21. LA REINA TUY, ESPOSA DE SETI I Y MADRE DE RAMSÉS II

ESPOSA Y MADRE EN LA CIMA DEL PODER

A la muerte de Horemheb, un consejo de sabios escogió a un viejo visir, al que arrancaron de su apacible retiro, para gobernar Egipto. El visir tomó un nombre que se haría célebre: Ramsés. El primer monarca de un extenso linaje que comprendió once Ramsés solamente reinó durante un par de años (1293-1291 a. J. C.). Le sucedió un faraón de una talla extraordinaria, Seti I.

Sus trece años de reinado fueron una auténtica edad de oro. Contuvo la amenaza hitita, obligando a los temibles guerreros de las altas llanuras de Anatolia a plantarse en sus posiciones, e impuso la calma en el turbulento protectorado sirio-palestino. En cuanto a su obra arquitectónica, nos deja estupefactos de admiración: el gran templo de Osiris en Abydos, cuyos bajorrelieves se mantienen en un maravilloso estado de conservación; la mayor tumba del Valle de los Reyes, donde están grabados los «libros» principales referidos al alma real; el «templo de los millones de años» de Gurnah, en la orilla occidental de Tebas, y una gran parte de la gigantesca sala hipóstila de Karnak son sus creaciones más destacables.

Seti I estaba animado por la energía del dios Set, una fuerza comparable a la del relámpago y la tormenta. Su momia, bien conservada, impone respeto; autoridad y gravedad son las características dominantes de un rostro cuya grandeza no han conseguido alterar ni la muerte ni los siglos.

Para vivir junto a un faraón de su talla era necesaria una gran esposa real dotada de fuerte personalidad; éste fue el caso de Tuy, también llamada Mut-Tuy para subrayar, como en el caso de Mutneyemet, su papel de «gran madre». Mutneyemet había forjado un nuevo Horus, su marido Horemheb; Tuy engendró un «hijo de la luz», Ramsés II, que reinó durante sesenta y siete años.[66]

Tuy, la guardiana del espíritu de la monarquía egipcia, vivió el último apogeo del poderío egipcio. A la muerte de Ramsés II siguió una larga decadencia que los faraones, salvo algunos brillantes paréntesis, sólo pudieron retrasar.

Tuy sobrevivió al menos veintidós años a su marido y, durante los veinte primeros años del reinado de su hijo, Ramsés II, ejerció una influencia considerable en la corte. Una estatua de cerca de tres metros de alto, conservada actualmente en el Vaticano, la representa con el aspecto de una mujer colosal y altiva. La estatuaria de enormes dimensiones no estaba reservada a los hombres, y se conocen varios ejemplos de gigantes de piedra femeninos, como Nefertari en Abu Simbel o Merit-Amón, hija de Ramsés II, de la que recientemente se ha descubierto en Ajmin una efigie de ocho metros y un peso de unas cuarenta toneladas.

Ramsés II sentía auténtica adoración por su madre; numerosas estatuas y bajorrelieves celebran su memoria. Tuy aparece frecuentemente asociada al faraón, a su esposa y a sus hijos. En Tebas, en el lado norte de su «templo de los millones de años», el Ramesseum, Ramsés II hizo construir un pequeño santuario de gres cuyos pilares se veían coronados por capiteles que representaban el rostro de la diosa Hator; el edificio magnificaba a la reina madre y su función teológica.

En este templo femenino, al que estaba asociada Nefertari, la gran esposa real de Ramsés II, se habían grabado una serie de escenas a las que el rey atribuía especial importancia. Sentada sobre una cama, se veía a la madre real Tuy y al dios Amón-Ra, fascinado por la bella mujer de bonita figura y rostro elegante. «Cuan gozoso es mi rocío —dice el dios—, mi perfume es el de la tierra del dios, mi olor el del país de Punt. De mi hijo voy a hacer un faraón». Podemos reconocer aquí el tema del nacimiento divino del faraón, ya utilizado por otros soberanos, como Hatsepsut o Tutmosis III.

