41. NEFERU, AMA DE CASA

UNA TAREA ESENCIAL

Fue en el Imperio medio cuando se designó a la mujer con el título de «ama de casa» (nebet per), refiriéndose con ello al conjunto de funciones que realizaba desde el origen de la civilización egipcia.

La dama Neferu confirió al título sus cartas de nobleza, pues ella no era otra que una reina, esposa de un Montuhotep. «El ama de casa —afirma un texto— posee un carácter encantador; a ella, el universo entero le dice: Sé bien venida, la bienvenida».[117]

Al casarse, la mujer no perdía ninguna parcela de su autonomía legal o jurídica, pero adquiría una pesada responsabilidad, la de dirigir una casa más o menos grande. El sabio Any recomendaba a los hombres no importunar a la esposa preguntándole dónde se encuentra tal o cual objeto cuando está colocado en el lugar que le corresponde. «Admira su labor —exigía el sabio— y cállate». En lugar de rezongar y de criticar, más valía ayudarla según sus deseos; la mujer se siente feliz cuando la mano del marido estrecha la suya. Y concluye: «Hay mujeres cuya naturaleza consiste en hacer todo lo posible por honrar al gran dios… Una mujer que gobierna bien su casa es una riqueza insustituible».

LAS DIMENSIONES DEL HOGAR

La palabra egipcia per, que nosotros traducimos por «casa», también significa «dominio, propiedad»; el «ama de casa» reina, en realidad, sobre un dominio que no se limita al núcleo familiar propiamente dicho, sino que incluye la servidumbre, animales, tierras cultivables e incluso las actividades artesanales.

Las dimensiones del hogar y el número de habitaciones dependen de la situación económica de la pareja propietaria. Se han hallado pocas huellas de ciudades egipcias; sólo conocemos, y de manera imperfecta, los vestigios de Kahun, ciudad del Imperio medio, de Dayr al-Madina, población tebana del Imperio nuevo, y de Tell al-Amarna, la capital de Ajnatón, en el Egipto Medio. Las dos primeras no eran aglomeraciones ordinarias sino ciudades de artesanos, encerradas en un recinto en el que la población «especializada», como la de las «ciudades de las pirámides», vivía según sus propias leyes. Las casas de artesanos más pequeñas constaban de tres piezas y las mayores de unas diez. Las residencias de los jefes de obra, terratenientes o dignatarios de la corte eran amplias villas con jardines, lagos de recreo y más de setenta piezas. En Dayr al-Madina, por término medio, las casas tenían cuatro piezas principales y un pequeño patio que servía de cocina.

En todas las épocas, las construcciones eran de adobe. Habitualmente constaban de una sola planta y siempre disponían de una terraza orientada al norte. Había pequeñas aberturas en el techo, cuidadosamente calculadas, que dejaban pasar la luz pero no el calor; permitían también la circulación del aire, que aseguraba de ese modo una ventilación natural. En una habitación de recibir, encomendada a la protección del dios Bes, se erigía un pequeño altar destinado a celebrar la memoria de los antepasados. Los aseos lindaban con los dormitorios.

En el caso de las grandes villas se añadían los silos, talleres, tahonas, bodegas y establos. Un elemento notable del mobiliario era la cama, que tenía el somier fijo sobre un marco de madera. A todo ello se añadían cofres de madera, armarios, taburetes, jarras para el vino y el aceite, los utensilios necesarios para la cocina, entre los que cabe destacar los hornos fijos o móviles, infiernillos y marmitas.

El ama de casa Neferu, cuyo nombre significaba «belleza», «realización», reinaba sobre un amplio dominio que no era otro que la corte real. Era tarea suya dirigir al personal, de manera que ninguna falsa nota introdujese discordancias en la vida cotidiana.

En Dayr al-Madina, las esposas de los artesanos se ocupaban del hogar, pero contaban con la valiosa ayuda de sirvientas que el Estado ponía a su disposición, unas empleadas que tenían como ocupación principal moler el grano.

LA HIGIENE

Neferu, como cualquier otra ama de casa, concedía una gran importancia a la higiene. La casa no sólo se perfumaba sino que también era desinfectada regularmente, con el fin de eliminar insectos y parásitos; la fumigación era la principal técnica utilizada.

