Conclusión
EL CAMINO DE LOS SABIOS:
DE IMHOTEP A HERMES TRIMEGISTO

Dirigido de manera tiránica por extranjeros, el Egipto grecorromano presenció, pese a todo, la edificación de magníficos templos, como los de Edfu, Dendera, Kom Ombo o Esna, una nueva manera de expresión de lo sagrado en emplazamientos antiguos. Negándose a mezclarse con el juego de la política y del poder, los colegios de sacerdotes fueron suficientemente hábiles como para convencer a los ocupantes de que les dejasen cumplir con los ritos y celebrar fiestas, prueba de la existencia de paz civil.

Una sola cuestión obsesiona a los últimos sabios de Egipto: ¿cómo transmitir la tradición iniciática y el pensamiento de los antepasados? Respuesta imperativa: formulando, cubriendo los muros de los templos de rituales y de símbolos vivos.

En el centro de esta estrategia, el dios Tot, patrono de los escribas y señor de la lengua sagrada. Secretario de Ra, la luz divina, conoce el secreto de éste. Gobernando a las estrellas, regula el tiempo y lo organiza en años, estaciones, meses y días. Señor de la sabiduría, del conocimiento y de las ciencias sagradas, era «tres veces grande», e incluso «tres veces muy grande» en tanto que gran rey, gran sabio y gran sacerdote. Asimilado al Hermes griego, encarnó a la antigua sabiduría sin la cual la existencia no tenía ningún sentido y la sociedad de los humanos se hacía invivible.

Tot redactó un gran libro destinado a los seres amantes del conocimiento y deseosos de descubrirlo. En realidad, sólo un pequeño número aspira a percibir el mensaje de los dioses y el misterio del universo. A los auténticos investigadores Tot-Hermes les otorga sus enseñanzas, a condición de que sus esfuerzos no se relajen.

La nueva capital de Egipto, Alejandría, fue un foco cultural en el que múltiples saberes se encontraron. La antigua sabiduría egipcia pudo proporcionar algún alimento a la joven filosofía griega, considerada por Tot «un ruido de palabras y un discurso vacío, que vale sólo para producir demostraciones».[151] Llenos de luz y de significado espiritual, los jeroglíficos contenían la esencia de todas las cosas. Algunos sabios trataron de transmitir su mensaje en lengua griega a través de los Hermetica, rituales, himnos a los dioses y revelaciones de su naturaleza, elogios a la realeza sagrada, tratados de filosofía, de alquimia, de magia y de astrología, en los que el maestro espiritual, Hermes-Tot, da sus enseñanzas a un discípulo, Asclepios [o Esculapio], ¡es decir, Imhotep!

Unidos por el conocimiento de lo esencial, maestro y discípulo forman un todo, y Hermes tres veces muy grande se convierte así en la última encarnación de Imhotep, el primero y único maestro de obras del Antiguo Egipto que, a lo largo de más de tres milenios, dictó a sus sucesores los planos de todos los templos.

«Egipto es la copia del cielo —revela— o, mejor dicho, es el lugar al que se transfieren y se proyectan aquí en la tierra todas las operaciones que gobiernan y ponen en marcha las fuerzas celestes. E incluso, si hay que decir toda la verdad, nuestra tierra es el templo del mundo entero».[152]

En Egipto, «único país donde los dioses habitan», fue donde se expresó la más influyente de las sabidurías. Pitágoras, Platón e incluso Moisés recibieron las enseñanzas de los iniciados en las ciencias de Tot-Hermes. «El principio —decía— hace aparecer todas las cosas, pero él mismo no se deja aparecer en absoluto; engendra, pero él no es engendrado. Las energías son como los rayos de Dios». El poder mágico[153] está repartido por el universo y, a través de él, circula la vida.

¿Qué es realmente conocer, sino aprehender intuitivamente el plan divino que distribuye todas las cosas y pone orden en el universo, demasiado vasto como para ser analizado y diseccionado? La pirámide es una perfecta ilustración de este plan de obras. El tetraedro simboliza la coherencia necesaria para la manifestación de la vida y, en la cúspide de este monumento de eternidad, domina el Verbo.

