Resulta difícil, cuando no imposible, discernir a través de las inscripciones oficiales qué sentimientos albergaba un faraón hacia su esposa. Incluso en el caso de Ajnatón y de Nefertiti, que parecen mostrarnos escenas de intimidad familiar, éstas poseen un considerable componente simbólico.
En lo que se refiere a Ramsés II y a Nefertari no advertimos ni familiaridad ni confidencia romántica: vemos a una pareja real en toda su gloria y majestad. Sin embargo, Ramsés honró a Nefertari de manera bastante excepcional. Aunque vivió mucho más tiempo que ella, aunque otras esposas reales sucedieron a Nefertari, ella continuó siendo la reina más estrechamente ligada al reinado de Ramsés.
No sabemos quiénes fueron los padres de Nefertari; era, quizá, de origen modesto. Su nombre significa «la más hermosa», «la más cumplida» y a menudo iba seguido del epíteto «la amada de Muí». Dos referencias importantes: una, a una gran antepasada, la reina Ahmés-Nefertari; la otra, a la diosa Mut, esposa de Amón, señor de Tebas.
Nefertari se casó con Ramsés antes de que éste sucediera a su padre, Seti I. Ella llevó los títulos que subrayaban el papel esencial de la gran esposa real: «soberana del doble país», «la que preside el Alto y Bajo Egipto», «la señora de todas las tierras», «la que satisface a los dioses». Los textos precisan que su rostro era bello y su voz dulce.[70]
Su presencia en una fiesta en Luxor fue recordada en estos términos: «La princesa que merece ricas alabanzas, soberana de gracia, dulce en el amor, señora de las Dos Tierras, la perfecta, aquella cuyas manos sostienen los sistros, la que alegra a su padre Amón; la más amada, la que luce la corona, la cantante del bello rostro, aquella cuya palabra aporta la plenitud. Sus deseos son cabales, todos los hechos responden a su deseo de conocimiento, todas sus palabras alumbran la alegría en las caras, escuchar su voz permite vivir».
Portadora de amor y de creación, la palabra de la reina procuraba la felicidad a los dioses y a los seres humanos. Su formulación dulcificaba el corazón de Horus, es decir, el rey, llevándole la paz.
Si interpretamos literalmente las inscripciones, Nefertari dio cuatro hijos y dos hijas a Ramsés; ahora bien, la noción de «hijo» e «hija», como hemos comprobado, corresponde a menudo a un título. Durante su largo reinado, Ramsés adoptó un número considerable de «hijos reales» y de «hijas reales», lo que hizo creer a algunos egiptólogos que había sido poco menos que un procreador desatado.
Desde el primer año del reinado, la gran esposa real estuvo asociada a sus actos principales; después de participar en los ritos de la coronación, Nefertari estuvo presente junto a Ramsés en Abydos con motivo de la ceremonia en la cual el rey nombró a Nebunenef gran sacerdote de Amón, asegurándose así la fidelidad del rico y poderoso clero tebano. Nefertari desempeñó un papel activo en los grandes rituales de Estado, indispensables para perpetuar la prosperidad de las Dos Tierras, como la fiesta de Min; en ella vemos a la reina caminar siete veces alrededor del rey recitando fórmulas mágicas.
Como ya hicieran otras reinas, Nefertari ejerció una fuerte influencia en política extranjera. Mientras tenían lugar las largas negociaciones, necesarias para alcanzar la paz con los hititas, ella mantenía comunicación con su homologa, la reina del Hatti. Intercambiaron joyas y tapices, y es probable que de tales intercambios derivara una amistad entre las dos soberanas. «Conmigo, tu hermana —escribe—, todo va bien; con mi país todo va bien; conmigo, mi hermana, todo va bien». La egipcia y la hitita desearon que las divinidades trajeran la paz y la fraternidad a ambos pueblos, y su voto se vio coronado por el éxito.
