Muchas mujeres egipcias tenían una profesión muy absorbente a la que ya nos hemos referido: ama de casa. Pero muchas de ellas tenían un oficio fuera de la vida familiar y ocuparon importantes cargos, empezando por las esposas reales que se hallaban al frente del Estado, junto al faraón.
El brazo derecho de la pareja real era el visir, una especie de primer ministro que desempeñaba múltiples tareas. El término «visir», tomado de las instituciones del Imperio otomano, no es el más correcto. El título verdadero es tchaty, «el de la cortina» o, dicho de otro modo, el que conoce los secretos del faraón porque ha sido admitido al otro lado de la cortina y sabe guardar el secreto «corriendo la cortina» o «echando un velo». El visir, encargado de poner en práctica la voluntad del soberano, como Thot-luna, secretario de Ra-sol, prestaba el juramento de cumplir sin fallos con todas sus abrumadoras obligaciones y debía observar una absoluta integridad, so pena de verse forzado a dimitir de sus funciones, las cuales, según precisaba la investidura, podían ser «amargas como la hiel».
Una inscripción del Imperio antiguo[126] nos reserva una bonita sorpresa. El documento conserva la memoria de los títulos de una dama llamada Nebet, «la soberana, la señora», que fue princesa heredera (repaf), directora jefe (haty-hatet), hija de Geb, hija de Thot, compañera femenina del rey del Alto y Bajo Egipto, hija de Horus, y… juez y visir. Se trata de un caso raro, pues no se conoce más que una mujer visir en la XXVI dinastía, un período que se inspiró deliberadamente en la edad de oro del Imperio antiguo. Sin embargo, el texto no considera excepcional el cargo de Nebet y la inscripción no parece concederle especial énfasis.
¿Quién era la dama Nebet? La esposa de Jui no pertenecía a la familia real, pero tal vez fuera la suegra del faraón Pepi I (VI dinastía) quien le otorgó su confianza; la familia de la dama Nebet, originaria de Abydos, era allegada al soberano. En su condición de hija de Horus, su mirada era clarividente; como hija de Thot, conocía la lengua sagrada; por su condición de hija de Geb, la fuerza: cualidades indispensables para ser visir.
Al azar de la documentación salvada de los estragos del tiempo y la destrucción, descubrimos que una mujer podía dirigir una provincia, una ciudad, un sector administrativo,[127] lo que implicaba un trabajo considerable al frente de numeroso personal. Una mujer podía también ocupar los puestos de inspectora del Tesoro, superiora de tejidos y de la casa de confección de tejidos, de cantores y bailarines, de la cámara de las pelucas, etc. En resumen, excepto del ejército, la mujer tenía abiertas la casi totalidad de las puertas de los sectores característicos de la civilización egipcia.
Ningún escriba ha considerado justificado subrayar una realidad que resultaba natural desde el punto de vista egipcio. ¿Cuántas grandes damas, inmortalizadas por la escultura y la pintura, ejercieron una influencia social determinante sin que fuese necesario proclamarla?
Recordemos a Meryt-Teti, «la amada del faraón Teti», representada en silla de manos en la amplia tumba de Mereruka, fechada en el Imperio antiguo; un buen número de sirvientas la acompañan, cargadas con abanicos, cofres y jarras, algunas de las riquezas que la responsable de un sector económico tenía que administrar. Recordemos también a la dama Sennuy, a la que conocemos por una de las escasas estatuas individuales de mujer que se han conservado; está tallada en granito negro, fue descubierta en su tumba de Kerma, en Sudán, y actualmente se halla expuesta en el Museum of Fine Arts de Boston. Aparece sentada con las manos apoyadas sobre las rodillas: es la viva imagen de la serenidad y de la dignidad. Nos preguntamos qué alta función desempeñó, por la que mereció ser inmortalizada de tal manera, sin la compañía de un marido o unos hijos.