Precediendo en dos milenios las investigaciones más avanzadas, Tot-Hermes afirma: «El tiempo nace a la vez continuo y discontinuo, aun permaneciendo uno y el mismo». Si cada persona admite, esperemos que sea así, que «el vicio del alma es la ignorancia», numerosos humanistas se sorprenderán al saber que «la vida no consiste en el hecho de nacer, sino en la conciencia». Sin duda, en el momento de su nacimiento físico, todos los seres reciben la capacidad de conocer, pero a cada uno le toca poner en marcha esta potencialidad por el modo en que vive. No hay utopía peor que el igualitarismo, talmente opuesto a la ley de la vida, que causa la infelicidad de los individuos y de las sociedades.

Según los textos herméticos, inspirados en la ciencia de Tot, el verdadero nacimiento se produce con ocasión de la iniciación a los misterios. «Imagina que tú estás en todos los sitios a la vez —recomienda Tot-Hermes—, en la tierra, en el mar, en el cielo, que todavía no has nacido, que estás en el vientre materno, que tú eres adolescente, viejo, que has muerto y que estás más allá de la muerte. Si tú abrazas con el pensamiento todas estas cosas a la vez, tiempo, lugares, sustancias, calidades, cantidades, tú entonces puedes comprender a Dios».[154]

Es imposible, en esta obra, mencionar todos los aspectos del hermetismo, que sirvió de correa de transmisión entre el pensamiento del Antiguo Egipto y el esoterismo occidental. Los constructores de catedrales conocían bien los escritos herméticos y los utilizaron, tanto en la arquitectura como en la escultura.[155] En medio del pavimento de la catedral de Siena (Italia), que data de 1488, en la entrada de la nave, figura un viejo barbudo, tocado con una mitra, vestido con una larga túnica y una capa. La inscripción revela su identidad: Hermes Trimegisto. A lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII los alquimistas no lo olvidaron; luego la francmasonería, al menos en su aspecto iniciático, preservará una parte de su mensaje. Y en 1822, cuando descubra la clave de la escritura de los jeroglíficos, Jean François Champollion abrirá el gran libro de Tot.

Tot-Hermes era un vidente y un profeta. Así, anunciaba el tiempo en el que Dios abandonaría a Egipto y volvería al cielo. Y lo que es peor, «Egipto, que enseñó a los hombres la santidad y la piedad, dará ejemplo de la más atroz crueldad». El sabio será considerado un loco; el loco, un sabio; el peor criminal pasará por un hombre de bien. Guerras, violencia, bandidaje y mentiras serán el destino cotidiano de la humanidad que despreciará la armonía del universo, obra del Gran Arquitecto, y se preferirán las tinieblas a la luz. El sabio predice incluso un desastre ecológico: «La tierra perderá su equilibrio, el mar ya no será navegable, el cielo ya no estará surcado por los astros, toda voz divina se verá forzada al silencio y se callará: los frutos de la tierra se pudrirán, el suelo ya no será fértil, el propio aire se adormecerá en un embotamiento lúgubre». Diluvio, fuegos destructores y epidemias postrarán a los desesperados humanos.

Sin embargo, desafiando todo parecido si nos referimos al estado de nuestro mundo, Tot-Hermes piensa que los dioses volverán y se instalarán en el límite extremo de Egipto, por el lado del sol poniente. Allí confluirán todos aquéllos que hayan sobrevivido a los distintos cataclismos.

Mientras esperamos este momento milagroso, ¿dónde hallar el último refugio de los dioses en esta tierra? La respuesta es clara: en la necrópolis de Menfis y, más concretamente, en el interior de la tumba de Imhotep.

Una tumba cuyo emplazamiento todavía no ha sido hallado.

Bibliografía

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DERCHAIN-URTEL, M.-T., Thot à travers ses épithètes dans les scènes d’offrande des temples d’époque gréco-romaine, Bruselas, 1981.

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