XXVIII
ANK-SESONQUI

image1.jpeg

image28.jpeg

image1.jpeg

El sabio encarcelado

Un papiro conservado en el British Museum nos cuenta la dramática historia de un sacerdote de Ra de Heliópolis, llamado Ank-Sesonqui.[150] Es imposible, por desgracia, conocer con precisión la época en la que vivió. Sin duda se trata del siglo IV a. C., bajo uno de los Tolomeos.

Los griegos dirigen el país, asistidos por funcionarios egipcios. Las Dos Tierras ya no van a ser libres nunca más, aun cuando la institución faraónica perdura, al menos de manera formal. Los Tolomeos, y los emperadores romanos después de ellos, verán todavía cómo sus nombres figuran en cartuchos, como si fuesen auténticos faraones. Más adelante, el cartucho se quedará vacío y, tras la invasión árabe, desaparecerá.

Ank-Sesonqui vivió en el norte del país, notablemente helenizado. Pero los antiguos cultos continúan vivos. Heliópolis, la muy antigua ciudad santa donde se concibieron y formularon los Textos de las Pirámides, continúa celebrando el poder creador de Ra. La sociedad ha cambiado mucho. La moneda ha sustituido al trueque, la moral pública y privada se desmorona. El materialismo griego ha conquistado las conciencias y corroído los antiguos valores. Sin embargo, los colegios de sacerdotes conservan una relativa independencia y se construyen grandes templos cuyos muros se cubren de textos. Estas bibliotecas de piedra, formadas por jeroglíficos dotados de una vida autónoma, preservan los rituales que, más allá de la extinción histórica de Egipto de los faraones, transmitirán la palabra de los dioses.

Ank-Sesonqui decidió ir a visitar a su amigo Harsiesis, que ocupaba en Menfis el ambicionado cargo de médico jefe del rey. La entrevista le sorprendió enormemente; Harsiesis le informó de que él y varios cortesanos habían decidido ¡derrocar al monarca! Estupefacto e inquieto, Ank-Sesonqui se negó a participar en el complot y aconsejó a su amigo que renunciase al insensato proyecto, destinado a fracasar.

Ni él ni el amigo se dieron cuenta de que un servidor espía escuchaba lo que decían. Y se apresuró a informar al rey, que hizo detener y ejecutar a los conspiradores. En cuanto a Ank-Sesonqui, fue encerrado en una prisión por no haber informado inmediatamente al soberano. Pese a sus protestas de inocencia y a su voluntad de impedir todo acto de rebelión, el infortunado comprendió que su detención podía ser larga.

¿Qué podía hacer, sino redactar sus pensamientos para su hijo, según el ejemplo de los antiguos sabios? El preso pidió un rollo de papiro, pero sólo se le concedió una paleta de escriba y trozos de jarra de barro. Asistido por un servidor y alimentado correctamente, Ank-Sesonqui se puso a trabajar y formuló sus consejos sin un orden concreto, dirigiéndose a todo el mundo y no sólo a altos dignatarios.

La guardia encargada de vigilarlo recogió los cascotes y los remitió al rey, que los consideró suficientemente interesantes como para reunirlos en una Sabiduría. Ésta conoció cierto éxito y ha llegado hasta nosotros.

Pragmáticamente, el autor posee un sentido real de la fórmula y propugna una moral inspirada en los antiguos. Cuando Ra, la luz divina, está irritado contra un país, observa el sabio preso, el rey ignora la ley; la armonía, los ritos, el sacerdocio y la justicia desaparecen, los valores se pierden. A los imbéciles se los coloca por encima de los sabios, y el pueblo es maltratado. Los imbéciles y los locos tienen un punto en común: es imposible educarlos e instruirlos. Y si alguien trata de hacerlo, ¡lo desprecian y lo odian! «No instruyas a quien no quiera escucharte», recomienda Ank-Sesonqui. ¡Es mejor tener por descendencia una estatua que un hijo idiota!

En una época o en una situación difícil, ¿cómo debemos comportarnos? Pues examinando cada problema en profundidad y tratando de comprender cómo surgió. Todo juicio precipitado es condenable. Así, es estúpido detestar a un individuo a causa de su apariencia aun cuando no se sabe nada de él. Moderación y paciencia engendran un buen corazón, capaz de percepciones justas.

Un ser humano digno de este nombre debe, ante todo, servir. Pero ¿servir a quién? En primer lugar, a Dios, para que lo proteja; luego, como iniciado en los misterios, a sus hermanos y a un sabio; finalmente, a su padre y a su madre. Realista, Ank-Sesonqui concluye: «Sirve a quien te sirve».

Decir que se sabe todo es el colmo de la ignorancia. El deber de un ser humano consiste en buscar la sabiduría tratando de ser sabios nosotros mismos. La verdadera riqueza de un sabio es su palabra; pero, si consultamos a un sabio, ¡no hay que hacerlo por una cuestión menor, olvidando el asunto principal! Y aún más deplorable es el error que consiste en consultar a un idiota para preguntarle su opinión sobre un asunto importante, ¡cuándo hay un sabio a quien preguntar! Y si se es padre de una muchacha, vale más, para ella, un marido sabio y prudente que rico y estúpido.

Ank-Sesonqui recomienda no hablar nunca con precipitación, por temor a ofender al prójimo, y decir siempre la verdad a todos los seres, no teniendo nunca dos discursos diferentes.

Sin la enseñanza de los sabios, la existencia se hace incoherente. Para recibirla, hace falta madurez y rechazar la negligencia, evitando darnos a la buena vida, sobre todo cuando se es joven, pues esta actitud conduciría a convertirnos en adultos blandos y sin consistencia.

«No arrojes una lanza si no eres capaz de controlar su trayectoria y su impacto», preconiza Ank-Sesonqui. Ejemplo concreto: a menos que estemos seguros del éxito, no hay que entablar un proceso contra quien dispone de medios superiores.

El sabio condena el robo, la avidez y la avaricia. Ambicionar lo que posee el prójimo, con la intención de robarle y de vivir de lo robado, es una falta grave. Por el contrario, es conveniente que adquiramos nosotros nuestros propios bienes. Y es mejor vivir en la propia casa que en una gran mansión ajena.

Poseer es inútil si no servimos a Dios y a la humanidad; las fortunas pueden desaparecer, y sólo el hecho de servir a Dios produce la verdadera riqueza.

«No te encargues de un asunto —recomienda Ank-Sesonqui— si no eres capaz de llevarlo a término, y no te ocupes de una multitud de asuntos ajenos dejando a un lado los tuyos». Maltratamos a un asno y acabamos matándolo al cargarlo de ladrillos, es decir, con un peso demasiado grande. Asumamos lo que somos capaces de llevar, y no más.

El sabio no se casa con una mujer cuyo ex marido sigue vivo, pues éste se convertirá necesariamente en un enemigo. El sabio no habla jamás con desdén de la mujer amada y no hace elogios de la que detesta.

Dotado con estos pensamientos, Ank-Sesonqui llegó a soportar su encarcelamiento. Sin duda, el rey, satisfecho de la lectura, le devolvió la libertad.

Bibliografía

GLANVILLE, S. R. K., The Instructions of Onchshesonqy, Londres, 1955.

LÉVEQUE, J., Sagesses de l’Egypte ancienne, París, sin fecha, pp. 71-92.

LICHTHEIM, M., Ancient Egyptian Literature, III, Berkeley, 1980, pp. 159-184.

THISSEN, H. J., Die Lehre des Anchscheschonqi (P. BM 10508), Bonn, 1984.