En el palacio norte de la ciudad del sol vivía una joven pareja, formada por una de las hijas de Nefertiti, Anjes-en-pa-Atón, «ella vive para Atón», y el príncipe Tout-anj-Atón, «símbolo viviente de Atón». Disfrutaban del lujo de la corte y sus pensamientos raramente se detenían en los asuntos del poder. Ajnatón y Nefertiti llevaban el timón del reino; en ese caso, ¿por qué preocuparse del futuro?
Los acontecimientos se precipitaron. A la muerte de Ajnatón, la joven Anjes-en-pa-Atón se convirtió en garante de la legitimidad del trono, y su marido, todavía adolescente, fue llamado a convertirse en faraón. El tiempo de la despreocupación y de los placeres terminó bruscamente. Concluida la experiencia «atoniana», abandonaron la ciudad del sol y regresaron a Tebas. En poco tiempo, la capital de Ajnatón quedó abandonada y convertida en una ciudad muerta.
Una señal determinante de esta mutación fue el cambio de nombre de la pareja real. Tout-anj-Atón se convirtió en Tout-anj-Amón y Anjes-en-pa-Atón pasó a llamarse Anjes-en-Amón. Dicho de otro modo, el reino de Atón había acabado; el rey y la reina veneraban de nuevo a Amón, el señor de Tebas. El cambio fue programado desde el primer año del reinado: una estela conservada en Berlín nos muestra a Tout-anj-Atón adorando a Amón.
Todo lo que Ajnatón había realizado mágicamente al cambiar su nombre, Tutankamón lo deshizo de la misma manera; en lugar de limitarse a ser un «reyezuelo», inauguró un nuevo período de la historia egipcia.
El regreso a Tebas se efectuó tranquilamente. No hubo ni guerra civil ni matanza de los partidarios de Atón ni destrucción de la ciudad del sol, que sería arrasada mucho después (durante el reinado de Ramsés II). Sencillamente se produjo el paso de un reino a otro, el retorno a Amón después de un rodeo por Atón, en un país que no conoció ni dogmatismos ni verdades reveladas e impuestas por la fuerza.
Tutankamón y su gran esposa real no tuvieron tiempo de ser jóvenes. Se vieron obligados a reinar y a asumir los deberes de su cargo.
Ningún incidente dramático vino a enturbiar los nueve años del reinado de Tutankamón (1334-1325 a. J. C.). Sabemos que su morada para la eternidad, la única tumba real inviolada del Valle de los Reyes, fue descubierta en 1922 por Howard Carter, al cabo de una larga exploración financiada por lord Carnarvon. De esta tumba, cuidadosamente oculta, se extrajo una cantidad increíble de obras maestras; entre ellas, una capillita dorada cuyas escenas nos revelan qué papel desempeñó la gran esposa real.[61]
Anjesenamón era extremadamente bella: la vemos tocada con una delicada y complicada peluca, la serpiente uraeus en la frente, los ojos pintados y la cara maquillada con gran destreza; luce también unos pendientes, además de un ancho collar de varias vueltas, y un largo vestido blanco que le llega hasta las sandalias. La gran esposa real era la imagen misma de la seducción.
No obstante, las escenas en las que aparece no son meras demostraciones de encanto femenino; los textos jeroglíficos la designan, en efecto, como «la gran maga» que, mediante sus actos rituales, comunicaba al rey la energía necesaria para reinar. En las paredes del naos de oro, Anjesenamón renovaba para la eternidad los ritos de la coronación que la pareja real celebrará durante millones de años.
La gran esposa real toca el sistro en honor de Tutankamón, le ofrece ramos montados, llena de vino su copa, pasa alrededor de su cuello un collar de resurrección, unta su piel con un ungüento de regeneración, le asiste cuando caza o pesca criaturas del más allá que adquieren la forma de pájaros y de peces. Todo pone de manifiesto la gran actividad de la reina; ahora bien, otra escena nos la muestra sentada sobre un cojín, a los pies del rey, el codo izquierdo apoyado en las rodillas de su esposo, volviéndose hacia él para recibir, en su mano derecha, el líquido de un frasco que inclina hacia ella el monarca.
Son Shu y Tefnut, la pareja primordial, transmisores de la vida y la luz. Cada gesto de la reina es la expresión de un acto de magia de Estado, activo desde las primeras dinastías.
Tutankamón murió joven, sin duda antes de cumplir veinticinco años. Su viuda quedó desamparada. ¿Iba a asumir en solitario todo el poder convirtiéndose en reina-faraón, o tomaría por esposo a un nuevo monarca?
La reina realizó entonces un acto insólito que cabría considerar como una traición. En lugar de elegir como faraón a uno de los nobles de la corte, escribió una sorprendente carta al rey hitita Subbiluliuma, cuyo máximo afán era conquistar las Dos Tierras y apoderarse de sus riquezas. El pasaje principal del documento, conservado por los archivos hititas, reza así: «Mi marido ha muerto —escribe la reina—. No tengo hijos. Se dice que tú tienes varios hijos. Si me envías a uno de ellos, se convertirá en mi marido. Nunca escogeré a uno de mis servidores como marido».
El soberano hitita dudó de la autenticidad de la misiva. Creyendo que se trataba de una trampa, envió a Tebas un emisario para que examinase la situación. Anjesenamón, impaciente, escribió una segunda carta y defendió su buena fe: «De haber tenido un hijo propio, ¿me habría dirigido, en mi propio deshonor y en el de mi país, a un reino extranjero?».
El soberano hitita empezó a soñar. ¡Conquistar las Dos Tierras mediante un simple matrimonio! Decidió intentar la aventura y envió a Egipto uno de sus hijos, el futuro faraón.[62]
En la corte no habían pasado desapercibidas las gestiones de la joven reina. Dos hombres vigilaban sus actos: el general Horemheb, jefe de los ejércitos, y el viejo sabio Ay, que ya había conocido tres reinados y era la eminencia gris de la administración. Mientras este oscuro asunto se limitaba al intercambio de misivas no intervinieron. Pero cuando la escolta del príncipe hitita se puso en camino tomaron una decisión.
El príncipe hitita no llegó a cruzar la frontera; no cabe duda de que acabaron con su vida. La advertencia era clara y brutal: ningún hitita subiría nunca al trono de Egipto.
Anjesenamón se casó con Ay, quien, después de servir a varios faraones, se convirtió él mismo en faraón con el apoyo de Horemheb. El mismo Ay había dirigido los funerales de Tutankamón. Su unión con la joven viuda fue puramente teológica.
¿Qué fue de la esposa de Tutankamón tras su matrimonio con Ay? Lo ignoramos. Para nosotros, ella sigue siendo la gran maga del rey máscara de oro, la reina eternamente joven que le transmite ininterrumpidamente la vida.