El nacimiento de un nuevo año era motivo de una gran fiesta; ese día, el faraón recibía numerosos regalos. En la tumba tebana número 73 aparece representada Hatsepsut, sentada bajo su baldaquín, en el momento de recibir espléndidos regalos en forma de collares, una silla de manos, mesas, carros, jarrones, un flabelo, un naos, una cama y estatuas que la inmortalizan en compañía de algunas divinidades. Con este acto de reverencia al faraón, los dignatarios contribuían mágicamente a la prosperidad de Egipto.
Durante la «bella fiesta del valle», el dios Amón abandonaba su templo de Karnak para trasladarse a la orilla oeste, donde residía en los templos de los millones de años. En Dayr al-Bahari realizaba un prolongado alto en su viaje para ser recibido por Hatsepsut. Ésta le ofrecía soberbios ramos montados que encarnaban a la vez la belleza de la creación y la exuberancia de una vida victoriosa sobre la muerte. A la hora del crepúsculo, Hatsepsut encendía cuatro antorchas; como portadora de la luz, iluminaba las tinieblas, seguida de una procesión. Unos barreños llenos de leche e iluminados por esas mismas antorchas simbolizaban los puntales de la bóveda celeste. Algunos iniciados asistían a la navegación ritual de la barca divina sobre un lago luminoso. Al alba se apagaban las antorchas en la leche de los barreños.
Durante esta fiesta, los seres vivos comulgaban con los muertos; en la capilla de las tumbas se hacían ofrendas a los antepasados y se organizaban banquetes en los que participaban las almas de los difuntos. Todos los años, a lo largo de su reinado, Hatsepsut presidió estos festejos en los que se mezclaban sentimientos de alegría y compostura.
La «capilla roja» de Hatsepsut, construida con bloques de cuarcita roja, expuestos actualmente en el «museo al aire libre» del templo de Karnak, estaba decorada con escenas conmemorativas de los acontecimientos señalados del reinado; entre ellos, la fiesta de la diosa Opet, la diosa de la fecundidad espiritual. En ese momento privilegiado, el ka del faraón se regeneraba y propiciaba que la energía divina circulara por el cuerpo de Egipto. La «capilla roja» se llamaba en realidad el «lugar del corazón de Amón», con el que comulgaba el corazón de Hatsepsut.
Los textos subrayan los estrechos vínculos que unían a Hatsepsut y a su padre Amón; en varias ocasiones, Amón le habló directamente y le dictó cuál debía ser su conducta. La palabra divina alcanzaba directamente el centro vital del ser, el corazón-conciencia, representado en la escritura jeroglífica por un vaso. Cuando comprendió cuál era la voluntad de su padre celeste, Hatsepsut la concretó ordenando que se le erigiesen varios obeliscos.[50] Su actuación copiaba la de su padre terrestre, Tutmosis I.
Llevar a buen término semejante proyecto no era tarea sencilla pues había que tallar en las canteras de granito de Asuán un gigantesco monolito de más de trescientas toneladas, transportarlo a continuación hasta Karnak y ponerlo en pie. Se necesitaron siete meses de trabajo para erigir dos obeliscos.
Senenmut supervisó el trabajo y supervisó las operaciones de transporte, que exigieron la construcción de dos enormes barcos con una eslora de noventa metros. Cada chalana era tirada por tres grupos de diez barcas; un especialista situado en la parte delantera de la comitiva iba sondeando el Nilo con una pértiga para evitar los bancos de arena. Desde la confortable cabina del buque insignia, Senenmut observaba la maniobra que, gracias a la habilidad de los marinos egipcios, fue un éxito rotundo.
Tal y como indican los relieves pintados en el templo de Dayr al-Bahari, «hubo fiesta en el cielo» cuando los obeliscos llegaron a Tebas; «Egipto se llenó de alegría a la vista del monumento». Cuando acercaron, en medio del alborozo popular, se celebraron ritos de ofrenda: un trompetero hizo sonar su instrumento, seguido por una cuadrilla de arqueros formada por jóvenes reclutas del norte y del sur. Para no quedar a la zaga, los marineros tocaban las panderetas. Y así se encaminó la comitiva, alegre y algo indisciplinada, hacia el templo de Amón.
