14. HATSEPSUT, JEFE DE OBRAS

UNA POLÍTICA DE GRANDES OBRAS

Uno de los principales deberes de un faraón consistía en erigir los templos, moradas de los dioses; de este modo podían residir en la tierra y favorecer el pleno desarrollo espiritual y social de la comunidad humana. Hatsepsut no derogó esta regla; a lo largo de todo su reinado hizo construir o restaurar edificios sagrados en varios lugares, sobre todo en Tebas, en Hermontis, en Kom Ombo, en el-Kab, en Cusae y en Hermópolis, la ciudad de Thot. En Elefantina proclamó: «He construido este gran templo de piedra caliza de Tura, sus puertas son de alabastro de Hatnub, y los montantes de las puertas de cobre de Asia».

Entre Karnak y Luxor mandó instalar pequeños lugares de descanso que servían de estaciones a la barca sagrada durante las procesiones; en el interior del templo de Karnak hizo erigir algunos obeliscos, lo que constituyó un episodio importante al que nos referiremos más adelante.

EL SANTUARIO DE UNA DIOSA LEONA Y LA LUCHA CONTRA EL MAL

Existe un lugar poco conocido al que Hatsepsut dedicó especial atención, el espeo Artemidos, cerca de Bani Hasan, en el Egipto Medio. Allí se levantaba un pequeño santuario rupestre consagrado a una diosa leona llamada Pajet. Sin embargo, según la tradición, el espeo Artemidos había sido destruido por los bárbaros y profanadores ocupantes hicsos.

Alterando los años y la historia, Hatsepsut afirmaba haber sido ella misma la que expulsara al ocupante para liberar aquel lugar excepcional, una montaña desde la que hablaban los dioses. De este modo habría sido ella quien restableció la paz y la armonía en todo el país, erigiéndose en garante de la libertad recuperada; con el fin de conservarla, se preocupó del buen estado moral y material de su ejército, que debía hallarse en condiciones de luchar contra las fuerzas de las tinieblas.

Precisamente, la diosa leona Pajet, cuando su peligrosa fuerza llegaba a ser domada y puesta al servicio de la luz, era capaz de ahuyentar a los temibles demonios del desierto del este y, aún más, transformarlos en genios protectores. En su santuario, donde se hallaba concentrada la energía divina, Hatsepsut practicó esa gran magia de Estado consistente en identificar las potencias destructivas, osando manipularlas e invertirlas para que se convirtieran en constructivas.

Si los ritos no conseguían apaciguar a la leona Pajet, sobre la región se abatirían violentas lluvias que habrían formado torrentes y arrastrado barro y grava, devastándolo todo a su paso; en el corazón de los hombres, las pasiones negativas habrían engendrado el odio, la violencia y la codicia.

Hatsepsut restauró el templo de la diosa leona, restableció los rituales, aseguró la «circulación de ofrendas», llenó el santuario de oro, plata, telas, vajilla preciosa, hizo erigir estatuas y lo cerró con puertas de acacia revestidas de bronce. La «morada divina del valle» quedaba desde entonces a salvo de invasiones como la de los hicsos, aquellos «tenebrosos ignorantes de la luz».

Un texto del espeo Artemidos nos descubre una de las principales preocupaciones de Hatsepsut: «Mi conciencia piensa en el futuro —confiesa—; el corazón del faraón debe pensar en la eternidad. He glorificado a Maat, Dios vive en ella».

DAYR AL-BAHARI, EL TEMPLO DE LA ETERNIDAD DE HATSEPSUT

Desde el año 8 de su reinado, poco después de su coronación, Hatsepsut inició la que sería su gran obra, el templo de Dayr al-Bahari, en la orilla oeste de Tebas. Decidió adosar el monumento a un acantilado coronado por la «cima», el punto culminante de la montaña de esta orilla de Occidente y lugar de residencia de la diosa del silencio. Esta pirámide natural, tallada en parte por la mano del hombre, domina el Valle de los Reyes y el Valle de las Reinas.

Dayr al-Bahari es «el templo de los millones de años» de Hatsepsut, el lugar donde se rinde culto a su ka, asociado al de su padre, Tutmosis I, y también la residencia de Amón, el dios oculto, y de Hator, la diosa del amor divino. En este santuario, el alma de Hatsepsut, protegida por las divinidades, conoce una regeneración perpetua.