Debido al origen de su dinastía, Ramsés II sentía una pronunciada inclinación por los lugares del Delta, convertido en una zona estratégica en el marco de las relaciones con Asia. El rey creó en el Delta una nueva capital, Pi-Ramsés, «la ciudad de Ramsés», ciudad de turquesa donde hizo edificar templos y palacios. Allí se veneraba a las divinidades egipcias, sobre todo a Amón, aunque también a divinidades asiáticas. Esta convivencia manifestaba de manera clamorosa una voluntad de paz a la que Nefertari no debía de ser ajena. Una carta redactada por un escriba ensalza la belleza fabulosa de esta capital, donde Nefertari presidió numerosas ceremonias. Fue el propio Ra, afirma el escriba, quien creó el lugar. Los campos que rodeaban la ciudad eran de una riqueza deslumbrante. Cada día, la capital recibía la provisión de excelentes alimentos. Los canales estaban llenos de peces, los estanques cubiertos de pájaros. En los graneros había abundantes reservas de cebada y de escanda común. Maravillosas flores alegraban los jardines. Nada faltaba en las mesas: higos, uvas, manzanas, granadas, olivas, cebollas, peras, vino tinto de inigualable sabor.
La pareja real vivía en un suntuoso palacio. En el centro, una sala con floridas columnas, una sala de audiencia y la sala del trono. La decoración abundaba en escenas campestres y representaciones de la fauna y la flora. Remaba un gran confort en los apartamentos privados de la soberana, provistos entre otros detalles de un cuarto de baño. Era agradable salir al atardecer a la terraza y contemplar la puesta de sol, disfrutando de la fresca brisa del norte. Alrededor del palacio, los jardines y estanques ofrecían calma y tranquilidad. Acacias, palmeras, sicómoros y granados alegraban la vista.
En 1813, el suizo Burckhardt redescubrió Abu Simbel, un paraje extraordinario en el corazón de Nubia. Allí, más abajo de la segunda catarata del Nilo, se habían cavado dos templos en el acantilado, a orillas del río, a unos 1.300 km al sur de Pi-Ramsés, la capital de Ramsés II. La diosa Hator reinaba en aquel mágico lugar, que no había sido escogido por casualidad. Bajo la protección de la soberana del amor celeste, el faraón había decidido magnificar monumentalmente a la pareja real encarnándola en dos templos próximos uno al otro.
Fueron inaugurados por Ramsés y Nefertari en el invierno del año 24 del reinado; quien haya tenido la ocasión de visitar Abu Simbel antes del traslado de los templos —forzado por la desastrosa creación del lago Nasser y la destrucción de Nubia— habrá experimentado la intensa emoción vivida por la pareja real. El sol teñía de oro la arcilla nubia; los colosos sentados de Ramsés, exhibiendo una fina sonrisa, contemplaban la eternidad; los colosos que representaban al rey y la reina, en pie y en ademán de caminar, se adentraban para siempre por senderos de luz.
Ramsés y Nefertari entraron en el gran templo consagrado a la regeneración perpetua del ka del faraón, avanzaron por el camino bordeado de pilares que representaban al rey como Osiris, cruzaron las puertas que daban acceso a las salas secretas y llegaron al extremo del santuario dominado por las cuatro divinidades, Ra, Amón, Ptah y el ka de Ramsés.
Nefertari está presente en este templo, donde actúa como gran maga que insufla al rey la energía necesaria para derrotar a las tinieblas. Pero a ella también se la honraba de forma monumental en el templo vecino; según las inscripciones jeroglíficas, Ramsés II decidió su construcción «como obra de eternidad para la gran esposa real Nefertari, la amada de Mut, para siempre jamás, Nefertari por cuyo resplandor brilla el sol».
Este «pequeño templo» es una maravilla. El rey y la reina están representados a igual tamaño; a ella se la ve tocando el sistro en honor de Hator; ofreciendo lotos y papiros a Mut y a Hator; quemando incienso para las diosas; haciendo una ofrenda a Isis, madre de dios, dama del cielo y soberana de las divinidades; rindiendo homenaje a Ta-Uret, «la grande», diosa-hipopótamo que concede al mundo la fecundidad y alumbra las fuerzas de la creación. Al igual que Hatsepsut, en su santuario de Dayr al-Bahari, encontraba a Hator bajo la forma de la vaca celeste, Nefertari, al fondo de su sagrada gruta cavada en una lejana montaña de Nubia, está representada explorando una maleza de papiros, para descubrir a la vaca, símbolo del cosmos.
