juventud pasmosas; es la reina a la que vemos sosteniendo dos cetros en forma de papiro, símbolos de la eterna juventud del alma.

DANZAS SAGRADAS

Seductoras mujeres de cuerpo perfecto, senos firmes, cabello perfumado, a veces desnudas y luciendo pulseras y collares… no debemos olvidar que las bailarinas egipcias, cuya función ritual hay que tener presente, solían ser muy bellas y tenían la posibilidad de expresar sus talentos en numerosas ocasiones, ya fuese en los momentos fundamentales de la vida agrícola, como la recolección o la vendimia, las fiestas en honor de las divinidades o los funerales.[170]

La danza se consideraba una actividad sagrada creada por Hator. En la tumba del visir Kagemni, en Saqqara, fechada en la VI dinastía, vemos cinco jóvenes que componen un ballet cuyas audaces figuras desafían las leyes del equilibrio; de este modo, siguiendo un ritmo alegre que traduce una alegría intensa, celebran la aparición de Hator en Oriente, saludada por los dioses y especialmente por Ra y Horus. En la tumba del escriba Idu, de la misma época, cuatro mujeres jóvenes bailan el himno que declaman tres cantoras, las cuales dirigen un saludo a Hator, la que ama la belleza y permite al ka, la potencia vital, alcanzar la plenitud.

«Ven, diosa de oro —le piden a Hator—, tú que te alimentas de cantos; tú, cuyo corazón se sacia de danzas, tú, a quien las fiestas hacen resplandecer en la hora del reposo y a quien alegran las danzas durante la noche». El secreto de las mujeres del harén, como ya hemos mencionado, no era otro que una danza que abría las puertas del cielo. Durante la «danza de los espejos», representada de manera sobresaliente en la mastaba de Mereruka, las iniciadas ahuyentaban los malos espíritus, comulgaban con el sol y la luna, alcanzando un estado de arrebato divino.

En la fiesta del sol femenino, en Medamud, en la región tebana, la diosa del oro colmaba de bailes el corazón de sus fieles servidoras. Durante la noche comulgaban con el espíritu de Hator en el lugar de la ebriedad.

Según las figuras representadas en la tumba de Antefoker, visir y alcalde de Tebas de la XII dinastía, las bailarinas celebraban la unión de Hator con la luz divina. Su resplandor derramaba la felicidad y la fertilidad sobre toda la tierra.

El momento en que Hator abandonaba Egipto para dirigirse al gran sur y adquiría la forma de una leona decidida a exterminar a la humanidad significaba para los egipcios un drama temible. Gracias a la intervención del sabio Thot y de Shu, que era a la vez verbo y aire luminoso, la diosa lejana aceptaba volver a la tierra de los faraones. En File se organizaban grandes festividades para apaciguar la cólera de la diosa e inspirar su deseo de alegrar los corazones. Las iniciadas en los misterios de Hator, cantoras, instrumentistas y bailarinas, ejercían entonces su misión principal: transformar una fuerza peligrosa en energía creadora.