Una vez descifrados los jeroglíficos por Champollion, en 1822, los estudiosos han tenido acceso a un inmenso tesoro: los textos egipcios grabados en piedra, preservados en papiros y otros soportes. A partir de esta abundante documentación fue posible escribir la historia del Antiguo Egipto, centrada en la cronología y en acontecimientos más o menos confirmados.
Esta visión no era la de los antiguos egipcios, que basaban su civilización en un valor fundamental: la sabiduría.
Aun cuando este término ya no significa nada para la mayor parte de los filósofos contemporáneos,[1] resulta ser una clave básica para apreciar la epopeya de los constructores de pirámides, de templos y de moradas de eternidad cuya belleza fascina todavía al mundo entero.
Durante más de tres milenios el ideal de sabiduría de los antiguos egipcios no ha variado. De Imhotep, el creador de la pirámide escalonada de Saqqara, a Hermes Trimegisto, el último maestro del pensamiento esotérico, los sabios sucedieron a los sabios y transmitieron sus enseñanzas de generación en generación.[2]
Algunos eran faraones, otros no; todos poseían la cualidad de «halcón»,[3] es decir, una visión profunda de lo real, una percepción intuitiva de los secretos de la creación y la capacidad de acceder al conocimiento. ¿El sabio no es, acaso, «aquél que encuentra la palabra que falta»,[4] esa palabra perdida sin la cual el mundo se hace incomprensible y el destino del hombre, absurdo?
En compañía del faraón, símbolo del gran templo,[5] varios consejos de sabios dirigían los asuntos del reino;[6] y el propio faraón, lejos de restringirse a una simple actividad de hombre de poder o de personaje político, debía consolidarse como sabio, ejerciendo una inteligencia ligada a la armonía del cosmos. Servidor de los dioses y de su pueblo, era también su guía espiritual. El alma de los dioses declarados «veraces de voz» residía en el cielo en compañía de las estrellas, trazando un camino hacia la eternidad.
La sabiduría es indisociable del respeto y de la práctica de Maat, la Regla creada por la luz divina. Maat[7] es la rectitud, la verdad, la justicia y la armonía, fuera de las cuales la existencia terrenal se convierte en un infierno. Y Maat está ligada a la función real que, al transmitir la luz del origen, permite a los dioses residir en este mundo.
La Regla de Maat excluye el fanatismo, el dogma y los libros llamados «sagrados» que imponen una verdad absoluta y definitiva. Sin cesar, los sabios de Egipto remodelan y reformulan el pensamiento y los rituales con el fin de mantener un nexo vivo con las potencias creadoras.
Pierre Nora constataba que la memoria, es decir, la Historia, había sustituido a lo sagrado. Ahora bien, el Egipto faraónico había abolido la Historia, los acontecimientos y lo anecdótico, para vivir el mito y lo sagrado. «La vida de todos los días, incluso la más humilde y la más necesaria —escribía François Daumas—, reviste un sentido profundo, cósmico, que nuestras civilizaciones modernas, urbanas, que se han convertido en muy artificiales, ya no pueden ni siquiera sospechar»[8] Gracias a una visión ritual que se extendía del interior del templo hasta las actividades económicas, el tiempo profano era sustituido por la veneración de los antepasados, el respeto de Maat y la celebración de las fiestas. «Nos hallamos en presencia de una concepción de la creación que trata de encontrar de nuevo el primer día en cada salida del sol, en cada nuevo año, en cada acontecimiento real e incluso en cada aparición del rey en el trono o en el campo de batalla».[9]
Cuando es coronado un faraón, es de nuevo el año 1 de la creación. No hay referencia a un dato histórico como antes o después de Cristo, pues sólo cuenta el mito de creación que da un sentido al conjunto de las realidades, de la más espiritual a la más material. No hay ningún texto egipcio estrictamente histórico) pues la dimensión mítica está siempre presente. Así, faraones de la época tardía copian la narración de batallas compuesta varios siglos atrás. Lo que cuenta es el modelo simbólico, la victoria de la luz sobre las tinieblas.
«Ved las palabras divinas, y seréis sabios según los planes de los dioses»,[10] se recomienda. La documentación nos ofrece el testimonio de numerosos sabios, desde los orígenes de la civilización faraónica hasta sus últimos rescoldos, y nos ha parecido útil reí su historia recordando a poderosas personalidades y enumerando sus enseñanzas más importantes. Así, quizá, nos acercaremos a la conciencia que tenían los antiguos egipcios de su prodigiosa trayectoria espiritual.