En el interior del santuario estaban prohibidos el ruido y el desorden. Marineros y soldados cedieron su sitio al maestro de obras, a los ritualistas y a los técnicos encargados de levantar los obeliscos. Hatsepsut recibió las dos agujas de piedra y constató la perfección de sus formas.
La presencia de los obeliscos disipaba las fuerzas negativas, protegía el templo y ahuyentaba las ondas negativas, atrayendo hasta él la luz creadora. Eran también recuerdos de la piedra primordial que, desde el alba de los tiempos, había servido de fundamento a la creación.
Por orden de la soberana, Thuty, el ministro de Economía extrajo del Tesoro doce celemines de electro, mezclado con oro y plata, conque se cubrió la punta de los obeliscos. Como rayos de sol petrificados, las grandes agujas atravesaron el cielo e iluminaron las Dos Tierras, semejantes a montañas de oro para admiración de las futuras generaciones.
Hatsepsut hizo grabar en el granito rosa del obelisco estas admirables palabras:[51] «He realizado esta obra con el corazón lleno de amor a mi padre Amón; iniciada en su secreto del origen, instruida gracias a su benéfica potencia, no he olvidado lo que él ordenó. Mi majestad conoce su divinidad. He actuado a sus órdenes, él me guió, yo no me he apartado de su acción para concebir el plan de la obra, él ha sido quien me ha orientado. No me desinteresé, pues me he preocupado de su templo; y no me aparté de lo que él había ordenado. Mi corazón era intuición [sic] ante mi padre; entré en la intimidad de los planes de su corazón. No he dado la espalda a la ciudad del señor de la totalidad, sino que he vuelto mi cara hacia él. Sé que Karnak es la luz sobre la tierra, el venerable túmulo del origen, el ojo sagrado del señor de la totalidad, su lugar favorito y el portador de su perfección».
En el año 20 del reinado de Hatsepsut se erigió una estela en el templo de Hator, en el Sinaí. El propio Tutmosis III condujo la expedición encargada de traer turquesas a Egipto; aparece representado en compañía de Hatsepsut, quien, si hemos interpretado bien la inscripción, aún vivía.
No hay ningún testimonio conocido del nombre de Hatsepsut en el año 21. En el año 22 de su propio reinado, que no se había interrumpido bajo el gobierno de la reina-faraón, Tutmosis III reinaba en solitario. No cabe duda de que Hatsepsut había muerto, pero ningún documento menciona este hecho, lo que no era extraño en el Egipto antiguo. Es raro que los textos hagan referencia al nacimiento y a la muerte del faraón, y, cuando lo hacen, suele ser de manera simbólica.
Tras la desaparición de Hatsepsut no se produjo ninguna alteración del orden. Después de una prolongada espera y de una preparación excepcional en el ejercicio del poder, Tutmosis III se reveló como uno de los más grandes monarcas de la historia egipcia.
La tumba de la reina Hatsepsut había sido cavada en el acantilado que dominaba el valle del Oeste, entre el Valle de los Reyes y el Valle de las Reinas; en ese valle del Oeste fueron inhumados los faraones Amenhotep III y Ay, el sucesor de Tutankamón.
Situada a sesenta y siete metros por encima del suelo y a cuarenta metros de la cima del acantilado, la primera tumba de Hatsepsut ofrecía una imagen espectacular. La segunda, que lleva el nombre del faraón Hatsepsut, la número 20 de la lista de las moradas para la eternidad del Valle de los Reyes, la superaba con creces:[52] está situada cerca de la tumba de su padre, Tutmosis I; su profundidad alcanza los 97 metros y sigue un recorrido semicircular sobre una extensión aproximada de 124 metros. ¿Es posible considerar ese recorrido como el esbozo de una espiral, símbolo de una vida nueva? Este extraordinario camino del más allá, el más largo del Valle de los Reyes, conduce a un panteón que alberga dos sarcófagos. El primero, previsto por Hatsepsut para sí misma, alberga la momia de su padre Tutmosis I, que abandonó su última morada para reposar en la de su hija. El segundo sarcófago del faraón Hatsepsut era de gres rojo. Actualmente se conserva en el Museo de El Cairo, la tapa tiene forma de cartucho y en él aparece escrito el nombre real; en su interior, Nut, la diosa del cielo, se une a la reina para hacer que renazca entre las estrellas. La técnica de ejecución es extraordinaria: cada uno de los lados es perfectamente liso, igual y paralelo al lado opuesto, casi al milímetro. Uno de los textos grabados sobre el gres relata que el rostro de Hatsepsut ha recibido la luz y que sus ojos se han abierto para la eternidad.