Los vestigios que podemos contemplar en la actualidad han conservado su carácter sublime, que no escapa a ningún visitante, por más que algunas de las restauraciones realizadas deberían rectificarse. En otros tiempos, el lugar poseía un esplendor hoy día desaparecido; ante el templo se desplegaban jardines llenos de árboles y estanques que aportaban frescor al lugar. Verdaderamente, era aquélla la puerta de un paraíso, indicado por la presencia de dos leones de piedra, encarnación del «ayer» y el «mañana».

En aquel lugar existía un edificio construido durante el Imperio medio por los Montuhotep; Hatsepsut se vinculaba de este modo a una tradición que había captado el carácter sagrado del lugar. El acantilado también servía de pared de fondo al último santuario, ofreciendo una formidable sensación de verticalidad y de ascenso a lo divino.

Se ha conservado el texto de la dedicatoria que fuera pronunciada por la misma Hatsepsut: «He construido un monumento para mi padre Amón, señor del trono de las Dos Tierras, he erigido este vasto templo de millones de años cuyo nombre es el “sagrado de los sagrados”, de bella y perfecta piedra blanca de Tura, en este lugar consagrado a él desde el origen».

Hatsepsut dirigió el gran ritual de fundación del templo; en una pequeña fosa depositó los objetos que constituían el llamado «depósito de fundación»: mazos, tijeras, moldes de ladrillos, cedazos para la arena, cordel, etc. Una vez cubiertos de arena, los instrumentos de los talladores de piedra quedaban juntos para siempre en aquel lugar secreto y continuaban siendo útiles en el mundo invisible. Hatsepsut plantó los piquetes simbólicos que delimitaban el emplazamiento del templo, y luego tensó el cordel, poniendo así de manifiesto el plan concebido en su corazón-conciencia.

La reina-faraón debió de conocer una de las mayores alegrías de su reinado al recorrer la avenida bordeada de árboles que llevaba al santuario; en el aire flotaban perfumes de incienso. En el agua de los estanques con forma de T navegarían pequeñas barcas durante la celebración de los ritos destinados a alejar las potencias nocivas.

Más allá de este oasis de verdor se revelaba el rasgo principal de la arquitectura de Dayr al-Bahari, su disposición en terrazas puntuadas rítmicamente por varios pórticos. La mirada se orientaba entonces hacia lo alto, hacia la terraza superior donde se hallaba el santuario.

En él se celebraban varios cultos: el de Amón, el señor del templo; el de Ra, la luz divina; el de Anubis, guía de los justos por los caminos del más allá, y el de Hator. En la capilla consagrada a la diosa la vemos con la forma de una vaca, lamiendo la punta de los dedos de Hatsepsut, a la que de este modo transmite la energía celeste y la facultad de resucitar. También con la apariencia de una vaca, Hator amamanta a la reina-faraón que, al absorber la leche de las estrellas, conoce una eterna juventud.

En la terraza superior, Hatsepsut aparece representada como Osiris, cruzando las puertas de la muerte para renacer y convertirse en un nuevo sol, venerado en el santuario de Ra. El templo de Dayr al-Bahari es asimismo el lugar donde se conserva la memoria de los acontecimientos principales del reino. En el pórtico inferior asistimos al transporte de los obeliscos destinados al templo de Karnak, a los rituales de la recolección de papiros y de caza en las marismas; en el pórtico mediano se desarrollan los episodios de la expedición al país de Punt, los del misterio del nacimiento divino y de la coronación. Y también vemos a Hatsepsut y a Tutmosis III rindiendo culto a Tutmosis I, a Tutmosis II y a la reina Amosis. Todo un linaje reunido para la eternidad.

Un templo egipcio es un ser vivo al que se le da un nombre. Dayr al-Bahari se llamaba zoser zoseru, que nosotros traducimos como «el sagrado de los sagrados»; también podemos entenderlo como «el sublime de los sublimes», «el espléndido de los espléndidos». El significado fundamental de la palabra zoser, con la que se formaba el nombre de Zoser, es «sagrado», con la idea implícita de que un lugar sagrado está separado de lo profano y protegido del mundo exterior.

Mucho tiempo después de la muerte de Hatsepsut, Dayr al-Bahari fue reconocido como un lugar donde se expresaba lo sagrado. En el santuario cavado en el corazón de la roca se celebraba la memoria de dos grandes sabios, Amenhotep, hijo de Hapu, e Imhotep, primer ministro de Zoser, arquitecto, mago y médico al que los enfermos acudían para pedirle que les sanara el alma y el cuerpo. Algunos de esos enfermos residían en el templo durante el tiempo necesario para recobrar la salud. ¿Acaso en nuestros días no acudimos a él en busca de la armonía que supo crear Hatsepsut?