El aseo matinal era indispensable y estaba muy extendido el uso de sustancias jabonosas y rascadores para la piel; había aseos y era obligado lavarse manos y pies antes de entrar en una casa; purificarse la boca con natrón; llevar ropa limpia, que los lavanderas frotaban sobre una piedra ancha con natrón antes de ponerla a secar al sol; éstos eran algunos aspectos de la higiene egipcia, practicada en todas las capas sociales. Ésta es la razón principal por la que ninguna epidemia de envergadura diezmó el Egipto de los faraones.

Una anécdota ilustra a las claras la exigencia de limpieza de esta civilización. Al final de la Historia de Sinuhé, el héroe consigue por fin volver a casa después de una larga estancia en el extranjero, donde había actuado como agente de información. Al ser recibido en la corte, la reina exclama: «¡Él! ¡Es imposible que sea él! Éste es un verdadero beduino». ¿Cómo convertirlo de nuevo en egipcio? Bañándolo. Un prolongado alto en una estancia destinada al aseo donde, con intervención del peluquero, lo afeitan y depilan. Añádase incienso, ungüentos y ropa de lino limpia: cuando Sinuhé vuelve a presentarse ante la reina sin rastro de suciedad, la soberana lo reconoce.

ALIMENTAR A LA FAMILIA

«Una mujer excelente, de noble carácter —escribe el moralista Anjsesongy— es como el alimento en un período de hambre». Con estas palabras subrayaba el papel del ama de casa, encargada de comprar y preparar los alimentos.

Sin duda, Neferu veló por el aprovisionamiento del palacio; las amas de casa de rango más modesto acudían a los mercados, donde adquirían los productos que ponían a la venta los vendedores ambulantes y los caravaneros.

En su casa, la mujer tenía como labor primordial preparar el alimento de base, el pan-cerveza. Recordemos una célebre estatua, conservada en el Museo de El Cairo,[118] que representa a una robusta ama de casa en plena actividad. Lleva una peluca negra y un collar, el pecho desnudo, va descalza y viste una sencilla falda blanca. Con las manos hundidas en un enorme recipiente, amasa la pasta de pan, mojada en un tamiz colocado sobre una jarra. De este trabajo saldrá el pan que habrá que cocer y la sustancia base de la cerveza, la cebada fermentada en agua y rociada con licor de dátiles.

Es poco probable que la dama Neferu amasara ella misma la pasta, pero sin duda conocía la técnica, que se transmitía de madres a hijas. Tamizar, moler, amasar y majar eran labores tradicionalmente reservadas a las mujeres; en cambio, la cocción era cosa de hombres. A ellos les correspondía también realizar la mayoría de trabajos agrícolas, sobre todo los más penosos, fabricar el vino, salar y secar la carne, preparar el pescado y, muy a menudo, cocinar. Como vemos, el ama de casa no se veía abandonada a su propio esfuerzo.

El azar de las excavaciones llevó al arqueólogo inglés Emery a descubrir en una tumba de mujer de la II dinastía parte de una comida momificada: el menú incluía una especie de gachas a base de cebada, una codorniz asada, dos riñones asados, un guiso de paloma, pescado cocido, costillas de buey, unas hogazas de pan, unos pastelillos redondos, compota de higos y bayas.

AMA DE CASA PARA LA ETERNIDAD

De Neferu, como de toda ama de casa, se esperaba que fuese activa, competente y generosa, dispuesta a acudir en ayuda de cualquiera que se viese aquejado de algún mal, a ofrecer pan al hambriento o a vestir al desnudo. Por esta razón, toda la ciudad la tenía en gran estima y cantaba sus alabanzas.

Un bajorrelieve de la XVIII dinastía, descubierto en Saqqara, cerca de la pirámide de Teti, sitúa al ama de casa en otra perspectiva. Lleva una peluca negra, un cono perfumado sobre la cabeza, un vestido blanco ceñido y anudado bajo el pecho, y por encima del vestido lleva un velo de lino transparente. Aparece adorando a Hator, soberana de Occidente, que la recibe en el otro mundo. A su fiel servidora, que supo ser una perfecta ama de casa, la diosa le ofrece otra morada, el templo del cielo, donde las tareas domésticas se realizan mágicamente y donde será eternamente joven y alabada por su marido como «su hermana, su amada, digna de confianza, de disposiciones amables, de voz entonada».[119]