En muchas obras, debidas algunas de ellas a autores considerados serios, podemos leer que Tutmosis III, vengativo y fanático, ordenó borrar a golpe de martillo el nombre y las representaciones de Hatsepsut para suprimir de la historia la memoria de esta soberana que le había tenido apartado del poder durante largos años. En resumen, un oscuro ajuste de cuentas político… sin ninguna relación con la realidad egipcia. Tutmosis III no dirigió ningún partido de oposición contra el partido mayoritario de Hatsepsut ni tenía motivos para urdir ningún golpe bajo. Recordemos que intervino en varios actos oficiales, que Hatsepsut no lo «eliminó» y que lo vemos oficiando como faraón en Dayr al-Bahari, el santuario mayor de Hatsepsut.
Cuando Tutmosis III se vio reinando en solitario no emprendió ninguna operación de purga; los altos funcionarios que habían servido a Hatsepsut continuaron en sus puestos. A decir verdad no existe ninguna prueba cierta del «odio» que supuestamente sintió Tutmosis III. ¿Los ataques a las representaciones de su antecesora? Es verdad que existen, pero las representaciones y los nombres de la reina faraón fueron martilleados en lugares oscuros o poco accesibles, mientras permanecen intactos los que se hallan en lugares visibles y de fácil acceso. Tutmosis III no atacó las imágenes más relevantes de Hatsepsut; el ka de la reina-faraón que se halla bajo el pórtico de Dayr al-Bahari, consagrado al viaje de Punt, está intacto. Con su sola presencia convierte a Hatsepsut en inmortal. Además, si Tutmosis III ocultó el nombre y la imagen de Hatsepsut, de manera muy parcial además, esto no ocurrió antes del año 42, es decir, más de veinte años después de la desaparición de la soberana.
La intención de Tutmosis III fue, a nuestro parecer, vincular su reinado al de los dos primeros Tutmosis para formar un linaje de «hijos de Thot». Y no olvidemos que su gran esposa real se llamaba Meritre-Hatsepsut, como si la memoria de la reina-faraón se perpetuara en el seno mismo de la pareja real.
De hecho, es a Ramsés II a quien cabe atribuir la mayoría de los ataques a golpe de martillo. Al «renovar» el templo de Dayr al-Bahari, según la expresión egipcia, los restauradores del gran Ramsés borraron algunas representaciones de Hatsepsut, si bien procuraron conservar visibles los jeroglíficos y el perfil de las figuras.
Hoy día podemos afirmar que la «venganza» de Tutmosis III no existió sino en la imaginación de algunos egiptólogos. Ataques a martillazos, ocultación, borrado parcial de las figuras, todo ello corresponde a estrategias mágicas que todavía no nos es posible explicar de manera enteramente satisfactoria.
El rey Salomón admiraba a Egipto. Y era tal su admiración que se inspiró en la monarquía faraónica para gobernar el Estado de Israel.[53] En los «proverbios» y en los textos de sabiduría que escribió, en el Cantar de los Cantares, que se le atribuye, es perceptible la influencia de la cultura egipcia. No en vano la tradición afirma que el seductor Salomón se había desposado con la hija de un faraón.
Una sola mujer se mostró tan brillante como Salomón y sometió la inteligencia de éste a ruda prueba: la célebre reina de Saba, originaria de un remoto y maravilloso país. Ella lo sedujo, quedó encinta de sus obras, abandonó Israel y dio a luz un niño que sería el fundador de una dinastía de la que los etíopes afirman ser sus descendientes.
Se ha sugerido que Hatsepsut fue el modelo de la reina de Saba.[54] Belleza, inteligencia, sabiduría, encanto, poderes mágicos… ¿No eran ésas las cualidades de la reina-faraón que le proporcionaron la facultad de reinar en Egipto? La fascinante reina de Saba fue tal vez el último sueño de Hatsepsut.