Descubrimos luego una escena extraordinaria: la coronación de Nefertari. La reina, de una elegancia suprema, de cuerpo fino y esbelto, sostiene en su mano derecha la «llave de la vida» y, en la izquierda, un cetro floral. Su corona está compuesta por un sol entre dos cuernos y dos altas plumas, que la convierten en la encarnación de todas las diosas creadoras. En su frente, el uraeus, la cobra hembra que quema a los enemigos y disipa las fuerzas enemigas. A cada lado de Nefertari se hallan las diosas Isis y Hator, que después de coronar a la reina la magnetizan.
Ramsés es el esposo de Egipto que tiene a Nefertari como madre. En el naos de su templo Nefertari se identifica con Hator e Isis crea la crecida del río y de este modo llena de vida el país entero.
Cuando Ramsés celebró su primera fiesta-sed, con el fin de regenerar la potencia real que se consideraba agotada después de treinta años de reinado, Nefertari no figuraba entre las personalidades presentes en la ceremonia, que duraba varios días y reunía a todas las divinidades del Alto y Bajo Egipto con objeto de ofrecer al monarca un nuevo dinamismo.
Se impone una conclusión: Nefertari se había trasladado al más allá, aunque ningún documento nos informa de la fecha exacta de su muerte. Una hipótesis novelesca pretende que la reina entregó su alma en Abu Simbel, delante del templo que la inmortaliza. Agotada, habría confiado a su hija mayor la tarea de inaugurar junto a Ramsés los santuarios.
Y aún otro monumento canta la gloria de Nefertari: su morada para la eternidad en el Valle de las Reinas.[71] Fue descubierta en 1904 por Schiaparelli y no cabe sino considerarla como una gran obra maestra del arte egipcio, que ha podido ser restaurada recientemente gracias a los fondos privados asignados por la Fundación Getty de Los Ángeles. Pintores y dibujantes llevaron al extremo la perfección de su arte con la descripción del camino iniciático hacia el otro mundo de la gran esposa real.
Persisten, sin embargo, algunos enigmas. ¿Por qué la tumba de Nefertari es la única en todo el Valle de las Reinas que ha escapado de los ataques y el deterioro? El mobiliario fúnebre ¿fue robado o simplemente trasladado a otro lugar? No es del todo imposible que los propios egipcios cerrasen cuidadosamente la tumba después de trasladar la momia de Nefertari a un escondrijo todavía no encontrado.
Esta morada para la eternidad es amplia y comprende varias piezas que llevan hasta la «sala del oro», donde el cuerpo de luz de la reina debió de ser animado por los ritos, con objeto de servir de soporte a los elementos espirituales del ser, como el ba, el alma-pájaro. Aquí, en este «lugar de Maat», el corazón de la reina conoció la alegría de la resurrección y se unió a la gran Enéada, la cofradía de las nueve divinidades que crean y organizan incesantemente el universo.
Nefertari juega al senet, remoto antecedente de las damas y el ajedrez. Su adversario no es otro que lo invisible, y la reina tiene que ganar esta partida. Ella hace ofrenda a Ptah de tapices tejidos por ella misma, y pronuncia las palabras justas para obtener de Thot la paleta de escriba y el material de escritura. Soy escriba, puede afirmar, yo practico Maat, yo traigo Maat. Estas escenas constituyen una verdadera ilustración de las pruebas iniciáticas que retaban la capacidad de conocimiento de la reina. Así puede reunirse con las divinidades, dejarse guiar por Hator, hacer frente con éxito a los guardianes de las puertas y ver aparecer al pájaro benu, el fénix egipcio. Un hecho esencial es que Nefertari se inicia simultáneamente en los misterios de Osiris, señor del mundo subterráneo y del reino de los muertos, y en los de Ra, luz divina y señor del cielo. Isis, la esposa de Osiris, sosteniendo la mano de la reina, le ofrece la vida eterna y le permite ocupar el trono del dios muerto y resucitado. Una Nefertari purificada participa además en las mutaciones del sol, transita por el camino de los dos horizontes, aparece como su padre Ra y se convierte en una estrella imperecedera.
La morada para la eternidad de Nefertari es un auténtico libro de sabiduría que describe las etapas de una iniciación femenina. Más allá de su existencia terrestre, la gran esposa real de Ramsés II nos ha legado con ello un testimonio inestimable.