Venerada en todo el país, Tuy simboliza plenamente a la reina madre, discreta al tiempo que activa, manteniendo en su persona la tradición de las mujeres de Estado ligada a la grandeza de Egipto. Una estatua conservada en el Museo de El Cairo,[67] de una altura de un metro y medio, merece un comentario. Fue descubierta en la zona de Tanis, en el Delta, y procede con toda probabilidad del palacio de la ciudad de Pi-Ramsés, también en el Delta, una de las más bellas obras arquitectónicas del reinado de Ramsés II. No es una obra «original», sino una estatua del Imperio medio que los escultores de Ramsés «reutilizaron» y remodelaron; así como el volumen del cuerpo, el cabello y otros detalles fueron modificados, el rostro de la lejana reina de la XII dinastía no sufrió ningún cambio, aunque la inscripción atribuye a la estatua el nombre de Tuy.

No se trata, como se ha escrito a menudo sin comprender la simbología egipcia, de una «usurpación», sino de una incorporación simbólica del pasado, que revive y se reactualiza. Tuy es a la vez ella misma y todas las reinas que la precedieron. De este modo personifica la continuidad de la función de gran esposa real a través de los tiempos y de las dinastías.

UNA REINA PARA LA PAZ

Uno de los momentos clave del reinado de Ramsés II fue el de la guerra contra los hititas. Este pueblo guerrero de Anatolia quería apoderarse de los protectorados egipcios, destruir la línea de defensa levantada por los faraones del Imperio nuevo y conquistar las Dos Tierras, tan pródigas en tentadoras riquezas. El conflicto era inevitable y su punto culminante fue la batalla de Qades, en el año 5 del reinado. El joven rey estuvo a punto de perder la vida pero, gracias a la intervención sobrenatural de su padre Amón, que respondió a su llamada en medio de la refriega y no abandonó a su hijo, Ramsés logró expulsar a los hititas y a las fuerzas del mal.

¿Una victoria? Mejor será que hablemos de un «combate nulo». Los ejércitos egipcio e hitita, de potencia similar, se plantaron en sus posiciones mientras los respectivos servicios de espionaje ponían en práctica diversas maniobras de desestabilización.

Por inverosímil que pudiera parecer, se imponía como única solución buscar la paz. Dentro de esta perspectiva, la influencia de Tuy fue probablemente decisiva. En el año 21 del reinado de su hijo tuvo la alegría de asistir a la proclamación del tratado de no-beligerancia y de asistencia mutua entre egipcios e hititas, bajo la mirada de las divinidades de ambos países. La fuerza de la palabra dada era tal que el tratado nunca se rompió. Más de treinta años de conflictos más o menos abiertos dieron paso a una era de paz en el Próximo Oriente.

De su puño y letra, Tuy escribió una carta de felicitación a la reina hitita quien, por su lado, había militado en favor del fin de las hostilidades. Hubo, por supuesto, un intercambio de regalos.

UNA MORADA PARA LA ETERNIDAD EN EL VALLE DE LAS REINAS

Es probable que Tuy muriese, rebasada ya la sesentena, poco tiempo después de haber saboreado la dicha de esta paz, tan difícil de alcanzar. Recibió sepultura en una tumba del Valle de las Reinas (núm. 80), que debió de estar fabulosamente decorada y contener un abundante y lujoso mobiliario fúnebre. Desgraciadamente, esta morada para la eternidad sufrió el pillaje y quedó devastada. Una de las tapas de los vasos canopes, que contenían las vísceras de la reina, se ha conservado milagrosamente; representa la cara de Tuy tocada con una pesada peluca. Su fina sonrisa cautiva el alma. De esta modesta escultura emana una extraordinaria juventud que, atravesando las sombras de la muerte, ha conservado el recuerdo de una gran reina del Imperio nuevo.